Estos días pasados decidí escribir un cuento de Navidad.
Sucede, simplemente, que mi musa, la señorita C., que tiene alma de gata, me ha abandonado, de modo que intentando forzar mi escaso ingenio decidí, tras haber llevado a cabo ciertas lecturas piadosas, embarcarme en esa aventura que supone escribir un relato apropiado a estas fechas navideñas.
Después, invitado por alguna persona que me tiene, sin duda, cierto cariño, decidí presentarlo a un sitio llamado LA ESFERA CULTURAL, del que, sinceramente, nunca antes había oído hablar.
Y ha ocurrido, al fin, que en ese sitio de tan bello nombre han decidido publicarlo, así que os dejo el enlace por si os arriesgáis a leerlo:
CUENTO DE NAVIDAD
En el caso improbable de que os animéis a visitar ese enlace, ruego me hagáis el favor de pulsar en
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(está justo debajo de la entrada que me han dedicado)
El motivo de haceros esta petición, tan claramente inmoral, es que parece que los relatos mas puntuados por los lectores los publicarán más adelante en un libro físico, en papel, y uno, la verdad, ansía alcanzar esa eterna inmortalidad que figurar como autor en un libro supone.
Si así lo hacéis, que el Altísimo os lo recompense en estas fiestas y en el próximo año con un montón de besos, de los más distintos colores.
Si, además de marcar +1, dejáis allí algún comentario, yo mismo me comprometo a daros un par de besos, a cuyo efecto bastaría con que acercarais un poco la cara a la pantalla del ordenador…
CUENTO DE NAVIDAD
Sucedió en la “Noche Vieja” de hace dos años. Mi mujer se había acostado. Debían ser las dos de la madrugada y yo, ajeno al bullicio que se escuchaba en el piso de arriba, chateaba en el ordenador.-Por Dios, gritó mi mujer desde el dormitorio… Sube y diles a esos chicos que dejen de armar tanto jaleo…Resignado, subí. Pulsé el timbre varias veces mientras pensaba lo que iba a decirles. Al poco, una chica de ojos verdes y sonrisa de película, me abrió la puerta. Supe de inmediato que aquello se complicaba.A eso de las diez de la mañana cuando todos se habían ido, escuché a mi mujer. Estaba chillando en la escalera. La chica y yo, abrazados, reposábamos en el sofá. En la dormivela sentí que los vecinos cuchicheaban en la escalera. Supe que me buscaban. Entonces, alguien pulsó el timbre. Decidí de inmediato que debía esconderme.Desde entonces han pasado dos años. Hace trece días que la chica me abandonó y cada noche siento que echo más de menos mis viejos libros.