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lunes, 30 de noviembre de 2009

SOBRE EL CUENTO DEL PAPAGAYO

Imagen: Antiqva



Este pasado domingo, Antiqva decidió abrir la “Caja de los Truenos” para ver si sus amigas lectoras de España y América, ante una situación claramente forzada, tenían o no la misma perspectiva.

Con esa intención, decidí publicar el cuento del Papagayo, en el que la protagonista era una mujer americana a la que Antiqva presentaba de manera “impresentable”. Uno había trasladado a la breve narración muchos de los tópicos que en España podemos tener acerca de los hermanos del otro lado del mar.

Al mismo tiempo, y para desorientar a las amigas de América, ese mismo día enviaba una presentación con versos árabes de los tiempos de al-Andalus. De algún modo, pretendía crear en ellas un cruce de sentimientos contradictorios. Posiblemente pensarían: “Este Antiqva es un tipo raro… En el cuento aflora su vena “española” pero luego, con los poemas andalusíes, parece que tiene cierta delicadeza… Quizás este tipo tenga algo de aprovechable todavía…”

Los resultados del “ejercicio” podrían ser:

-Las amigas españolas han dejado sus comentarios y en ellos no se acusa ninguna sensación de encontrarse molestas con el texto. El cuento sería una mera narración humorística. Nadie nos ha acusado de tratar de una manera “tan tópica” la imagen de una mujer americana.

-Las amigas americanas, por el contrario, se han limitado a no decir nada. Posiblemente no les haya gustado el relato pero han demostrado su talla no diciendo nada, quizás por temor a molestar a su amigo Antiqva. Varias de ellas, incluso, me han dirigido correos indicando que les habían gustado los poemas árabes.

Llegados a este punto, quiero expresamente pedir disculpas a todas las personas que habéis leído el cuento. Perdonad si os ha molestado en algo. Deseaba, simplemente, ante una situación “tópica”, ver si la respuesta de españolas o americanas era la misma o no. Creo, sinceramente, que existen diferencias y es que a pesar de que son muchas las cosas que nos unen también son muchas las cosas que a lo largo de la historia nos han separado.

Ojalá ahora, con esta cosa de Internet, nos sintamos cada vez más unidos.

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domingo, 29 de noviembre de 2009

DE CHUSMAS Y PAPAGALLOS

Imagen: Antiqva



El General, a su regreso de las colonias, se había traído una "entretenida" tan apretada en carnes como apasionada en amores. Con ella llegó un papagayo dominicano de plumones coloridos.

En 1860, tras dos años de hambre en Andalucía, la chusma se echó a la calle y los alborotadores, entre otros desmanes, apedrearon el palacio del Gobierno Militar. Una de las piedras, para desconsuelo de la mujer, tras destrozar la cristalera del caserón, terminó rompiendo la crisma de “Don Pedrito”, el papagayo florido, que en ese momento estaba entonando con su ama el dúo de “La Creación” de Joseph Haydn.

La respuesta de la criolla no se hizo esperar: ordenó al General que fusilara de inmediato, para escarmiento de la canalla, a media docena de indigentes, y luego, en actitud beatífica, dio instrucciones a la abadesa de Santa Isabel para que durante nueve semanas se dijeran misas a la memoria del ave inocente en la iglesia conventual.

La mujer, desde entonces, con insistencia machacona, en la celebración de las pascuas militares recordaba siempre a todos que el ánima de “Don Pedrito”, encarnación piadosa del Espíritu Santo, se le aparecía todas las tardes. Dicen que le acompañaba en el rezo cotidiano del Santo Rosario.


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jueves, 26 de noviembre de 2009

SIERRA DEL GUADARRAMA





A veces, cuando contemplamos fotografías antiguas, sentimos que una sensación agridulce de melancolía se apodera de nosotros. Mientras palpamos alguna de esas imágenes congeladas en el tiempo y contemplamos personas con las que en otros tiempos nos sentimos unidos no podemos sino pensar: “¿Qué habrá sido de este…”, “¡Señor…! ¿Cómo se llamaba aquella…? Ya ni siquiera recuerdo su nombre…”

En esta imagen, tomada en la Sierra del Guadarrama, estamos posando un grupo de jóvenes. Antiqva es ese que está sentado. Luce unos inmensos calcetines blancos que casi llegan a sus rodillas. En aquellos tiempos no existían los equipamientos deportivos actuales y nos las ingeniábamos como mejor podíamos para soportar el rigor de la nieve cuando caminábamos por la sierra. Debajo de cada uno de esos calcetines, Antiqva solía llevar una bolsa de plástico como aislante contra la humedad, y por debajo de ese plástico, otro calcetín. Como calzado, unas robustas botas militares, compradas a precio de saldo en la tienda “de viejo” (ah, aquellas entrañables “traperías”) del señor Gabino. Con ese pobrísimo equipamiento nos lanzábamos a caminar por la Sierra. Entonces, ni siquiera se había inventado la palabra senderismo. ¡Qué tiempos aquellos, tan ingenuos…!

Actualmente no mantenemos relación alguna con esos jóvenes con los que en aquellos tiempos compartimos momentos de felicidad e, incluso, algún que otro “primer amor”… Contemplando imágenes como esta, no podemos sino tomar conciencia de que la vida, en realidad, no sería sino un flujo de personas que sentimos que revolotean en torno a nosotros. A veces, notamos que esas personas nos envuelven y arropan, pero después lo usual es que tengamos que contemplar como siguiendo alguna ley inexorable se alejan de nuestras vidas, frecuentemente para siempre.

Dejando a un lado los “benditos” amarres de la familia, todo parece sugerir que “lo demás” no sería sino vidas que se acercan a nosotros y luego, pasado un tiempo, se alejan. Esa ley despiadada, que sólo excepcionalmente es incumplida, hace que algo de esas personas, al menos de algunas de ellas, quede en nosotros y que algo de nosotros, igualmente, se vaya con ellas. Hasta ahora, pensábamos que estas “cosas”, tan propicias para la nostalgia, sólo sucedían en el mundo real, sin embargo desde hace unos años estamos tomando conciencia de que en mundo de los blogs también ocurre lo mismo. Posiblemente lo que sucede es que este mundo virtual de Internet es tan real como el otro, el de las nieves de la Sierra del Guadarrama.

martes, 24 de noviembre de 2009

domingo, 22 de noviembre de 2009

NUBARRONES

Imagen: Antiqva



Antiqva, perplejo y asustado, viendo que el hombre no se marchaba, descerrojó el fusil y con un golpe seco introdujo la primera bala en la recámara. Luego lo encañonó. Les separaban unos ocho metros. Él hombre, aturdido, le miró… Durante unos interminables segundos no hizo nada… La lluvia los estaba empapando a los dos…


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jueves, 19 de noviembre de 2009

LAGUNA NEGRA DE SORIA

Imagen: Antiqva




Cuando Antiqva tuvo antes sus ojos la Laguna Negra de Soria no pudo sino evocar los versos que Antonio Machado nos había plasmado en “Campos de Castilla”:

“…agua pura y silenciosa
que copia cosas eternas;
agua impasible que guarda
en su seno las estrellas…”

Pensó Antiqva entonces que quizás algún día intentara escribir alguna ensoñación que le ayudara a recordar ese mágico lugar…





En las tierras altas de Urbión,
recordando a Antonio Machado





Cuando encontraron su cuerpo arropado en el barro,
nadie reparó en que su alma,
entre las negras aguas,
observaba.

Nunca, compañera fiel, había huido
de las frías honduras en las que el hombre
había dormido.

Cuentan todavía, tantos años pasados,
que a veces, por la noche, con las estrellas,
en el agua la han visto jugando.

Dicen que esas noches la Luna
refleja su sonrisa
en la negra laguna.


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jueves, 12 de noviembre de 2009

A UNA MUJER MUERTA





“Al excelente espíritu de Ankhiry:

Quiero que sepas, Ankhiry, tú que fuiste mi esposa, que yo, Ahmosis, capitán de los arqueros del faraón, nunca cometí ningún crimen contra ti… Todas las noches, sin embargo, estoy sumergido en el miedo que me produce contemplar, horrorizado, como tu espíritu se manifiesta ante mi corazón. Los estremecimientos que me produces, desde hace muchos meses, impiden que Ahmosis pueda dormir. No se porqué has decidido que el miedo sea el señor de mi cuerpo… ¿Qué falta cometí para que cada noche me acose tu espíritu?, ¿qué es lo que hice para quedar esclavo de ese temor que tú, la mujer a la que tanto amé, me produces cada noche?

Quiero que sepas que yo, Ahmosis, siempre te traté del modo en que un oficial del faraón debe tratar a su esposa… Solo una vez me aleje de ti. Fue cuando nuestro rey me ordenó viajar a la Tierra del Horizonte. Su Majestad deseaba que Ahmosis trajera de aquel país lejano una Mujer Belluda y un Hombre Niño… Cuando regresé supe que Ankhiry ya no vivía en la Tierra Negra… Tu espíritu se había ido al Reino de los Muertos. Sabes que lloré por ti y que hice todo lo que un oficial del rey debe hacer por su esposa muerta.

Sabes también que antes de ese viaje a la Tierra del Horizonte, del que regresé con riquezas y esclavos, siempre te traté como una mujer debe ser tratada. Nunca permití que tu corazón sufriera. Siempre quise que estuvieras a mi lado. Nada te oculté en los días de tu vida. No consentí que sufrieras dolor alguno. Nunca me acusaste de que te sintieras desatendida. Nunca te traté como si yo fuera un campesino que entra en una casa extraña y desconoce como debe comportarse. Sabes que repartí entre tu cuerpo y el de nuestra amada esclava Gilukhipa mis deseos sexuales, tal y como debe actuar un oficial del faraón. Ahmosis siempre quiso complacer tanto a su esposa como a la Mujer de Ojos Ardientes a la que hizo esclava tras derrotar a los Hombres de las Arenas. Bien sabes que nunca entré en la noche en los cuartos de tus hermanas. Sabes también, Ankhiry, que nunca dejé que te faltaran tus ungüentos, tus provisiones y tus ropas. Nunca me desentendí de ti. Siempre dije a los hombres: “Ella está aquí y Ahmosis cuida de ella”.

Pero, mira, Ankhiry, no sabes apreciar el bien que hice contigo. Desde que supe de tu muerte ordené que todas las cosas buenas estuvieran en tu Casa de Eternidad. Nunca han faltado en tu tumba las ofrendas de carne, cebada y espelta. Todo lo que un oficial del rey debe hacer por su esposa muerta lo ha hecho Ahmosis por Ankhiry. Sabes también que hice que Gilukhipa, la “Mujer de las Arenas”, llorase también tu ausencia.

¿Porqué, entonces, no eres capaz de distinguir el bien del mal?, ¿porqué tu espíritu se manifiesta todas las noches y me produce miedos intensos?, ¿porqué no dejas que mi cuerpo descanse por las noches?. Mira, Ankhiry, he escrito esta carta, que voy a depositar en tu Casa de Eternidad, para que sepas que he decidido emplazarte ante el Tribunal de la Enéada de dioses. Ra y los grandes dioses sabrán que Ahmosis, capitán de los arqueros del faraón, está siendo atormentado por tu excelente espíritu. Ellos serán, cuando sepan que el miedo invade mi corazón, los que decidirán que es lo que se tiene que hacer.”


Nota del traductor
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Esta documentado que los antiguos egipcios, en ciertas ocasiones, no dudaban en escribir cartas a los muertos. La carta que nos ocupa habría sido depositada junto con algunas ofrendas en la tumba de su esposa por un viudo atormentado por el excelente espíritu de ella. En el texto el hombre hace saber a la difunta que va a denunciarla ante el Tribunal de los dioses.

Deseando profundizar en esta inquietante cuestión, Antiqva no dudó en consultar los archivos de la Casa de la Vida del templo de Amón en Tebas. Al poco, tuvo la suerte inmensa de encontrar en un antiguo papiro el reflejo de las actas de ese juicio celestial. Un escriba Ágil de dedos se había encargado, hace miles de años, de reproducir lo que Ankhiry había argumentado en el proceso y lo que, finalmente, los dioses habían establecido conforme a Maat. Supo así Antiqva que lo que la difunta reprochaba a su esposo era que cuando ella murió su cuerpo había sido momificado y se le había practicado la magia de la Apertura de la Boca. Luego se había depositado su momia en la Casa de Eternidad, pero nadie se había ocupado de realizar el ritual de las Cuatro Antorchas de Glorificación, a través del cual la Luz divina de Ra tendría que haber iluminado al espíritu de Ankhiry cuando este, en la noche, estaba atravesando el Inframundo de Osiris en busca del Reino Celeste de Ra.

Sin la luz de Horus que emiten las antorchas y sin las palabras mágicas de los rituales, Ankhiry había quedado atrapada en el Reino de la Noche y por eso, una y otra vez, su espíritu, lleno de terror y angustia, se manifestaba ante su viudo, solicitando su auxilio. Lo que ocurre, seguro que todos lo sabéis, es que los muertos no son capaces de traducir a los vivos, en palabras, lo que desean. Ese fue el motivo de que Ahmosis, tras las continuas apariciones del espíritu de la difunta, hubiera estado a punto de enloquecer de miedo.


Nota final
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Debe Antiqva dejar constancia de que todo lo que el lector ha leído es una mera fabulación. Sin embargo, en el Papiro Leyden 371 se ha conservado el texto de una carta real que un viudo dirigía a su esposa muerta, llamada precisamente Ankhiry, nombre que hemos querido mantener en nuestro cuento. Parece que el papiro se encontró enrollado en torno a una figurita femenina en la tumba de la mujer.

Digamos, finalmente, que Antiqva ha sabido que una vez que se realizaron los rituales de las Cuatro Antorchas de Glorificación, tal y como están establecidos en el capítulo 137 del “Libro de los Muertos”, Ankhiry cesó de manifestarse a su atormentado esposo. Desde entonces, en el Cielo, luce una estrella más.


martes, 10 de noviembre de 2009

EL REINO DE LOS CUENTOS





A veces suceden cosas prodigiosas, como que los lectores del “Blog de los Cuentos” decidan conceder cierta distinción a uno de los relatos que Antiqva había publicado en ese bello cuaderno. Tocaba el tema “Magia” y uno había concurrido con “El estigma del diablo”

Amig@s, si no conocéis el “Blog de los Cuentos” os invito a visitarlo. Para Antiqva es un honor pertenecer al grupo de personas que colaboran en este espacio que creó hace algo más de un año nuestra entrañable amiga Natacha.



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domingo, 8 de noviembre de 2009

LA ARQUITECTURA DEL MISTERIO

A estos ídolos oculados rendían culto las gentes que alzaron los dólmenes.
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Corredor del dolmen de la Pastora

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Ciertos lugares atraen especialmente el interés de los amantes de la fotografía...


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Cámara funeraria central. Sobre una base de lascas de pizarra se han situado bloques ciclópeos que dan forma a una falsa cúpula que se cubre con una inmensa losa pétrea.
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Imágenes: Antiqva




Este fin de semana, Antiqva –con un grupo de amigos- ha tenido la gozosa oportunidad de viajar a la población sevillana de Valencina de la Concepción, en el extremo norte de la cornisa del Aljarafe, en donde los arqueólogos tienen identificado un extenso yacimiento que se ha datado en los tiempos de la Edad del Cobre y el Bronce Antiguo. En él sobresalen diversos dólmenes (monumentos funerarios), que fueron construidos hace unos 4.000 años. Teníamos especial interés en visitar el denominado dolmen de la Pastora, que fue descubierto de manera fortunita en 1860, oculto bajo un cúmulo de tierra, cuando las gentes del lugar realizaban trabajos agrícolas.

El dolmen de la Pastora es un sepulcro tipo “tholos”, dotado de un largo corredor que culmina en una cámara funeraria. Las paredes de la construcción, levantadas con lajas de pizarra, están luego techadas con losas de dimensiones espectaculares. El impresionante corredor, que alcanza 46 metros de longitud y cuya escasa altura obliga a la persona que lo transita a caminar agachada, está dividido en tres tramos que están separados por losas que sobresalen a modo de puertas internas.

Cuando Antiqva, con la cabeza agachada, caminaba por ese interminable pasillo alumbrado por una luz tenue, tenía la clara certeza de que los hombres de la Prehistoria, cuando lo recorrieron igualmente, no hubieron de tener ninguna duda de que estaban dirigiendo sus pasos al Reino de la Muerte. Allí, sepultados bajo una colina artificial, en ese pasillo tan angosto y de difícil tránsito, la sensación de estar uno dominado por la magia y el misterio es claramente palpable.

Cuando, al fin, tras esos 46 metros de corredor funerario, llegamos a la propia cámara sepulcral, de planta circular, pudimos comprobar que sus paredes eran igualmente de lajas de pizarra, sustituidas a partir de cierta altura por sillares ciclópeos que por aproximación paulatina iban conformando una falsa cúpula techada por una losa pétrea inmensa. ¿Cómo fueron capaces los hombres de la Prehistoria de construir este tipo de sepulcros? Quizás sea cierta esa afirmación de la Biblia que dice (Génesis 6, 4) que hubo un tiempo en que habitaban en la tierra los gigantes…

De esta impresionante construcción, que nos remonta a los momentos iniciales de la historia de la arquitectura en España, nos llamó poderosamente la atención que su entrada no está orientada al sol del Levante, como es usual en los megalitos andaluces, sino hacia el sol del Poniente. No se orienta a la Luz, sino directamente al Inframundo…

Allí, en las inmediaciones del dolmen, alguien nos hizo saber que en el Aljarafe sevillano se tienen identificados más de veinte dólmenes, si bien en estos momentos solamente se puede visitar el de la Pastora, en el que nos encontrábamos. Nos causó cierta extrañeza que las autoridades responsables de la cultura no hayan decidido poner en valor, al menos de manera paulatina, esta sugestiva riqueza patrimonial que está situada a menos de veinte kilómetros de Sevilla. Esperemos que algún día alguien decida poner en marcha lo que sería una sugestiva ruta por los dólmenes del Aljarafe sevillano. Una ruta que nos llevaría, en suma, por los misterios de la vida y la muerte en los momentos finales de nuestra Prehistoria.


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lunes, 2 de noviembre de 2009

ALAMBRADAS

Imagen: Antiqva




La señora R. habría la marcha. Con una linterna alumbraba débilmente el sendero por el que un grupo de amigos caminábamos contemplando las estrellas en una noche de prodigio, sin nubes ni luna. La negrura de la noche, en las alturas de la sierra, lo envolvía todo y arriba, en el cielo, las estrellas se manifestaban con un porte lujurioso.

Admirando la belleza de la Vía Láctea, yo cerraba la marcha. Delante de mi, a tres o cuatro metros, temiendo dar algún traspiés en la oscuridad, caminaban Lucía y el señor H. Charlaban entre ellos amigablemente.

Aquella noche, conscientemente, me iba quedando rezagado. No quería que las conversaciones distrajeran mi atención de lo que consideraba importante: contemplar el cielo. La verdad es que nunca antes había tenido una conciencia tan clara de lo bella que resulta la Vía Láctea cuando se contempla desde una cierta altura, envuelto uno en la oscuridad.

En cierto momento, sin embargo, dejé de contemplar las estrellas. Había reparado en que el señor H. le estaba contando algo a Lucía. Entre los susurros de la noche, había creído escuchar ciertas palabras que remitían a algo que habría sucedido en un campo de concentración en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Pensé que hablaban de algún documental emitido en la televisión.

Algo después, terminado el paseo nocturno, ya en el hotel, me interesé por esa conversación de la que había escuchado palabras inconexas.

-Fíjate –decía Lucía- lo que me ha contado H. es realmente increíble… Tan increíble como terrible o maravilloso. Todo ello se aúna.

Miré interrogante a mi amigo, el señor H., un hombre nacido en Bélgica…

-Hace unos meses –comenzó a hablar él- uno de mis sobrinos, desde Bélgica, se puso en contacto conmigo y me hizo saber que había descubierto que en cierta web alguien había puesto a la venta unos manuscritos de cuentos infantiles que habrían sido escritos por mi padre… Mi sobrino sabía que él había sido escritor y se le había ocurrido escribir su nombre en el buscador de Google intentando acceder a alguna información que pudiera existir en Internet sobre él. Había sido así como había reparado en ese ofrecimiento de venta.

-En 1940 –prosiguió el hombre- mi padre fue deportado por los alemanes, junto con otros belgas, a un campo de trabajo en el que estuvo internado hasta los momentos finales de la guerra. Él no solía hablar de esos años terribles pero cuando alguna vez lo hizo nos dijo que su vida allí había sido relativamente soportable. Trabajaban talando árboles en un bosque cercano al campo y aunque la comida era escasa lo cierto es que allí no morían de hambre. Considerando la barbarie nazi, lo cierto era que en aquel campo, destinado mayoritariamente a franceses y belgas, se podía sobrevivir.

-Sin embargo –decía el señor H.- junto al campo de trabajo de mi padre había otro, en el que las personas retenidas eran mujeres polacas de origen judío a las que los alemanes, simplemente, dejaban morir de hambre. Cada mañana, mi padre, y tantos otros –proseguía nuestro amigo- cuando marchaban al trabajo en el bosque, intentaban llevar algún mendrugo de pan que arrojaban a esas mujeres, por encima de las alambradas, cuando pasaban a su lado. Él nunca pudo olvidar como ellas, esqueléticas y enfermas, se arrastraban por el suelo intentando alcanzar los trozos de pan. Esa fue, sin duda, su peor experiencia en aquellos espantosos años.

Supe así en el transcurso de la conversación, que ahora, pasado tanto tiempo de aquello, alguien había puesto a la venta unos manuscritos, dos sencillos cuadernos, que contenían diversos cuentos que nuestro hombre había escrito en aquellos tiempos. El vendedor, que resultó ser una persona que vivía en Polonia, afirmaba que además de la firma del autor, en la primera página estaba escrito su nombre y una fecha: 1943. El señor H. nos dijo que todo eso encajaba. El sabía que su padre había sido una persona meticulosa y que en sus manuscritos dejaba siempre constancia, además de su propio nombre, del año en que lo había terminado.

Supimos, finalmente, que gracias a la ayuda de una intérprete, el señor H. había podido ponerse en contacto con el vendedor del libro de cuentos, que manifestó que desde siempre había pertenecido a su familia. Al parecer un hombre se lo había regalado a sus abuelos que le habrían proporcionado comida cuando esa persona, en los tiempos finales de la guerra, llegó a su granja. El vendedor había escuchado decir a su madre que en aquellos tiempos eran muchas las personas desplazadas por los vaivenes bélicos y quién dejó los manuscritos en su casa parece que les había dicho que intentaba, simplemente caminando, retornar a su patria.

Así fue como, al fin, por un modesto precio, unos 180 euros, el señor H. pudo conseguir esa obrita de incalculable valor para sus sentimientos. De un modo inesperado había llegado a sus manos un par de cuadernos en los que su padre había escrito diversos cuentos infantiles en unos tiempos terribles. En este punto de la narración, el hombre tenía los ojos enrojecidos. Lucía y yo sentíamos una presión inusual en nuestras gargantas.

Nos dijo, finalmente, nuestro amigo que su padre, en los cuadernos había plasmado once cuentos que destacaban por la ingenuidad que desprendían las historias. Sin duda, habían sido creados para ser leídos a niños. Ninguno de ellos estaba ambientado en algún espacio que pudiera ser reconocible, si bien en uno, el último que escribió, la acción se desarrollaba en un paisaje boscoso en el que, de manera vaporosa, su padre hablaba de cierta alambrada y de cierta persona, quizás un soldado, que la vigilaba. Los niños que protagonizaban ese cuento tenían prohibido acercarse allí.

Pienso que es posible que el padre del señor H., cuando fue internado en el campo, hubiera hecho saber de sus habilidades literarias a sus guardianes, que habrían sido quienes le habrían suministrado aquellos cuadernos con la idea, posiblemente, de que creara cuentos destinados a los hijos de los mandos nazis del campo. Así se podría explicar que a pesar de estar detenido hubiera podido escribir estos sencillos relatos. Nunca lo sabremos. Lo que si nos dijo el señor H. es que su padre, antes de que estallara la guerra, había publicado varios libros de poesía. Sin embargo, cuando la guerra terminó, jamás volvió a escribir un poema. Desde entonces solamente escribió cuentos. Quizás las experiencias vividas con los hombres en aquellos años terribles tuvieran algo que ver con esa decisión que tomó.

En todo caso, el padre de nuestro amigo –según este nos decía-, en las escasas ocasiones en que hablaba de esos tiempos, solía decir que su vida en el campo nazi había sido relativamente soportable. Lo peor habría de ocurrir cuando a punto de terminar la guerra los soviéticos liberaron el campo. Fue entonces cuando los soldados del Este atemorizaron a los detenidos y les robaron todas sus pertenencias, tan escasas como pobres: relojes, medallas, ropa… Igualmente, las mujeres que encontraron fueron violadas. Para entonces la inmensa mayoría de las mujeres polacas internadas en el vecino campo habían fallecido. Todo sugiere que los manuscritos habrían pasado desapercibidos para los saqueadores. Los soldados, sin duda, no prestaron especial interés a esos cuadernos en los que alguien, en una lengua que les sería desconocida, había escrito cosas incomprensibles.

Tras la desbandada nazi, los detenidos de aquel campo de trabajo, violentados y robados por sus liberadores, habrían de ser luego abandonados a su suerte en aquella tierra de nadie situada entre Alemania y Polonia. Comenzaba ahora una penosa odisea para el padre del señor H. en su deseo de lograr volver a casa. El Ejército Rojo no tenía tiempo para ocuparse de ellos. Al modo de un lobo inmenso y hambriento todas las fuerzas soviéticas se dirigían al corazón de Alemania. Tenían prisa por conquistar Berlín.

Habría sido en este contexto cuando nuestro hombre, famélico y desorientado, con el único equipaje de aquellos cuadernos, habría llegado a esa granja en la que sus atemorizados habitantes le dieron algo de comida. El hombre nunca pudo pensar que aquellos manuscritos que les regaló en señal de agradecimiento, habrían de llegar algún día a manos de su propio hijo.


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