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miércoles, 30 de abril de 2014

De las esperas





El joven carnicero con la bata manchada
y las uñas manchadas,
indiferente, silba
una canción de amor.
Espera ansioso las cinco de la tarde
-esa hora en que el sol coagula su gran ojo-
para lavarse y lustrar su peinado
e irse al cine con esa chica simple
con cuyos senos sueña
hace ya tantas, tantas noches.


Piedad Bonnet - Cita vespertina





jueves, 24 de abril de 2014

Sueños





Ahora, junto al velador, me estaba mirando. Yo recordaba que antes también me había mirado así, desde aquel remoto sueño en que hice girar el asiento sobre sus patas posteriores y quedé frente a una desconocida de ojos cenicientos. Fue en ese sueño en el que le pregunté por primera vez: «¿Quién es usted?». Y ella me dijo: «No lo recuerdo». Yo le dije: «Pero creo que nos hemos visto antes». Y ella dijo, indiferente: «Creo que alguna vez soñé con usted, con este mismo cuarto». Y yo le dije: «Eso es. Ya empiezo a recordarlo». Y ella dijo: «Qué curioso. Es cierto que nos hemos encontrado en otros sueños»."


Gabriel García Márquez - Ojos de perro azul





martes, 22 de abril de 2014

Cuento con gato





"Luego lo invitó a sentarse en un canapé de cretona florida donde había un gato dormido, y le puso en la mesa de centro su colección de álbumes. Florentino Ariza empezó a hojearlos sin prisa, pensando más en sus pasos siguientes que en lo que estaba viendo, y de pronto alzó la mirada y vio que ella tenía los ojos llenos de lágrimas. Le aconsejó que llorara cuanto quisiera, sin pudor, pues nada aliviaba como el llanto, pero le sugirió que se aflojara el corpiño para llorar. Él se apresuró a ayudarla, porque el corpiño estaba ajustado a la fuerza en la espalda con una larga costura de cordones cruzados. No tuvo que terminar, pues el corpiño acabó de soltarse solo por la presión interna, y la tetamenta astronómica respiró a sus anchas.

Florentino Ariza, que no perdió nunca el susto de la primera vez, aun en las ocasiones más fáciles, se arriesgo a una caricia epidérmica en el cuello con la yema de los dedos, y ella se retorció con un gemido de niña consentida sin dejar de llorar. Entonces él la besó en el mismo sitio, muy suave, como lo había hecho con los dedos, y no pudo hacerlo por segunda vez porque ella se volvió hacia él con todo su cuerpo monumental, ávido y caliente, y ambos rodaron abrazados por el suelo. El gato despertó en el sofá con un chillido, y les saltó encima. Ellos se buscaron a tientas como primerizos apurados y se encontraron de cualquier modo, revolcándose sobre los álbumes descuadernados, vestidos, ensopados de sudor, y más pendientes de esquivar los zarpazos furiosos del gato que del desastre de amor que estaban cometiendo. Pero desde la noche siguiente, con las heridas todavía sangrantes, continuaron haciéndolo por varios años…"


Gabriel García Márquez – El amor en los tiempos del cólera





domingo, 20 de abril de 2014

De las presencias y de lo invisible





Fue una experiencia compleja y perturbadora para ella y le dejó la sensación de que había abandonado su vida por una especie de nada, como si hubiera estado haciendo fotografías de cosas que no estaban allí. La cámara ya no era un instrumento que registraba presencias, era una forma de hacer desaparecer el mundo, una técnica para encontrar lo invisible.

Paul Auster – Leviatán





domingo, 13 de abril de 2014

La mujer de Oriente





Hervé Joncour esperó durante un par de horas. Después lo acompañaron por un largo pasillo hasta la última puerta. La abrió y entró.

Madame Blanche estaba sentada en una gran butaca, junto a la ventana. Vestía un kimono de tela ligera completamente blanco. En los dedos, como si fueran anillos, llevaba unas pequeñas flores de color azul intenso. El cabello negro, reluciente; el rostro oriental, perfecto.

-¿Qué os hace pensar que sois lo suficientemente rico como para acostaros conmigo?

Hervé Joncour permaneció de pie, frente a ella, con el sombrero en la mano.

-Necesito que me hagáis un favor. No me importa el precio.

Después sacó del bolsillo interior de la chaqueta una pequeña hoja de papel, doblada en cuatro, y se la tendió.

-Tengo que saber qué es lo que hay escrito.

Madame Blanche no se movió ni un milímetro. Tenía los labios entrecerrados, parecían la prehistoria de una sonrisa.

-Os lo ruego, madame.

No había ningún motivo en el mundo para que lo hiciera. Sin embargo, cogió la hoja de papel, la abrió, la miró. Levantó los ojos hacia Hervé Joncour, volvió a bajarlos. Dobló de nuevo la hoja, lentamente. Cuando se adelantó para devolvérselo, el kimono se le entreabrió apenas, a la altura del pecho. Hervé Joncour vio que no llevaba nada debajo, y que su piel era joven y de un blanco inmaculado.

-Regresad o moriré.

Lo dijo con voz fría, mirando a Hervé Joncour a los ojos y sin dejar escapar el menor gesto.

-Regresad o moriré.

Hervé Joncour volvió a meter el papel en el bolsillo interior de la chaqueta.

-Gracias.

Esbozó una pequeña reverencia, después se dio la vuelta, se dirigió hacia la puerta y quiso dejar algunos billetes en la mesa.

-Dejadlo estar.

Hervé Joncour dudó un instante.

-No hablo del dinero. Hablo de esa mujer. Dejadlo estar. No morirá y vos lo sabéis.

Sin volverse, Hervé Joncour depositó los billetes en la mesa, abrió la puerta y se marchó.


Alessandro Baricco - Seda





sábado, 5 de abril de 2014

Donde habitan las ausencias







La noche en que lo mataron todo había sucedido con tanta rapidez que él, con varias copas encima, ni siquiera se enteró. Al parecer, al salir del Blues Club, tras tropezar con un gato y caer al suelo de bruces, alguien lo había acuchillado. Ni siquiera le robaron la cartera. “Ajuste de cuentas” –había sentenciado la policía.


Cuando creyó despertar solo conservaba el vago recuerdo de haber contemplado, en algún momento que no podía concretar, sus manos ensangrentadas. En la neblina de su mente también acudía a él la visión de un viaje en la noche en un autobús que no conducía nadie y en el nadie más viajaba. Se sentía aturdido y le parecía como si el mundo fuese tan reciente que muchas cosas ni siquiera tuvieran nombre. Lo primero que vio cuando creyó recuperar la conciencia fue la fiera con la que había tropezado en la noche. Alguien le dijo que se llamaba gato. Tenía los ojos verdes, grandes y muy claros, pero de un verde no plenamente definido, como si a veces, según jugase la luz, quizás sometidos a su voluntad, pudieran mostrarse azulados o marrones. Decidió que el animal se llamaría Jato. Era tal la belleza con que sus ojos asombrados contemplaban el mundo que llegó a sospechar que las cosas, cuando el animal las miraba, se volvían transparentes.

Quedó tan impresionado con aquellos ojos que pocos días después comenzó a soñar con el animal. La primera vez, cuando dormía, le había parecido escuchar que Jato estaba maullando en el pasillo. Se levantó, pero allí solo habitaban las ausencias. La noche siguiente dejó abierta la puerta del dormitorio y al poco sintió que el gato se subía a la cama y ronroneaba mansamente acercándose a su cara. Notaba el dulce cosquilleo que le producían sus bigotes. Es un gato de la calle –pensó en su sueño-, ¿cómo habrá entrado en casa…? Y gracias a Jato, cuya presencia se fue repitiendo noche tras noche, se fue sintiendo cada vez más reconfortado y fue viviendo sueños felices en los que el felino le arropaba.

Pasaron algunas semanas antes de que se diera cuenta de que algo no iba bien: cuando se despertaba solo tenía presentes los sueños que había vivido junto a Jato pero no recordaba nada que le hubiera sucedido en el mundo real. Día tras día, iba pasando el tiempo y lo único que recordaba que no hubiera soñado es que se veía sentado en el sofá escuchando de continuo las emisiones radiofónicas de Cadena Nostalgia F.M. Pronto sospechó, aturdido, que quizá la visión de sus manos ensangrentadas no hubiera sido un sueño o que el viaje en el autobús estuviera revestido de algún significado que él no era capaz de captar. Su confusión iba en aumento. No entendía nada, salvo que cuando estaba despierto ni Jato ni nadie se le aparecían. Solo sentía la presencia del gato en los sueños. Posiblemente, pensó, el animal no fuese real, sino solo una apariencia que se le manifestaba en la noche. Fue algunos días después cuando estremecido fue tomando conciencia de que quizás tampoco él tuviera existencia.

“Yo no existo –se dijo al fin-. Solo existe mi mente…”, y con alivio, con humillación, con terror, comprendió al fin que él era también una apariencia, y que era otro, ¿quizás Jato?, quien lo estaba soñando.





jueves, 3 de abril de 2014

Un cuento inacabado





Tú, seas quien seas, que estás leyendo estas palabras, has de saber que me llamo Margarita Morena, o Polonia, que no estoy segura de cual sea mi verdadero nombre, y que según me contó cuando yo era moza el Venerable Fray Martino de Córdoba, Visitador de la Cofradía de Niños Expósitos de Nuestra Señora de la Soledad, nací sin padres un día ya olvidado del mes de mayo del año de 1525. Hoy, cuando han pasado 28 años, soy monja del convento de las Hospitalarias de San Esteban y ante el Altísimo me llamo Consuelo Grande del Amor de Dios.

Antes de entrar en el convento, alguna de las veces que hablé con Fray Martino me dijo que cuando mi madre, o quién fuera, me abandonó, había tenido conmigo un gesto de piedad, ya que había llenado mi boca con miel, buscando sin duda facilitar mi vida. Entre mis ropas, ella había dejado una cédula en la que decía que yo estaba bautizada y que mi nombre era el de Margarita Morena, posiblemente por lo oscuro de mi piel...



-Esto es el inicio de un cuento que quizás algún día sea capaz de dar forma y concluir... Quien sabe...




miércoles, 2 de abril de 2014

De las mujeres y de los mundos






Deleuze afirmó que no deseamos a una mujer, deseamos un mundo, la totalidad del paisaje que la envuelve y que se formó antes de nuestro encuentro con ella. Es cierto: no la deseas a ella. Deseas un mundo extraviado. Y todas las promesas de una vida mejor que ella irradia desde sus gestos, su atuendo, sus propiedades…


Mario Cuenca Sandoval – Los hemisferios