DE FRÍOS Y MUERTES
Fue aquella mañana cuando por primera vez Lino Carmona habría de sentir el intensísimo frío que emana de los cuerpos de los hombres cuando quienes los habitan se topan, de súbito, con su propia muerte.
Lino, jornalero, estaba el 19 de julio de 1936 en el tajo, segando trigo, en una de las fincas de Don Melchor. Alguien que llegó les hizo saber la noticia: El día de antes los militares de África se habían alzado en armas contra la República. Todos los hombres, curtidos en las penalidades de unas vidas de miseria, sintieron que algo atragantaba sus gargantas. Muchos de ellos, en silencio, lloraron. Desde el triunfo del Frente Popular en las pasadas elecciones todos intuían que algunos generales iban a sublevarse. La terrible sospecha flotaba en el ambiente pero todos, con todas sus fuerzas, deseaban que la amenaza no llegara jamás a materializarse.
Poco después, escoltado por un hombre que vestía el uniforme de la Guardia Civil y por tres falangistas, Don Melchor se personó en el tajo. Con palabras vibrantes exhortó a los jornaleros a unirse a la cruzada que habría de liberar a España del dominio rojo. Les dijo que debían incorporarse a las filas de Falange y contribuir con su esfuerzo al éxito del alzamiento militar. Dos de los hombres, anarquistas, afiliados a la Confederación Nacional del Trabajo, elevaron su voz oponiéndose a las pretensiones del cacique. Ante el estupor de los jornaleros, respondiendo a una señal de Don Melchor, los falangistas, que con sus fusiles los tenían encañonados, dispararon sobre ellos.
Lino Carmona tenía entonces 17 años y sintió que un frío desconocido agarrotaba su columna vertebral cuando durante unos segundos contempló los rostros de los asesinados. Vigilado por los hombres de Don Melchor, Lino Carmona contuvo cualquier gesto que pudiera delatar la mezcla de emoción y miedo. Los jornaleros, dejando a los dos muertos abandonados en el trigal, se pusieron en marcha camino de Villa del Campo, en donde fueron todos afiliados a la sección local de Falange. No se les permitió, siquiera, despedirse de sus familias. Alguien había ordenado que desfilaran, armados, por las calles del pueblo para que no hubiera dudas de que en Villa del Campo había triunfado el alzamiento. Aquella misma noche empezaron los fusilamientos. En los días que siguieron, una vez que el triunfo estuvo consolidado, se fueron creando pequeñas columnas que se desplazaron a los pueblos cercanos. Había que conseguir lo antes posible que todos ellos se fueran incorporando al nuevo orden. España, en poder de los marxistas, tenía que ser, de nuevo, reconquistada.
Así fue como Lino Carmona, jornalero, con 17 años y con las escasas nociones que un cabo de la Guardia Civil les había impartido acerca de cómo usar un mosquetón, fue incorporado a una columna que habría de causar inmensos sufrimientos en los pueblos de la comarca que se habían mantenido fieles a la República. Unos días después, por alguien que llegó huyendo del campo, supo Lino que sus padres, caseros de uno de los cortijos de Don Melchor, y Rosa, su hermana, habían sido asesinados por un grupo de milicianos que recorría los campos fusilando a los familiares de los fascistas. Había sido la hermana de uno de los asesinados por los hombres de Don Melchor quien les había hecho saber que él –compañero de juegos en la niñez- estaba ahora enrolado en las filas rebeldes.
Lino, jornalero, estaba el 19 de julio de 1936 en el tajo, segando trigo, en una de las fincas de Don Melchor. Alguien que llegó les hizo saber la noticia: El día de antes los militares de África se habían alzado en armas contra la República. Todos los hombres, curtidos en las penalidades de unas vidas de miseria, sintieron que algo atragantaba sus gargantas. Muchos de ellos, en silencio, lloraron. Desde el triunfo del Frente Popular en las pasadas elecciones todos intuían que algunos generales iban a sublevarse. La terrible sospecha flotaba en el ambiente pero todos, con todas sus fuerzas, deseaban que la amenaza no llegara jamás a materializarse.
Poco después, escoltado por un hombre que vestía el uniforme de la Guardia Civil y por tres falangistas, Don Melchor se personó en el tajo. Con palabras vibrantes exhortó a los jornaleros a unirse a la cruzada que habría de liberar a España del dominio rojo. Les dijo que debían incorporarse a las filas de Falange y contribuir con su esfuerzo al éxito del alzamiento militar. Dos de los hombres, anarquistas, afiliados a la Confederación Nacional del Trabajo, elevaron su voz oponiéndose a las pretensiones del cacique. Ante el estupor de los jornaleros, respondiendo a una señal de Don Melchor, los falangistas, que con sus fusiles los tenían encañonados, dispararon sobre ellos.
Lino Carmona tenía entonces 17 años y sintió que un frío desconocido agarrotaba su columna vertebral cuando durante unos segundos contempló los rostros de los asesinados. Vigilado por los hombres de Don Melchor, Lino Carmona contuvo cualquier gesto que pudiera delatar la mezcla de emoción y miedo. Los jornaleros, dejando a los dos muertos abandonados en el trigal, se pusieron en marcha camino de Villa del Campo, en donde fueron todos afiliados a la sección local de Falange. No se les permitió, siquiera, despedirse de sus familias. Alguien había ordenado que desfilaran, armados, por las calles del pueblo para que no hubiera dudas de que en Villa del Campo había triunfado el alzamiento. Aquella misma noche empezaron los fusilamientos. En los días que siguieron, una vez que el triunfo estuvo consolidado, se fueron creando pequeñas columnas que se desplazaron a los pueblos cercanos. Había que conseguir lo antes posible que todos ellos se fueran incorporando al nuevo orden. España, en poder de los marxistas, tenía que ser, de nuevo, reconquistada.
Así fue como Lino Carmona, jornalero, con 17 años y con las escasas nociones que un cabo de la Guardia Civil les había impartido acerca de cómo usar un mosquetón, fue incorporado a una columna que habría de causar inmensos sufrimientos en los pueblos de la comarca que se habían mantenido fieles a la República. Unos días después, por alguien que llegó huyendo del campo, supo Lino que sus padres, caseros de uno de los cortijos de Don Melchor, y Rosa, su hermana, habían sido asesinados por un grupo de milicianos que recorría los campos fusilando a los familiares de los fascistas. Había sido la hermana de uno de los asesinados por los hombres de Don Melchor quien les había hecho saber que él –compañero de juegos en la niñez- estaba ahora enrolado en las filas rebeldes.
.