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miércoles, 30 de julio de 2008

RESPLANDORES





Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro
y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos
y la perdieron para siempre entre la multitud.

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por las estaciones
y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles.

Y quizás el amor no es más que eso:
una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro
y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre.

Óscar Hahn (En una estación del Metro)
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domingo, 27 de julio de 2008

PRESENCIAS


(I)


La señora B., una mujer que rondaba los sesenta años de edad pero cuyos ojos conservaban la belleza de la juventud, aquella noche, había dormido mal. Había sentido un frío intenso y había pensado que posiblemente se trataba de que “echaba de menos” el calor de su esposo, que estaba ausente unos días de la ciudad por motivos de trabajo. Sus sueños, breves e inquietos, no le habían permitido descansar de manera reposada. “Tendría que cenar todavía menos”, había pensado.

Estaba en esa dormivela propia de los que han pasado una mala noche cuando hubo de levantarse, sobresaltada, al escuchar que sonaba el timbre de la casa. Don Eufrasio López, interventor de la oficina de Correos de su barrio, la saludó amablemente cuando ella abrió la puerta.

-“Buenos días, señora –exclamó el funcionario- le traigo este sobre”.

La señora B., algo aturdida ya que no esperaba ninguna carta y menos un sobre tan grande, no pudo sino manifestar su extrañeza cuando contempló la fecha del matasellos.

-“Pero bueno, señor –exclamó- si el sobre está fechado en abril de 2008… Hace más de veinte años… ¿De donde ha salido ahora?”

-“Verá, señora –afirmó algo tembloroso don Eufrasio-, debe usted disculparnos. Se trata de un sobre que ha estado extraviado durante todo este tiempo. No se como, esta mañana, buscando otros documentos en un archivador antiguo, lo he encontrado y no he dudado en traérselo de inmediato. Ninguna otra gestión he hecho esta mañana. Vea que se lo he traído personalmente, dadas las especiales circunstancias que concurren, y le ruego que nos disculpe todas las molestias que este extravío le hayan podido producir.”

Balbuceando, incapaz de articular palabras comprensibles, dada su sorpresa, la señora B. despidió al funcionario. Pronto, sin embargo, fue tomando conciencia de que el sobre debía contener un libro que hace muchos años le había enviado, desde el otro lado del Océano, un amigo del que desgraciadamente había dejado de tener noticias desde hacía mucho tiempo.

Mientras la mujer meditaba, don Eufrasio, resoplando, se alejaba por la calle, de vuelta a la estafeta de Correos. No se había atrevido a contar a la señora B. toda la verdad. Aquella noche, alguien –entre sueños- le había hecho saber que en determinado archivador de la oficina se encontraba determinado sobre, aparentemente extraviado, y le había pedido de manera inflexible que lo entregara sin demora a su destinataria. Amedrentado por la gran verosimilitud del sueño, don Eufrasio había comprobado que todo lo que “ese alguien” le había indicado era cierto. En ese concreto mueble de oficina, en tal sitio concreto, se encontraba todavía aquel extraño sobre que debía entregar sin demora. Y sin demora alguna, como queriéndose quitar un inmenso peso de encima, había actuado. Afortunadamente todo había salido bien, y si la señora B. no había admitido, formalmente, sus disculpas, tampoco había emitido reproches de especial dureza. Pensaba, don Eufrasio, que podía dar el asunto por zanjado.





(II)


Para entonces, la señora B. estaba llorando dulcemente. No podía entender lo que había pasado, pero recordaba –entre suspiros, con los ojos humedecidos- aquellos tiempos en que alguien le había enviado un libro que jamás le había llegado. Ahora, al tener en sus manos aquella antología de poemas, de un autor para ella desconocido, que ese alguien le había regalado hacía más de veinte años, no podía sino verse invadida por un sentimiento de añoranza y nostalgia.

-“¡Santo Dios! –se preguntaba una y otra vez- ¿Dónde habrá estado esto durante tantos años? ¿Y que habrá sido en todo este tiempo de aquel amigo ya olvidado?.”

Preguntas, sin duda, que no ofrecían respuesta alguna. No podía, sin embargo, sino agradecer al Cielo que, finalmente, hubiera llegado a sus manos aquel viejo poemario, que de inmediato se puso primero a ojear y a leer después, enfebrecida en un contexto de ensoñación.






(III)


Con su esposo ausente de la ciudad y con sus hijos, ya mayores, viviendo independientes en otras provincias cercanas, la Señora B., aquella mañana, ni siquiera se acordó de tomar su desayuno. Reparó en el olvido cuando pasadas unas horas sintió que su estómago acusaba los arañazos de algún animal que se revolvía en su interior. “Señor, leyendo estos poemas hasta se me ha olvidado vivir…”, había pensado mientras cerraba el libro unos momentos para prepararse algo de comer.

Por la noche, ya más sosegada, la mujer –que desde joven practicaba la meditación- decidió dedicar un tiempo a pensar sobre lo que le había sucedido aquella mañana. Decidió concentrarse en pensar en aquel lejano amigo con el que, durante algún tiempo, hacía ya tantos años, había compartido la afición por la poesía, y por las letras en general.

La mujer nunca supo el tiempo que dedicó a esa meditación, pero cuando consiguió “salir de su letargo” lo hizo, de nuevo, invadida por las lágrimas, que ahora era incapaz de sofocar. Una infinita tristeza invadía su alma y no podía sino llorar de manera, ahora, casi atronadora.

Nunca fue, tampoco, capaz de saber el tiempo que estuvo llorando. Si era consciente, sin embargo, de la causa de sus estremecimientos. En la meditación, quizá envuelta en los sueños o en la dormivela que los precede, había vislumbrado la imagen de aquel viejo amigo, quizás de su espíritu, que se había manifestado inquieto y que parecía revolver en los armarios y archivadores de una oficina, en la que –sin duda- buscaba algo.

En la meditación, la señora B. supo, ¡Dios sabe como!, que su amigo había fallecido y que su espíritu –sereno pero inquieto a la vez por algo- buscaba aquel viejo sobre que alguien había extraviado en la estafeta de Correos en aquel pasado tan alejado en el tiempo. Parece que deseaba –“antes de marcharse”- resolver aquel viejo asunto pendiente. La señora B., invadida por un intenso sentimiento de pena, lloró durante horas.

Al fin, sin embargo, cuando estaba ya amaneciendo –y la sensación de frío que la impregnaba había remitido-, la señora B. sintió que la fuente de sus lágrimas se iba secando paulatinamente. Serenado su ánimo, había decidido seguir meditando, ahora invadida por un inmenso sentimiento de paz, ya que poco antes había podido contemplar, plenamente feliz, como su amigo –que la miraba sonriente- se había ido elevando atraído por una Luz resplandeciente, de intensísima belleza.

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viernes, 25 de julio de 2008

CUENTOS






Le sucede a uno, cuando decide escribir un cuento, que sabe como va a ser el inicio de la historia, pero sin embargo no tiene –usualmente- ni la más mínima idea de cómo terminara. De algún modo, cuando uno escribe algo inventado –cosa distinta ocurre con las cosas realmente vividas- uno no tiene demasiado claro quien es realmente el autor del cuento. “Si se sabe -dirá el lector de estas líneas-, el autor eres tú”, pero la verdad es que uno no tiene ninguna certeza acerca de donde procede esa, digamos, fuerza que permite que, finalmente, el cuento o la historia tenga un desarrollo y un final más o menos elaborado y coherente.

¿De donde proceden los cuentos?, esa es la pregunta que uno se hace. ¿Qué mecanismos ignotos se ponen en marcha cuando uno decide escribir una historia inventada?, ¿de donde procede la fuerza creadora?

Comento estas cosas a propósito de un cuento que con el título “PRESENCIAS” tengo intención de lanzar a la red en estos días próximos. De alguna forma, sentía la necesidad de escribir una historia que hablase del extravío de un sobre que, conteniendo un libro de poemas, había alguien enviado a otra persona por correo. Sabía como tenía que dar inicio al cuento pero desconocía como habría de desarrollarlo y terminarlo. A pesar de todo ello, sin embargo, la historia –pronto- fue cobrando vida “casi automáticamente”, de modo que al final uno quedó realmente sorprendido. ¿Cómo podía haber sospechado uno, siquiera, ese final tan “extraño” que tiene el cuento?.

Con estas líneas no pretendo justificar nada, sino –simplemente- dejar constancia de mi perplejidad ante estas situaciones que uno siente que realmente no es él mismo quien controla. Claro que, quizás, esto sea algo común a todas aquellas personas que deciden escribir “historias inventadas”. De hecho, Antonio Muñoz Molina –uno de mis novelistas de referencia- en su introducción a su obra “Córdoba de los omeyas” dejó escrito que:

“La escritura de un libro siempre es el fruto y el testimonio de una posesión. Se escribe, cuando se escribe de verdad, para librarse de una materia al mismo tiempo explícita y oscura que empezó a poseernos mucho antes de que reparásemos en ella, pero el mismo acto de escribir –del que esperamos, si no la libertad, sí al menos el alivio del punto final- agrava intensamente la posesión al ahondar en sus motivos y nos sumerge en un estado tóxico, de hipnosis y vigilia perpetua, de un gozo gradualmente ensimismado cuyos límites se aproximan a un sentimiento de dolor. Se empieza a escribir un libro como se emprende irreflexivamente un viaje o como se viven las primeras horas de un amor. No sabemos lo que ocurrirá en la página siguiente, ni cómo serán las ciudades que visitaremos, ni a dónde nos llevará este preludio tibio de ternura en el que nos aventuramos igual que en los recodos desconocidos de una calle nocturna. Lo único que sabe o sospecha el autor, el viajero, el amante, es que está siendo impulsado hacia un territorio donde no van a servirle sus normas usuales, y que valdrá la pena su temeridad en la medida en que descubra cosas que no pudo imaginar, no sólo paisajes o ciudades exteriores, sino galerías íntimas de su propia conciencia, islas vírgenes de su imaginación y de su mirada, incluso de su piel.”

“Amén”, digo yo.

Ah –amigos-, al fin sabemos de donde procede la inspiración que permite crear los cuentos: de nuestra propia imaginación. Claro que, ahora, uno se pregunta: ¿y de donde procede esa imaginación que permite que seamos capaces de crear “cosas” que ni siquiera habíamos sospechado?



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miércoles, 23 de julio de 2008

Pat Garrett and Billy the Kid (


A veces, en una pelicula "de tiros", del Oeste, vamos, el director tiene la feliz idea de encargas la banda sonora a un tipo llamado Bob Dylan, y -claro- entonces resulta que de subito se alcanzan momentos de intensisima emocion y dramatismo.

PREMIO AL ESFUERZO PERSONAL





En estos días, Sendieva, desde PEQUEÑOS BESOS DE LUNA, nos ha enviado el PREMIO AL ESFUERZO PERSONAL. Sirvan estas líneas como muestra de nuestro agradecimiento, por haberse acordado de uno.

Parece que se deben indicar seis valores que uno considere importantes y otros seis con los que nos ocurra lo contrario, es decir, que no los soportemos.

Veamos los importantes:

- El amor
- La amistad
- La bondad
- La sencillez
- La honradez
- El sentido común

Veamos los otros, los diríamos "innombrables":

- La soledad, entendida como falta de amor y de amistad
- La prepotencia
- Las intrigas
- Las “verdades únicas”
- El “solo yo cuento”
- El “todo vale”

Como en otras ocasiones, este Premio se lo hago seguir a todas las personas que tengo fichadas en OTRAS PALABRAS AMIGAS. Me resultaría imposible seleccionar solamente a seis, como exigiría el, digamos, guión.

Gracias, amiga Sendieva, por estar siempre tan atenta y por tus muestras de cariño.

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domingo, 20 de julio de 2008

MISTERIOS

El Juicio Final - Monasterio de Alcobaza, Portugal



Aquel anciano afirmaba que los niños, ahora, quieren que haya monstruos debajo de su cama.





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DONDE LA LUZ LLORA LUZ

Los campos de Urueña desde el adarve de sus murallas.



Urueña: villa del libro



En estos días pasados, en que hemos –de nuevo- peregrinado por las tierras de Castilla la Vieja, dos amigos especialmente queridos nos han llevado, otra vez, a los Montes Torozos, en Valladolid, para visitar, nuevamente, la tan siempre atractiva como desconocida villa de Urueña.

Aquella mañana, habíamos salido de Valladolid y tras atravesar pueblos de nombres ancestrales: Zaratán, Wamba, Torrelobatón y San Cebrián de Mazote, habíamos llegado, como siempre de súbito, tras una curva, a la ermita románica de Nuestra Señora de la Anunciada, desde la que se contempla una bellísima estampa de Urueña, con sus murallas alzándose al cielo como una “corona de piedras inciertas”.

La ermita, del siglo XII, acusa una clara influencia del románico lombardo que se importó en estas tierras a través de Cataluña. Esa influencia extraña la convierte en una construcción insólita en el panorama del románico castellano. Desde la ermita, rodeada por mares de espigas y cardos, se contempla una panorámica de las cercanas murallas, situadas en lo alto del cerro, recortándose contra el azul del cielo castellano, que siempre nos ha impresionado.

Pero si la visión de Urueña desde la Anunciada es impactante, lo es todavía más la que el viajero puede disfrutar una vez que llega a la villa y se encarama a lo más alto del adarve de sus viejas murallas. Contemplando el paisaje de los campos, del cielo y de la luz en este bellísimo horizonte castellano no puede uno sino evocar los versos de Antonio Colinas que más abajo hemos reproducido. No tiene ningún sentido que hable yo cuando el poeta ha cantado a los campos de Urueña y a su luz con versos intensamente sentidos.

No puedo, no obstante, sino asentir que es plenamente cierto que es aquí, en el centro del centro de Castilla, donde puede el hombre experimentar la infinitud de los amarillos y sentir que, efectivamente, estos parajes, invadidos de luz, tienen más cielo que tierra. Uno se estremece cuando piensa que no deja de ser verdad que es a través de la combustión de nuestras muertes como es posible que se mantenga esa hoguera en la que arden el espacio y el tiempo.

Algún día tendré que hablar del Monasterio de la Santa Espina, tan cercano a Urueña, en el que los monjes del Cister rindieron culto a una de las espinas de la corona de Jesús, que supuestamente poseía Carlomagno y que el rey Luís de Francia, casado con una sobrina de doña Sancha de Castilla, fundadora del monasterio, habría donado a ésta.

Y tendría que hablar también, entre tantas otras cosas, de los amores apasionados del rey Pedro I el Cruel y de María de Padilla, su amante, que en Urueña, protegida por las sólidas murallas, habría de tener su aposento; y tendría que hablar, también, de la Fundación “Joaquín Díaz”, nombre de un célebre folclorista vallisoletano, que ha sabido crear en Urueña un magnífico museo etnográfico. El mejor de Valladolid, sin duda alguna.

Por cierto, y no olvidemos que Urueña es la única población española que está catalogada como “Villa del Libro”, y es que, efectivamente, Urueña puede presumir de que es la población en la que están abiertas más librerías “per cápita” de toda España.

Ah, que gran acierto tuvieron nuestros amigos cuando se brindaros a llevarnos de nuevo a Urueña.

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jueves, 17 de julio de 2008

URUEÑA: TIERRA, CIELO Y LUZ

Urueña, villa amurallada, desde las inmediaciones de la ermita de la Anunciada.

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Desde las murallas de Urueña. Al fondo, más allá de los palomares, la ermita de la Anunciada.





¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händell?
Creo que es aquí, en este espacio
donde se inventa la infinitud de los amarillos;
un espacio en el centro del centro de Castilla
en el que nuestros cuerpos podrían sanar para siempre
si tus ojos y mis ojos
mirasen estos páramos
con piedad absoluta
y en donde hasta el espíritu suele arrodillarse
para hacernos su ofrenda
en rosales de sangre.
En este espacio hay un fuego blanco
en el que viene a expirar esa música
que nos llega de lejos, ¡de tan lejos!

¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händell?
Está aquí, en una tierra con más cielo que tierra,
donde los ruiseñores serenan la alameda
y la alameda serena a los ruiseñores,
y con la emanación
húmeda del tomillo más nocturno,
acude un enjambre de estrellas
a venerar la última espina de Cristo.
Es el lugar donde la luz
llora luz,
y la catedral de los cardos
alza su grito de silencio,
y están solas, muy solas, las vírgenes anunciadas,
y el pueblo amurallado y muerto
asciende vivo sobre un horizonte de lágrimas,
no sé si como un salmo
o como una corona de piedras inciertas.

¿Conocéis el lugar donde van a morir
las arias de Händell?
Está aquí, en el centro del centro de Castilla,
donde por los linderos morados
se tensa, como un arco, la luz;
es un espacio en que la nada es todo
y el todo es la nada,
y en el que junio joven viene por los montes
vertiendo de su copa oro líquido.
Es un lugar en el que el espacio y el tiempo
sólo son una hoguera
que arde y que mantiene su combustión
gracias a nuestras vidas (quiero decir,
gracias a nuestras muertes).

La música que más amáis
aquí tiene su tumba.
Es la música que, a través de la respiración de las espigas,
viene a morir en la luz que respiran nuestros pechos.

Antonio Colinas (¿Conocéis el lugar?)

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domingo, 13 de julio de 2008

PAPELITOS





En aquel Instituto de Enseñanza Media, un vetusto edificio de ladrillo, que nuestro profesor de Ciencias Naturales había definido alguna vez como un “adefesio”, que se alza en la bellísima plaza de San Pablo, habría de pasar Antiqva, en aquellos tiempos en que soportaba con paciencia franciscana unas tan monótonas como insufribles clases de latín, un total de ocho años de su vida -¡casi nada!, dirán algunos- mientras varios de los hombres más sabios de la ciudad se esforzaban por transformarlo en un hombrecito que fuera capaz de asimilar algunos de los rudimentos de las Ciencias y las Letras.

En aquellos tiempos, en el Instituto solamente estudiábamos algunos privilegiados de las familias modestas. Intentaré explicarme. Los niños y jóvenes de las familias “con recursos” seguían sus enseñanzas en los colegios privados religiosos, en tanto que los que pertenecían a familias con “recursos escasos” simplemente no estudiaban, sino que eran enrolados directamente en el mundo laboral. Sin embargo, entre esas familias modestas algunos padres se empeñaban en que sus hijos “estudiaran”, y ese fue el caso de uno, que accedió al Instituto, cuyas enseñanzas eran gratuitas, debido a esa preocupación especial de sus padres.

Como solamente había una institución de enseñanza pública en la ciudad, a pesar de que entonces Valladolid debía contar con unos 200.000 habitantes, el Instituto tenía un régimen de ocupación estudiantil intensivo. Por las mañanas, acudíamos a clase los niños, y por las tardes, lo hacían las niñas. Entonces era impensable que niños y niñas pudieran estudiar “revueltos”. La enseñanza mixta era algo que las leyes no permitían.

En aquellos tiempos en que, obviamente, no existía Internet ni los teléfonos móviles, los jovencitos éramos conscientes de que en nuestros pupitres, por las tardes, se sentaban aquellas jovencitas con las que soñábamos, de modo que pasábamos momentos encantadores y plenos de sorpresas intercambiando mensajes con la esperanza de que a la mañana siguiente esas “notas de náufragos” hubieran merecido alguna respuesta.

Antiqva, por ejemplo, podía escribir unas palabras en un papelito y dejarlo en un lugar discreto del cajón del pupitre:

-“Hola, sabes que además de compartir este pupitre contigo, te amo…”

Y a la mañana siguiente, Antiqva podía encontrar, disimulado en el cajón, otro papelito similar:

-“Ay, yo también te quiero, amor de mi vida. ¿No me escribirías una poesía?...”

Entonces, las jovencitas eran realmente encantadoras. Y uno, claro, como loco, buscaba algunos versos bonitos en nuestra “Antología de la literatura española” (IV curso de Bachillerato, más o menos 15 años) y los dejaba, con la respiración entrecortada, en el cajoncito.

Y a la mañana siguiente:

-“Ay, amor mío, que versos más bonitos me has escrito… Me han encantado. Pero, por cierto, ten cuidado –cariño- que un tal Espronceda te los está copiando…”

Y así pasaban los días, sin que jamás llegáramos a conocer “realmente” a aquella adorable chiquilla que todo sugiere que se reía de uno, sin miramientos.

Ah, que encantadoras aquellas muchachitas que nunca llegaron a existir.


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EN SALAMANCA

Calle de la Compañía (Salamanca)




Hay viejas calles, como la de la Compañía, al pie de palacios y templos dorados por los siglos, en que puede uno ir soñando, en una España celestial, colgada para siempre de las estrellas…

Miguel de Unamuno (Andanzas y visiones españolas)



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jueves, 10 de julio de 2008

VALLADOLID


Paseando estos dias por Valladolid (en la imagen, la Plaza Mayor), hemos conocido que se cumple el centenario de la construccion del edificio de su Ayuntamiento. En primer plano, la representacion escultorica del Conde Ansurez, fundador de la ciudad.
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martes, 1 de julio de 2008

AUSENCIAS



Amig@s nos vamos por unos días. Las nubes nos esperan...


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EL CHOCOLATE DEL LORO





El animal nunca entendió que la señora Marquesa, en su pretensión de reducir los gastos que estaban arruinando la hacienda, hubiera ordenado que le dejaran de dar las gotitas de chocolate, de las sobras, que cada tarde le ofrecían en la merienda.
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