Pues bien, con ese pretexto podemos ver ahora algunas de las imágenes que tomamos hace un par de años en los Museos Capitolinos de Roma, uno de esos lugares donde uno (Antiqva, a fin de cuentas) pasaría días y días. Para esta oportunidad he seleccionado cuatro fotografías:
Las dos primeras, la Venus Esquilina, nos ofrecen la estampa de una bellísima mujer, no olvidemos que se trata de una diosa, que se está recogiendo el cabello en un complicado peinado antes de sumergirse en el baño. Algunos detalles, como un jarrón egipcio en torno al cual se enrosca una cobra y sobre el que reposa un paño, permiten pensar, según los expertos, que esta mujer podría simbolizar a la triada Isis-Afrodita-Venus que surgió de la síntesis religiosa elaborada en el Egipto helenizado (¡que bellísima conjunción la de los mundos egipcios, griego y romano!). La verdad es que cuanto tomé la imagen, fascinado por la belleza de la mujer, no reparé en ese detalle egipcio, pero luego, documentándome, si me di cuenta del símbolo.
La tercera imagen nos brinda un espectacular sarcófago decorado de época imperial. Estos sarcófagos no se enterraban sino que su destino era ser exhibidos de modo que frecuentemente nos han transmitido espectaculares imágenes de asuntos, sobre todo, mitológicos. Algún día, con más calma, tendré que escribir algo de los sarcófagos romanos, algunos paganos y otros paleocristianos, que se han conservado en Córdoba.
Vemos en esta imagen el momento en que Meleagro, hijo de los reyes de Calidón y sobrino de Leda (¡que bella la historia de Leda y el cisne!), está clavando su lanza entre los ojos de un feroz jabalí, que tenía atemorizados a todos los habitantes del reino. El animal, realmente, no era sino un castigo divino, ya que Artemisa estaba harta de que en Calidón sus cultos hubieran caído en el olvido, de modo que para cazarlo fue preciso invitar a todos los héroes que en aquellos tiempos poblaban el mundo; parece que solamente Hércules declinó acudir.
En Córdoba, muy deteriorados, se han conservado diversos fragmentos escultóricos de este mismo asunto mítico que parece que resultaba especialmente atractivo en la antigüedad.
Y la última imagen que he seleccionado (todas ellas fueron tomadas sin flash) nos remite de nuevo a la diosa Isis egipcia, que en esta ocasión está representada como una matrona romana que porta en sus manos un sistro, instrumento musical del tipo de un sonajero que frecuentemente aparece representado en los templos del antiguo Egipto. Se sabe que en los cultos de Isis y de Hathor las mujeres bailaban frenéticamente y hacían tocar de manera rítmica y repetitiva los sistros, de modo que iban siendo poseídas por eso ue podríamos llamar una experiencia de trance místico.
Ahora, mientras termino de escribir estos breves comentarios a estas imágenes, no puedo sino recordar las noticias que acerca del culto a Isis en el mundo romano nos transmitió Apuleyo en su novela “Las metamorfosis”, también conocida como “El asno de oro”. En esta obra, Lucio, el protagonista, que se ha visto transformado en asno, solicita la ayuda de Isis, de modo que cuando, al fin, consigue retornar a su forma humana el hombre se hará iniciar en los cultos mistéricos de la diosas y gracias al placer que supone acercarse al conocimiento de la divinidad terminará desechando los placeres puramente carnales que durante toda su vida había perseguido.