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domingo, 31 de marzo de 2013

La señorita C. y el amor

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/125 segundos
Velocidad ISO – 400
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR





-En todo amor –decía la señorita C.- siempre llega un momento en que el deseo es sustituido por los recuerdos.





sábado, 23 de marzo de 2013

La fuga de Sophie

Apertura f/13
Tiempo de exposición 1/40 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 66 mm
Compensación de la exposición -0,70

HDR




Sophie supo que algo iba mal. Al salir a la calle 57 había visto que un agente, plantado ante el automóvil de Daniel, estaba gesticulando. Todo sugería que lo estaba multando por haber aparcado en un espacio prohibido. De inmediato, Sophie tomó su decisión. Con dos ágiles movimientos de los pies se desprendió de sus zapatos de tacón y echó a correr en dirección a la avenida Madison.

Al verla correr, Joe y yo tampoco lo pensamos. Ni siquiera me di cuenta de que un policía estaba multando a Daniel. Vi salir disparada a Sophie y decidí correr. Joe, más ágil,  me precedía. Me llevaba la delantera por unos diez metros. A uno, a fin de cuentas, le sobraban algunos años y muchos kilos y no era capaz de mantener su endiablada velocidad.

Apenas llevaba medio minuto corriendo, intentando acercarme a Joe, cuando tomé conciencia de que estaba a punto de asfixiarme. Fue entonces, en ese momento de desesperación, cuando pensé -¡maldita sea!- que uno ya no estaba para esas carreras. Unos segundos después, a punto ya de caer derrumbado, fue cuando observé que dos policías, desde la acera del otro lado, cruzaban la calle y se dirigían a Joe, que seguía corriendo con la desesperación de quien bracea antes de morir ahogado. Al verlos, me paré de inmediato. Quizás los agentes habían visto como Sophie pasaba corriendo, doblando luego la esquina de la avenida Madison, y habían pensado que Joe la iba persiguiendo. Era posible que ni siquiera hubieran reparado en mi. Quizás se habían lanzado sobre Joe pensando que este quería alcanzar a la mujer para hacerle daño.

Decidí pararme y me esforcé por aparentar tranquilidad mientras recuperaba el aliento. Durante unos segundos respiré todo lo pausadamente que pude. Llegó a parecerme, incluso, que el mundo que me envolvía se paralizaba conmigo. Solo Joe y los policías parecían estar vivos. Solo ellos se movían. La gente, contemplando la escena, había quedado inmóvil. Estaba junto a un semáforo y al poco una anciana, con paso vacilante, hizo ademán de cruzar la calle. Espere, señora – le dije. Yo le ayudo. Y con amabilidad fingida la tomé del brazo y muy despacio, caminando juntos, la conduje al otro lado. Mientras lo hacía, contemplaba como a unas decenas de metros los policías aporreaban las piernas y la espalda de Joe, que en ese momento ya estaba tirado en el suelo. Vi luego como uno de los agentes le aprisionaba la columna con sus rodillas. Después sabría que le habían roto un par de costillas.

La anciana y yo, mientras tanto, seguíamos caminando lentamente. Cuando terminamos de cruzar la calle, solté su brazo con amabilidad y ella me dirigió algunas palabras, supongo que de agradecimiento, que ni siquiera escuché. Mi interés ahora era otro. Los policías no me miraban y decidí que debía seguir a Sophie, aunque por motivos obvios no debía correr. No quería despertar el recelo de los agentes y caminé a paso normal por la calle 57 hasta alcanzar el cruce con la avenida Madison. Antes había visto como Sophie doblaba la esquina y huía por ella, así que decidí seguir sus pasos, ahora de nuevo corriendo, lejos ya de la mirada policial.

Estuve trotando un par de minutos hasta que supe que jamás podría alcanzarla. Antes había visto como la chica, tan menuda y sin zapatos, corría a la velocidad del vértigo. Algunos instantes después, entre jadeos cada vez más angustiosos, tuve que desistir.

Desde entonces han pasado cinco años. Joe, esta mañana, me ha llamado. Le han soltado, con la condicional. De Daniel nunca hemos vuelto a saber nada. Todo sugiere que se asustó y huyó quién sabe a donde. La verdad es que nos olvidamos de él hace ya mucho tiempo. A quién tenemos mucho interés en encontrar, sin embargo, es a Sophie, ese ángel escapista experto en fugas. Era ella, a fin de cuentas, quien llevaba los diamantes que habíamos robado en Tiffany.




jueves, 14 de marzo de 2013

La chica de la bicicleta

Apertura f/16
Tiempo de exposición 1/320 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 52 mm
Compensación de la exposición -0,70

HDR



La vida es una luz azul…
 





Llenaba la mañana
el aspirar del aire.

Caminaste, despacio,
hasta la piedra grave.

No fuiste para ver,
sino para no ver.

Solos, en la mañana,
tu soledad y tú.

Corría el aire suave,
oscuridad, tu luz.


Andrés Sánchez Robayna, La sombra y la apariencia




sábado, 9 de marzo de 2013

Eros distante

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 24 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR



Tan sólo mirar.

¿Es un pecado que se vayan los ojos,

el que en el limpio cristal de la pupila apresemos imágenes,

ídolos de carne, y en nuestro templo propio, el aposento

del alma, lo escondamos?

No me llaméis ladrón, por este robo

del ídolo callejero. No es apenas

un átomo de rapto. Tan sólo levadura

de la belleza andante, pura imagen de luz.

Eros distante…





Juan Bernier, Tan sólo mirar 




lunes, 4 de marzo de 2013

Luna en el agua

Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/160 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 90 mm
Compensación de la exposición -0,70




 Acaricio tu boca, con mis dedos acaricio tu boca, perfilo tus labios como si los crease con mis dedos, como si tus labios existieran ahora por primera vez, entonces, cierro los ojos y todo se deshace y todo puede comenzar de nuevo, siento que tus labios nacen cuando yo los dibujo, son mis dedos los que hacen nacer tu boca, perfilo tus labios y los dibujo en tu rostro, y luego por un misterio mágico esos labios coinciden plenamente con tu boca, que sonríe debajo de la boca que mi mano ha creado.


Me miras, me miras de cerca, cada vez más cerca, y jugamos a ser cíclopes que se miran de cerca y nuestros ojos se agrandan, se aproximan, se unen, y respiramos aturdidos, y nos buscamos, nuestros labios se encuentran y luchan tibiamente, apoyando apenas la lengua en los dientes nos mordemos la boca, jugamos en unas oquedades en las que nuestros alientos vienen y van dejando un silencio y un perfume ambiguo. Ahora mi mano quiere tocar tu cabello, acariciar la frondosidad de tu pelo mientras nos besamos sintiendo que nuestras bocas están llenas de flores o de peces, de movimientos vivos, de oscuras fragancias. Y al mordernos, el dolor es dulce, y sin aliento nos sumergimos en un instante breve y terrible, y saboreamos esta muerte pasajera, tan bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.



(Este texto es una "traducción libre" de una versión italiana de un fragmento del capítulo séptimo de "Rayuela", de Julio Cortazar.)