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jueves, 27 de septiembre de 2012

En la vieja Castilla

Apertura f/18
Tiempo de exposición 1/100 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 70 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
.
Cuando viajo por Castilla suelo releer los poemas de Antonio Machado, que tanto amó sus campos, ya que aunque vivo en Andalucía desde hace mucho tiempo y mucho en mi es andaluz lo cierto es que nunca he dejado de sentirme “castellano” y me encanta recorrer, una y otra vez, las ciudades, los pueblos y los campos de mi Castilla, esos mismos espacios que Machado cantó en sus poemas.

Estos días pasados, con unos amigos de Valladolid, hicimos una excursión por las tierras de la Ribera del Duero en la que terminamos  arribando entre muchos otros pueblecitos y rincones a Peñafiel, ya casi en el límite entre Valladolid y Burgos. Hice allí la fotografía que ilustra este texto, intentando aunar en ella la silueta del impresionante castillo roquero y la estampa viva de su tradicional caserío. La imagen la hice desde la plaza del Coso.

En sus “Campos de Castilla”, Machado incluyó un poema que desde siempre me ha impresionado. Lo dedicó el poeta al maestro “Azorin”, que por esos tiempos había publicado su libro “Castilla”.

Es un poema intenso, que refleja a mi modo de ver mucho del alma de mi vieja Castilla. Todo sugiere en él que el poeta está recreando una experiencia biográfica, que habría que incluir posiblemente en la excursión que cuando vivía en Soria realizó a la Laguna Negra, ya que la venta de Cidones estaba situaba precisamente en el camino de Soria a Burgos,  antes de llegar a las “tierras de Alvargonzález”, cuyo cuento/leyenda reflejó el autor en su obra.


“La venta de Cidones está en la carretera
que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,
que llaman la Ruipérez, es una viejecita
que aviva el fuego donde borbolla la marmita.
Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto
-bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto-,
contempla silencioso la lumbre del hogar.
Se oye la marmita al fuego borbollar.
Sentado ante una mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,
dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
El caballero es joven, vestido va de luto.
El viento frío azota los chopos del camino.
Se ve pasar de polvo un blanco remolino.
La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,
la mano en la mejilla, medita ensimismado.
Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda,
la tarde habrá caído sobre la tierra parda
de Soria. Todavía los grises serrijones,
con ruina de encinares y mellas de aluviones,
las lomas azuladas, las agrias barranqueras,
picotas y colinas, ribazos y laderas
del páramo sombrío por donde cruza el Duero,
darán al sol de ocaso su resplandor de acero.
La venta se oscurece. El rojo lar humea.
La mecha de un mohoso candil arde y chispea.
El enlutado tiene clavados en el fuego
los ojos largo rato; se los enjuga luego
con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar
el son de la marmita, el ascua del hogar?
Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo
y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.”


Han pasado muchos años desde que Machado escribió sus “Campos de Castilla”. Todavía, sin embargo, uno, cuando los relee, siente que la emoción le llega con la misma fuerza de la vez primera. Uno quiere ver en ese caballero joven, enlutado, al propio poeta, que ha perdido en Soria a la jovencísima Leonor. No se si cuando Machado escribió este poema había ya muerto o no su niña amada. Tampoco es algo que revista ya alguna importancia, a fin de cuentas nunca sabremos si son mas importantes las cosas vividas o las solamente soñadas, y para mí, cuando releo el poema, lo que me llega al corazón es que en estos versos Machado “se estaba soñando” a si mismo.




miércoles, 26 de septiembre de 2012

Este azul que nos cubre...

Apertura f/13
Tiempo de exposición 1/25 s
Velocidad ISO – 500
Distancia focal 24 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR
.
Este azul que nos cubre no es el cielo
sino un efecto de la luz...

Jenaro Talens


 
A través de la fotografía quisiera uno rebelarse contra eso que alguien llamó “mortíferos efectos de la costumbre” y alcanzar a representar, al menos alguna vez, las cosas cotidianas desde una perspectiva insólita...






jueves, 20 de septiembre de 2012

Un rayo de luz (Cuento fantástico)

Apertura f/16
Tiempo de exposición 1/40 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 25 mm
Compensación de la exposición -1,00
HDR
.
Como todos los días, terminado su trabajo, llegó a casa a las veinte horas y cinco minutos. Abrió la puerta y pasó al recibidor. “Buenas noches, cariño –dijo, sin esperar que nadie le contestara”. Caminó hacia el salón y rutinariamente dejó sobre la bandeja plateada sus llaves, la cartera, el teléfono móvil, el reloj y el pañuelo, este siempre como nuevo, inmaculadamente doblado. Con cierta desgana se quitó la gabardina y la colgó de una percha. Luego, fue caminando por el pasillo, dando golpecitos en los pulsadores de la luz, hasta que llegó al cuarto de baño, en donde se lavó las manos impregnándolas de jabón de aloe vera. Fue en ese instante cuando notó cierto estremecimiento. En ese momento, escuchó que su esposa lo llamaba.

Se secó las manos en una toalla de color azul claro y suave textura y emprendió el camino de regreso al salón, apagando cada uno de los pulsadores que antes había ido encendiendo. Cuando llegó, vio que su esposa no estaba allí. Se acercó a la cocina, tampoco estaba. Finalmente la encontró en la salita, frente al inmenso televisor de plasma que en ese momento ya la tenía absorbida. “Cariño –dijo-, me decías algo…” La mujer no le respondió. Pudo escuchar que mascullaba algo, pero comprendió que ahora, absorta en la contemplación de su programa preferido de la noche, ella estaba en otros mundos.

Fue entonces cuando el hombre reparó en el estremecimiento que había sacudido su espalda cuando se estaba lavando las manos unos minutos antes. Recordó que cuando eso sucedía había podido materializar, más allá del espejo, a una mujer que lo estaba contemplando y que desde la noche le hablaba. Al escuchar sus palabras, había sentido durante unos instantes, mientras la miraba con asombro, que la vida todavía seguía latiendo en sus venas. Había sido en ese momento cuando su esposa lo había llamado, destrozando esos segundos de hechizo.

El hombre pensó que debía volver al cuarto de baño. “Es posible –pensó- que la mujer todavía esté allí”. Iba caminando nuevamente por el pasillo cuando escuchó que su esposa, de nuevo, le decía algo. Estuvo a punto de volverse, pero no lo hizo. Había decidido seguir adelante con la aventura que le estaba aguardando más allá del espejo. Sabía que en la voz de la noche, que esa mujer representaba, podría escuchar todas las voces que callan durante el día.


viernes, 14 de septiembre de 2012

Manantiales de luz

Apertura f/13
Tiempo de exposición 1/15 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 30 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
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Desde muy joven, a la señorita C. siempre le han atraido los manantiales de los que brotan los versos, y los besos...

jueves, 6 de septiembre de 2012

Campos de Andalucía

Apertura f/22
Tiempo de exposición 1/60 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
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“Por una senda van los hortelanos,
que es la sagrada hora del regreso,
con la sangre injuriada por el peso
de inviernos, primaveras y veranos.

Vienen de los esfuerzos sobrehumanos
y van a la canción, y van al beso,
y van dejando por el aire impreso
un olor de herramientas y de manos.

Por otra senda yo, por otra senda
que no conduce al beso aunque es la hora,
sino que merodea sin destino.

Bajo su frente trágica y tremenda,
un toro solo en la ribera llora
olvidando que es toro y masculino.”

Miguel Hernández, El rayo que no cesa


Acerca de este poema Juan Cano Ballesta decía que a la hora del atardecer, cuando los hortelanos, agotados por el trabajo, volvían al descanso y el amor conyugal, Miguel Hernández sentía más hondamente su soledad “que no conduce al beso aunque es la hora” y veía en el toro que pace en la ribera, “de frente trágica y tremenda”, el espejo o símbolo de su propia existencia alejada en esos tiempos de los gozos del beso y del amor.

La fotografía está tomada en la Andalucía profunda, en el valle del Genil, en las inmediaciones de Cuevas de San Marcos (Málaga).