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jueves, 27 de junio de 2013

Otros mundos


Apertura f/6,3
Tiempo de exposición 1/13 segundos
Velocidad ISO - 1.000
Distancia focal 28 mm.
Compensación de la exposición -1,00
HDR




Hay otros mundos… Pero están en este… 



“Alguna vez leí que en Mongolia, cuando alguien se dispone a narrar una historia, debe efectuar como prólogo un rito mágico para evitar que los fantasmas conjurados por la narración se instalen entre los vivos. Después, el narrador puede contar tranquilo, sabiendo que, al acabar, sus personajes volverán a la oscuridad de la cual han surgido. No sé si tal precaución sería entendida en Occidente, donde la vanidad del autor quiere no solo que sus criaturas imaginarias cobren vida entre su público, sino que además sean inmortales y se queden aquí para siempre…” 

Alberto Manguel, Cuento de la enamorada

domingo, 23 de junio de 2013

Amores

Apertura f/16
Tiempo de exposición 1/100 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 18 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR




Héctor, cuando era niño, tuvo un amor platónico, lo que ocurre es que en esos años la gente del barrio no sabía quién era Platón y los amigos, cuando veían que Héctor se trastornaba, se limitaban a decir: “Vaya, ha visto de nuevo a Lucía y otra vez se ha quedado embobado”. Palabras como esas y otras similares terminaron creando en su mente la idea de que eso que hoy llamamos amor platónico era una cosa de bobos, ya que él, cuando se topaba con la niña, era así como se sentía. 

En aquellos tiempos, Héctor estudiaba en el centro escolar Miguel de Cervantes, en la planta de los niños, en tanto que Lucía lo hacía en un cercano colegio de las Hermanas de los Pobres, lo que impedía que pudiera coincidir con ella en alguna actividad escolar. Además, jugaba en contra de un posible encuentro el hecho de que los padres de Lucía no dejaban que la niña saliera a jugar a la calle. Era una familia que vivía en una casa que contaba con un gran patio y era en ese espacio en el que, cuando dejaban abierto el portón de acceso, desde la calle, Héctor podía contemplar como Lucía jugaba con sus amigas.

En alguna ocasión, el niño había querido penetrar en aquel espacio cerrado pero era un paraíso vetado a los intrusos y sus intentos de hacerlo siempre resultaron vanos. En aquel lugar, apacible en apariencia, habitaba un monstruo dotado de terribles colmillos, el perro Barbas, que tan pronto como Héctor traspasaba el portón, abandonaba la oscuridad del rincón donde se ocultaba, debajo de una escalera que daba acceso a la galería de la planta alta, y corría tras él, poniéndolo en fuga. “No corras, no corras, que es peor… No ves que no muerde…”, exclamaban entonces las niñas, mientras con sus risas se unían a los ladridos de la fiera. Muy a su pesar, Héctor nunca tuvo ocasión de acercarse a menos de diez metros de Lucía.

Fue así como nuestro jovencito fue tomando conciencia de que aquel patio en el que las niñas jugaban era para él un espacio de contradicción. Cuando intentaba entrar en él sentía una extraña sensación en la que se aunaban la alegría de escuchar las risas de Lucía y el temblor que sacudía sus piernas al pensar que el Barbas, en cualquier momento, iba a correr ladrando tras él. En aquel patio, para Héctor, se aunaban en proporciones similares la felicidad y el miedo. Aquel era el reino de la confusión. Nunca pudo dar más de tres pasos sin verse obligado a huir. Las niñas, jugando al fondo, eran un objetivo inalcanzable. Afortunadamente, el niño nunca resultó mordido ya que el monstruo estaba sujeto con una cadena de hierro a una argolla enganchada en la pared y esa cadena solo daba de si lo suficiente para que la fiera pudiera cubrir el espacio existente entre su oscuro rincón de debajo de la escalera y el portalón que daba acceso a la calle. Los padres de Lucía no querían que el animal pudiera morder a alguien que pasara por la calle.

Habrían de transcurrir algunos años para que siendo ya Héctor un adolescente sucediera algo que pondría término a sus ansias amatorias. Ocurrió en una de las sesiones de baile que se celebraban en el barrio con motivo de la verbena que se organizaba en el mes de julio en el Paseo de Farnesio. Aquella tarde, Héctor había acudido acompañado de un grupo de amigos y resultó que allí, entre otras jovencitas, estaba Lucía. El muchacho lo tuvo claro: “Esta es la ocasión –pensó-, no puedo dejar pasar esta oportunidad, la tengo que sacar a bailar ahora que no está el perro por medio.”

Y Héctor, sin dudarlo, se acercó al grupo de chicas decidido a pedir a Lucia que bailara con él. Llegó junto a ellas y las estaba saludando cuando algo inesperado destrozó sus planes:

“¡Héctor…! –escuchó decir a otra jovencita que le regalaba una bella sonrisa- ¡qué alegría verte por aquí…! ¡Vamos a bailar…! ¿Quieres…?”

Aquel otro ángel se llamaba María.







miércoles, 19 de junio de 2013

La fotógrafa y el Misterio

Apertura f/18
Tiempo de exposición 1/200 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 18 mm.
Compensación de la exposición -0,70
HDR



"El monje Therapion había sido en su juventud el discípulo más fiel del gran Atanasio; era brusco, austero, dulce tan sólo con las criaturas en quienes no sospechaba la presencia de los demonios. En Egipto había resucitado y evangelizado a las momias; en Bizancio había confesado a los Emperadores: había venido a Grecia obedeciendo a un sueño, con la intención de exorcizar a aquella tierra aún sometida a los sortilegios de Pan. Se encendía de odio cuando veía los árboles sagrados donde los campesinos, cuando enferman de fiebre, cuelgan unos trapos encargados de temblar en su lugar al menor soplo de viento de la noche; se indignaba al ver los falos erigidos en los campos para obligar al suelo a producir buenas cosechas, y los dioses de arcilla escondidos en los huecos de los muros y en la concavidad de los manantiales..."


Marguerite Yourcenar, Nuestra Señora de las Golondrinas






-Esta fotografía la tomé en la ermita navarra de Nuestra Señora de Eunate, uno de los templos más misteriosos que existen en España.



jueves, 13 de junio de 2013

El verano sin hombres

Apertura f/7,1
Tiempo de exposición 1/4 segundos
Velocidad ISO - 400
Distancia focal 24 mm.
Compensación de la exposición -0,70
Tomada a pulso



Es imposible adivinar el final de una historia mientras la estás viviendo; carece de contornos y se constituye como una serie de palabras y datos incipientes y, para ser sinceros, nunca recuperamos toda la información de aquello que fue. La mayor parte se esfuma. Sin embargo, mientras estoy aquí sentada frente a mi mesa intentando recordar aquel no tan lejano verano, sé que hubo acontecimientos que influyeron en mi desenlace. Algunos destacan hoy como los accidentes geográficos de un mapa en relieve, pero por aquel entonces yo era incapaz de percibirlos porque había perdido la perspectiva de las cosas inmersa en la monótona rutina que suponía vivir la vida como una mera sucesión de instantes. El tiempo no es algo externo a nosotros, vive en nuestro interior. Solo nosotros vivimos el pasado, el presente y el futuro, y el presente es demasiado efímero para que seamos plenamente conscientes de él; sólo después lo recordamos y entonces lo hacemos de forma codificada, si no se disuelve en la amnesia. La conciencia es producto de la dilación. A principios de junio, durante la segunda semana de mi estancia, di un pequeño giro a mi vida sin ser consciente de ello y creo que todo empezó con los divertimentos secretos… 


Siri Hustvedt, El verano sin hombres.




martes, 11 de junio de 2013

Cebollas para unas nanas

Apertura f/3,8
Tiempo de exposición 1/60 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 24 mm.
Compensación de la exposición -2,00



"En la cuna del hambre 
mi niño estaba. 
Con sangre de cebolla 
se amamantaba. 
Pero tu sangre, 
escarchada de azúcar, 
cebolla y hambre…” 



Cantadas por Juan Manuel Serrat, las “Nanas de la cebolla” habían sido escritas por Miguel Hernández, preso en las cárceles franquistas, en septiembre de 1939. Antes había recibido una carta de su mujer en la que le decía que falta de recursos no comía más que pan y cebolla. Miguel, desde la madrileña prisión de Torrijos, le envió las “Nanas” junto con una carta conmovedora: 

“Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles te mando estas coplillas que le he hecho, ya que para mí no hay otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme.” 

Las “Nanas de la cebolla” fueron calificadas por C. Zardoya como las más trágicas canciones de cuna de toda la poesía española. Miguel Hernández falleció en la cárcel en 1942. Tenía 32 años.


miércoles, 5 de junio de 2013

Indiferencia

Apertura f/13
Tiempo de exposición 1/320 segundos
Velocidad ISO - 200
Distancia focal 34 mm.
Compensación de la exposición -0,70




Creo que nuestra sociedad se está insensibilizando del dolor de los jóvenes...

Cuando hice la foto no tuve tiempo de pensar mucho, ni siquiera reparé en la actitud de la "gente de bien" de la tribuna, fue después, cuando la editaba en el ordenador, cuando sentí una pena inmensa  al tomar conciencia de la "soledad" de los más desfavorecidos...