Páginas

martes, 30 de diciembre de 2014

Tiempo de cambios





Y aquel árbol soñado por Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y que, en la primavera, dio plumas en lugar de hojas.

Jorge Luis Borges – El libro de los Seres Imaginarios





viernes, 26 de diciembre de 2014

Ámbitos






Aquel día, Zarza se despertó antes de que sonara la alarma del reloj y enseguida advirtió que se sentía angustiada. Era un malestar que conocía bien, que padecía a menudo, sobre todo por las mañanas, en la duermevela, al salir del nimbo de los sueños. Porque se necesita cierto grado de confianza en el mundo y en uno mismo para suponer que la realidad cotidiana sigue ahí, al otro lado de tus párpados apretados, esperando con mansedumbre a que te despabiles. Aquel día, Zarza no se fiaba especialmente de la existencia, y permaneció con los ojos cerrados, temerosa de mirar y de ver…


Rosa Montero – El corazón del tártaro





domingo, 21 de diciembre de 2014

De los colores





Primero los colores. Luego los humanos. Así es como acostumbro a ver las cosas. O, al menos, así intento verlas…

Marcus Zusak – La ladrona de libros





jueves, 18 de diciembre de 2014

Atardecer





Esta panorámica la hice fusionando tres fotografías verticales que posteriormente traté como HDR.

Se trata de la cordobesa plaza de Capuchinos, más conocida como "del Cristo de los Faroles".




lunes, 15 de diciembre de 2014

Cuentos de los bosques





En medio de un claro, el caballero ve el cuerpo de la muchacha, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores. Desmonta rápidamente y se arrodilla a su lado. Le coge una mano. Está fría. Tiene el rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y amoratados. Consciente de su papel en la historia, el caballero la besa con dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos grandes, almendrados y oscuros, y lo mira: con una mirada de sorpresa que enseguida (una vez ha meditado quién es y dónde está y por qué está allí y quién será ese hombre que tiene al lado y que, supone, acaba de besarla) se tiñe de ternura. Los labios van perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellísimos. El caballero no lamenta nada tener que casarse con ella, como estipula la tradición. Es más: ya se ve casado, siempre junto a ella, compartiéndolo todo, teniendo un primer hijo, luego una nena y por fin otro niño. Vivirán una vida feliz y envejecerán juntos. Las mejillas de la muchacha han perdido la blancura de la muerte y ya son rosadas, sensuales, para morderlas. Él se incorpora y le alarga las manos, las dos, para que se coja a ellas y pueda levantarse. Y entonces, mientras (sin dejar de mirarlo a los ojos, enamorada) la muchacha (débil por todo el tiempo que ha pasado acostada) se incorpora gracias a la fuerza de los brazos masculinos, el caballero se da cuenta de que (unos veinte o treinta metros más allá, antes de que el claro dé paso al bosque) hay otra muchacha dormida, tan bella como la que acaba de despertar, igualmente acostada en una litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.

Quim Monzo – El porqué de las cosas





lunes, 8 de diciembre de 2014

Uno sale a la calle...





Uno sale a la calle
y besa a una muchacha o compra un libro,
se pasea, feliz. Y le fulminan:
Pero cómo se atreve?

Jaime Gil de Biedma – El arquitrabe





miércoles, 3 de diciembre de 2014

Atardecer en el mar





Muchas veces, cuando yo volvía a casa –una hora, media hora después de haber cenado todos-, se me amonestaba porque volvía tarde. Yo creo haber dicho en otra parte que en los pueblos sobran las horas, que hay en ellos ratos interminables en que no se sabe qué hacer, y que, sin embargo, siempre es tarde. ¿Por qué es tarde? ¿Para qué es tarde? ¿Qué empresa vamos a realizar que exige de nosotros esta rigurosa contabilidad de los minutos? ¿Qué destino secreto pesa sobre nosotros que nos hace desgranar uno a uno los instantes en estos pueblos estáticos y grises? Yo no lo sé; pero yo os digo que esta idea de que siempre es tarde es la idea fundamental de mi vida; no sonriáis…

Azorín – Las confesiones de un pequeño filósofo





domingo, 30 de noviembre de 2014

Ágata asombrada





Tiene manos finas y unos ojos grandes, brillantes. Brillan con el asombro de quién aún descubre…

Gioconda Belli – La mujer habitada





lunes, 24 de noviembre de 2014

El hombre inmóvil





Cuando se despertó, el hombre inmóvil se sintió confuso. No entendía lo que estaba pasando. No comprendía porqué no estaba en su cama, que es donde debía estar, sino en uno de los paseos del Parque Central de su ciudad. Se veía subido en un pedestal, vestía una extraña casaca y estaba todo él, salvo los ojos y los labios, repintado de purpurina. ¿Qué le estaba pasando? Solo unos instantes después tomó conciencia de que estaba pidiendo una limosna a los turistas que paseaban indolentes a su lado. Quiso entonces bajarse pero se dio cuenta de que no podía moverse. Algo lo tenía inmovilizado. “Quizás, se dijo, solo tenga que esperar a que alguien me eche una moneda. Entonces, recuperaré mis movimientos, escaparé de un salto y volveré a casa.” Con sus ojos, que era la única parte de su cuerpo que podía mover, echó un vistazo a la gorra que estaba expuesta en el suelo. Calculó que había unas quince monedas. Unos doce euros. Suficiente para tomar un taxi y huir de allí tan pronto como al tintineo de una nueva moneda le devolviera los movimientos. Pero eso no sucedió. Los turistas pasaban a su lado pero ni siquiera lo miraban. Parecía que no veían al hombre inmóvil. Era como si él no estuviera allí y este pensamiento hacía que se sintiera cada vez más angustiado. A pesar de que lo intentaba una y otra vez era incapaz de moverse. Estaba anocheciendo y nadie mostraba interés en él. Las horas pasaban y el hombre inmóvil estaba más angustiado a cada instante. Sus enrojecidos ojos mostraban el temor que lo embargaba.

A las once y media de la noche, cuando ya nadie paseaba por el parque, las luces se apagaron y todo quedó sumido en la oscuridad. Para entonces, sus ojos lloraban. Si hubiera podido hablar, habría chillado hasta enronquecer pero no podía hacerlo. El hombre inmóvil estaba solo. El mundo se había desentendido de él.

A eso de las cuatro de la madrugada, cuando estaba exhausto, fue cuando tomó conciencia de que lo que estaba viviendo no podía ser real. En un instante, pleno de gozo, su mente pareció despertar y descubrió al fin que todo tenía que ser una pura fantasía. Lo que sucedía, sin duda, era que él seguía durmiendo. Estaba, simplemente, soñando. Eso es lo que pasaba, todo era una pesadilla, y se sintió feliz ante esa esperanza. “Tengo que despertar, pensó. Todo es un sueño, solo es un mal sueño.” Pero no pudo hacerlo. El hombre inmóvil, por más que lo intentó, no pudo despertar. Y lo que él pensaba que era una pesadilla prosiguió.

Sus ojos solo se abrieron, al fin, a las 6.30 de la mañana, cuando, como todos los días, mecánicamente puntual, el reloj le sobresaltó con su chirriante sonido.





miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un vacío indiferente





La gente grita que quiere crear un futuro mejor, pero eso no es verdad. El futuro es un vacío indiferente que no le interesa a nadie, mientras que el pasado está lleno de vida y su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo. Los hombres quieren ser dueños del futuro sólo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que se retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia…


Milán Kundera – El libro de la risa y del olvido





sábado, 15 de noviembre de 2014

Bodegón de otoño







Por aquí y por allá se oye
el murmullo de las cascadas
y las hojas caen.

Basho Matsuo – Haiku de las Cuatro Estaciones





martes, 11 de noviembre de 2014

El hombre que inventaba sueños





Ese mismo día decidí inventar sueños, y el primero estaba ocupado por un mar tan hermoso que sólo tenía parecido con el ala de un arcángel coránico.

Rafael Pérez Estrada - El sueño del mar





viernes, 7 de noviembre de 2014

El extranjero





-Di, hombre enigmático, ¿a quién quieres más? ¿A tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

-Yo no tengo padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.

-¿A tus amigos?

-Utilizáis una palabra cuyo sentido todavía no conozco.

-¿Tu patria?

-Ignoro en qué latitud está situada.

-¿La belleza?

-La amaría gustoso, diosa e inmortal.

-¿El oro?

-Lo odio como tú odias a Dios.

-Entonces, ¿qué es lo que amas tú, extraordinario extranjero?

-¡Yo amo las nubes… las nubes que pasan… por allí… por allí… las maravillosas nubes!


Charles Baudelaire – El extranjero




miércoles, 5 de noviembre de 2014

La diosa escorpión





Hace algunos años, como recuerdo de un viaje, compré una réplica de una lucerna romana en la que parecía reflejarse la influencia del antiguo Egipto. La pieza original posiblemente estuvo vinculada a las creencias isíacas, que estuvieron muy extendidas en las distintas provincias del imperio romano.

El cuerpo de la lucerna, que tiene cinco boquillas o piqueras por donde surgían las mechas que daban luz, reproduce un templo tetrástilo que está coronado por el disco solar, alusión al dios Ra. En su zona central se aprecia un escorpión con cabeza humana, posiblemente una representación de Serket, la diosa escorpión del antiguo Egipto, que fue identificada con Isis.

Serket, hija de Ra, era una divinidad muy querida por los egipcios ya que actuaba como protectora tanto de los vivos como de los muertos. Usualmente era representada como una mujer que lleva sobre su cabeza un escorpión o como un escorpión que tiene rostro de mujer. El amuleto de esta diosa solía estar presente en los hogares ya que servía de protección contra las picaduras de serpientes, escorpiones y en general de cualquier animal venenoso. Se pensaba también que Serket, en su acepción de “La que da el aliento de la vida” era quien se ocupaba de que los vivos pudieran respirar, lo que resultaba de especial trascendencia en el momento del nacimiento de los niños.

En la tumba de Nefertari, la diosa escorpión se manifiesta también como “Señora del Cielo”, es decir, como aquella divinidad que concede a los muertos un lugar en la Tierra Sagrada, para que, al igual que Ra, se puedan manifestar gloriosamente en el cielo.





domingo, 2 de noviembre de 2014

Personas que van y vienen





-Buenos días –dijo el principito.

-Buenos días –dijo el guardagujas.

-¿Qué haces aquí? –dijo el principito.

-Clasifico a los viajeros por miles –dijo el guardagujas-. Despacho los trenes que los llevan, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda.

Y un tren expreso iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la cabina de agujas.

-Van muy apurados –dijo el principito-. ¿Qué buscan?

-Hasta el hombre de la locomotora lo ignora –dijo el guardagujas.

Y un segundo expreso iluminado rugió, en sentido inverso.

-¿Ya vuelven? –preguntó el principito.

-No son los mismos –dijo el guardagujas-. Es un cambio.

-¿No estaban contentos donde estaban?

-Nadie está contento donde está –dijo el guardagujas.

Y rugió el trueno de un tercer expreso iluminado.

-¿Persiguen a los primeros viajeros? –preguntó el principito.

-No persiguen nada –dijo el guardagujas-. Adentro duermen o bostezan. Solo los niños estampan sus narices contra los vidrios.

-Sólo los niños saben lo que buscan –dijo el principito-. Pierden tiempo por una muñeca de trapo, y la muñeca se transforma en algo muy importante, y si se les quita la muñeca, lloran…

-Tienen suerte –dijo el guardagujas.


Antoine de Saint-Exupery – El principito





jueves, 30 de octubre de 2014

A propósito de una sonrisa





Pero es verdad que es una pena porque lo más bonito de esa escena, ya lo verás, está al final del todo, cuando Perdican se irrita y le explica a Camille que sí, que todos los hombres son imbéciles y que todas las mujeres son unas brujas, pero que no hay nada más bello en el mundo que lo que ocurre entre un ímbécil y una bruja cuando se aman… Le sonreí.

Anna Gavalda – Billie





martes, 28 de octubre de 2014

Café Classico de Santorini






De repente intentó aprender la Ligereza, maravillosa virtud existencial que consiste en saber vivir el presente con plenitud serena…


Rosa Montero – La ridícula idea de no volver a verte





miércoles, 22 de octubre de 2014

La mirada de los gatos





Los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Cierto día, un misionero que paseaba por un arrabal de Nankín se dio cuenta de que había olvidado el reloj, y le preguntó a un chiquillo que hora era. El niño vaciló unos instantes; luego, volviendo sobre sí, contestó: “Ahora se lo digo.”, y se alejó, para regresar al poco. Traía en sus manos un gatazo, y mirando a lo blanco de sus ojos afirmó sin titubear: “Todavía no son las doce.“ Y así era en verdad.

Charles Baudelaire – Spleen de París





jueves, 16 de octubre de 2014

El haiku de las Cuatro Estaciones





No lo olvides:
caminamos por el infierno,
contemplando flores.

Basho Matsuo – Haiku de las Cuatro Estaciones





domingo, 12 de octubre de 2014

El mundo de los espejos





En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como ahora incomunicados. Eran, además, muy diversos; no coincidían ni los seres ni los colores ni las formas. Ambos reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y se salía por los espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la tierra. Su fuerza era grande, pero al cabo de sangrientas batallas las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron. Este rechazó a los invasores, los encarceló en los espejos y les impuso la tarea de repetir, como en una especie de sueño, todos los actos de los hombres. Los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a meros reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico.

Jorge Luis Borges – El libro de los Seres Imaginarios





miércoles, 8 de octubre de 2014

La mujer que amó a Aquiles





Todos piensan que Briseida ama a Aquiles, pero solo yo conozco la verdad.

La mujer le había correspondido al héroe como botín de guerra después de que este matase al troyano Brises, su padre. Briseida, sacerdotisa del templo de Apolo, se había visto así convertida en esclava y después amante de esa fiera a la que llaman Aquiles. Eso es lo que creen todos.

Cuentan las gentes que el espíritu de Brises, enloquecido de dolor en el Hades al conocer el estado de servidumbre de su hija, había rogado a los dioses que tuvieran clemencia de sus padecimientos y obligaran a Aquiles a liberarla. Habría sido así como Apolo, compadecido, se personó ante Agamenón, el Rey de los Reyes helenos, y lo amenazó con una peste que diezmaría su ejército si Briseida no era liberada. Agamenón, viendo como sus hombres morían, ordenó a Aquiles que devolviera la mujer a su madre.

Forzado a perder a su amante, el héroe, encolerizado, hizo saber a todos que él y sus mirmidones iban a retornar a las tierras de Grecia. No iba a seguir guerreando para alguien que había arrancado de sus brazos a la mujer que amaba. Antes del regreso, no obstante, Aquiles clamó ante la Nereida Tetis, su madre, a la que suplicó que mediara ante los dioses para que le devolvieran a su esclava, a la que amaba con esa pasión que solo es propia de los guerreros:

-“Tú, madre –habló Aquiles-, socorre si puedes a tu buen hijo; ve al Olimpo y suplica a Zeus por mi si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras.”

La Nereida, que había sido amada por Zeus en otros tiempos, fue escuchada por el dios, y Briseida, en la noche, dejó atrás las murallas troyanas y regresó a los brazos de Aquiles. Quienes la vieron dirigirse al campamento heleno dijeron que tras haber conocido el fuego del amor no quería renunciar a esa pasión. Apolo, antes, la había liberado de Aquiles pero era ahora Zeus quien permitía que la mujer retornara a su servidumbre.

-¡Ay de mi –exclamó Briseida cuando estuvo en presencia de Aquiles-, que ni siquiera pude besarte cuando, siguiendo el mandato de Apolo, tuve que partir para dejarte. Entonces solo pude derramar lagrimas sin fin y desgarrarme los cabellos, pero ahora, amado mío, regreso a ti y no lo hago como una esposa que retorna a los brazos de su marido sino como una esclava que vuelve a su amo. Prometo, Aquiles, serte sumisa, y te suplico que abandones tu idea de regresar a Grecia, como se que pensabas hacer al sentirte agraviado por tu rey. Debes quedarte en estas costas troyanas y amarme de nuevo como antes lo hiciste. Vuelve, Aquiles, a guerrear con los troyanos y no dejes que el orgullo y la ira te posean. Podrás, así, también volver a mí y amarme.

Tetis, tan pronto como supo que Aquiles se iba a incorporar a la guerra, no lo dudó: pidió a Hefesto, el gran herrero, que fabricase para su hijo la mejor armadura que jamás hubiera sido hecha. Dicen que a cambio le prometió varias noches de amor, promesa que luego nunca cumplió. Hefesto creó la armadura con los mejores bronces, pero conocedor de que ella lo engañaría, a fin de cuentas es un dios y lo sabe todo, nunca terminó la parte que habría de cubrir los pies del héroe.

Ahora, todos recriminan a Briseida su traición a la causa troyana. No entienden que abandonando a los suyos se haya entregado a los abrazos del monstruo que mató a su padre. Solo yo, Paris, se que todo es una estratagema. Sé que su amor por el héroe heleno es pura falsedad y que Briseida solo me ama a mí. Solo nosotros sabemos que hace ya muchos meses que abandoné a Helena, la mujer que traje a Troya y que ha causado la ruina de esta ciudad, que ahora veo como está siendo consumida por las llamas, tras la pérfida estratagema del caballo ideada por Ulises.

Ahora, cuando todos están muriendo, solo nosotros sabemos donde hemos de encontrarnos. Briseida acudirá a donde ella sabe, y tras sus pasos vendrá Aquiles que confiado en su amor no sabe que lo estoy esperando con mi arco y que mi flecha, que tengo que dirigir a su talón, le causará esa muerte que las Moiras le profetizaron al nacer.

Pero, esperad… Briseida, corriendo, se está acercando a mi. Debo tensar bien mi arco. Aquiles, como esperábamos, corre tras ella. No sabe que su vida ha llegado a su fin. La venganza de Briseida está a punto de ser consumada. Después, huiremos por los subterráneos que unen Troya con la costa y abandonaremos esta ciudad que se consume en el fuego. Sabemos que atravesando el mar habremos de alcanzar playas ignoradas por los hombres y que será en ellas, en la Isla de los Pájaros, en unas nuevas tierras, en donde podremos vivir, al fin, nuestro amor.





viernes, 3 de octubre de 2014

El Tiempo Primero





Para entender la concepción que los egipcios tenían del mundo es preciso remitirnos a lo que ellos llamaban el Tiempo Primero, que vendría a ser un tiempo sagrado, intemporal, que habría existido antes del tiempo tal y como nosotros lo conocemos. En ese tiempo primigenio es cuando se habría producido el paso de la no existencia, simbolizada por Num, el abismo de aguas insondables, a la existencia. Fue entonces cuando Atum-Ra, el gran dios, tomó conciencia de si mismo y dio comienzo a la creación de los dioses y de todo lo que existe. Para los egipcios, ese Tiempo Primero sería el tiempo de Dios, de los dioses y de las relaciones arquetípicas que existen entre ellos. Sería el reino de los mitos y de las imágenes simbólicas. De algún modo, toda la mitología egipcia, desde el despertar de Atum a la vindicación de Horus y la redención de Osiris, se habría desarrollado en el Tiempo Primero.

Ese momento vendría a ser la Edad de Oro que precedió a la existencia de los hombres, que con ellos habrían de traer la rabia, el clamor y la disensión…





martes, 30 de septiembre de 2014

Diego y el mar





Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadioff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño se quedó mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: “Ayúdame a mirar.”

Eduardo Galeano – El libro de los abrazos





viernes, 26 de septiembre de 2014

El otoño y su luz





El arte es una herida hecha luz, decía Georges Braque. Necesitamos esa luz, no sólo los que escribimos o pintamos o componemos música, sino también los que leemos y vemos cuadros y escuchamos un concierto. Todos necesitamos la belleza para que la vida nos sea soportable. Lo expresó muy bien Fernando Pessoa: “La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta.” No basta, no. Por eso estoy redactando este libro. Por eso lo estás leyendo…

Rosa Montero – La ridícula idea de no volver a verte





martes, 23 de septiembre de 2014

La dama del perrito





Había corrido la especie de que en el malecón había aparecido un personaje nuevo: una dama con un perrito. Dmitri Dmítrich Gúrov, que llevaba ya dos semanas en Yalta y había adquirido las costumbres del lugar, también había empezado a interesarse por las caras nuevas. Sentado en la terraza del Vernet, vio pasar por el malecón a una joven dama, rubia y de pequeña talla, tocada con una boina; tras ella correteaba un lulú blanco de Pomerania. Más tarde se la encontró varias veces en los jardines de la ciudad y en la glorieta. Paseaba sola, siempre con la misma boina y su lulú blanco; nadie sabía quien era y la llamaban simplemente así: la dama del perrito. “Si está aquí sin su marido y sin amigos, se decía Gúrov, no estaría mal trabar conocimiento con ella.”

Anton Chejov – La dama de perrito





sábado, 20 de septiembre de 2014

El Minotauro





El niño sentía una mezcla extraña de fascinación y de miedo. Estaba escuchando los rugidos que surgían de las entrañas de aquel espacio de terror y sabía que en cualquier momento el Minotauro se manifestaría. La culpa de todo la tenía aquel libro en el que se hablaba de historias antiguas en los que unos héroes olvidados luchaban con hombres-toros. Ahora, en aquel agobiante pasadizo, el niño podía oler el hedor que el monstruo había impregnado en las paredes y cuando escuchó su rugido supo que se acababa el tiempo. Tenía que actuar con rapidez. Antes, no obstante, decidió enfocar con su linterna y alumbrar lo desconocido. Pudo ver así como el débil rayo de luz, antes de perderse en la obscuridad, iluminaba los ojos ensangrentados de furia del Minotauro. El animal se le estaba acercando, avanzando a un trote lento, calculando el golpe que iba a asestarle con su cornamenta. El niño palideció. Sintió que le flaqueaban las piernas. Era consciente de que con su espada de madera no podía enfrentarse al monstruo. Decidió que tenía que escapar del Laberinto y retornar al mar. Sabía que solo allí estaría a salvo pero el miedo le impedía moverse. Fue en el último instante, cuando todo estaba a punto de terminar, cuando el niño pulsó el interruptor y su pequeña linterna se apagó. Mientras el último rayo de luz se desvanecía se tiró al suelo y se tapó la cabeza con las manos. Unos instantes después, pudo sentir que el Minotauro, mugiendo enloquecido, pasaba trotando a su lado, desorientado en la obscuridad y golpeando en su confusión con sus cuernos el aire y las paredes de aquel espacio de tinieblas.

Antes de que el monstruo volviera sobre sus pasos, el niño supo lo que tenía que hacer. Abrió la puerta del armario y dando un salto abandonó ese reino de terror. Después, jadeando, apoyó su cuerpo contra la puerta para que el monstruo no pudiera salir y dio dos vueltas de llave a la cerradura. Ya solo le faltaba para estar a salvo dar un par de zancadas y alcanzar su cama. Se introdujo en ella sin vacilar y tapó todo su cuerpo, cabeza incluida, con esa manta azul que en la noche, como el mar cuando Teseo huía, le protegía de los monstruos.





miércoles, 10 de septiembre de 2014

De los seres imaginarios






Hay en la tierra, y hubo siempre, treinta y seis hombres rectos cuya misión es justificar el mundo ante Dios. Son los Lamed Wufniks. No se conocen entre sí y son muy pobres. Si un hombre llega al conocimiento de que es un Lamed Wufnik muere inmediatamente y hay otro, acaso en otra región del planeta, que toma su lugar. Constituyen, sin sospecharlo, los secretos pilares del universo. Si no fuera por ellos, Dios aniquilaría al género humano. Son nuestros salvadores y no lo saben.



Jorge Luis Borges – El libro de los Seres Imaginarios





lunes, 1 de septiembre de 2014

Imaginando la eternidad





Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender siendo como somos pequeñas criaturas atrapadas en nuestro pequeño tiempo. ¿No jugaste, en la niñez, a intentar imaginar la eternidad? ¿La infinitud desplegándose delante de ti como una cinta azul mareante e interminable…


Rosa Montero – La ridícula idea de no volver a verte





viernes, 29 de agosto de 2014

De los goces del Paraíso





Los pobres de espíritu y los ascetas están excluidos de los goces del Paraíso porque no los comprenderían.


Jorge Luis Borges – El libro de los Seres Imaginarios





jueves, 28 de agosto de 2014

La vida sigue





Porque la vida sigue, siempre sigue, aunque a ratos pensemos que se ha parado a esperarnos.


Mónica Carrillo – La luz de Candela





lunes, 25 de agosto de 2014

Miradas





En los ojos de la gente puede verse lo que verán, no lo que han visto.


Alessandro Baricco – Novecento





martes, 19 de agosto de 2014

El niño que se perdió en el bosque





El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba sentado en el suelo, jugando con la gata. Como todas las mañanas, le pregunté:

.¿Qué soñaste anoche?

Me contestó:

-Soñé que me había perdido en un bosque y que al fin encontré una casita de madera. Se abrió la puerta y saliste vos.

Con súbita curiosidad me preguntó:

-Decime, ¿qué estabas haciendo en esa casita?


Francisco Acevedo – Memorias de un bibliotecario





lunes, 18 de agosto de 2014

Una luna llena estaba siniestra en el cielo





De repente Lori no aguantó más y llamó por teléfono a Ulises:

-Qué hago, es de noche y estoy viva. Estar viva me está matando poco a poco, y estoy toda alerta en la oscuridad.

Hubo una pausa, llegó a pensar que Ulises no había oído. Entonces él dijo con voz calmada y apaciguante:

-Aguanta.

Cuando colgó el auricular, la noche estaba húmeda y la oscuridad suave, y vivir era tener un velo cubriendo el pelo. Entonces con ternura aceptó estar en el misterio de ser viva.

Antes de acostarse fue a la terraza: una luna llena estaba siniestra en el cielo. Entonces se bañó toda ella en los rayos lunares y se sintió profundamente tranquila.

Poco a poco fue adormeciéndose de dulzura, y la noche estaba bien adentrada. Cuando la noche madurase vendría el velo más lleno de brisa de madrugada. Mientras tanto, estaba delicadamente viva, durmiendo.


Clarice Lispector – Aprendizaje o El Libro de los Placeres




sábado, 16 de agosto de 2014

La noche de los sueños





Aquella noche hacían cola los sueños, queriendo ser soñados, pero Helena no podía soñarlos a todos, no había manera. Uno de los sueños, desconocido, se recomendaba: “Suéñeme, que le conviene. Suéñeme, que le va a gustar.”


Eduardo Galeano – El libro de los abrazos