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viernes, 30 de noviembre de 2007

ESTUDIANTES DE SALAMANCA


De doctos labios recibieron ciencia
más de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.

Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos(*)
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.

Sentencias no hallaréis del Triboniano,
del Peripato no veréis doctrina,
ni aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo de libros.

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Blanca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho.

Así bajo los ojos la divisa
del amor, redentora del estudio,
y cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen amores.

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos...

Miguel de Unamuno (Salamanca)

(*) Nos habla el autor de los troncos de madera de los bancos. Hasta tiempos no demasiado alejados las mesas de los estudiantes no eran sino troncos de árboles en los que el alumno apoyaba sus libros. En ese sentido, en la Universidad de Salamanca se ha podido conservar un aula tal y como era en los tiempos en que impartía sus clases Fray Luis de León. Allí todavía están grabados los nombres de las muchachas por las que aquellos estudiantes suspiraron de amor.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

MIGUEL DELIBES


Mi padre y aquel hombre estaban conversando amigablemente, como viejos amigos que llevan mucho tiempo sin verse. Mi madre, mi hermana y yo aguardábamos con cierta impaciencia a que su conversación terminara. Era un domingo por la tarde y habíamos salido a pasear con la intención de llegarnos al centro de la ciudad y merendar unas ricas “milojas” en una pastelería que estaba situada detrás, en unos soportales, de la Plaza Mayor.

¿Queréis que os enseñe el periódico? -dijo el hombre, cuando parecería que estaban terminando la conversación.

Claro que si, Miguel, le respondió mi padre, claro que nos gustaría, sobre todo a los niños.

Mi hermana y yo nos miramos sorprendidos, ya que nadie nos había preguntado nuestra opinión y lo cierto es que lo que queríamos era irnos de una vez a la pastelería. Entonces, yo debía tener seis o siete años, y la verdad es que no tenía el menor interés en un periódico en esos momentos.

Pero lo que aquel hombre, se había brindado a enseñarnos no era un periódico de papel, como yo pensaba, sino el local en el que se editaba “El Norte de Castilla”, diario del que él era director.

Conversando amigablemente, el hombre nos llevó a un edificio cercano y nos hizo entrar en las entrañas del periódico. Cariñosamente nos fue explicando como funcionaban aquellas máquinas. Recuerdo la impresión que me causó una especie de máquina de escribir que funcionaba sola. El hombre nos explicó que aquello era un “teletipo” y que automáticamente imprimía los datos que alguien estaba introduciendo en ese momento en otro lugar del mundo. ¡Cosas de magia! -dijo mi madre, que nunca había oído hablar de aquellos inventos.

Al cabo de un rato, tras una despedida amigable en la que el hombre nos regaló a los niños unos libritos de cuentos que sacó del cajón de una de las mesas, salimos a la calle y nos dirigimos a donde nosotros queríamos ir, a la pastelería, en donde las “milojas” nos aguardaban. En el camino, mi padre nos dijo, con orgullo no disimulado, que el hombre con el que habíamos estado era Miguel Delibes, un afamado escritor.

Muchos años después, evocando este encuentro que tuve en mi niñez con Miguel Delibes habría de surgirme una pregunta sin respuesta: ¿De qué conocería mi padre a este hombre? ¿Por qué se hablaban con tanto cariño?.

Lo cierto es que nunca se lo pregunté a mi padre y cuando sentí la necesidad de hacerlo, ya no podía ser.

DE AMORES


A través de sus poemas aquella mujer consiguió que su amor perdurase en el tiempo.

LA DESPEDIDA


Ella se marchó entre abundantes
lágrimas diciéndome:
“¡Ay, Safo, cuánto sufrimos!
¡Con cuanto pesar te abandono!

Y yo le contesté:
¡Adiós, y sé feliz! ¡Sólo recuérdame,
pues sabes cuan atada estoy a ti!

Acuérdate al menos
(¡oh, no lo olvides!)
de las amadas y hermosas cosas que vivimos.

De tantas guirnaldas de violetas
y de rosas, y también de azafrán,
...con qué a mi lado te ceñiste.

De tantos collares tejidos
con dulces flores
que rodeaban tu tierno cuello.

De las muchas veces que con abundante
mirra de flores y de reyes
ungiste tu cabeza de hermoso peinado.

Del blando lecho
en que tú, a mi lado,
dejando que la ternura saliera...

Y no hubo colina profana
o sagrada, ni fuentes de aguas
a donde no hayamos ido...

Safo (Poemas)

martes, 27 de noviembre de 2007

INSOMNIO


Madrid(*) es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,

las tristes azucenas letales de tus noches?

Damaso Alonso (Hijos de la Ira) - (*) Poema escrito hacia 1940

lunes, 26 de noviembre de 2007

ANDALUCÍA EXPRES


De Córdoba te conozco
pero vienes de Jaén
atravesando olivares
que sienten en sus entrañas
la nostalgia de los mares.

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El “Andalucía Expres”, desde los mares de olivos jiennenses se encamina hacía los lejanos mares del Océano gaditano.

De unos mares a otros, entre ambos, otro inmenso mar, de creación humana y reciente: el de los naranjos que inundan el valle del Guadalquivir.

HOJAS CAÍDAS


Había llovido intensamente. Contemplando unas hojas caídas que se ahogaban en el agua, el hombre se emocionó.

domingo, 25 de noviembre de 2007

LUNA DE AGUA


Aquella Luna, bañándose en el barro, competía en belleza con su hermana astral.
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Las naranjas, envidiosas, ocultas tras el verdor, las observaban.

LUNAS Y NARANJAS


Estas imágenes las tomé ayer, sábado, una media hora antes de anochecer, con luz natural, sin flash. Al salir de casa me di cuenta de que a pesar de que había luz lo cierto es que la luna llena estaba hermosísima. Recorde de inmediato que los naranjos estaban encharcados debido a las fuertes lluvias de dias pasados y tan rápido como pude tomé la máquina digital e intenté buscar un charco en el que la luna se reflejara. Como había poca luz, no podía sospechar que las naranjas se iban a ver con cierta claridad. En honor a la verdad, no puedo sino destacar que las imágenes solo son pálidos reflejos de la belleza del momento.

viernes, 23 de noviembre de 2007

LUCES Y SOMBRAS EN SEVILLA


Conocedor de que se está celebrando estos días en Sevilla una exposición titulada “Egipto, Nubia y Oriente Próximo”, en la que se ofrece al público una interesante selección de piezas procedentes de las colecciones del Museo Arqueológico Nacional de Madrid, esta mañana –aprovechando que estoy disfrutando de unos días de descanso- tomé la decisión de desplazarme a esa ciudad.

Por diversas circunstancias, María no podía acompañarme, de modo que con la pretensión de disfrutar mansamente del viaje preferí dejar atrás el automóvil o el vertiginoso tren de alta velocidad y a primera hora de la mañana estaba haciendo cola en la estación para obtener un modesto billete en el “Andalucía Expres”, que es un electrotrén que viene a unir Jaén con Cádiz, pasando por Córdoba y Sevilla. Hacía tiempo que no tomaba ese expreso y me invadía una cierta nostalgia. Su marcha es más lenta y hace paradas en diversos pueblos lo que permite que el viajero pueda disfrutar más intensamente del paisaje.

Sin embargo, y como primera sombra de la jornada, el expresó llegó con casi media hora de retraso. Para entretenerme en la espera y calmar los nervios hasta llegué a componer un modestísimo poema:

“De Córdoba te conozco
pero vienes de Jaén
atravesando olivares
que sienten en sus entrañas
la nostalgia de los mares.”

Veía apropiadas las palabras ya que a fin de cuentas el “Andalucía Expres”, desde los mares de olivos jiennenses se encamina lentamente, sin demasiadas prisas, hacía los lejanos mares del Océano gaditano. Es una marcha indolente, con un continuo escalofrío de paradas y retrasos. De unos mares a otros, entre ambos, otro inmenso mar, de creación humana y reciente: el de los naranjos que inundan el valle del Guadalquivir, bellísimos –por cierto- con las ultimas lluvias.

A su paso por Peñaflor, el río estaba muy crecido, de hecho se había prácticamente desbordado, de modo que las aguas casi alcanzaban las murallas ciclópeas de El Higuerón. Por aquí, por estas parajes, habrían cruzado el río los mercenarios ibéricos de que hablaba hace días en un cuento que pretendí que fuese tan documentado como irracional. Ahora, desde el tren no podía sino recordar, con una sonrisa, la historia inventada.




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La exposición egipcia fue una de las luces del día. Me encantaron las piezas seleccionadas e igualmente la presentación de las mismas. Puestos a elegir, recuerdo ahora unas paletas de esquisto utilizadas en el Predinástico para machacar ungüentos y medicinas, y una bellísima representación escultórica de Isis con el niño Horus en sus brazos, que es sabido que es un antecedente de las esculturas similares de Jesús en el regazo de María.
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Terminada la visita a la exposición, un buen paseo por Sevilla: calle Cuna, calle de las Sierpes, plaza de la Catedral, la Giralda, la Torre del Oro, el Guadalquivir…, ¡otra vez el Guadalquivir! Pleno de aguas y rodeado de nubes que me parecían bellísimas. Sin duda, la luz más intensa de toda la jornada.
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Tras el almuerzo y un par de cafés debía llegar otro punto fuerte. Se trataba de la visita al Museo Arqueológico. Fue, sin embargo, un nuevo punto sombrío. Dada la amplitud del museo había decidido firmemente que solo visitaría la sección de Prehistoria, entre otras cosas porque no quería sufrir vértigos, pero el portero con amabilidad exquisita me informó que ello no era posible, ya que por desgracia las últimas lluvias caídas sobre la ciudad habían producido la inundación de las salas, que están situadas en la planta del sótano.

Quedé perplejo por la noticia, pero me dispuse a contemplar otra vez las magníficas piezas de época romana que aquí se exhiben, muchas de ellas procedentes de la cercana Itálica, cuyas ruinas cantó el poeta. Lo cierto, no obstante, es que la imposibilidad de visitar las salas de Prehistoria me dejó conmocionado. ¡Estaban inundadas!, había dicho aquel hombre. ¿Qué habrá sido –pensaba yo- del tartésico “Tesoro del Carambolo y de tantos otros tesoros que se guardan en esas salas?
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Tras la visita, algo cansado por tantas emociones, todavía dediqué un tiempo corto en recorrer el Parque de María Luisa, bello rincón hispalense que, quizás por la abundancia de aguas en estos días pasados, presentaba un estado de cierto abandonado, con los barros enseñoreándose de los caminos. De nuevo, otra sombra.

Y por fin, un taxi y a la estación de Santa Justa, para iniciar cuando antes el camino de regreso, ya que el cielo estaba cada vez más oscuro y la amenaza de temporal se vislumbraba con claridad. Allí, en la modernísima estación, la negrura de la noche lo invadía todo: ¡Que barbaridad, que cola de personas para sacar los billetes! Yo, huyendo de los retrasos del expreso de los olivares, había decidido sacar billete ahora en el AVE, el tren de alta velocidad, que dicen que alcanza más de 200 kilómetros por hora, pero ¡Señor, que inmensa cola para obtener el billete!

Cuando conseguí, al fin, ser atendido, corrí con el codiciado papel en mi mano en dirección al andén del que, en menos de cuatro minutos, iba a salir el velocísimo convoy. Tuve, afortunadamente, éxito, de modo que conseguí sentarme en mi plaza, la número 5B del coche número dos, antes de que el AVE arrancara. Parecía, al fin, que llegaba otro momento de luz e ingenuamente pensaba que podría incluso dormitar un poco durante el viaje.

Pero no. Estaba equivocado. Un tipo de aspecto malcarado me sorprendió de repente:

- ¡Oiga, que está sentado en mi sitio! -bramó sin miramientos.

- Perdone, pero creo que se equivoca –respondí. Yo llevo el 5B del coche dos.

El tipo, invadido por una seguridad impía, me requirió el billete para luego, tras haberlo contemplado, plenamente dominado por la soberbia, volver a bramar:

- ¡Oiga, que su billete tiene fecha de 22 de diciembre, y estamos en noviembre!

Acosado por el tipo, que me requería el asiento, y abrumado por el error, no pude sino derrumbarme mientras me levantaba, proclamando con voz perdida:

- ¡Pero si he sacado el billete hace unos minutos, en la cola de “Salida inmediata”!

Pero el tipo, para entonces, dormía placidamente en mi asiento.

Mientras yo suplicante y abochornado me arrastraba por el vagón buscando la piedad de algún asiento libre, los pasajeros miraban de reojo, sin duda disfrutando de mi penalidad.

- ¡Santo Dios!, ¿pero que me pasa hoy a mí? –pensaba.

Cuando llegamos a mi ciudad, en un brevísimo tiempo que a mi se me hizo demasiado largo, llovía a cantaros. Continuando con las sombras de la jornada, ningún taxi rondaba por los alrededores de la estación, de modo que con mi chubasquero y mi paraguas, derrumbado por las sombras, inicié el largo trayecto en dirección a mi casa.

En el camino, no obstante, un último rayo de luz habría de aclarar la negritud de tantos padecimientos. Mientras contemplaba la lluvia y sus efectos, al atravesar unos jardines, un “cuento mínimo” llegó a mi mente:

“Llovía intensamente. Contemplando unas hojas caídas que se ahogaban en el agua, el hombre se emocionó.”
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jueves, 22 de noviembre de 2007

ALABANZA DE NEFERTARI


La princesa, rica en alabanzas, dueña de la gracia,
dulce de amor, Soberana de los Dos Países (1),
la bella, cuyas manos sostienen los sistros (2),
la que alegra a su padre Amón (3).

La muy amada que lleva la corona,
la cantante del rostro hermoso, la gloriosa con dos plumas,
la más grande del gineceo del Señor del Palacio,
aquella cuya palabra os hace feliz.

Todo lo que pide por ella se hace,
toda cosa bella adviene según su corazón (4),
todas sus palabras traen la dicha a los rostros,
se vive de oír su voz (5).

Notas aclaratorias

- Hemos utilizado la traducción de Borja Folch (Cantos de amor del antiguo Egipto). Libros Tauro.

1) Nefertari, mujer de inteligencia y belleza excepcional, era la esposa de Ramsés II y por tanto soberana de los Dos Países: el Alto y el Bajo Egipto.

2) El sistro era un instrumento musical, del tipo de un sonajero, que se utilizaba en las danzas y rituales religiosos egipcios. Producía un sonido frenético que favorecía el éxtasis de las danzantes.

3) Amón era la divinidad esencial en el panteón del Reino Nuevo.

4) En los últimos versos se establece un claro paralelismo entre la divinidad, entendida como fuente de la creación y Nefertari. En efecto, el acto de la creación comenzó cuando la divinidad primigenia, Atum, con la que Amón se asimilaba, concibió en su corazón el deseo de que todo comenzara a existir. Una vez que el corazón de la divinidad tuvo ese deseo, bastó que utilizando la magia inmensa de la palabra Atum fuese diciendo los nombres de las cosas para que estas fueran surgiendo. De modo similar, en el texto se nos viene a decir que las cosas bellas existen una vez que el corazón de Nefertari las desea y su boca pronuncia sus nombre.

5) Los egipcios vivían gracias al verbo de la divinidad, al que aquí se asimila la voz de Nefertari. Pensamos que pocas veces el poeta ha sabido hacer tan inmensa alabanza de una mujer: todo lo bello existe gracias a que Nefertari lo ha deseado y ha pronunciado su nombre.

martes, 20 de noviembre de 2007

EL AS DE BRONCE (I) – LA BATALLA DE ILIPA

Reverso de un as de bronce de Kastilo
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Aprovechando la oscuridad de la noche, el grupo de hombres, en una pequeña barca, cruzó las aguas del Betis, esperando poder eludir la persecución de los romanos, que controlaban férreamente los caminos que desde Ilipa se dirigían a Corduba.

Dos días antes, los hombres de Publio Cornelio Escipión habían masacrado a las tropas cartaginesas que se les habían enfrentado en la batalla de Ilipa, en el lugar que hoy conocemos como Vado de las Estacas. Corría el año 206 antes de nuestra era. Los 50.000 infantes, 4.000 jinetes y 32 elefantes que integraban el ejército púnico habían sucumbido ante las legiones romanas (45.000 infantes y 3.000 jinetes).

Asdrúbal Giscón, general del ejército cartaginés, no había podido evitar que sus elefantes, atemorizados por la avalancha de dardos incendiarios y proyectiles de piedra lanzados por las catapultas romanas, iniciaran una carrera alocada en la que todos, romanos y púnicos, habían sido aplastados por los monstruos. En esa desbandada, las filas cartaginesas se habían roto y la última carga de la caballería de Escipión terminó por poner en fuga tanto a los propios africanos como a los contingentes de mercenarios ibéricos que apoyaban su causa.

En su huida alocada, perseguidos por las legiones, buena parte de los vencidos tomaría el camino de Gadir, que habría de ser el último bastión púnico en la península ibérica. De allí, finalmente, en ese mismo año 206 habrían de ser también expulsados.

Nuestro grupo de fugitivos, que había cruzado las aguas del Betis en las inmediaciones de la población turdetana de Celti, estaba integrado por seis personas: de un lado, cuatro mercenarios ibéricos que se habían enrolado en Corduba; de otro, un mercenario griego –oriundo al parecer de Corinto- que llevaba muchos años guerreando con las tropas de Aníbal y, finalmente, una mujer de mediana edad, nacida en Kastilo, que acompañaba a las tropas auxiliares en sus desplazamientos ejerciendo sus oficios de adivina y buhonera. Acerca de esta mujer, algunos pensaban que también sabía brindar momentos de placer momentáneo a los soldados, pero lo cierto es que si hacía tal cosa no era con cualquiera de ellos, ya que muchos lo habían intentado y nunca habían conseguido ablandar su corazón, ni siquiera con la promesa de un buen puñado de esas monedas de bronce con las que los cartagineses pagaban sus servicios como soldados de fortuna.

El grupo de fugitivos, liderado por Orisón, intentaba atravesar las líneas romanas y llegar a Corduba, en donde pensaban que encontrarían el respaldo de sus paisanos. Eran conscientes de que la antigua vía que unía Ilipa con Corduba, pasando por Celti, Detumo y Carbula, estaba estrechamente vigilada, de modo que habían decidido cruzar las aguas del río para luego, avanzando en paralelo por el otro lado, a través de los campos, intentar eludir a las patrullas de Escipión y alcanzar finalmente su destino. Fue así como la barca abandonó el puerto de Celti, situado junto a sus sólidas murallas, y una vez en el otro lado, tras cruzar también las aguas de otro río, el Singilis, que muy cerca se unían a las del Betis, los hombres iniciaron su andadura camino de Corduba.

EL AS DE BRONCE (II) – MERCENARIOS IBÉRICOS

Murallas ciclópeas de El Higuerón, que se integraban en el antiguo puerto fluvial de Celti (Peñaflor, Sevilla).
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Sólo podían avanzar aprovechando las ventajas de la noche y dado que se acercaba el momento del amanecer, una vez que cruzaron el Singilis, los hombres decidieron ocultarse en las oquedades de un pequeño barranco. Esperaban que los romanos estuvieran ocupados en la persecución de los africanos que se dirigían a Gadir, así como de los auxiliares ibéricos que en desbandada se habían encaminado en dirección a las sierras cercanas. Solo algún grupo marginal, como ellos, había decidido cruzar el Gran Río e intentaban atravesar las líneas enemigas por uno de sus flancos, sin duda menos vigilado, ya que realmente, en su marcha por los campos, lo que estaban haciendo no era huir de los hombres de Escipión, sino precisamente todo lo contrario, se internaban en el valle, penetrando en el interior de la región, buscando su refugio en Corduba.

Ocultos en la oquedad del barranco, los fugitivos durmieron durante toda la mañana, exhaustos como estaban por una jornada de combate y por otra posterior de huida enloquecida. Algo avanzada la tarde, tras comer una parte de las provisiones que llevaban, no pudieron sino debatir acerca de las pocas esperanzas de salvación que tenían. El griego intentaba darles ánimos:

- Amigos –les decía-, no os preocupéis demasiado, sois buenos guerreros y los romanos, sin duda, no tendrán inconveniente en admitiros en sus filas. Habéis luchado hasta ahora por Cartago; en el futuro, lo haréis por Roma. Pensad que Escipión precisa de hombres que le ayuden a consolidar la conquista de estas tierras. Si conseguís salvar la vida cuando los romanos os encuentren, una vez pasado ese primer momento de peligro, creo que tenéis asegurada la supervivencia. Orison, tu alcanzaste el rango de jefe en el ejército cartaginés y seguro que lo mantendrás en las tropas auxiliares romanas.

- Respecto a ti, mujer –prosiguió Eneas dirigiéndose a Símiles, la adivina, bien sabes por tu oficio que el futuro próximo que te espera no es demasiado halagüeño. Todo sugiere que los hombres de Escipión, menos refinados que los africanos, no te respetarán del mismo modo que hicieron estos. Sin duda, cuando nos apresen, te esperan momentos difíciles, pero debes ser consciente de ello y ser capaz de aguantar; si lo haces, conservarás la vida y pronto las aguas revueltas volverán a su cauce; entonces, podrás retornar a Kastilo, la ciudad donde naciste.

- ¿Y que me dices de ti, Eneas, que futuro te espera a ti?, preguntó Orison.

- Todos sabemos, habló el de Corinto, que los romanos son especialmente crueles con los mercenarios helenos o asiáticos que luchan a favor de sus enemigos. Precisan el apoyo de las tribus locales y a vosotros, amigos turdetanos, os perdonarán la vida, pero en mi caso –como bien sabe esa adivina- me espera una muerte segura. No existe en mi caso posibilidad de redención. Mi apoyo a la causa de los africanos se me castigará con la muerte.

- Por eso, prosiguió Eneas, quiero deciros algo: cuando, finalmente, nos encuentren los hombres de Escipión y yo llegue a mi fin deseo que cuando queméis mi cuerpo, y enterréis mis cenizas en Corduba, vuestra ciudad, me hagáis el inmenso favor de colocar sobre ella una inscripción que diga:

“A Eneas, hombre bueno y prudente, está dedicada esta tumba en la que se tributan honras fúnebres a su cuerpo mortal. Pero no a su corazón inmortal, que se alzó hasta la morada de los Felices, pues el alma vive siempre, la que procura la vida y de los dioses desciende. Contened, pues, amigos, vuestros lamentos. El cuerpo es túnica del alma, así que venerad al dios que hay en mí.”

EL AS DE BRONCE (III) – LOS MISTERIOS ÓRFICOS

Anverso de la moneda. El individuo porta una diadema de la que cuelgan cintas.
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Al contemplar los gestos de sorpresa de los turdetanos, Eneas prosiguió hablando y les explicó que él, iniciado en los cultos órficos de los misterios, era consciente de que en el hombre existe un dualismo entre el alma, cuya esencia es divina e inmortal, y el cuerpo, concebido como una prisión en la que el alma esta encerrada mientras la persona desarrolla su existencia en esta vida. La causa de que el alma estuviera atrapada en la materia se justificaría en la necesidad de expiar un antiguo pecado cometido contra la divinidad. A través del proceso iniciático vivido en su juventud, él –les dijo- había accedido a un conocimiento que le permitía comprender el papel que el hombre juega en la creación. Gracias a unos ritos que estaba prohibido divulgar a los profanos se facilitaba la liberación del espíritu, de modo que gracias a esa experiencia iniciática, Eneas era consciente de que tras su muerte le esperaba una existencia feliz en el más allá, llegando a comprender que su alma participaba de la naturaleza divina.

- En suma, terminó Eneas, pienso que todos tenéis asegurada vuestra supervivencia en estos momentos aciagos que estamos viviendo y veréis que yo, el único que morirá, lo haré feliz, ya que sé cual es el camino que me espera.

La adivina, que nunca había escuchado hablar de esos extraños ritos mistéricos no pudo sino responderle:

- Estoy, Eneas, sorprendida de todo lo que nos has dicho; pero, entonces, a nosotros, ¿qué nos espera cuando algún día nos llegue la muerte? A nosotros, que no estamos iniciados en esos misterios de los que nos has hablado, ¿qué nos sucederá?

La respuesta no gustó demasiado a los turdetanos:

- Amigos, cuando os llegue el último día, al no conocer las enseñanzas que impartió Orfeo, vuestras almas estarán obligadas a reencarnase de nuevo en la materia. Volveréis a vivir en nuevos cuerpos, sin avanzar por tanto en el camino que algún día deberá permitir que podáis arribar a las esferas celestes donde habita la divinidad. No tenéis conocimiento y por ello, inexorablemente, vuestras almas volverán a encarnarse. Solamente los hombres que tienen el conocimiento pueden eludir la reencarnación y consiguen convertirse en una parte plena de la divinidad, como a mí, confío, debe sucederme y así deseo que conste en mi epitafio.

- Eneas, me cuesta creer lo que dices –exclamo la mujer-. Nunca he oído nada semejante y nada puedo encontrar que apoye tus creencias. Ojala fueran ciertas. De ser así, todos desearíamos ser iniciados en esos conocimientos mistéricos de los que nos has hablado.

- Símiles – le respondió el hombre- solo te pido a ti y a tus amigos que cuando llegue mi próxima muerte hagáis con mi cuerpo y con mi tumba lo que os he pedido. Os ruego, también, que recapacitéis sobre lo que os he dicho. De algún modo, vosotros habéis dado el primer paso –al escuchar mis palabras- en el conocimiento de los grandes misterios de la vida y la muerte.

- Deseas, mujer –prosiguió-, alguna prueba de que es cierto lo que digo. Pues bien, dame una moneda, entrégame uno de esos ases de bronce de Kastilo, tu ciudad.

La mujer, extrañada, le entregó la moneda. En ella, en su anverso, se distinguía el perfil de un hombre de aspecto apolíneo, que portaba una diadema; en el reverso, se apreciaba una inscripción ibérica y encima de ella la representación de una esfinge.

Eneas, con la punta de su cuchillo, hizo una muesca en forma de V en el reverso de la moneda, en el lado derecho de la esfinge, y devolvió el bronce a la mujer.

- Escucha esto – Símiles-, durante mucho tiempo tu alma tendrá que sufrir sucesivas reencarnaciones, pero llegará un momento en que ese proceso estará próximo a su fin. Eso sucederá, algún día, dentro de mucho tiempo, cuando tu alma, presa en el cuerpo en el que en ese momento esté encarnada, recupere de nuevo esta moneda que ahora vamos a arrojar en estos campos.

- Cuando vuelvas a tener en tus manos esta moneda, un as de bronce de Kastilo, podrás reconocerla por la muesca que he hecho en ella. Obsérvala bien, mujer, antes de que mi mano la arroje tan lejos como me sea posible. Volverás a encontrarla dentro de muchas vidas y ella te hablará de que tu proceso de integración en la divinidad está ya próximo.

Tras decir estas palabras, Eneas lanzó la moneda a lo lejos, más allá del barranco. En esos momentos, estaba ya anocheciendo y el grupo de fugitivos, dirigido por Orisón, se puso nuevamente en marcha.

EL AS DE BRONCE (IV) – EL RETORNO DE SÍMILES

Detalle del reverso de la moneda, en el que se aprecia la inscripción ibérica, la esfinge y la muesca en forma de V que con la punta de su cuchillo trazó Eneas.
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El hombre, de edad mediada, embutido en su gabardina grisácea, paseaba aquel día lluvioso por los soportales de la Plaza Mayor de Madrid. Era un día festivo y ante la lluvia que caía, había decidido curiosear, protegido por los soportales, entre los tenderetes en los que hombres diversos tenían puestas a la venta todo tipo de curiosidades. Desde joven coleccionaba sellos de correos y cuando tenía oportunidad gustaba de pasear buscando alguna pieza que le resultara de interés. Cuando era un niño, su padre lo llevaba de la mano. Ahora era él el que caminaba con su hija, una niña de doce años.

Curioseando entre sellos, billetes antiguos, postales, monedas, vitolas de cigarros y multitud de objetos propios de diversos coleccionismos, frente a un puesto regentado por un hombre de aspecto cobrizo, la niña admiraba, entre tantos objetos, una piedra tallada, de aspecto cuadrado, en cuyo centro alguien había perforado un agujero.

- ¿Y esto que es? -preguntó la niña.

El hombre agitanado tuvo pronta respuesta:

- Hija, eso es una pesa. Los antiguos las utilizaban como contrapesos colgantes que permitían tensar los hilos en los telares.

La niña, que había cogido la pesa, volvió a retornarla a su lugar. Reparó entonces en una vieja moneda de bronce que con ingenua curiosidad tomó con sus dedos menudos.

- Mira papá, en está moneda vieja hay un bicho raro, como si fuese un perro con alas.

El hombre cogió la moneda sin manifestar demasiado interés pero buscando complacer a la niña y efectivamente, en su anverso pudo distinguir la silueta de un bello joven que portaba una diadema con cintas sobre su cabeza. En el reverso contempló igualmente ese extraño perro con alas, que el gitano aseguró que era una esfinge, animal que simbolizaba las monedas que en tiempos muy antiguos se habían emitido en una ciudad llamada Kastilo, que creía que había estado situada en Andalucía, pero no sabía en concreto donde.

Examinando la moneda, el hombre reparó en que tenía una muesca en forma de V y se la devolvió a su hija.

- Mira -le dijo-, parece como si la moneda estuviera rota.

La niña miró atentamente el reverso de la moneda; de súbito sintió que un intensísimo dolor recorría su frente. Durante unos momentos estuvo ausente de la realidad, a punto de desvanecerse. El padre, que se dio cuenta de que algo le pasaba no dudó en estrecharla en sus brazos.

Fueron solamente unos segundos y la niña se recuperó de inmediato. Pronto el color retornó a su carita. El padre, algo preocupado, la examinaba con atención cuando la niña, ya tranquila, le manifestó –de súbito- que quería aprender muchas cosas acerca de lo que habían sido unos extraños cultos de Misterios en los que los antiguos griegos habían creído.

- Pero, hija, ¿cuándo has oído tu hablar de esas cosas? -le respondió, invadido de dudas, el hombre-.

EL AS DE BRONCE (V) – NOTAS

El Guadalquivir desde lo alto de las murallas de Celti. Por estos parajes cruzaron el río los fugitivos.


NOTAS


IDENTIFICACIÓN DE LOS LUGARES QUE SE CITAN EN EL TEXTO

Ilipa: Alcalá del Río, Sevilla
Gadir: Cádiz
Celti: Peñaflor, Sevilla
Detumo: Posadas, Córdoba
Carbula: Almodóvar del Río, Córdoba
Corduba: Córdoba
Kastilo: Castulo, Jaén


IDENTIFICACIÓN DE LOS RÍOS QUE SE CITAN EN EL TEXTO

Betis: Guadalquivir
Singilis: Genil

El río Genil, procedente de Granada y tras pasar por Écija, se une al Guadalquivir en las inmediaciones de Peñaflor.


NOMBRES UTILIZADOS PARA LOS PERSONAJES DE FICCIÓN

ORISÓN: mercenario turdetano que se ha enrolado en Corduba en el ejército cartaginés. Actúa como caudillo de los fugitivos.
- Es un nombre ibérico. Un caudillo oretano de ese nombre derrotó al cartaginés Amilcar allá por el 230 antes de nuestra era.

SÍMILES: mujer adivina nacida en Kastilo. Es la dueña del as de bronce objeto del relato.
- Es igualmente un nombre ibérico. En concreto se corresponde con el nombre de una princesa de Kastilo que fue esposa de Aníbal, el más sobresaliente caudillo cartaginés.

ENEAS: mercenario griego, oriundo de Corinto, iniciado en los Misterios de Orfeo.
- Se trata en este caso de un nombre de origen heleno, que hemos utilizado como homenaje a la conocida obra de Virgilio.


ACERCA DEL EPITAFIO DE ENEAS

Hemos reproducido una inscripción funeraria real, fechada en el siglo II de nuestra era, que es citada por A. Bernabé (Textos órficos y filosofía presocrática) con el número 73. En ella se confirman las expectativas de un difunto llamado Eliano, que había sido iniciado en los misterios.

domingo, 18 de noviembre de 2007

SOLA DE TI


Y fue como si el curso natural de los días
me tuviese en suspenso exactamente
sobre la vertical de tanto mimo tuyo
que si una soledad de ti me preguntase ahora
qué tengo yo que mi amistad procuras,
lo tienes todo, amor, yo te diría.

María Victoria Atencia (Sola de ti)

sábado, 17 de noviembre de 2007

COSAS DEL BLOG


El hombre escribía versos mediocres y cuentos extraños solamente para él.

Un día, alguien entró en el blog y dejó un mensaje de felicitación, tan cortés como cálido.

El hombre creyó enloquecer.

viernes, 16 de noviembre de 2007

MISTERIOS EGIPCIOS


En la rúbrica del capítulo 137A del “Libro de los Muertos” de los antiguos egipcios, el sacerdote nos dice, en relación con el ritual de las cuatro antorchas de glorificación:

“Palabras que se pronunciarán sobre cuatro antorchas de tela roja impregnadas de aceite de Libia de primera calidad, (sostenidas) en la mano de cuatro hombres sobre cuyos brazos esté escrito el nombre de los hijos de Horus(1). (Se) iluminarán en plena luz del sol, (lo cual) motivará que el indicado bienaventurado tenga poder sobre las Estrellas Imperecederas(2). Aquel para quien se recite esta fórmula no podrá perecer jamás, su alma vivirá eternamente (porque) la antorcha hará prosperar al bienaventurado, como (si fuera) Osiris, Señor de los Occidentales(3). Esto ha sido verdaderamente eficaz millones de veces(4).

Toma buena atención: No la recites en presencia de nadie, con excepción de ti mismo, de tu padre o de tu hijo, porque es un gran secreto del Occidente, un misterio de la Duat, ya que los dioses, los bienaventurados (y) los muertos lo contemplarán bajo la forma del Señor de los Occidentales y (el difunto) será poderoso al igual que el dios(5).

Harás que se recite la fórmula de las cuatro antorchas cada vez que se haga llegar su estatua a cada una de las siete puertas de Osiris(6). Esto (le) comportará ser un dios, un ser poderoso con los dioses y con los bienaventurados para siempre jamás y entrar por los porches misteriosos sin ser apartado de Osiris. Aquel para quien esto sea recitado entrará y saldrá sin ser rechazado, sin ser apartado, sin ser dejado de cuenta el dia del juicio, (porque) sería abominable para Osiris (tener que) castigarle. Esto ha sido verdaderamente eficaz (millones de veces).

Recitarás este libro mientras que el mencionado bienaventurado esté depositado (en la tierra), glorificado, purificado y (mientras) su boca(7) se esté abriendo con un (cuchillo) de metal bia(8)."

Notas

1) Los cuatro hijos de Horus son Amsit, Hapy, Duamutef y Qebehsenunf. En el texto del ritual veremos que se les pedirá expresamente su protección.

2) La luz que desprenderán las cuatro antorchas, gracias al ritual mágico, no será sino la propia luz del sol, la luz que emana de la divinidad. Gracias al poder de esa luz, el difunto será más poderoso que las propias Estrellas Imperecederas; se trata de nuestras Circumpolares, que se distinguen por no desaparecer nunca de la visión del hombre, motivo por el que los egipcios las denominaban Imperecederas o Inmortales, y pensaban que era el lugar de residencia de las divinidades y de los difuntos glorificados.

3) La persona para quién se recite esta fórmula encontrará la vida eterna tras la muerte, no morirá por segunda vez, no se extinguirá –el inmenso temor de los hombres egipcios- sino que será transformado en divinidad inmortal (como si fuera Osiris).

4) Se trata de una frase usual en los conjuros mágicos del “Libro de los Muertos”: el sacerdote, en la rúbrica, insiste en que se ha contrastado “millones de veces” que la fórmula ha resultado eficaz.

5) En los textos iniciáticos es usual que se insista, una y otra vez, en la necesidad de que el conocimiento que se recibe se guarde en el mas absoluto secreto.

6) Durante su viaje por las regiones de la ultratumba el difunto debía atravesar diversas puertas que estaban custodiadas por guardianes de feroz aspecto, que estaban prestos a impedirle el acceso. Gracias a conjuros como este, que habrían de recitarse ante cada una de esas puertas, el difunto tenía asegurada la entrada.

7) La fórmula se debía leer, se nos dice, en el momento en que se estaba practicando al cadáver el ritual “de la apertura de la boca”, con el que se pretendía que la vida volviese a la momia. Lo practicaba un sacerdote que tras diversas purificaciones abría la boca del difunto utilizando para ello un objeto sagrado, del tipo de un cuchillo o azuela. El acto se realizaba frente a la puerta de la tumba o en su interior, en la capilla funeraria.

8) Posiblemente se trataba de un cuchillo fabricado con hierro de origen meteórico.

FÓRMULA DE LAS CUATRO ANTORCHAS


Fórmula de las cuatro antorchas de glorificación preparadas para el bienaventurado (capítulo 137A del “Libro de los Muertos”):

Haz cuatro recipientes de arcilla, en los que esparcirás incienso; llénalos con leche de una becerra blanca, apagando con ella las cuatro antorchas.

Palabras dichas por N.:

“La antorcha llega a tu ka, Osiris, Señor de los Occidentales; la antorcha llega a tu ka, Osiris N. El que anuncia la noche se presenta llegado el día; los Dos hermanos de Re llegan igualmente. Después de brillar en Abidos, (el dios) se presentó e hice que viniera el Ojo de Horus, el cual centellea delante de ti, Osiris, Señor de los Occidentales; está sano y salvo delante de ti, brillando en tu frente. (El Ojo de Horus) centellea delante de ti, (Osiris) N., está sano y salvo delante de ti.

El Ojo de Horus es tu protección, Osiris, Señor de los Occidentales (y) constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos, todos tus enemigos son apartados de ti.

El Ojo de Horus es tu protección, Osiris N. (y) constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos; todos tus enemigos son apartados de ti. (El acude) a tu ka, Osiris, Señor de los Occidentales.

El Ojo de Horus es tu protección (y) constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos, todos tus enemigos son apartados de ti. (El acude) a tu ka, Osiris N.

El Ojo de Horus es tu protección (y) constituye una salvaguarda para ti: rechaza a todos tus enemigos; todos tus enemigos son apartados de ti. El Ojo de Horus, acude, sano y salvo, emitiendo resplandores como Re en el horizonte; eclipsa el poder de Seth que (este) le había robado –(porque) fue él quien se lo volvió a llevar para sí- (y) dirige su fuego contra él en tu presencia. El Ojo de Horus, sano y salvo, come de su cuerpo para ti, y tú lo posees y tú lo alabas.

Las cuatro antorchas penetran en tu ka, Osiris, Señor de los Occidentales; las cuatro antorchas llegan a tu ka, Osiris N. ¡Oh hijos de Horus, (que sois) Amsit, Hapy, Duamutef (y) Qebehsenuf, sed protección para vuestro padre Osiris, Señor de los Occidentales, sed (también) protección para N. desde el momento en que alejasteis el sufrimiento de Osiris, Señor de los Occidentales, para que volviera junto a los dioses! ¡Que golpee a Seth hasta el alba! Horus es poderoso (y) él mismo tiene cuidado de su padre. ¡Hacedlo, (oh hijos de Horus), pues concierne a vuestro padre, alejadle (su sufrimiento)!

(Las cuatro antorchas van a penetrar) en tu ka, Osiris, Señor de los Occidentales; el Ojo de Horus es tu protección, es una protección para ti, rechaza a todos tus enemigos, te son rechazados tus enemigos desde el momento en que alejasteis el sufrimiento del Osiris N. para que viviera junto a los dioses. ¡Golpead al enemigo del Osiris N., proteged al Osiris N. hasta el alba! Horus es poderoso (y) tiene cuidado del Osiris N. ¡Hacedlo, (oh hijos de Horus), pues concierne al Osiris N., alejadle (su sufrimiento)!

(Las cuatro antorchas van a penetrar) en tu ka, Osiris N.; el Ojo de Horus es tu protector, rechaza a todos tus enemigos, tus enemigos son rechazados de ti.

¡Oh Osiris, Señor de los Occidentales, que logras que brille la antorcha para el alma perfecta que está en Heracleópolis, (y vosotros, hijos de Horus), haced que el alma viviente del Osiris N. sea poderosa gracias a su antorcha, que no pueda ser apartada, que no pueda ser rechazada en las puertas del Occidente! Que sus panes, su cerveza y sus vestidos le sean traídos en medio de los Señores poseedores de ofrendas y dadle el poderío necesario.

El Osiris N. vive bajo su aspecto verdadero, en su verdadera forma de dios.”

jueves, 15 de noviembre de 2007

JUGADORES DE DOMINÓ


Los domingos, después del almuerzo, mi padre tenía la costumbre de jugar una partida de dominó en el bar “El Portillano”, que estaba situado al lado de nuestra casa. Allí, los niños de los alrededores, nos reuníamos igualmente para mientras nuestros padres fumaban, tomaban una copa de anís y jugueteaban con las fichas, contemplar atónitos uno de los primeros televisores que se instalaron en el barrio.

Recuerdo todavía la sensación de sorpresa que sentí la primera vez que “El Portillano” puso en marcha el vetusto aparato que unos momentos antes había colgado de una repisa colocada en lo alto, cerca de la puerta de acceso al local. Cuando aparecieron las primeras imágenes, en medio del clamor de los niños, los jugadores de dominó dejaron en suspenso la partida, momentáneamente, y contemplaron durante un tiempo aquel extraño artilugio: en apariencia se trataba de un aparato de radio en el que, además de escuchar a los locutores, se podía ver como se movían. Para entonces, el invento, sin duda prodigioso, tenía alborotada a la chiquillería, que chillaba y relinchaba de placer contemplando aquellas escenas que se movían como en el cine.

El éxtasis llegó a su culminación cuando de súbito la pantalla se llenó con la imagen de un perro, “Rin Tin Tin”, al que acompañaba el cabo más joven que jamás haya conocido la historia: el entrañable “Cabo Rusty”. Contemplando las aventuras de “Rin Tin Tin”, animal tan distinto de los perros vagabundos con los que nos cruzábamos en las calles, los chiquillos, perdido el sentido, alcanzábamos un grado de felicidad difícilmente imaginable en la España austera de principios de los años sesenta.

Ahora, pasados los años, desde la nostalgia, quisiera pensar que las aventuras de “Rin Tin Tin”, tan intensamente ingenuas, fueron uno de los primeros pasos por los que avanzamos los niños españoles de entonces, envueltos en el contexto de un nuevo mundo que estaba surgiendo. Gracias a “Rin Tin Tin” y gracias a la televisión, que en poco tiempo habría de invadir nuestros hogares, la España de la posguerra habría de comenzar a caminar con unos pasos dados sin conciencia pero con ilusión, hacia un nuevo futuro. Los tiempos de los “partes oficiales de noticias” de la radio habrían de irse quedando poco a poco en el recuerdo.

martes, 13 de noviembre de 2007

VERSOS


No escribió sus primeros versos hasta pasados los cincuenta años. Eran versos de otoño.

El hombre, sin embargo, ilusionado, se esforzaba para que también lo fueran de primavera.

AMANECE


Amanece,
nuestros cuerpos están durmiendo,
entrelazados.

Siento, en la dormivela,
que mi mente,
con un poema,
está soñando:

“Cogidos de la mano,
unidos bajo la lluvia,
ella y yo,
paseamos…”

Me despierto
y me siento feliz;
ella y yo estamos
juntos, unidos,
abrazados.

lunes, 12 de noviembre de 2007

CRISTAL ACUOSO


El grupo de Homo Erectus, temoroso de las fieras, avanzaba torpemente por la colina. Uno de los niños, invadido por la audacia, se había destacado del grupo y fue el primero que se topó con las aguas del Gran Río. Sorprendido ante la inmensa corriente, el niño se acercó a la orilla para contemplar de cerca sus misterios. Pronto, de súbito, gritando, pegó un salto e inició una alocada carrera en busca de la protección de los hombres.

Más allá del cristal acuoso del río, horrorizado, el niño había podido contemplar como un ser desconocido, desde las profundidades, le estaba mirando con una sensación de sorpresa muy similar a la suya.

domingo, 11 de noviembre de 2007

FUSIÓN


Querría, Dios, querer lo que no quiero:
fundirme en Ti, perdiendo mi persona,
este terrible yo por el que muero...

Miguel de Unamuno (Rosario de sonetos líricos)

sábado, 10 de noviembre de 2007

SONRISAS


Era un día de otoño primaveral. Aquella pareja, sentada en una de las mesas de la terraza de la Taberna del Potro, disfrutaba contemplando el flujo continuo de turistas que llegaba a la plaza atraído por el encanto del lugar.

La mujer reparó en que una paloma, a sus pies, insistente, la miraba una y otra vez, suplicando unas migajas de pan.

Cuando se las arrojó, pudo advertir, sorprendida, que el animal, antes de apresurarse sobre ellas, le devolvía una cálida sonrisa.

viernes, 9 de noviembre de 2007

TRATOS


Delatada por los gemidos que emitía su acompañante, la hermana M. fue sorprendida cuando mantenía tratos con el diablo.

DELICADEZA



En penitencia perpetua por su pecado, la hermana M., todos los días, hasta que murió, fue obligada a tirarse al suelo, boca abajo, a la puerta del refectorio, para que todas sus compañeras tuvieran obligatoriamente que pisarla cuando se dirigían a esa sala para hacer sus comidas.

En sus memorias, la hermana M. dejó escrito que desde un primer momento apreció que muchas de las hermanas la pisaban con saña, pero otras, muy pocas, lo hacían con la delicadeza propia de un ángel que caminase de puntillas.

PLAYAS DE SOLEDAD

Hace ya tiempo, en algún lugar, escribí que la visita al Parque Nacional de Doñana, desde el Guadalquivir, más allá de Sanlúcar de Barrameda, "permite contemplar playas fluviales inmensas, de infinita soledad".

jueves, 8 de noviembre de 2007

SOLEDADES


En un foro reciente, aquel personaje había afirmado que Internet venía a significar un monumento inmenso a la soledad. En su opinión, la conversación entre las personas no debería ser sustituida por el mero intercambio de noticias que Internet implica.

A pesar del interés del discurso, lo cierto es que muchos de los asistentes al acto, distraídos en conversar amigablemente entre ellos, prestaron escasa atención a sus palabras.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

DOBLE ABANDONO


Cuando fue abandonada por su amante, la mujer enloqueció de dolor y su familia, entre lágrimas, se ocupó de que fuera ingresada en un hospital psiquiátrico.

Mucho tiempo después, cuando habían pasado más de veinte años, inesperadamente, la mujer fue recuperando su lucidez, pero para entonces, desgraciadamente, nadie quería reclamarla, de modo que nunca pudo abandonar el hospital.

Murió, anciana, rodeada de dementes a los que durante muchos años prodigó su cariño.

martes, 6 de noviembre de 2007

CREPÚSCULO EN EDIMBURGO


Aquel día, en Edimburgo, contemplando el crepúsculo en el estuario de Forth, en la zona de los puentes, las gaviotas, posiblemente intranquilas por la próxima llegada de la noche, no cesaban de revolotear sobre nosotros.

domingo, 4 de noviembre de 2007

AMIGOS DEL CIELO


Los monjes cistercienses,
laboriosos, en el huerto,
podando están los naranjos.

Yo, en mi ensueño,
a lo lejos, contemplo
las formas de los brotes
que cortados por sus hierros,
a la tierra,
van cayendo.

¡Monjes de las Escalonias!,
¡amigos viejos del Cielo!,
enseñanzas me brindáis,
sin ni siquiera saberlo.

Quisiera yo,
como vosotros,
podar mi alma,
y de todo lo estéril
liberarla.

Podarla de lo malo,
de lo que vale nada,
de los enfados,
de los enojos
y dejarla entonces
como los naranjos:
fuertes,
vigorosos.

ETERNO


Yo solo Dios y padre y madre míos,
me estoy haciendo, día y noche, nuevo
y a mi gusto.

Seré más yo, porque me hago
conmigo mismo,
conmigo solo,
hijo también y hermano, a un tiempo
que madre y padre de Dios.

Lo seré todo,
pues que mi alma es infinita;
y nunca moriré, pues que soy todo.

¡Qué gloria, qué deleite, qué alegría,
qué olvido de las cosas,
en esta nueva voluntad,
en este hacerme yo a mí mismo eterno!.

Juan Ramón Jiménez (La estación total)

- El poeta nos dice que está construyendo sobre su “yo histórico” un “yo eterno”. Aquí está implícita la idea de origen krausista de que el hombre es siempre un hombre en sucesión hacia una perfección que atribuimos a Dios. Vivir es permanente olvido del yo alcanzado ayer y permanente búsqueda de un yo superior para mañana.

Ese “yo último”, construido día a día, puede identificarse con Dios, de modo que el poeta, que es el creador de ese “yo último”, puede llamarse padre y madre de dios, de ese “yo último” que es a la vez hermano e hijo del “yo temporal”.

Fuente: Antología poética de Juan Ramón Jiménez, en edición de Javier Blasco. Cátedra. Madrid (1995).

viernes, 2 de noviembre de 2007

OLVIDOS


Leyendo un libro de poemas, aquella viajera se olvidó de su viaje.

MARAVILLAS DE ROMA


Nos causan admiración las pirámides de los reyes y, sin embargo, el dictador César pagó cien millones de sestercios solamente por el solar en el que iba a construir su foro. Y, si, ahora que los ánimos están dominados por la avaricia, a alguno le impresiona el pago de grandes sumas, recordemos que Clodio, aquel que fue muerto por Milón, vivió en una casa que le costó catorce millones ochocientos mil sestercios. Todo esto me resulta tan descabellado como la suntuosidad de los reyes. En este sentido considero una locura del espíritu humano que el mencionado Milón acumulara una deuda de setenta millones de sestercios. Pero los ancianos de entonces admiraban la amplia extensión del agger, así como las grandes obras de cimentación del Capitolio, o las cloacas, la obra más grande de todas porque fue preciso perforar las colinas, y, como ya hemos referido anteriormente, la ciudad quedó suspendida y se podía navegar por debajo de ella. Esta obra se realizó durante el edilato de M. Agripa, después de su consulado.

Plinio el Viejo (Historia Natural)

jueves, 1 de noviembre de 2007

HOMBRE SOLO


En la noche negra,
cuando, entre las luces tristes
de la ciudad, paseas,
te encuentras, a solas,
con su ausencia.

Entonces, tu sólo, sin ella,
por las desiertas calles, angustiado,
caminas sintiendo que la tierra
tu alma lleva.
.
Pero debes entonces,
perdido en la noche,
ilusionado aun,
recordar que la Luna,
la Luna entera
-para ti solo-
todavía espera.

Toda para ti,
toda la Luna
entera.