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domingo, 25 de agosto de 2013

Donde las olas sueñan


Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/320 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 48 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR



La tarde estaba limpia como la eternidad y la señorita C., sentada frente al infinito, estaba contemplando el juego de las olas. Ninguna voz respondía a sus sueños.



-Hace unas semanas, cuando paseábamos por la playa de las Catedrales, en los confines de Galicia con Asturias, reparé en una mujer que se había sentado en uno de los riscos y estaba contemplando el sueño de las olas. Como en tantas otras ocasiones, no tuve mucho tiempo para pensar antes de disparar. Sabía entonces que algún día escribiría algo acerca de esa fotografía que estaba haciendo. Ahora, con este “Cuento Mínimo” he querido dejar en el aire una incertidumbre: Nadie podrá saber si en él me refiero a que ninguna voz respondía a los sueños de la señorita C. o a los propios sueños, en el juego, de las olas.



lunes, 19 de agosto de 2013

Tiempo de ángeles y diablos

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/250 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 18 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR


Presa de los inquisidores la madre Magdalena de la Cruz habría de terminar confesando. Reconoció que había tenido tratos con el diablo, que habría sido el ser que desde niña había inspirado sus actos. La mujer, entre lágrimas, mostró signos de arrepentimiento. En algún momento parece que dijo incluso que ese ser que ella había creído de luz, tenía unos ojos azules especialmente bellos. Reconoció también la monja que cierta noche el maligno había deseado hacer con ella algo deplorable y ella se había negado, de modo que él, en un acto de gran violencia, la había arrojado al suelo. Magdalena nunca llegó a aclarar la naturaleza de ese acto impropio que no había accedido a realizar. Fue entonces cuando una de las hermanas habría de declarar: “Si todo lo que de ella sé de oídas y vista tuviese que decir, en verdad no cupiese en mucho papel”.

Y otra de las hermanas, testigo en el juicio, habría también de reconocer que a veces, durante los momentos de confesión de la madre, corría entonces el mes de enero de 1544, Magdalena de la Cruz entraba en trance y entonces: Pasaron muchas y grandes cosas que no se pueden escribir; cosas que eran para espantarse; cosas que ni escribir, ni decir, ni menos oír, se pueden”.

Para entonces la Santa Inquisición había ordenado que a Magdalena se le retirase el hábito. La mujer, llorando, argumentaba que era cierto que había tenido tratos con el diablo pero que en su ingenuidad había pensado, ahora se daba cuenta que erróneamente, que gracias a ese poderoso auxilio iba ella a acceder más fácilmente a la santidad, única pretensión de toda su vida.


Auto de Fe

Cuando todos pensaban que el cuerpo de la monja milagrera habría de arder en la hoguera, por su vida de pecado y herejía, sucedió que sorprendéntemente los doctores de la Inquisición se dieron por satisfechos ordenando que saliera en penitencia en el Auto de Fe que habría de celebrarse en 1555. Fue así como se vio a Magdalena de la Cruz caminando descalza por las calles de la ciudad, portando un velón amarillento en la mano y con una gruesa soga amarrada en torno a su cuello. Parece que la monja pudo salvar la vida gracias a las buenas relaciones que había tenido en otros tiempos con la nobleza de España. Se dice, incluso, que el propio emperador Carlos I hacía llegar al convento de Santa Isabel de los Ángeles, cuando la reina quedaba preñada, las canastillas y ropillas que habrían de usar los infantes, para que nuestra monja las bendijera. Solo gracias a esa anterior fama de santidad y a las buenas relaciones que había tenido con los poderosos pudo Magdalena de la Cruz salvar su vida.

Los inquisidores, en todo caso, en la sentencia, habían dictaminado inflexibles: “Que siempre sea tenida por sospechosa; que salga de la cárcel con una vela encendida en la mano y una mordaza en la lengua y una soga en la garganta, sin llevar velo negro; y mandamos que esté encerrada perpetuamente en un monasterio fuera de esta ciudad; y que sea siempre la postrera en el coro, capítulo y refectorio; mandamos que no hable con persona alguna, si no fuere con las monjas o su Provincial o Vicario; le mandamos que en tres años no comulgue ni reciba el Santísimo Sacramento; y le mandamos que no traiga velo en toda su vida; todo lo cual le mandamos lo guarde y cumpla, so pena de ser tenida por relapsa.”

Se dice que Magdalena, tras la humillación atroz del Auto de Fe, merecido castigo por su infame delito de tratos con el maligno, fue encerrada en un convento de Andujar, en donde si hemos de creer lo que dejaron escritos los cronistas “todos los días, al ir al refectorio, se había de tender atravesada en la puerta, pasando por cima las otras monjas, haciendo ademán de pisarla…” Parece que en alguna ocasión Magdalena de la Cruz habría reconocido a su confesor que sentía que muchas de sus hermanas la pisaban con saña, pero otras, muy pocas, lo hacían con la delicadeza propia de un ángel que caminase de puntillas.



miércoles, 7 de agosto de 2013

Atardecer en Castilla la Vieja

Apertura f/11
Tiempo de exposición 1/160 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 28 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR



“Uca-uca, en ocasiones, había de echar mano de toda su astucia para poder ir donde el Mochuelo.

Una tarde, se encontraron los dos solos en la carretera.

-Mochuelo –dijo la niña-. Sé donde hay un nido de rendajos con pollos emplumados.

-Dime dónde está –dijo él.

-Ven conmigo y te lo enseño –dijo ella.

Y, esa vez, se fue con la Uca-uca. La niña no le quitaba ojo en todo el camino. Entonces sólo tenía nueve años. Daniel, el Mochuelo, sintió la impresión de sus pupilas en la carne, como si le escarbasen con un punzón.

-Uca-uca, ¿por qué demonios me miras así? –preguntó.

Ella se avergonzó, pero no desvió la mirada.

-Me gusta mirarte –dijo.

-No me mires, ¿oyes?

Pero la niña no le oyó o no le hizo caso.

-Te dije que no me mirases, ¿no me oíste? –insistió él.

Entonces ella bajó los ojos.

-Mochuelo –dijo-. ¿Es verdad que te gusta la Mica?

Daniel, el Mochuelo, se puso encarnado. Dudó un momento, notando como un extraño burbujeo en la cabeza. Ignoraba si en estos casos procedía enfadarse o si, por el contrario, debía sonreír. Pero la sangre continuaba acumulándose en la cabeza y, para abreviar, se indignó. Disimuló, no obstante, fingiendo dificultades para saltar la cerca de un prado.

-A ti no te importa si me gusta la Mica o no –dijo.

Uca-uca insinuó débilmente:

-Es más vieja que tú; te lleva diez años.

Se enfadaron. El Mochuelo la dejó sola en un prado y él se volvió al pueblo sin acordarse para nada del nido de rendajos. Pero en toda la noche no pudo olvidar las palabras de Mariuca-uca. Al acostarse sintió una rara desazón. Sin embargo, se dominó. Ya en la cama, recordó que el herrero le contaba muchas veces la historia de la Guindilla menor y don Dimas y siempre empezaba así: “El granuja era quince años más joven que la Guindilla…”

Sonrió Daniel, el Mochuelo, en la oscuridad…”


Miguel Delibes, El camino



- Esta fotografía la hice en Trigueros del Valle, un pueblecito de Valladolid, cuando estaba atardeciendo.







viernes, 2 de agosto de 2013

El susurro de la vida

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/250 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 18 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR


Guardo en mi casa un libro cuyas páginas hablan. 
No tiene líneas, láminas ni versos. 
Es una caracola donde se escucha el mar 
del dolor y el susurro de la vida. 

Justo Jorge Padrón, Ante la luz del fuego