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miércoles, 31 de octubre de 2012

Confidencias

Apertura f/11
Tiempo de exposición 1/20 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 48 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR

  
Anoche la señorita C. me dijo que cuando el amor oculta la realidad, el mundo se hace mas bello.



miércoles, 24 de octubre de 2012

El vaporetto

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/210 s
Velocidad ISO – 400
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR

Sabía que solamente despertando del sueño podría escapar de los golpes de aquel hombre, pero no podía hacerlo. Una y otra vez me decía: “Debes despertar…  Debes despertar…”, pero no conseguía despertarme. Estaba angustiado. Quería salir de la pesadilla y escapar de aquel hombre, pero no sabía cómo.

Todo en el sueño aparecía envuelto en las brumas de un atardecer invernal. Estaba en un vaporetto que surcaba las aguas del Gran Canal de Venecia. No tenía ni idea de cómo había llegado allí. Estaba fumando en la cubierta cuando una mujer, avanzando a grandes pasos, se acercó a mí: “Sálveme…” –me dijo cuando llegó a mi lado. Sin tiempo siquiera para pensar reparé en que unos pasos más allá alguien que empuñaba una navaja se acercaba a nosotros. Inesperadamente, la mujer, que iba vestida solamente con un camisón transparente de seda, me abrazó y me besó.

Estaba desconcertado. “Que imágenes tan extrañas nacen en las pesadillas” –pensé. En el irreal mundo de la noche puede uno enfrentarse a las más insólitas irrealidades. En la noche, en el tiempo de los monstruos, todo es posible.

Para entonces la mujer y yo nos estábamos besando. Ella había cerrado los ojos y apretaba sus pechos contra mi cuerpo. “Oh, un sueño erótico…” –pensé. Pero no lo era. Al momento el tipo llegó y me clavó la navaja en el vientre. Conmocionado supe que debía despertar si no quería perder la vida. Siempre he pensado que es mala cosa verse morir en un sueño y solamente podría eludir a aquel hombre y sus golpes si conseguía arribar al mundo de la vida. Una y otra vez me esforcé por abrir los ojos, mientras él me seguía clavando, también una y otra vez, la navaja. Sentía que mi cuerpo era un manantial de sangre. En algún momento supe que la hoja de acero se había roto al chocar con alguno de mis huesos. Entonces, él, con un gesto de contrariedad, me dio una bofetada que hizo que mi cuerpo rodase por el suelo. Después me envolvió en sus brazos y me arrojó por la borda. “Vamos cariño, volvamos, ya ha pasado todo” -escuché que le decía a la mujer mientras yo me hundía arropado por las aguas del canal.

Para entonces, ya había renunciado a despertar. Todo había terminado. Sentía que ya no me amenazaba ningún peligro. En aquellas aguas sentía que al fin podía descansar. El sueño había terminado. Solo me restaba dormir profundamente, liberado de la pesadilla.

No se cuanto tiempo pasó, pero en algún momento conseguí despertar. Me parecía que seguía soñando. Sentía que mi cuerpo estaba dolorido, magullado por decenas de heridas, y que apenas podía respirar. Estaba en un lugar que no conseguía identificar. Tuvieron que pasar unos minutos para que fuera tomando conciencia. Se trataba de la habitación de un hospital. Un médico le decía a una enfermera que estaba tomando notas que yo había sido apuñalado y que la operación de urgencia había sido satisfactoria, si bien todavía tenía los pulmones encharcados de sangre y de agua. “Tendrá que estar unas semanas inmóvil –habló el hombre-. No deje usted que se levante. Está sondado y lo alimentamos con suero, de modo que no tiene porqué levantarse.”

Así fue como supe, ya despierto, que aquello no había sido un sueño.

Ha sido después, no se cuanto tiempo ha pasado, cuando estoy sintiendo que alguien está abriendo la puerta de la habitación. Es una mujer. Es la mujer que me había besado en el vaporetto. Veo que ahora viste una bata verde de médico. Se está acercando a mi y me susurra algo: "Vida mía, te amo, cuidaré siempre de ti..." Con una mezcla de emoción y temor siento que me está besando. Creo que piensa que estoy dormido, y quizás sea cierto...

miércoles, 17 de octubre de 2012

La aparición de lo azul

Apertura f/7,1
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 500
Distancia focal 40 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR

Ignorante del vértigo, vivía al borde de un acantilado. Cierto día, una pareja de pinzones anidó en su barba, que era como los versos de la “Oda a Walt Whitman”. Fue él quien me explicó como, para hacer un océano, debería llenar un vaso de agua: Cualquier vaso sirve –dijo puntilloso-; más tarde, deposítelo en una habitación solitaria, después ha de esperar la aparición de lo azul. Eso es lo más difícil, más si lo logra (y nada se opone a ello), los peces llegarán de todas partes (incluso voladores, parecidos a las mariposas gigantes del Brasil); y si abre a tiempo la ventana, también recibirá algunas gaviotas, pero tenga cuidado, pues ellas se comerán sus peces.

Rafael Pérez Estrada, Alta mar
 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cuando llega el otoño

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/400 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 98 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR



Cuando vive la realidad, la señorita C. mantiene una relación que se llama vida. Ante los ensueños, la relación es de ilusión.

…/…

La señorita C., desde que era adolescente, lleva un falso diario en el que registra las cosas no como han sido sino como ella las ha soñado. Cuando el negro Raulito lo supo, ella le dijo que así ha creado un mundo de fantasía en el que puede volver a vivir sus propios ensueños. Él nunca ha sido capaz de entenderla.

…/…




He venido a la ciudad para escribir un poema. Anoche supe que Raulito, ¡quien sabe desde cuando!, ha estado leyendo mi diario. Me dijo que ha sentido que ya no le amo. No entiende que yo no anoto las cosas como me suceden sino como las sueño. Cree que los sueños son realidades y que le engaño con otros hombres. Anoche, cuando me lo dijo, me hizo un número. No me ha gustado que lea mis sueños y he decidido alejarme de él, venir a la ciudad y volcarme en escribir algún poema. Y aquí estoy, sentada en la terraza del café Varadero, frente al puerto y el mar, escuchando como una chica polaca interpreta “El otoño” de Vivaldi. Tengo ante mi una hoja de papel en blanco, pero siento que van pasando los minutos y no consigo que el poema acuda a mi mente. Todavía no he escrito ni una sola estrofa. Maldita sea. En su lugar, de continuo viene a mi mente la visión de un trapecista que hace su número en el Circo Ruso.

Creía que alejándome de Raulito todo podría volver a ser como antes. Que podría escribir de nuevo algún poema. Pero algo está pasando que me lo impide. Percibo con obstinación la imagen de ese vigoroso y desconocido trapecista, a pesar de que yo lo que quiero es escribir unos versos. Un poema de amor y de esperanza. Un poema de emociones que hable de mares y de sentimientos. Un poema como aquel que ahora estoy recordando:

“Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios.”

Pero no consigo escribir nada. Siento que la hoja de papel que tengo en mis manos está actuando como un espejo en el que solo se reflejan mis propios temores. Y aquí sigo. Llena de desesperanza. Han pasado varias horas. He escrito estas palabras pero siento que el poema no viene. Además, mientras tanto, mi teléfono móvil está sonando de continuo. Supongo que Raulito, que no sabe de mi huida, está buscándome enloquecido. Alzo mis ojos. He sentido que la música ya no suena. Miro y veo que la chica polaca ha guardado su violín y está recogiendo los trastos. Termina de hacerlo y se aleja.

Ya llevo tres horas en el Varadero. Creo que esto no tiene ningún sentido. No consigo escribir el poema. Voy a dejarme de historias. Me olvidaré de él, de los mares y de los amores. En su lugar volveré a casa, me maquillaré, me vestiré de rojo, me pondré tacones y me iré al Circo Ruso. Estoy segura de que el trapecista no se me podrá resistir.

Bueno, salvo que Raulito me lo impida.



NOTAS
El poema del marinero, que cita la señorita C., es de Antonio Machado.

La imagen de la supuesta “chica polaca” que interpreta “El otoño” de Vivaldi está tomada en la Puerta del Puente de la Judería cordobesa. No estoy muy seguro de que la otra chica, la que está de espaldas, sea la señorita C.



Estrella Altair, una amiga entrañable, va a publicar este “cuento de la señorita C.” en su blog “La mirada sencilla”. Su intención es ilustrar el texto con alguna imagen que ella estime adecuada a la idea que tiene acerca de este personaje. Agradezco a Estrella esta muestra de afecto y os invito a visitar su blog, que tanto en su estética como en sus contenidos es una verdadera maravilla.


miércoles, 3 de octubre de 2012

El monstruo que hablaba de las plantas

Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -1,70
.
 
Anne Crowe es una escritura escocesa empeñada en escribir sobre la belleza del mundo, incluidos todos sus desastres. Sus poemas representan un canto a la bondad, aún a pesar de las crueldades y atrocidades que desde siempre acompañan a los hombres. De ella dijo Juan Margarit: “Para esta poeta el pasado está dentro de las palabras, las palabras son nuestro lazo con todo aquello que la memoria ha perdido…” Ella, con sus palabras, se empeña en recuperar una visión, retocada con cierta dosis de dulzura, de esa memoria.

Hace tiempo tuve ocasión de recorrer algunos rincones de Escocia. Alguien, entonces, me habló de esta mujer. Estas semanas pasadas he estado leyendo uno de sus libros de poemas. Reproduzco ahora uno de ellos, en el que Anne nos habla de como con motivo de un viaje en tren, un gigante espantoso vestido de cuero negro vino a sentarse a su lado. La mujer sintió miedo. Sintió ese miedo que nos acompaña siempre que estamos ante algo que no conocemos. Pronto, sin embargo, el miedo quedó atrás cuando el gigante de los clavos y el pelo cortado a lo mohicano se transformó en un hombre verde que la hizo viajar al mundo maravilloso de las plantas. A un mundo en el que el colobo, la catleya, y la manorina campanera se asomaban a hurtadillas desde las periferias del habla.


“Estaba de pie al final del vagón.
Un gigante espantoso vestido de cuero negro,
con franjas y clavos y el pelo cortado a lo mohicano.
Ha venido a sentarse en el asiento de al lado.

Y de pronto: “Las plantas son extraordinarias, ¿no es verdad?”
La voz, con un fuerte acento del Ulster. Y levanta la mirada del libro,
los ojos brillantes bajo la cresta leonada.
-“Si no fuera por las plantas,
si no fuera por los haces vasculares,
nosotros no podríamos mantenernos en pie.”
Habla con un crujir de cuero,
con un sonido como el de las ramas de un pinar
al rozarse entre sí. Y una multitud de clavos,
desde las orejas hasta los desnudos brazos con pulseras,
y sus elocuentes mitones con puños de hierro,
relucen y destellan como la lluvia sobre los cardos.

Es un hombre verde que habla con hojas.
El frondoso follaje llena el vagón
de rumores susurrados: de palabras que componen
una música linneana, dejando espacio
para que el colobo, la catleya, y la manorina campanera
se asomen a hurtadillas desde las periferias del habla.

Durante una hora dominó la conversación con un lenguaje
tan por encima de mí como una secuoya.
Esquivo como el jaguar, y con todo perdido.
Todo menos aquellos hogareños y resonantes
“haces vasculares”. Ah, y el salterio.
Tocaba el salterio en un conjunto de folk-rock,
e iba a tocar a Newcastle, donde bajó del tren.

Pienso en como le había temido,
de cómo tememos lo que no conocemos.
Y cuando escucho por la radio los silbidos
y los tambores de los orangistas que marchan,
intento imaginar la melodía adaptada para salterio,
oyendo las cuerdas mansamente pulsadas,
viendo una figura vestida de negro,
alta como un cedro del Líbano y bailando,
como David con su salterio
ante el Señor.”

Anne Crowe, Punk con salterio