Aquella noche me llegué al café “Papillón” para tomar unas copas. Estaba acodado en la barra cuando ella llegó. Palomares, el regente del “Papillón”, es un viejo amigo. Es un tipo entrañable que ama el blues como solo los locos pueden amar algo. En su local siempre está sonando esa música triste, lo sé desde hace años y ese es el motivo de que un par de veces al mes termine arribando a su barra atraído por la certeza de que en alguna hora inconcreta de la noche, mientras mi cuerpo esté saboreando una copa de licor de café, mi alma tendrá ocasión de escuchar la voz, atormentada por el fuego, de Janis Joplin. Todos sabemos que en el “Papillón”, en algún momento, los blues de Janis Joplin arribarán de quien sabe donde para acompañar a nuestros sueños de alcohol y soledad.
La mujer se había sentado a mi lado en la barra. Escuché que le susurraba algo a Palomares. Este, tras asentir con un gesto de su mirada, se puso a preparar un “combinado”. Fue entonces cuando ella, con una voz que parecía salir de las brumas de algún olvidado reino, dijo algo que no fui capaz de entender:
-Siempre será mío ese hombre que una vez me amó y luego me abandonó… Nunca podrán sospechar los hombres que nos han amado y luego nos dejaron que su alma quedó atrapada en nuestras mentes y que serán siempre nuestros…
-¿Me has dicho algo…? –pregunté, tuteando, incapaz de entender las palabras que se habían escapado de sus labios-.
Abandonando por unos instantes el reino de las brumas, la mujer giró su cabeza y me habló:
-No, no… Posiblemente pensaba en voz alta… Hablaba sola…
-Buena costumbre esa de hablar a solas –afirmé sin mirarla-. Ya lo decía Machado: quien habla a solas, es que espera, algún día, hablar con Dios…
Ella me miró con el gesto de sorpresa de alguien que en la noche ha bebido demasiado y repara, de golpe, en una resplandeciente Luna llena que esta brillando en un firmamento sin nubes ni estrellas.
-Es cierto –volví a afirmar-, hablar consigo mismo es una costumbre sana. Yo suelo soñar conmigo por las noches, pero esta noche creo que soñaré contigo.
La mujer sacó un paquete de “Fortuna” de su bolso. Me ofreció, sin mirarme, un cigarrillo. Lo acepté.
-Creo –le dije- que me lo tendrás que encender… Es que si lo hago yo posiblemente me queme la camisa… Creo que me he pasado un poco con el licor de café.
La mujer se llevó a la boca el cigarrillo, lo encendió y nuevamente, sin mirarme, me lo volvió a ofrecer.
-Siempre me enamoro de las mujeres con las que sueño –proseguí hablando sin certeza alguna de que ella me escuchara-, de modo que si esta noche sueño contigo seguro que me enamoraré de ti.
Ella, que parecía padecer de sordera, no hizo ningún ademán que pudiera desvelar que su mente estaba viva. Para entonces fumaba un tercer cigarrillo y por sus venas ya corría el segundo de los “combinados” que Palomares le había preparado.
-Una vez –continué- conocí a alguien que escribía cuentos. Era un tipo extraño que cierta noche me confesó que siempre se enamoraba de las mujeres que creaba en sus cuentos. Desde entonces, influenciado por lo que el tipo me había dicho, a mi me pasa lo mismo, lo que ocurre es que como nunca he sido capaz de escribir nada, me enamoro de las mujeres con las que sueño.
Yo seguía hablando, pero la mujer me interrumpió:
-Cuando alguien se enamora siempre es así… Yo solo me enamoro de gentes soñadas o de personajes de fábula… Nunca conocí a alguien en el mundo real del que mereciera la pena enamorarse…
-Vaya –afirme, interrumpiéndola- pensaba que eras sorda.
Cuando tomé conciencia de que ella no me iba a responder, seguí hablando.
-En cierta ocasión, el tipo de los cuentos creó a cierta mujer llamada Alexia en uno de sus relatos. Al poco, el tipo se había enamorado de ella y durante varias noches tuvo sueños en los que vivía intensas emociones con esa mujer.
-La sorpresa del hombre –proseguí- fue que cierta mañana, cuando caminaba por la calle, se topó de golpe con ella. El hombre tomó así conciencia de que Alexia, la mujer de su cuento, la mujer de sus sueños, la mujer de la que estaba enamorado, tenía una existencia real, era alguien de carne y hueso… La mujer latía… Aquel día el tipo decidió seguirla y pronto supo donde vivía. En el buzón de su casa pudo leer que se llamaba Alexia… Alexia Santarén… Durante meses la siguió y terminó sabiendo más de ella que de cualquier otra persona que por aquellos tiempos pudiera estar viva. Creo que fue en esos días cuando nuestro hombre empezó a enloquecer.
-Tuvo que pasar algo más de un año –seguí hablando-, para que el tipo tomara conciencia de que estaba dejando de soñar con Alexia. Pronto también reparó en que a partir de ese momento nunca más la había vuelto a ver en la calle. Incluso preguntó a los vecinos de la casa donde vivía y todos coincidieron en que Alexia parecía haberse esfumado. Nadie sabía nada de ella. Un día, al fin, el tipo llegó a la conclusión de que la mujer había dejado de tener una existencia real. Alexia había dejado de existir. El hombre llegó a pensar que ella, posiblemente, había quedado atrapada en sus sueños y era incapaz de salir de ellos ya que él había dejado de soñarla.
-Fue entonces cuando tomó la decisión de seguir escribiendo cuentos en los que la protagonista fuese Alexia. Dado que ya no le resultaba posible soñar con ella, pensó que mientras siguiera figurando en sus cuentos ella seguiría, de algún modo, viviendo. Poco a poco, el tipo fue enloqueciendo más y más. Empezó a decir a la gente con la que se cruzaba que nunca más podría soñar con una tal Alexia, la mujer que él había creado, y que como consecuencia de ello, la mujer nunca volvería a la vida. Había quedado atrapada, por su culpa, en el mundo de los sueños y los cuentos... Las gentes, asustadas al no entender de que les hablaba, comenzaron a rehuirle.
-Angustiado por la situación que había creado –proseguí- llegó un día, al fin, en que decidió que mataría a Alexia en un último cuento que habría de escribir. Quizás así, matándola en el mundo irreal, ella podría volver a la vida en el mundo real. Fue entonces, en aquellos tiempos en que él estaba madurando el cuento criminal cuando los vecinos, alertados por la creciente demencia del tipo, lo denunciaron a las autoridades sanitarias y el hombre fue ingresado en el Hospital Psiquiátrico Central. Dicen que todavía sigue allí.
Volví mi cabeza para ver si la mujer del “Papillón” seguía a mi lado. Ella, ajena a mis palabras, fumaba el último de sus cigarrillos. Pidió la cuenta a Palomares, la pagó y se alzó penosamente del taburete en el que estaba sentada. Después comenzó a caminar en dirección a la puerta.
-Sabes –le dije- esta noche soñaré contigo, y me enamoraré de ti. Quizá quedes también atrapada en el mundo de mis sueños. Quizá nunca vuelvas al mundo real…
-No te preocupes –fue su respuesta-.
-Por cierto –me dijo mientras atravesaba la puerta-, me llamo Alexia Santarén. Tenlo en cuenta para tu sueño. Quizá soñándome me hagas vivir…
Quise decir algo pero un contratiempo me lo impidió. El cigarrillo que me estaba fumando, el cuarto que ella me había ofrecido esa noche, se había soltado de mis dedos y las ascuas saltarinas estaban quemando mi camisa.
-Menuda me espera –farfullé, mientras me sacudía las ascuas- cuando mi mujer me vea así…
Para entonces Alexia Santarén había desaparecido.