Tiempo de exposición 1/100 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 75 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Precedidas por Polonia, la Gran Rezadora, una turba de mujeres entonaba con dosis similares de fervor y alegría festiva la oración de las cien Aves María. La tarde caía. Todas sabían que un incierto peligro se cernía sobre Iris e intentaban conjurarlo.
Esa mañana, Iris, adolescente de belleza cobriza, había amanecido con el camisón desabrochado y con el cabello enredado. Cuando Felicia, su madre, al despertarla, la había visto así había recordado que en estos casos todos decían que se trataba de señales de que alguna bruja se había introducido en los sueños y había causado el enmarañamiento. La mujer no intentó desenredar el cabello. Sabía que si lo hacía, su hija corría el peligro de quedar hechizada. La niña no debía peinarse hasta que alguien con conocimiento disipara el conjuro.
Sin perder tiempo, Felicia informó del suceso a la vieja Polonia y esta sostuvo que el modo más fiable de eludir el hechizo era utilizando para deshacer la maraña de pelos una soga en la que se hubiera ahorcado a alguien. Deshaciendo el nudo de esa soga ella podría desenredar sin peligro el cabello de Iris. Bastaría luego con arrojar la soga y los restos del pelo que se hubieran desprendido a un fuego de purificación en el que habrían de consumirse. Nadie en la aldea tenía, sin embargo, una soga de ahorcado de modo que la vieja le dijo que tendría que hacer otro ritual, dirigido ahora, si tenía éxito, a amarrar los testículos del demonio, señor indiscutible de las brujas. Atándolos convenientemente, el conjuro que pesaba sobre la niña sería vencido. Fue así como todas las mujeres de la aldea salieron al campo aquella tarde en procesión entonando las cien Aves María y haciendo nudos en todas las plantas silvestres con las que se fueron topando, espartos, lentiscos, incluso anudando con trapos y pañuelos las ramas de los árboles. Mientras hacían eso, la Gran Rezadora repetía una y otra vez las palabras mágicas de prendimiento:
“Diablo, diablo, de los huevos te ato, hasta el año que viene, no te los desato.”
Cuando anocheció, Polonia desenredó los cabellos de Iris y después las mujeres, entonando ahora canticos desvergonzados, regresaron a la aldea. Felicia se sentía alborozada. El peligro que amenazada a su hija había sido conjurado. Suspirando, agradeció a las mujeres la ayuda que le habían prestado y prometió a Polonia que a la mañana siguiente le regalaría uno de sus gallos.
Sobresaltada con estos sucesos, aquella noche Iris ni siquiera pudo terminar su cena. Algo después, ya acostada, decidió que esa noche no iba a permitir que su primo Héctor, cuando llegase de madrugada para amarla, volviera a enredarla el pelo con sus manos ansiosas de tocamientos y caricias. Desde ahora, se juró, ni siquiera se desabrocharía el camisón.
A Estrella Altair, a quien le gustan las fotografías de las "cosas" de la naturaleza, que suele robarme con frecuencia, y que me había pedido que le contase un cuento...
Ah, y por su inmensa simpatía...