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sábado, 30 de julio de 2011

Grafiti de Pompeya





Primero con el embrujo de tus ojos me has hecho arder de pasión,
y ahora das rienda suelta a las lágrimas por tus mejillas,
pero las lágrimas no pueden apagar mis llamas:
ellas me queman el rostro y me consumen el corazón.
(Esta es una composición poética de Tiburtino.)

Este poema, fechado en época de Sila, fue encontrado garabateado en la pared de un teatro de Pompeya. Se trata de uno de tantos grafitos amatorios pompeyanos con los que las gentes de aquella ciudad habrían de hablarnos de las ansias de amor que impregnaban sus cuerpos y sus almas.


Imagen tomada en Pompeya: Antiqva Photo

miércoles, 27 de julio de 2011

En Florencia





Desde la terraza del café miro trémulamente hacia la vida…

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.


Imagen: Antiqva Photo

lunes, 25 de julio de 2011

El tiempo envejece deprisa





Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud, respondió.


Antonio Tabucchi, El círculo


Imagen: Antiqva Photo

jueves, 21 de julio de 2011

Guerra Civil Española




A finales de 1936 o principios de 1937 mi madre, entonces una niña, fue evacuada del Madrid republicano, junto a sus dos hermanos. Un tren lentísimo los condujo al Levante, donde terminaron recalando finalmente en Villarreal de los Infantes. Allí fueron acogidos por tres familias distintas. Eduardo, el mayor de los hermanos, había recibido de mi abuela una orden clara: no debía consentir que los separaran. Los tres debían ser acogidos en la misma población.

En Villarreal, mi madre quedó bajo la custodia de una familia que en aquellos tiempos regentaba un hotelito. Tenían también una pequeña huerta de naranjos, donde ella jugaba con los hijos de esas personas que la habían acogido.

En el hotelito, frecuentado por militares republicanos, mi madre, a fin de cuentas una niña que simbolizaba la resistencia madrileña, fue tratada siempre por todos con un cariño especial, conscientes de la tragedia que en esos momentos se estaba viviendo en Madrid.

Mi madre nos habló muchas veces de la emoción que sentía al recordar aquellos tiempos en que ella fue feliz, entre las buenas gentes que la habían acogido en Villarreal, a pesar de estar alejada de sus padres, que siguieron viviendo en el Madrid sitiado.

En esos tiempos, el que habría de ser mi padre, entonces un “chaval”, había sido alistado en el ejército nacional. Se había criado en Valladolid y allí el alzamiento militar había triunfado desde el primer momento. Consciente de la inmensa tragedia que supuso la guerra civil prácticamente nunca nos habló de sus propias experiencias en esos años terribles.

Tiempo después, en un momento más avanzado de la guerra, mis abuelos fueron también evacuados de Madrid y terminaron arribando, igualmente, a Villarreal de los Infantes, buscando recuperar a sus hijos.

Siempre me ha causado sorpresa saber que cuando los franquistas entraron en Villarreal venía con ellos un sargento de la Guardia Civil que era, ni más ni menos, que cuñado de mi abuelo. Este hombre, “que mandaba mucho”, se hizo cargo de toda la familia, ya que mi abuelo –sindicalista de UGT- había muerto unos días antes.

Mi madre nunca olvidó la imagen de las carreteras levantinas, llenas de muertos en las cunetas, cuando los nacionales los evacuaron de Villarreal. Viajaban en un camión del ejército, tapados con colchonetas, y debieron de atravesar alguna zona de lucha, ya que las balas silbaban a ambos lados del camino. El conductor –nos habría de contar mi madre muchas veces- no cesaba de repetir mientras conducía frenéticamente: “¡Por Dios, recen para que ninguna bala me alcance... Si me matan a mí, morirán todos...”

Cuando las tropas nacionales entraron, finalmente, en Madrid, llegando así a su fin la guerra fratricida, mi padre fue uno de los soldados que integraban las fuerzas de ocupación. La noche anterior su grupo había pernoctado en Torrelodones. Fue uno de los hombres que desfilaron en el “Desfile de la Victoria”.

domingo, 17 de julio de 2011

De los dioses olvidados





-Anoche –me dijo la señorita C.- soñé con aquellos tiempos terribles en que los hombres decidieron que los dioses debían morir.

-Fue entonces –prosiguió- cuando ellos, cansados de los hombres, decidieron regresar al cielo.

-Antes –siguió hablando-, desde hacía cientos de años, otros hombres piadosos habían construido templos a esos dioses y los habían adornado con estatuas de mármol y bronce. Cuando llegaron los nuevos hombres, los que odiaban a los dioses, esos templos fueron destruidos. Las estatuas de bronce se fundieron y con el metal se acuñaron monedas con las que se pagó a los mercenarios de los ejércitos. Las estatuas de mármol fueron troceadas y arrojadas a los hornos de cal.

-Algunos de esos hombres piadosos –le dije-, antes de morir, habían podido ocultar algunas estatuas. Durante cientos de años quedaron olvidadas, enterradas en los cimientos de las casas o en el subsuelo de los patios. Habría de pasar mucho tiempo para que algunos de esos cadáveres de los dioses fueran encontrados por hombres que amaban el pasado. Al poco, esos hombres restauraron las estatuas y las veneraron de nuevo, colocándolas ahora en los museos, los nuevos templos de los tiempos presentes.

-En el sueño he sabido –me dijo ella- que cuando los dioses, amenazados por los hombres, retornaron al cielo, solo una diosa decidió quedarse en la tierra. Era Afrodita, la diosa del Amor. Alguien me dijo en el sueño que aterrada por el miedo vivió oculta durante algunos cientos de años en cuevas olvidadas. Me dijo también que las ninfas de las aguas y los duendes de los bosques habrían cuidado de ella.

-Hoy –siguió hablando-, cuando los hombres piadosos están renaciendo, la diosa del Amor ha decidido volver a vivir entre nosotros. Está convencida de que cada día son mas los hombres que han vuelto a creer en los dioses. Ella misma se siente amada por quienes en los museos admiran los mármoles en los que alguien representó su desnudo cuerpo, mitad de diosa, mitad de mujer, en el momento en que está saliendo del baño.

-Es posible –le dije- que ella piense que los hombres que admiran las estatuas de los viejos dioses en los museos sean devotos fieles de ellos. Creo que Afrodita no entiende que hoy el interés de las gentes por los dioses es muy distinto a la veneración que impregnaba las almas de los hombres de los tiempos antiguos.

-Quizás sea así -prosiguió la señorita C.- pero lo cierto es que en el sueño pude hablar con ella. Me dijo que algunos de los dioses, que saben que los hombres están rindiendo de nuevo culto a sus estatuas, están preparando su regreso a la tierra.

-Al parecer –concluyó-, Gea, que ama por igual a los hombres y a los dioses, los está esperando.


Imagen: Antiqva Photo

viernes, 15 de julio de 2011

Noches de boda




Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.

Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel…

Joaquín Sabina


Imagen: Antiqva Photo

jueves, 14 de julio de 2011

Del agua y sus cosas






Cuando alguien le dijo que los ángeles solían manifestarse en los atardeceres, la señorita C. se dedicó a estudiar con un empeño estéril todas las posibles maneras en que un crepúsculo invernal podía verse reflejado en una gota de agua.


Imagen: Antiqva Photo

domingo, 10 de julio de 2011

Mis botas son para caminar





De los lugares imposibles




La señorita C. había sentido que un torbellino de vida recorría sus entrañas. Alguien le había dicho que en ciertos lugares míticos, como las extraviadas islas del Egeo o el centro comercial de Alcorcón, era posible todavía encontrar el Amor.


Imagen: Antiqva Photo

jueves, 7 de julio de 2011

De los destinos


Dicen que Tita era tan sensible que desde que estaba en el vientre de mi bisabuela lloraba y lloraba cuando ésta picaba cebolla; su llanto era tan fuerte que Nacha, la cocinera de la casa, que era medio sorda, lo escuchaba sin esforzarse. Un día los sollozos fueron tan fuertes que provocaron que el parto se adelantara. Y sin que mi bisabuela pudiera decir ni pío, Tita arribó a este mundo prematuramente, sobre la mesa de la cocina, entre los olores de una sopa de fideos que estaba cocinando, los del tomillo, el laurel, el cilantro, el de la leche hervida, el de los ajos y, por supuesto, el de la cebolla. Como se imaginarán, la consabida nalgada no fue necesaria, pues Tita nació llorando de antemano, tal vez porque ella sabía que su oráculo determinaba que en esta vida le estaba negado el matrimonio. Contaba Nacha que Tita fue literalmente empujada a este mundo por un torrente impresionante de lágrimas que se desbordaron sobre la mesa y el piso de la cocina...

Laura Esquivel (Como agua para chocolate)

Imagen: Antiqva Photo