Páginas

jueves, 26 de febrero de 2015

Caperucita en el palacio





Este domingo pasado el Lobo me invitó a visitar la casa palaciega en la que vive la abuela de Caperucita (eso de que malvive, abandonada por todos, en una casita en medio del bosque es un puro cuento). Después del almuerzo la abuelita y él decidieron echarse a dormir la siesta. A fin de cuentas ya tienen cierta edad y se les veía cansados después de haberme enseñado las cincuenta y tres habitaciones del palacio y los catorce cuartos de baño. Fue entonces, cuando yo, para distraerme, hacía fotos en el salón del baile, cuando llegó Caperucita, cogida del brazo de un guapísimo cazador. Menuda se lió cuando ella escuchó los aullidos del Lobo y los gemidos de su abuelita.





domingo, 22 de febrero de 2015

La mirada





Mis padres se pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana; tú ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba. Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba.

Hoy, de hecho, mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado.

Julio Llamazares – El día de mañana





jueves, 19 de febrero de 2015

De los silencios





Cuando despertó había en su interior paz y tranquilidad. Estaba decidido a vivir en silencio y para el silencio…

Milán Kundera – El libro de la risa y del olvido





domingo, 15 de febrero de 2015

Un tiempo de felicidad





La infancia es el lugar en el que habitas el resto de tu vida, pensó Zarza…

Rosa Montero – El corazón del tártaro





viernes, 13 de febrero de 2015

Muchas veces sueña





Confiesa que muchas veces sueña que es niña otra vez, que está amasando pan a su lado, que su abuelo y ella extienden la masa sobre una encimera de piedra, y le fascina la sensación de los dedos deslizándose sobre la masa. En sus sueños, dice, no quieren comer el pan, quieren darle forma, tomar la materia entre las manos y lograr que se convierta en una hogaza redonda e impecable, que el calor volverá crujiente por fuera y esponjosa por dentro. Asegura que el pan de su sueño es idéntico al de su infancia. Y que nunca ha vuelto a ver pan como el de entonces, casi espiritual, conmovedor, un alimento cuyo aroma parecía prometer la prosperidad eterna…

Mario Cuenca Sandoval – Los hemisferios





miércoles, 11 de febrero de 2015

Tiempo de carnaval






A su hijo, Don Cándido Baskardo Lapaza del Divino Cuerpo del Redentor, lo empezaron a llamar de Don desde la cuna. Era un niño ceniciento que miraba a distancia y que nunca aprendió a jugar porque creció vigilado por un ejército de criados de polainas rojas y criadas de pechos aplastados bajo almidones por prescripción de la condesa, y por otros ejércitos de profesores particulares que eran desinfectados en la puerta. A los diez años lo enviaron a Inglaterra y a los quince volvió convertido en lord. Cuando su mayordomo se asomaba a la playa haciendo sonar una campañilla, el pueblo la desalojaba y lo veía llegar escoltado por una guardia personal con uniforme de húsar y tomar un baño vertical. Todo lo que supo de las cosas del mundo lo supo a través de un equipo de jesuitas que instaló en el palacio una dependencia universitaria. Aprendió de memoria los nombres de todas las dinastías y de todos los reyes habidos desde el Diluvio; se convirtió en una autoridad en glorias imperiales, en virreyes, en evangelistas, en conspiraciones, en colonias de indios y de negros, en códigos de esclavitud, en batallas de exterminio y en Cruzadas, pero nunca hizo el servicio militar y moriría creyendo que la Historia se cerró horas antes de la Revolución Francesa.


Ramiro Pinilla – Los cuentos





lunes, 9 de febrero de 2015

En el País de las Hadas





Había un resplandor en el cielo como si se hubiesen abierto las puertas de un gran horno. Pero sus ojos habían estado toda la tarde mirando fascinados: se había extraviado en el país de las hadas.

Arthur Machen – La colina de los sueños





jueves, 5 de febrero de 2015

En una estación que parecía abandonada





Dijo Lisboa cuando vio acercarse las luces de la ciudad como se dice el nombre de una mujer a la que uno está besando y que no le conmueve. En una estación que parecía abandonada el tren se detuvo junto a otro que avanzaba en dirección contraria. Sonó el silbato y los dos comenzaron a moverse muy lentamente, con un ruido de metales que chocaban sin ritmo. Biralbo, empujado hacia delante, miró las ventanillas del otro tren, rostros precisos y lejanos que no volvería a ver nunca, que lo miraban a él con una especie de simétrica melancolía. Sola en el último vagón, antes de las luces rojas y de la regresada oscuridad, una mujer fumaba con la cabeza baja, tan absorta en sí misma que ni siquiera había alzado los ojos para mirar hacia afuera cuando su tren se puso en marcha. Llevaba un chaquetón azul oscuro con las solapas levantadas y tenía el pelo muy corto. “Fue por el pelo”, me dijo luego Biralbo, “por eso al principio no la reconocí”. Inútilmente se puso en pie e hizo señales con la mano al vacío, porque su tren había ingresado vertiginosamente en un túnel cuando se dio cuenta de que durante un segundo había visto a Lucrecia.

Antonio Muñoz Molina – El invierno en Lisboa





martes, 3 de febrero de 2015

Gladiadores, una mirada de odio






Estos días, evocando a la que fue Colonia Patricia Corduba, se han celebrado en la ciudad unas jornadas festivas ambientadas en la época en que el genio de Roma asombraba al mundo.