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miércoles, 29 de septiembre de 2010

HUELGA GENERAL EN ESPAÑA

Imagen: Antiqva



A veces, todo conduce a la soledad, los silencios y la obscuridad… Es entonces cuando los hombres, esperanzados, ansían tener alguna esperanza…

lunes, 27 de septiembre de 2010

LIGEREZAS


Ensoñaciones fotográficas: Antiqva



Atravesando los senderos de la sierra, derrotado el calor intenso del verano, la mujer sentía –mientras contemplaba las nubes- las suaves caricias de un viento que le resultaba tan ligero como las alas de sus propios sueños.

viernes, 24 de septiembre de 2010

LA NOVICIA Y LOS DEMONIOS

Ensoñación fotográfica: Antiqva




En la madrugada del 5 de junio de 1809, cuando habían pasado siete meses y veinte días desde que los ejércitos napoleónicos dieran inicio al saqueo de la ciudad, nadie se extrañó de que Consolación del Santo Nombre del Espíritu Santo, novicia del convento de Santa Martina, alumbrase a un niño que pesó al nacer algo menos de dos kilos. Todos sabían que la hermana Consolación, durante los tres días que duró el saqueo de la ciudad, había sido violada una y otra vez, sin descanso, por los ciento cuarenta y tres coraceros del Escuadrón de Húsares de Montpellier que se habían acuartelado en el convento. La canalla francesa, tirada en el claustro, enfebrecida de odio y de alcohol, aguardó turno durante largas horas para cometer el crimen.

Cuando el niño tenía ocho meses, las monjas descubrieron que no tenía sombra. Algo después, entra lágrimas, repararon en que tampoco tenía alma. La Santa Inquisición, alertada, se vio obligada a intervenir. Dicen que dos Familiares del Santo Oficio, en la madrugada, se lo llevaron.

Tiempo después, cuando los vecinos del barrio iniciaron los trámites para que la monja fuera beatificada, el obispo de la ciudad habría de pontificar que ello no era posible ya que la novicia, aun a su pesar, había tenido trato carnal, sin duda, con el propio diablo. Nunca habría de saberse que el padre del niño había sido don Leopoldo de Montealto, párroco de la cercana iglesia de San Mateo, del que se rumoreaba en las tabernas que vestido con un disfraz de mameluco había sido obligado por la soldadesca, entre risotadas y amenazas de bayoneta, a unirse también a la violación. Parece que a la postre habrían luego de castrarlo. El habría sido el único de todos aquellos hombres que en el transcurso del crimen había, al menos, brindado en su mente todo su amor de hombre a aquella pobre mujer. Dicen que mientras la violaba estaba llorando.

Fue en aquellos días, cuando los inquisidores se llevaron a su niño, cuando la hermana Consolación, que hasta entonces había venido demostrando una gran entereza, enloqueció de dolor… Dicen que murió a las pocas semanas. La habían ingresado en un asilo cuyo nombre ya nadie recuerda.

Desde entonces, cada aniversario del 5 de junio, don Leopoldo de Montealto, el cura castrado, nunca dejó de llevar flores a su tumba.


ALGUNAS NOTAS


“La novicia y los demonios” es un cuento. Los nombres y los detalles son inventados. No obstante, todo pudo haber sucedido ya que a modo de ejemplo podemos decir que en aquellos tiempos, tras la batalla del puente de Alcolea, la ciudad de Córdoba fue objeto de un saqueo por parte de las tropas napoleónicas que duró tres días y sembró el pánico en la población. La excusa para tal acción, fue un disparo fallido que un tal Pedro Moreno realizó contra la comitiva invasora. Corría el día 13 de junio de 1808. Con ese pretexto, los franceses iniciaron el asalto de iglesias, conventos y casas, robando todo tipo de bienes.

El ejército francés se ensañó especialmente con los conventos femeninos, como los del Carmen o San Juan de Dios, donde se produjeron numerosas violaciones de monjas y robo de imágenes.

Presionados por la formación del ejército de Andalucía, al mando del general Castaños, los franceses abandonaron la ciudad el día 16 de junio. Siete días después las tropas españolas recuperaron el control de Córdoba. Al poco, los franceses habrían de ser derrotados, cuando intentaban atravesar Sierra Morena, en la famosa batalla de Bailén.

lunes, 20 de septiembre de 2010

DE LA VIDA Y DE LA MUERTE




Una vez que Senptah se ocupó de que la Sala Santa de Imhotep fuese adecuadamente embellecida, tal y como el dios le había pedido, su esposa quedó de nuevo encinta. El hijo varón nació el día en que se celebraba la festividad de este dios venerable y sus padres le pusieron el nombre de Pedibast. Se habían materializado, al fin, los deseos de Senptah y este Sumo Sacerdote y su bella esposa se sintieron felices. Taimhotep tenía entonces 26 años.

Quisieron los dioses, sin embargo, que esa felicidad fuese efímera. Sólo duró cuatro años, ya que la esposa del Sumo Sacerdote, cuando contaba solamente 30 años, habría de fallecer. Pedibast tenía sólo cuatro años cuando el cuerpo momificado de su madre fue enterrado en las arenas del estéril desierto rojo, en la necrópolis de Menfis. Para entonces, su espíritu había volado a los cielos.

Fue entonces cuando Senptah, iniciado en los Misterios de la Vida y la Muerte, tomó conciencia de que en su vida se había cumplido algo terrible de lo que Atum, el Dios Primigenio que lo había creado todo, ya había hablado en la noche de los tiempos. Senptah, arrodillado, orando entre lágrimas ante el cuerpo momificado de su amada Taimhotep, escuchó en su mente las palabras de Atum:

-A los dioses los creé de mi sudor, pero los hombres provienen de las lágrimas de mi ojo…”

Supo así Senptah que alguna ley eterna había establecido que el nacimiento de su hijo Pedibast, que tanto había deseado, tuviera que ser pagado con las lágrimas de sus ojos por la muerte de su amada esposa Taimhotep.

Los hombres que estudian los textos funerarios del antiguo Egipto saben que Taimhotep, en su inscripción funeraria, hizo saber a su esposo que a pesar de que ella había muerto él debía vivir y ser feliz. Le pedía que no dudara en alimentarse y cuidarse. Senptah debía vivir para si y para el hijo que tanto había deseado. Eso era lo que Taimhotep, desde el Reino Celeste, deseaba.

El Sumo Sacerdote, sin embargo, no hizo lo que Taimhotep le había pedido. Sólo un año después su cuerpo habría también de abandonar la vida. Las plegarías de los hombres de Menfis hicieron que su dolorido espíritu ascendiera al Reino Celeste y se integrara en el Disco Solar con Aquel que lo había creado.


Algunas notas

Aneck-Taui, donde estaba situada la Sala Santa en la que reposaba el cuerpo de Imhotep, era un barrio de Menfis.

La inscripción que hemos mencionado sobre la memoria de Imhotep en los libros se conserva en el Museo Británico.

Para la elaboración de este cuento hemos utilizado la información procedente de algunos documentos egipcios antiguos:

De un lado, la Estela de Taimhotep, de tiempos ptolemaicos, que también se conserva en el Museo Británico. Está mujer habría nacido en el año 73 a.C., en el año noveno del reinado de Ptolomeo XII (Neos Dionisios), en tanto que el hijo tan deseado habría nacido en el año 46 a.C., en el año sexto del reinado de Cleopatra VII.

Taimhotep habría fallecido en el año 42 a.C. Su esposo falleció un año después.

Hemos manejado también el texto de la denominada Estela del Sueño. Se trata de una estela de granito que tiene un peso de 15 toneladas. Fue erigida por Tutmosis IV en el año primero de su reinado (hacia 1400 a.C.). La estela se conserva entre las patas delanteras de la Esfinge de Giza.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

IMHOTEP, EL HOMBRE QUE FUE DIOS




Todo había comenzado algunos años antes. Senptah, Sumo Sacerdote de Ptah en Menfis, se sentía un hombre desgraciado. A pesar de que tenía 43 concubinas y a todas las había conocido del modo en que un hombre debe conocer a una mujer a la que ama, nunca había tenido un hijo varón.

Cierto día, Senptah vio a una mujer especialmente bella. Se llamaba Taimhotep y tenía 14 años. Senptah, cuando contempló su rostro, se sintió atraído por ella y pronto contrajeron matrimonio. Algunos años después, Taimhotep, en su estela funeraria, habría de dejar escrito:

-Este Sumo Sacerdote de Ptah me deseaba mucho, de modo que me quedé encinta de él varias veces, pero nunca alumbré a un hijo varón. Nacieron tres hijas. Recé junto con el Sumo Sacerdote a la Majestad de Imhotep, hijo de Ptah, dios venerable, grande en milagros, benévolo en sus acciones, que da un hijo a quien no lo tiene… El dios oyó nuestras plegarias, escuchó nuestras solicitudes. Y fue así como la Majestad de este dios vino donde este Sumo Sacerdote y le habló en un sueño revelador…

Senptah y Taimhotep sabían que Imhotep, cuando vivió en la Tierra Negra, había sido un hombre sabio que había alcanzado los más altos cargos del reino: Portasellos del Rey del Bajo Egipto, Uno Que Está Cerca de la Cabeza del Rey (Visir), Jefe de la Gran Mansión, Representante Real, Sumo Sacerdote del templo de Ra en Heliópolis y el Carpintero y el Escultor del Rey. Alcanzó una tan elevada sabiduría en su vida terrena que los hombres, cuando murió, no dudaron en proclamar que había sido un dios, hijo del divino Ptah. Pronto todos conocieron que Imhotep era un dios benevolente al que los hombres y las mujeres dirigían sus ruegos cuando deseaban tener un hijo. Todos los hombres de Egipto supieron así de las virtudes médicas de Imhotep y de su poder de fecundación.

Desde muy antiguo, esa sabiduría inmensa de Imhotep había llamado la atención de las gentes del valle del Nilo. Él había sido el arquitecto que construyó la Casa de la Eternidad del rey Dyoser, en Saqqara, una inmensa pirámide escalonada en diferentes alturas que había sido el primer edificio de tamaño colosal construido enteramente con sillares de piedra. Nunca antes se había hecho nada igual en Egipto. La pirámide construida por Imhotep, la primera que se alzó a los cielos en la Tierra Negra, era una escalinata inmensa que debía facilitar que el espíritu de Dyoser, cuando el rey muriera, ascendiera al Reino Celeste de Ra. Mucho tiempo después, los antiguos griegos habrían de reconocer que Imhotep no era sino la encarnación egipcia de Asclepios, el dios heleno de la Medicina.

Pasados los siglos, los hombres sabios de Egipto, al recordar la sabiduría inmensa que había envuelto la vida de Imhotep cuando había vivido como hombre en la tierra, habrían de dejar escrito:

-Un libro tiene más valor que una casa o una tumba en el desierto occidental. ¿Hay alguien como Imhotep? Hombres como él pudieron irse y sus nombres desvanecerse de la memoria, pero por sus escritos serán siempre recordados…

viernes, 10 de septiembre de 2010

EL SUEÑO DE SENPTAH




Habló entonces Atum: “A los dioses los creé de mi sudor,
pero los hombres provienen de las lágrimas de mi ojo…”

Libro egipcio de los Dos Caminos al mas allá
Textos de los Sarcófagos



Uno de aquellos días sucedió que Senptah llegó a Menfis a la hora del mediodía. Estaba cansado tras haber realizado un viaje y se acostó en el jardín buscando la dulce sombra de un sicomoro.

Fue entonces, en el momento en que el sol alcanzaba su cenit, cuando su mente vagaba por el mundo de los sueños, cuando sintió que Imhotep, el gran dios, hijo de Ptah, tomaba posesión de su cuerpo. Pudo así Senptah escuchar como la Majestad de este noble dios, de mismo modo en que un padre se dirige a su hijo, le hablaba a través de su propia boca. Le dijo:

-Mírame, obsérvame, Senptah, amado por Ptah, mi padre… Quiero que me escuches, hijo mío, soy Imhotep, tu padre. Me has pedido un hijo varón y yo he accedido a concederte eso que tu corazón desea. Yo te daré un hijo varón y toda la tierra que ilumina el Ojo de Ra se sentirá feliz. Tu mandíbula reirá plena de gozo. La mandíbula de Taimhotep, tu esposa, te acompañará en la risa. Debes saber que mi rostro lleva fijándose en ti desde hace muchos años. Mi corazón te pertenece y tú me perteneces a mí.

-Antes -prosiguió el dios-, debes escucharme. Quiero pedirte algo. Es mi deseo que te ocupes de que se haga un gran trabajo de embellecimiento en mi Sala Santa de Aneck-Taui, en el lugar de Menfis en el que reposa mi cuerpo momificado de hombre. Si cumples mi deseo, yo te recompensaré con un hijo varón.

-Quiero que tú hagas todo lo que está en mi corazón, pues sé que tú eres mi hijo y mi protector. Acércate, Senptah, siento que yo estoy contigo. Yo soy tu padre. Yo soy tu guía. Te pido que hagas que mi Sala Santa retorne a su esplendor de otros tiempos pasados. Es mi deseo que sea embellecida. Ocúpate de que todo vuelva a brillar del mismo modo en que reluce en el cielo la luz de Amón-Ra.

Cuando Imhotep hubo hablado, Senptah se despertó. Abrió los ojos y se postró de rodillas para adorar a este dios venerable. Esa misma tarde informó de la visión que había tenido a los Profetas del templo de Ptah, a los Jefes de los Secretos, a los Libadores Divinos y a los artesanos de la Casa del Oro. A estos, les ordenó que hicieran un trabajo excelente en la Sala Santa. Todo lo que Senptah ordenó fue realizado. Todo se hizo del modo en que Imhotep había deseado.

Ordenó luego Senptah que se realizara una ceremonia funeraria de Apertura de la Boca para Imhotep y se ocupó de que se llevara a cabo una gran ofrenda de todas las cosas buenas para este dios venerable. Después, alegró los corazones de todos los artesanos que habían trabajado otorgándoles cosas gratas a sus necesidades y sus sentidos. Feliz por todo ello Imhotep concedió que Taimhotep quedase encinta de un hijo varón...

lunes, 6 de septiembre de 2010

DEL JAPÓN Y DE LOS MARES

Imagen: Antiqva



Hace unas semanas, leyendo una entrada en el blog de Susana, entrañable amiga, supe que en el siglo XI había vivido en Japón una mujer llamada Murasaki Shikibu que habría escrito una novela titulada “Historia de Genji”. Uno nunca había escuchado nada acerca de esa mujer pero la defensa que Susana hacía de su obra hizo que me sintiera atraído por ella, de modo que hace unos días me desplacé a la Biblioteca Provincial y consulté si disponían en sus archivos de esa novela.

Resultó que en la base de datos aparecían dos ejemplares de la “Historia de Genji”, pero para mi decepción los dos estaban prestados en ese momento. Hice otra consulta y finalmente me facilitaron una obra titulada “Libro de Amor de Murasaki - Poesía de la historia de Genji”, libro editado por Alberto Silva que según pude comprobar brindaba una colección de poemas que estarían engarzados en la novela de Murasaki Shikibu.

Varios de esos poemas me atrajeron especialmente. Veamos algunos:

“tú que compartes
los mismos sentimientos
podrás entender, mejor que nadie,
cuánto me arrastra
el viento de la tarde de otoño”

“si el barco no amarra
ni hay cita en el muelle,
entonces, mañana,
el hombre que espero
llegará de vuelta”

He de reconocer que la lectura de este libro de poemas, comentados con rigor por Alberto Silva, que va explicando en cada caso el ambiente de la novela en el que cada poema se integra, me ha brindados bellos momentos de disfrute y reflexión. Aquel mismo día, en mi visita a la biblioteca, me hice también con un ejemplar de “Océano mar”, de Alessandro Baricco. Se trata de una novela que en una primera ojeada me pareció compleja por ir desarrollando tramas diversas que se insertan todas ellas en ambientes marinos. Pensé que esta obra me podría resultar idónea para leerla en las orillas del Mediterráneo, donde íbamos a pasar unos días de vacaciones.

Como uno, a veces, actúa movido por desconocidos impulsos, “Océano mar” se quedó finalmente en lo alto de la mesita del dormitorio, aguardando turno para su lectura. Había decidido, al fin, llevar a la playa, “Tartessos”, una novela del historiador Jesús Maeso que evoca las andanzas de las gentes de aquel mítico Reino del Fin del Mundo, en los tiempos en que reinaba Argantonio. La novela describe con interesantes detalles históricos los viajes de los tartesios (los antiguos andaluces) a las islas Casitérides (Gran Bretaña) en busca del estaño que necesitaban para fabricar los productos de bronce, atravesando las aguas tenebrosas del Océano. También se ocupa de los ambientes de las costas del Mediterráneo Oriental (Grecia y Fenicia) en donde se desarrolla una buena parte de la acción. Compré “Tartessos” hace varios años y siempre había encontrado excusas para demorar su lectura. Posiblemente porque tiene casi 500 páginas y a uno, a estas alturas, los libros de dimensión desmesurada le producen ciertos sudores. La novela, aunque muestra una trama un tanto repetitiva (marinos antiguos que van recalando por diversos lugares de las costas atlánticas y mediterráneas) me está resultando interesante, sobre todo, porque por su carácter de novela añade algo de vida a lo que sería pura historia. A veces, a la historia le falta la vida y una buena novela histórica puede aportarla. No puedo sino evocar ahora aquel magnífico estudio sobre “Tartessos” publicado en 1922 por Adolf Schulten, el arqueólogo alemán que abrió la visión de nuestra historia acerca de los orígenes de Andalucía. Conservo, como “oro en paño”, una edición publicada hace demasiado tiempo en la prestigiosa Colección Austral.

Cuando regresamos en estos días pasados de las costas de Málaga, bien aprovisionadas las mochilas digitales con multitud de fotografías de mares e hibiscos, decidí que podría dedicar algo de tiempo a “fabricar” uno de esos cuadernos de fotografías que de vez en cuando hago llegar a las personas que habitualmente dejáis vuestros comentarios en el blog, personas a las que considero amigas. En esta oportunidad, las palabras serían algunos de esos poemas japoneses del libro que venimos comentando.

Por cierto, la imagen que ilustra esta entrada corresponde a la decoración de una vieja caja japonesa de madera que ha estado desde siempre en la casa familiar de María. Nadie recuerda hoy las circunstancias en que esa bella caja llegó a la casa… Siempre la han visto en ella…




jueves, 2 de septiembre de 2010