Páginas

miércoles, 28 de mayo de 2014

Retrato en rojo





-¡Cójela, coje la rosa!
-¡Que no, que es el sol!

La rosa de llama,
la rosa de oro,
la rosa ideal.

-¡Que no, que es el sol!

-La rosa de gloria,
la rosa de sueño,
la rosa final.

-¡Que no, que es el sol!

¡Cójela, coje la rosa!


Juan Ramón Jiménez, Rosa última





domingo, 25 de mayo de 2014

Cuando llega la noche





Al aproximarse la vejez, mi espíritu goza volando como un pájaro hacia los días de mi infancia. En mi memoria mi infancia brilla con un resplandor maravilloso, como si entonces todo hubiese sido mejor y más bello que ahora. Sobre este punto no hay diferencia entre ricos y pobres porque no hay ciertamente nadie, por pobre que sea, cuya infancia no encierre algún destello de júbilo y de luz al evocarla en sus viejos días.

Mi padre Senmut vivía cerca de los muros del templo, en el barrio bullicioso y pobre de la villa. No lejos de su casa se extendían los muelles de río arriba donde los barcos del Nilo descargaban sus mercancías. En los callejones estrechos los tugurios de vino y de cerveza acogían a los marineros, y había también…


Mika Waltari – Sinuhé el Egipcio





martes, 13 de mayo de 2014

La señorita C. y los espejos





Sucedió en la noche. La señorita C. estaba soñando y en el sueño se veía en un tiempo futuro en el que alguien o algo la obligaban a romper el espejo que tenía en su dormitorio. Tuvo que hacerlo, y al momento, mientras los cristales rodaban por el suelo haciéndose añicos, pudo contemplar que del interior del quebrado armazón brotaban dos mirlos, que se alejaron revoloteando mientras ella, que nunca había sospechado que dentro de los espejos pudieran anidar los pájaros, encorvaba su cuerpo y miraba más allá de la luna rota, temiendo que allí hubiera quedado abandonado algún polluelo. Fue entonces cuando vio que desde la obscuridad unos ojos la miraban. Supo al instante que eran sus propios ojos. Los ojos en los que ella había vivido hasta aquel día del futuro en que Raulito iba a abandonarla buscando el abrazo de otra mujer. En ese instante la señorita C. tomó su decisión: saltó dentro del espejo y se integró de nuevo con ella misma. Supo que nunca volvería a abandonar sus ojos. A partir de ahora, su mirada volvería a ser la de siempre, la que había tenido hasta que conoció a Raulito.

Cuando despertó del sueño, la señorita C. lo había olvidado. Sin embargo, al poco, inexplicablemente, sintió que una fuerza desconocida la obligaba a romper el espejo del dormitorio. Lo envistió con un golpe certero y al momento la luna saltó en pedazos. Los vidrios se desparramaron por el suelo. Raulito, que había despertado sobresaltado y contemplaba perplejo el estropicio de los cristales, pensó que debía quitar hierro al asunto y se echó a la calle. Dicen que fue esa mañana cuando conoció a la niña Chole.





viernes, 9 de mayo de 2014

Intimidades





El drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.


Gabriel García Márquez – El drama del desencantado





miércoles, 7 de mayo de 2014

Patios de Córdoba







El tiempo presente es efímero y las realidades, al momento, desaparecen en un soplo y se convierten en pasado. De algún modo, todo sería una pura añoranza. Algunos espacios de Córdoba, sin embargo, han conseguido evitar esa fugacidad temporal. Así sucede con los patios, un vestigio de otros tiempos y de otros modos de vida que han podido escapar, al menos algunos de ellos, a lo efímero del tiempo y se muestran hoy, gracias a la ilusión de sus cuidadores, en toda su recoleta belleza, en todo su sencillo esplendor.






domingo, 4 de mayo de 2014

Atardecer en Edimburgo





Hacer una fotografía, lo mismo que hacer un gesto, es algo irreparable. La fotografía, al momento, se aleja del fotógrafo en esa distancia del tiempo que es propia de las palabras que una vez dichas ya no pueden borrarse. El fotógrafo nunca podrá curarse de la fotografía que hizo salvo que haga otra.

(A propósito de Antonio Muñoz Molina - Epílogo y Arqueología de un Libro)