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lunes, 27 de diciembre de 2010

LA MAGIA DE MINERVA

Torrente impetuoso - Imagen: Antiqva





-Buenos días, señor, ¿qué le trae a usted aquí? –le preguntó la señorita Minerva.

Sentado frente a la sabia, el negro Raúl se sentía incapaz de articular palabra alguna. La belleza de la bruja le había impresionado. Era una mujer de mediana edad, de piel morena y cabello rubio, ensortijado, que se le desparramaba por la espalda dando brincos al modo de un torrente impetuoso. Sus facciones eran bellísimas. Irradiaba de ella un poderoso atractivo que hizo que el negro quedara mudo. Si Raulito hubiera conocido el significado de la palabra fascinación hubiera podido decir que había quedado fascinado.

Tuvieron que pasar unos segundos para que el negro recordara el motivo de su visita a la mujer sabia.

Ella, tan pronto como escuchó los antecedentes del asunto, no tuvo dudas acerca de la manera en que se debía buscar su solución.

-Debe, señor, seguir atentamente mis indicaciones. Si lo hace todo con rigor ya mismo habrá usted olvidado a la niña Chole. Su embrujo de amor habrá caído en el olvido…

A esas alturas de la conversación, el negro –fascinado- ni siquiera recordaba para que podría él precisar de un conjuro que lo liberase de Cholita. La niña había pasado a ser un recuerdo tan leve como confuso en su mente. Sentía que no tenía ningún interés por ella. Era ahora la señorita Minerva, con su atávica belleza, la que le hacía sentir que su cuerpo vibraba.

La sabia prosiguió:

-En este caso, señor, vamos a aplicar un conjuro que nació en el Egipto de los faraones. Se trata de una fórmula que alguien dejó escrita en un papiro que luego depositaron en una tumba de Tebas. El documento se conserva en el Museo de Turín y su poder mágico está asegurado para cuestiones de tipo amoroso.

Minerva buscó la fórmula del viejo conjuro, que tenía archivada con tantos otros textos similares en la memoria de su ordenador, la visualizó en la pantalla, la imprimió en un folio y se la entregó al negro…

domingo, 19 de diciembre de 2010

EL HECHIZO DE LA NIÑA

Tela de araña - Imagen: Antiqva





Los amigos estaban preocupados. Habían pasado tres meses desde que Chole se había esfumado y el negro Raúl la seguía sollozando en la noche en los bares del barrio. Fue Miravalle, acodado con el negro en la barra de “La fontana del malecón”, quién le aconsejó:

-Mira, negro, Cholita, sin duda, cuando la conociste, para ganar tu corazón, te embrujó con algún hechizo. Tú no lo sabías pero ella te tuvo atado con ritos de brujas. Lo malo es que luego, cuando se hartó de ti, ni siquiera se ocupó de deshacer el hechizo. Ese es el motivo de que no te la puedes quitar de la mente…

El negro, perplejo, no decía nada.

-Debes, negro, buscar una sabia que sea capaz de romper el embrujo. Solamente con la ayuda de una encantadora conseguirás salir del hechizo que te tiene unido a Cholita. Sin la ayuda de una sabia nunca conseguirás olvidar a la niña. Ella supo tejer alrededor tuyo una tela de araña que te tiene atrapado hasta en los sueños.

Pasaron unos días antes de que Raulito se hiciera con las señas de la señorita Minerva, que en los pasquines callejeros afirmaba ser licenciada en psicología y doctorada en milagros. En esos papeles, la mujer también decía que tenía conocimientos en el manejo de los antiguos rituales que permitían unir o separar personas que ansiaran vivir amores o desamores.

A la mañana siguiente, el negro se vistió de limpio y fue a visitar a la señorita Minerva…






miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA NIÑA CHOLE Y EL AMOR

Icono florentino - Imagen: Antiqva


Al escuchar las palabras del negro Raúl, la niña Chole había sentido que una sensación inmensa de vergüenza dejaba helado su corazón.

En aquel local, avanzada la noche, en medio de una reunión de amigos, el negro, su pareja desde hacía siete meses, concentrando en su sangre una acumulación de ron superior a la permitida por las buenas costumbres, había vociferado:

-Si, amigos, las mujeres, cuando no se dejan amar, pierden mucho de su encanto…

Cholita no lo dudó. A la mañana siguiente el negro, cuando tras penosos esfuerzos pudo al fin alzar su cuerpo de la cama, encontró encima de la mesita un papel en el que ella había sentenciado:

-Adiós negro… Me voy… Me quedo con el icono florentino de la Virgen que tu hermana nos trajo de Antioquia…

Tras leer las palabras de la niña, el negro se sintió desfallecer. Los que lo vieron vagabundear en la noche, durante meses, por los bares de la ciudad, dicen que nunca llegó a entender los motivos por los que su amante le había abandonado…




sábado, 11 de diciembre de 2010

TORRENTE DE PASIÓN

Imagen: Antiqva



Era consciente de que Lucia le engañaba. La delataban las frecuentes reuniones de trabajo, que duraban hasta avanzada la noche, y el olor persistente a Aqva Forte que inundaba todo cuando llegaba. El hombre, de algún modo, había asumido que el cuerpo de Lucia albergada un torrente de deseo que a él ya no le era posible saciar.

Aquella noche, cuando el reloj marcaba las 5:10 horas, Carlos se giró en la cama y comprobó que todavía no había llegado. Pensó, entristecido, que nunca se había retrasado tanto. Fue a los pocos minutos cuando escuchó el estrépito del timbre del teléfono.

-Carlos, Carlos –gritó ella- ¿has pagado el rescate…?

-¿Qué…? –balbuceó él perplejo-

-No lo pagues Carlos, no pagues el rescate… He podido escaparme…

El hombre colgó el teléfono sin decir nada… No pudo evitar que una mueca de sonrisa, enmarcada de tristeza, emergiera de lo más profundo de su alma…

lunes, 6 de diciembre de 2010

EXCURSIÓN AL REINO DE LOS COLORES

Imagen: Antiqva




Los colores de esta imagen, aunque lo pueda parecer, no están trucados… El farallón rojizo del fondo, aparentemente un acantilado natural, es realmente un producto de la mano del hombre; se trata del frente de una antigua mina de hierro “a cielo abierto” que habría sido explotada por una compañía minera inglesa a finales del siglo XIX y principios del XX. El tono verde pálido de la vegetación, por otro lado, tampoco es irreal. Obedece simplemente a que esa mañana hacía frío y las plantas estaban impregnadas de una capa de rocío.

La fotografía está tomada en el Cerro del Hierro, paraje que se enclava en la Sierra Norte de Sevilla, en las estribaciones de Sierra Morena, entre las poblaciones de Constantina y San Nicolás del Puerto. Es un lugar por el que nos encanta caminar, sobre todo cuando llega el mes de mayo, momento en el que las jaras eclosionan como poseídas por una extraña locura que hace que se reproduzcan por miles hasta el infinito llenando el paisaje de bellísimas flores blancas. Esta imagen la tomé la primera vez que visitamos ese lugar, hace algunos años. María, como tantas otras veces, caminaba delante y uno, más lento, iba tomando fotografías de los espacios que íbamos atravesando. Esa mañana estábamos intentando, provistos de un plano que alguien nos había proporcionado, llegar a lo que se conoce como Cueva del Ocre.

Fue de repente, al dejar atrás un desnivel del terreno, cuando nos topamos con la imagen impactante del antiguo frente de la mina, impregnado todo él de los tonos rojizos propios de los óxidos de hierro. María, impresionada, se paró y durante unos segundos contempló la mole rocosa, momento que uno aprovechó para alcanzarla y disparar la imagen, de modo que ella ni siquiera se dio cuenta. Caminábamos lentamente ya que el suelo, impregnado por el rocío, resultaba resbaladizo. Era la primera hora de la mañana y el lugar estaba solitario, de hecho no nos habíamos cruzado con nadie. En aquellos apartados parajes reinaba una soledad absoluta.

Si os fijáis, podréis reparar que en la parte derecha de la imagen se aprecia la entrada de una cueva. Es la Cueva del Ocre, en cuyas paredes aflora este mineral de hierro que en otros tiempos las mujeres adineradas usaron como “colorete” para dar animación a sus rostros. Os puedo asegurar que cuando se toca el ocre, nuestros dedos quedan impregnados de un color amarillento/rojizo que resulta muy difícil quitarse.

Dentro de la cueva, en la obscuridad plena y en la soledad de la mañana, con las gotas de agua escurriendo desde lo alto y sintiendo que nuestros pies pisaban los charcos de barro de ocre, percibíamos que aquello estaba impregnado de una energía especial. Alguien podría decir que allí las vibraciones de la tierra se sentían con especial intensidad.

A veces, en los enterramientos del Paleolítico se han encontrado fragmentos de ocre mezclados con los restos de los hombres. Esta presencia de ocre en las tumbas a partir de los neandertales nos estaría hablando de que estos hombres primitivos tenían ciertas creencias sobre la vida en el más allá… Gracias al ocre con el que los chamanes pintaban los cuerpos se conseguía disimular la palidez de los fallecidos… Gracias al ocre, de algún modo, parecería que la vida retornaba a los cadáveres… El ocre sería así el color de la vida, en este caso de la vida en el mundo de la ultratumba.

Algunas horas después, cuando abandonamos el Cerro del Hierro, nos tomamos un par de cervezas en la modestísima cantina, realmente un chamizo, de lo que había sido el antiguo poblado minero. El hombre que atendía el mostrador solamente nos pudo ofrecer, a modo de aperitivo, una ensalada de tomate. No tenía nada más, salvo esos tomates que cada mañana recoge de su propio huerto. No haría falta decir que estaban riquísimos… Desde entonces, siempre que hemos vuelto se los hemos pedido. Lógicamente, algunas veces los tiene, otras no… En aquella cantina, los descendientes de los mineros, que siguen ocupando las antiguas casas del poblado, se dan cita, sencillamente, para beber vino o cerveza, o para saborear una taza de café o alguno de esos licores que se elaboran en la cercana Cazalla de la Sierra…

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DE LOS MARES

Imagen: Antiqva



Anoche alguien me contó que había visto a una sirena que estaba saboreando un helado de turrón.

En otros tiempos –pensé-, las sirenas se comían a los hombres.

El mundo, sin duda, ha perdido algo de magia.