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lunes, 26 de noviembre de 2012

Cuento fantástico

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/500 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR




Ha decidido usted escribir un cuento fantástico. Enhorabuena por su decisión. Le damos la bienvenida al mundo de la creación y confiamos en que estas instrucciones le resulten útiles.

Ante todo, previamente al proceso creador, debe usted dedicar muchas horas a leer y debe hacerlo prestando interés a cada frase, a cada palabra, hasta que encuentre algo que le haga sentir cierta emoción. Debe leer poesía, narrativa, periódicos, folletos publicitarios, todo lo que caiga en su mano. Debe ser consciente, mientras lee, de que la emoción que producen las palabras suele estar escondida. Deberá buscarla.

En algún momento, sentirá que algo le conmueve. Por ejemplo, usted se topa con un poema que dice:

“No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.”

Felicidades. Acaba usted de encontrar la materia prima que le va a permitir crear. Ya puede empezar a escribir el cuento. Lo iniciará, tal y como hace Georges Perec, con la frase “Me acuerdo…”, a la que empalmará al arranque de la historia, que copiará de ese poema que le ha conmovido:

“Me acuerdo de que no fue un sueño…”

Ahora, para distanciarse del texto que está usando como inspiración, debe añadir algo novedoso, una frase que ha de abrirle el camino a la culminación del cuento. En este caso, podría ser:

“Lo sentí.”

En este momento su imaginación se ha puesto a trabajar. No la moleste. Deje que haga su trabajo. Es ella la que debe ocuparse de buscar un elemento final que resulte irreal, imposible, maravilloso, fantástico. Da lo mismo que hable de sirenas, minotauros o niños que son atacados por la caballería de los Estados Unidos. Usted debe seleccionar alguna de las alternativas que su mente le brinda. A modo de ejemplo, decide usar a la Diosa del Lago, y escribe lo siguiente:

“La Diosa del Lago llegó en la noche y me amó.”

Magnífico. Nuevamente le felicitamos. El proceso creador se está acercando a su término. Su cuento está a punto de ser alumbrado. Bastará ahora con que una las tres frases que previamente ha construido y el contenido final del relato vendría a ser:

“Me acuerdo de que no fue un sueño. Lo sentí. La Diosa del Lago llegó en la noche y me amó.”

sábado, 17 de noviembre de 2012

Una ciudad y un balcón

Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/30 s
Velocidad ISO – 1.000
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR


  
  No me podrán quitar el dolorido sentir…"

Garcilaso



“En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos…

¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.

Azorín, Castilla



- Esta fotografía la hice en una placita de Burgos, cuando ya estaba anocheciendo, hace unos meses con motivo de un viaje por Castilla. No reparé entonces en que en uno de los ventanales estaba una mujer. Si os fijáis, podréis ver que ella está en la casa colorada, en el balcón cubierto de cristalera de la planta de arriba. En ese momento estaba yo distraído con tres cuestiones. De un lado, recordaba una conversación reciente con una amiga de América que me había contado que una de sus bisabuelas había vivido, antes de emigrar, en Burgos. De otro lado, tenía especial interés en captar al grupo que está conversando, iluminado por una farola, en el rincón izquierdo de la imagen. Finalmente, mi mente estaba también evocando el viejo texto de Azorín, que he reproducido más arriba. Recuerdo ahora, cuando escribo estas palabras de presentación de la fotografía, que hace ya mucho tiempo alguien me aconsejó: “Lee a Azorín… No lo dudes, lee a Azorín…”, buen consejo, pienso.

Ha de decir, finalmente, que esta placita burgalesa está situada en uno de los costados de la catedral. De hecho, en la zona de derecha de la imagen, que expresamente no he querido recortar, se puede apreciar como surge el edificio adornado con pináculos de este impresionante templo burgalés. Ese anochecer, por si todo lo dicho fuera poco, el cielo que se alzaba por encima de la placita se mostraba espectacularmente bello. El sol de la noche, al reflejarse en las nubes bajas, las había teñido de unas tonalidades rojizas espectaculares.



sábado, 10 de noviembre de 2012

Tiempo de lluvia y soldados

Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/160 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70


  
 

“Las cosas se saben o no; no hay por qué comprenderlas…”

Max Aub


“En el corazón de lo que escribimos siempre quedan encerrados elementos de nuestra biografía…”

Antiqva




Esta mañana me han dicho que posiblemente tenga que matar a un hombre. Hoy está lloviendo y anoche apenas he dormido. He tenido servicio de guardia y eso supone, cuando llega la noche, dos horas de vigilancia en alguna garita, fusil en mano, y cuatro horas de descanso, de las que tenemos que descontar el tiempo de las idas y las venidas a los puestos y el de dar las novedades al oficial, de modo que las cuatro horas se quedan en poco más de tres. Un tiempo insuficiente de descanso para un joven de diecinueve años. Además, tenemos que acostarnos con el uniforme y los correajes y esta noche, con la lluvia, el “tres cuartos” y las botas estaban empapados de agua y barro. La áspera manta con la que nos cubrimos en las horas de descanso es incapaz de sacar de nosotros el frío de estas noches de invierno.

Hoy es 20 de diciembre de 1973. Faltan un par de días para que pueda tomar una semana de permiso y esta mañana, cuando estamos a las puertas de la Navidad, un grupo de terroristas de E.T.A. ha matado al almirante Carrero Blanco, al parecer un personaje importante en el gobierno de Franco. La verdad es que yo nunca he oído su nombre. No tengo ni idea de quien era, pero os puedo asegurar que su muerte ha ocasionado un revuelo en el cuartel. No han pasado un par de horas del atentado cuando el cabo furriel nos ha anunciado que los permisos de Navidad han sido anulados, quedando todos nosotros acuartelados. Las guardias se han doblado y a mi, que había estado de servicio esta noche pasada, me han enlazado una guardia saliente con otra entrante.

Formados en el patio, bajo una lluvia que nos empapa, el capitán a cuyas órdenes está nuestra batería nos está hablando:

-“Soldados, han asesinado al Presidente del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero Blanco. La Patria exige que estemos alerta en este momento. Además, hace media hora hemos recibido en este acuartelamiento una amenaza de bomba. Al parecer, grupos que operan en la clandestinidad quieren aprovechar estos momentos de confusión para sembrar la inquietud en la ciudad colocando explosivos en diversos lugares estratégicos. Ya se os ha dicho que vamos a redoblar las guardias. Todos los que entréis de servicio tenéis que tener el fusil cargado y quitado el seguro. Ante cualquier duda, tenéis mi orden de disparar a matar. Los acontecimientos no permiten otra cosa. La Patria exige eso. Si alguien se os acerca y no entra en razones ante vuestra orden de que se detenga y alce las manos, disparadle…”

Al poco, algo cabizbajo, acompañado por el cabo de guardia, me estoy dirigiendo a la puerta falsa del cuartel, para hacer el relevo en el puesto. “Verás –estoy pensando mientras camino, fusil al hombro- como algún insensato me monta hoy un lío…”

Y así ha sido. A los pocos minutos de hacer el relevo, mientras soporto la lluvia cayendo sobre mi cuerpo y miro con atención los movimientos en la calle puedo ver como un individuo que arrastra una caja de cierto tamaño se acerca a la tapia del cuartel, deja la caja apoyada en el suelo y protegido por un paraguas se queda allí plantado, como esperando algo.

No lo dudo. Encañono al tipo con el fusil y le exijo a gritos que se aleje de allí, pero no se inmuta. No parece escucharme. Posiblemente piensa que no me dirijo a él. Están siendo unos segundos interminables. Al poco, se ha dado cuenta de que es él el destinatario de mis voces y me grita diciendo que está esperando a alguien, que lo llevara a Puente Osuna, y que se ha colocado allí para protegerse un poco de la lluvia.

Mi mirada y la suya se han cruzado en el instante en que yo he descerrajado el Mauser provocando un ruido seco. La bala se ha introducido en la recámara. Siento que mi cuerpo está temblando.

-Las manos a la cabeza –grito… Las manos a la cabeza… Y haga palmas con las manos… Que yo vea las manos haciendo palmas por encima de su cabeza…

-Estás loco, muchacho –me responde.

Lo tengo encañonado. No lo dudo. Aprieto el gatillo. Suena el trueno del disparo. El tipo se queda inmóvil. Sin duda, no se cree lo que está pasando. Mientras tanto, temo que tenga que disparar una segunda vez, pero no es así. No me ha dado tiempo a introducir una segunda bala en la recámara. Él se ha echado a correr, lanzando improperios. Deja atrás el paquete y el paraguas.

Unos minutos después la Policía Militar ha acordonado la zona y al poco unos artificieros están inspeccionando la caja. Parece que contiene cartones de tabaco, que son requisados y puestos a disposición del oficial que habrá de instruir el incidente. Todo ha sido una falsa alarma, pero yo he actuado tal y como se esperaba que hiciera. Recibo algunas felicitaciones. “Así es como tenéis que actuar.” –me dice el Teniente Coronel en estos primeros momentos que siguen a la confusión del disparo.   

El asunto se complica luego, cuando la Policía Militar se extraña de no encontrar en el pavimento ninguna señal del balazo. “Soldado –me están preguntando-, quieres decirnos exactamente a donde estabas apuntando. No encontramos ninguna señal de que la bala rebotara en el suelo.

-Mi teniente -respondo-, aunque en ese momento tenía claro como debía de actuar no puedo ocultar que me puse algo nervioso. Es posible que en lugar de disparar a las piernas, como era mi intención, la bala se desviara al cielo. No se decirle, mi teniente. Desde luego, disparé. Todos escucharon el ruido del disparo.

He tenido que prestar declaración varias veces y a la postre el asunto ha quedado zanjado. Lo importante, a fin de cuentas, es que he sido un ejemplo de actuación y que además la amenaza de las bombas ha resultado ser una mera fábula. Nos dicen que hoy  no ha pasado nada en la ciudad. Ningún explosivo ha estallado. Cuentan que las gentes están tranquilas. Todos están asustados, pero tranquilos.

No pueden sospechar que uno, en los tiempos en que era un recluta destinado en el  C.I.R. número 7 de Saturio del Duero, cuando hacía los primeros ejercicios de tiro simulado había escondido en mis bolsillos tres balas de fogeo que pensaba conservar como recuerdo de mi tiempo de servicio obligatorio en el ejército. Esta mañana, cuando me han dicho que quizás tendría que matar a un hombre, he decidido utilizarlas.



domingo, 4 de noviembre de 2012

En el silencio dulce de las noches

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/75 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR


  
 
“Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente, desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de las noches.”

Luis Cernuda, Noche de Luna




Una noche de julio de 1984, en sueños, hice el amor con la Dama del Lago. Desde entonces nunca he vuelto a soñar con ella. Fue ayer, cuando esperaba en la estación de autobuses la llegada de unos familiares, cuando la he visto en el vestíbulo del edificio. He dado unos pasos para alcanzarla y hubiera querido saludarla pero ella ni siquiera se ha fijado en mi. Reconozco que me he sentido triste al saber que las damas de los lagos de los sueños también envejecen. Tenía aspecto de estar cansada. Sin embargo, conforme se alejaba, he pensado que las canas le sientan maravillosamente bien.

Ojala pueda volver a soñar con ella…