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sábado, 29 de diciembre de 2012
martes, 25 de diciembre de 2012
Andrea y los pescadores
Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/200 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Tiempo de exposición 1/200 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Andrea
contempla las aguas que se ondulan con el viento mientras siente el regusto
agridulce que impregna su boca. Después de lo que ha pasado, se siente
intranquila. Es consciente de que todo se ha complicado. Ahora, cuando ya es media
tarde, el sol desciende sobre el horizonte y está a punto de ser devorado por
las suaves barranqueras que llegan hasta las márgenes del lago. Con el reflejo
del astro en las aguas se ha creado una imagen que resplandece y en la que
tienen también cabida las tenues sombras de los árboles. Los tonos rojizos y
verdes, al conjuntarse, brindan una visión de ensueño. Contemplándola, ella
siente que su mente se está sosegando.
Unos
instantes después de hacerlo, se había dado cuenta, angustiada, de que en medio
del lago, en una barca, dos hombres ocupaban las últimas horas de la tarde en
pescar con caña. Todo se había desarrollado de un modo imprevisto y tenía miedo
de que aquellos pescadores hubieran contemplado lo que había sucedido. Luego,
Andrea ha estado sentada en el suelo rocoso más de una hora, intentando captar
algún posible gesto de los hombres que le permitiera intuir que saben algo,
pero esa señal no se ha producido. Ellos, ocupados en la pesca, no parecen
mostrar interés en lo que sucede en las orillas.
Ahora,
el sol está a punto de ocultarse y sus últimos rayos de luz, al incidir en las
nubes, producen unos tonos saturados de rojo que contribuyen con sus reflejos a
brindar una visión espectacular. Antes de irse, ella ha hecho incluso un par de
fotografías con su teléfono móvil. Se ha sentido atraída por esas nubes que
simulan mantenerse a flote sobre las aguas. La silueta oscura de la barca, a
contraluz, con los dos hombres faenando, potencia el dramatismo de la escena.
Tras
tomar las fotografías, Andrea fija su mirada por última vez en los pescadores y
se dirige luego a su coche, que cuando llegaron habían dejado aparcado en el
arranque de la pista forestal que conduce al lago. Sabe que a pesar de todo lo
que ha sucedido en los últimos meses, la ausencia de Alessandro le va a
resultar insufrible. Tiembla al pensar en que no sabe como se lo va a explicar
a los niños.
jueves, 20 de diciembre de 2012
sábado, 15 de diciembre de 2012
Cuentos de hadas
Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/40 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 45 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
“Que no te compren por menos de nada,
Tiempo de exposición 1/40 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 45 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
“Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina…”
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina…”
Joaquín Sabina, Noches de boda
La señorita C. recordaba que una vez había amado.Con eso le bastaba.
lunes, 10 de diciembre de 2012
Para un anuncio de café...
Apertura f/6,3
Tiempo de exposición 1/640 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Las
rosas lloran en silencio mientras él, con las tijeras de podar en la mano, se
les acerca canturreando. Se sienten condenadas. En el último momento, sin
embargo, algo sucede. Procedente de la ventana de la cocina un embriagador aroma
lo ha impregnado todo y las flores, al sentir su fragancia, intuyen
esperanzadas que puede producirse el milagro.
Es
entonces cuando ella le llama: “El café está listo, cariño…” Y le guiña un ojo,
con gesto cómplice, mientras la cafetera, despidiendo amor, humea. Y las rosas,
que comprenden que se han salvado, suspiran, y él, sonríe y se dirige al
encuentro con su amada. Ella y una taza de café Bahía, preludio del dulce gozo
de los sentidos, le esperan.
lunes, 3 de diciembre de 2012
El músico de jazz
Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/60 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 66 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR
"La intención de no naufragar
en el vaso del desayuno, así comienza
otro día
más."
Concha García, Árboles que ya florecerán.
lunes, 26 de noviembre de 2012
Cuento fantástico
Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/500 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR
Ha
decidido usted escribir un cuento fantástico. Enhorabuena por su decisión. Le
damos la bienvenida al mundo de la creación y confiamos en que estas
instrucciones le resulten útiles.
Ante
todo, previamente al proceso creador, debe usted dedicar muchas horas a leer y
debe hacerlo prestando interés a cada frase, a cada palabra, hasta que
encuentre algo que le haga sentir cierta emoción. Debe leer poesía, narrativa,
periódicos, folletos publicitarios, todo lo que caiga en su mano. Debe ser
consciente, mientras lee, de que la emoción que producen las palabras suele
estar escondida. Deberá buscarla.
En
algún momento, sentirá que algo le conmueve. Por ejemplo, usted se topa con un poema
que dice:
“No
fue un sueño,
lo
vi:
La
nieve ardía.”
Felicidades.
Acaba usted de encontrar la materia prima que le va a permitir crear. Ya puede empezar
a escribir el cuento. Lo iniciará, tal y como hace Georges Perec, con la frase
“Me acuerdo…”, a la que empalmará al arranque de la historia, que copiará de
ese poema que le ha conmovido:
“Me acuerdo de que no fue un sueño…”
Ahora,
para distanciarse del texto que está usando como inspiración, debe añadir algo
novedoso, una frase que ha de abrirle el camino a la culminación del cuento. En
este caso, podría ser:
“Lo sentí.”
En
este momento su imaginación se ha puesto a trabajar. No la moleste. Deje que haga
su trabajo. Es ella la que debe ocuparse de buscar un elemento final que
resulte irreal, imposible, maravilloso, fantástico. Da lo mismo que hable de
sirenas, minotauros o niños que son atacados por la caballería de los Estados
Unidos. Usted debe seleccionar alguna de las alternativas que su mente le
brinda. A modo de ejemplo, decide usar a la Diosa del Lago, y escribe lo
siguiente:
“La Diosa del Lago llegó en la noche y me amó.”
Magnífico.
Nuevamente le felicitamos. El proceso creador se está acercando a su término.
Su cuento está a punto de ser alumbrado. Bastará ahora con que una las tres
frases que previamente ha construido y el contenido final del relato vendría a
ser:
“Me
acuerdo de que no fue un sueño. Lo sentí. La Diosa del Lago llegó en la noche y
me amó.”
sábado, 17 de noviembre de 2012
Una ciudad y un balcón
Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/30 s
Velocidad ISO – 1.000
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
“No me podrán quitar el
dolorido sentir…"
Garcilaso
“En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de
piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una
profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el
caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la
cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos…
¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará
maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas
transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá
un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.”
Azorín, Castilla
- Esta fotografía la hice en una placita de Burgos, cuando ya
estaba anocheciendo, hace unos meses con motivo de un viaje por Castilla. No
reparé entonces en que en uno de los ventanales estaba una mujer. Si os fijáis,
podréis ver que ella está en la casa colorada, en el balcón cubierto de
cristalera de la planta de arriba. En ese momento estaba yo distraído con tres
cuestiones. De un lado, recordaba una conversación reciente con una amiga de
América que me había contado que una de sus bisabuelas había vivido, antes de
emigrar, en Burgos. De otro lado, tenía especial interés en captar al grupo que
está conversando, iluminado por una farola, en el rincón izquierdo de la
imagen. Finalmente, mi mente estaba también evocando el viejo texto de Azorín,
que he reproducido más arriba. Recuerdo ahora, cuando escribo estas palabras de
presentación de la fotografía, que hace ya mucho tiempo alguien me aconsejó:
“Lee a Azorín… No lo dudes, lee a Azorín…”, buen consejo, pienso.
Ha de decir, finalmente, que esta placita burgalesa está situada
en uno de los costados de la catedral. De hecho, en la zona de derecha de la
imagen, que expresamente no he querido recortar, se puede apreciar como surge
el edificio adornado con pináculos de este impresionante templo burgalés. Ese
anochecer, por si todo lo dicho fuera poco, el cielo que se alzaba por encima
de la placita se mostraba espectacularmente bello. El sol de la noche, al
reflejarse en las nubes bajas, las había teñido de unas tonalidades rojizas
espectaculares.
sábado, 10 de noviembre de 2012
Tiempo de lluvia y soldados
Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/160 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70
“Las cosas se saben o no; no hay por qué
comprenderlas…”
Max Aub
“En el corazón de lo que escribimos siempre quedan
encerrados elementos de nuestra biografía…”
Antiqva
Esta
mañana me han dicho que posiblemente tenga que matar a un hombre. Hoy está
lloviendo y anoche apenas he dormido. He tenido servicio de guardia y eso supone,
cuando llega la noche, dos horas de vigilancia en alguna garita, fusil en mano,
y cuatro horas de descanso, de las que tenemos que descontar el tiempo de las
idas y las venidas a los puestos y el de dar las novedades al oficial, de modo
que las cuatro horas se quedan en poco más de tres. Un tiempo insuficiente de
descanso para un joven de diecinueve años. Además, tenemos que acostarnos con
el uniforme y los correajes y esta noche, con la lluvia, el “tres cuartos” y
las botas estaban empapados de agua y barro. La áspera manta con la que nos
cubrimos en las horas de descanso es incapaz de sacar de nosotros el frío de estas
noches de invierno.
Hoy
es 20 de diciembre de 1973. Faltan un par de días para que pueda tomar una
semana de permiso y esta mañana, cuando estamos a las puertas de la Navidad, un
grupo de terroristas de E.T.A. ha matado al almirante Carrero Blanco, al
parecer un personaje importante en el gobierno de Franco. La verdad es que yo
nunca he oído su nombre. No tengo ni idea de quien era, pero os puedo asegurar
que su muerte ha ocasionado un revuelo en el cuartel. No han pasado un par de
horas del atentado cuando el cabo furriel nos ha anunciado que los permisos de
Navidad han sido anulados, quedando todos nosotros acuartelados. Las guardias
se han doblado y a mi, que había estado de servicio esta noche pasada, me han
enlazado una guardia saliente con otra entrante.
Formados
en el patio, bajo una lluvia que nos empapa, el capitán a cuyas órdenes está
nuestra batería nos está hablando:
-“Soldados,
han asesinado al Presidente del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero
Blanco. La Patria exige que estemos alerta en este momento. Además, hace media
hora hemos recibido en este acuartelamiento una amenaza de bomba. Al parecer,
grupos que operan en la clandestinidad quieren aprovechar estos momentos de
confusión para sembrar la inquietud en la ciudad colocando explosivos en diversos
lugares estratégicos. Ya se os ha dicho que vamos a redoblar las guardias.
Todos los que entréis de servicio tenéis que tener el fusil cargado y quitado
el seguro. Ante cualquier duda, tenéis mi orden de disparar a matar. Los
acontecimientos no permiten otra cosa. La Patria exige eso. Si alguien se os acerca
y no entra en razones ante vuestra orden de que se detenga y alce las manos,
disparadle…”
Al
poco, algo cabizbajo, acompañado por el cabo de guardia, me estoy dirigiendo a
la puerta falsa del cuartel, para hacer el relevo en el puesto. “Verás –estoy
pensando mientras camino, fusil al hombro- como algún insensato me monta hoy un
lío…”
Y
así ha sido. A los pocos minutos de hacer el relevo, mientras soporto la lluvia
cayendo sobre mi cuerpo y miro con atención los movimientos en la calle puedo
ver como un individuo que arrastra una caja de cierto tamaño se acerca a la
tapia del cuartel, deja la caja apoyada en el suelo y protegido por un paraguas
se queda allí plantado, como esperando algo.
No
lo dudo. Encañono al tipo con el fusil y le exijo a gritos que se aleje de allí,
pero no se inmuta. No parece escucharme. Posiblemente piensa que no me dirijo a
él. Están siendo unos segundos interminables. Al poco, se ha dado cuenta de que
es él el destinatario de mis voces y me grita diciendo que está esperando a
alguien, que lo llevara a Puente Osuna, y que se ha colocado allí para
protegerse un poco de la lluvia.
Mi
mirada y la suya se han cruzado en el instante en que yo he descerrajado el Mauser
provocando un ruido seco. La bala se ha introducido en la recámara. Siento que
mi cuerpo está temblando.
-Las
manos a la cabeza –grito… Las manos a la cabeza… Y haga palmas con las manos…
Que yo vea las manos haciendo palmas por encima de su cabeza…
-Estás
loco, muchacho –me responde.
Lo
tengo encañonado. No lo dudo. Aprieto el gatillo. Suena el trueno del disparo.
El tipo se queda inmóvil. Sin duda, no se cree lo que está pasando. Mientras
tanto, temo que tenga que disparar una segunda vez, pero no es así. No me ha
dado tiempo a introducir una segunda bala en la recámara. Él se ha echado a
correr, lanzando improperios. Deja atrás el paquete y el paraguas.
Unos
minutos después la Policía Militar ha acordonado la zona y al poco unos
artificieros están inspeccionando la caja. Parece que contiene cartones de
tabaco, que son requisados y puestos a disposición del oficial que habrá de
instruir el incidente. Todo ha sido una falsa alarma, pero yo he actuado tal y
como se esperaba que hiciera. Recibo algunas felicitaciones. “Así es como
tenéis que actuar.” –me dice el Teniente Coronel en estos primeros momentos que
siguen a la confusión del disparo.
El
asunto se complica luego, cuando la Policía Militar se extraña de no encontrar
en el pavimento ninguna señal del balazo. “Soldado –me están preguntando-,
quieres decirnos exactamente a donde estabas apuntando. No encontramos ninguna
señal de que la bala rebotara en el suelo.
-Mi
teniente -respondo-, aunque en ese momento tenía claro como debía de actuar no
puedo ocultar que me puse algo nervioso. Es posible que en lugar de disparar a
las piernas, como era mi intención, la bala se desviara al cielo. No se
decirle, mi teniente. Desde luego, disparé. Todos escucharon el ruido del
disparo.
He
tenido que prestar declaración varias veces y a la postre el asunto ha quedado zanjado.
Lo importante, a fin de cuentas, es que he sido un ejemplo de actuación y que además
la amenaza de las bombas ha resultado ser una mera fábula. Nos dicen que
hoy no ha pasado nada en la ciudad.
Ningún explosivo ha estallado. Cuentan que las gentes están tranquilas. Todos están
asustados, pero tranquilos.
No
pueden sospechar que uno, en los tiempos en que era un recluta destinado en el C.I.R. número 7 de Saturio del Duero, cuando
hacía los primeros ejercicios de tiro simulado había escondido en mis bolsillos
tres balas de fogeo que pensaba conservar como recuerdo de mi tiempo de
servicio obligatorio en el ejército. Esta mañana, cuando me han dicho que quizás
tendría que matar a un hombre, he decidido utilizarlas.
domingo, 4 de noviembre de 2012
En el silencio dulce de las noches
Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/75 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR
“Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente,
desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de
las noches.”
Luis Cernuda, Noche de
Luna
Una noche de julio de 1984, en sueños, hice el amor con la
Dama del Lago. Desde entonces nunca he vuelto a soñar con ella. Fue ayer,
cuando esperaba en la estación de autobuses la llegada de unos familiares,
cuando la he visto en el vestíbulo del edificio. He dado unos pasos para alcanzarla
y hubiera querido saludarla pero ella ni siquiera se ha fijado en mi. Reconozco
que me he sentido triste al saber que las damas de los lagos de los sueños también
envejecen. Tenía aspecto de estar cansada. Sin embargo, conforme se alejaba, he
pensado que las canas le sientan maravillosamente bien.
Ojala pueda volver a soñar con ella…
miércoles, 31 de octubre de 2012
Confidencias
Apertura f/11
Tiempo de exposición 1/20 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 48 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Anoche
la señorita C. me dijo que cuando el amor oculta la realidad, el mundo se hace
mas bello.
miércoles, 24 de octubre de 2012
El vaporetto
Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/210 s
Velocidad ISO – 400
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR
Sabía que solamente despertando del sueño podría escapar de los
golpes de aquel hombre, pero no podía hacerlo. Una y otra vez me decía: “Debes
despertar… Debes despertar…”, pero no
conseguía despertarme. Estaba angustiado. Quería salir de la pesadilla y escapar
de aquel hombre, pero no sabía cómo.
Todo en el sueño aparecía envuelto en las brumas de un
atardecer invernal. Estaba en un vaporetto que surcaba las aguas del Gran Canal
de Venecia. No tenía ni idea de cómo había llegado allí. Estaba fumando en la
cubierta cuando una mujer, avanzando a grandes pasos, se acercó a mí: “Sálveme…”
–me dijo cuando llegó a mi lado. Sin tiempo siquiera para pensar reparé en que unos
pasos más allá alguien que empuñaba una navaja se acercaba a nosotros. Inesperadamente,
la mujer, que iba vestida solamente con un camisón transparente de seda, me
abrazó y me besó.
Estaba desconcertado. “Que imágenes tan extrañas nacen en
las pesadillas” –pensé. En el irreal mundo de la noche puede uno enfrentarse a
las más insólitas irrealidades. En la noche, en el tiempo de los monstruos,
todo es posible.
Para entonces la mujer y yo nos estábamos besando. Ella
había cerrado los ojos y apretaba sus pechos contra mi cuerpo. “Oh, un sueño
erótico…” –pensé. Pero no lo era. Al momento el tipo llegó y me clavó la navaja
en el vientre. Conmocionado supe que debía despertar si no quería perder la
vida. Siempre he pensado que es mala cosa verse morir en un sueño y solamente
podría eludir a aquel hombre y sus golpes si conseguía arribar al mundo de la
vida. Una y otra vez me esforcé por abrir los ojos, mientras él me seguía
clavando, también una y otra vez, la navaja. Sentía que mi cuerpo era un manantial
de sangre. En algún momento supe que la hoja de acero se había roto al chocar
con alguno de mis huesos. Entonces, él, con un gesto de contrariedad, me dio
una bofetada que hizo que mi cuerpo rodase por el suelo. Después me envolvió en
sus brazos y me arrojó por la borda. “Vamos cariño, volvamos, ya ha pasado todo”
-escuché que le decía a la mujer mientras yo me hundía arropado por las aguas
del canal.
Para entonces, ya había renunciado a despertar. Todo había terminado.
Sentía que ya no me amenazaba ningún peligro. En aquellas aguas sentía que al
fin podía descansar. El sueño había terminado. Solo me restaba dormir profundamente,
liberado de la pesadilla.
No se cuanto tiempo pasó, pero en algún momento conseguí
despertar. Me parecía que seguía soñando. Sentía que mi cuerpo estaba dolorido,
magullado por decenas de heridas, y que apenas podía respirar. Estaba en un lugar
que no conseguía identificar. Tuvieron que pasar unos minutos para que fuera tomando
conciencia. Se trataba de la habitación de un hospital. Un médico le decía a
una enfermera que estaba tomando notas que yo había sido apuñalado y que la
operación de urgencia había sido satisfactoria, si bien todavía tenía los pulmones
encharcados de sangre y de agua. “Tendrá que estar unas semanas inmóvil –habló
el hombre-. No deje usted que se levante. Está sondado y lo alimentamos con
suero, de modo que no tiene porqué levantarse.”
Así fue como supe, ya despierto, que aquello no había sido
un sueño.
Ha sido después, no se cuanto tiempo ha pasado, cuando estoy sintiendo que alguien está abriendo la puerta de la habitación. Es una mujer. Es la mujer que me había besado en el vaporetto. Veo que ahora viste una bata verde de médico. Se está acercando a mi y me susurra algo: "Vida mía, te amo, cuidaré siempre de ti..." Con una mezcla de emoción y temor siento que me está besando. Creo que piensa que estoy dormido, y quizás sea cierto...
Ha sido después, no se cuanto tiempo ha pasado, cuando estoy sintiendo que alguien está abriendo la puerta de la habitación. Es una mujer. Es la mujer que me había besado en el vaporetto. Veo que ahora viste una bata verde de médico. Se está acercando a mi y me susurra algo: "Vida mía, te amo, cuidaré siempre de ti..." Con una mezcla de emoción y temor siento que me está besando. Creo que piensa que estoy dormido, y quizás sea cierto...
miércoles, 17 de octubre de 2012
La aparición de lo azul
Apertura f/7,1
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 500
Distancia focal 40 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR
Ignorante del vértigo, vivía al borde de un
acantilado. Cierto día, una pareja de pinzones anidó en su barba, que era como
los versos de la “Oda a Walt Whitman”. Fue él quien me explicó como, para hacer
un océano, debería llenar un vaso de agua: Cualquier vaso sirve –dijo
puntilloso-; más tarde, deposítelo en una habitación solitaria, después ha de
esperar la aparición de lo azul. Eso es lo más difícil, más si lo logra (y nada
se opone a ello), los peces llegarán de todas partes (incluso voladores,
parecidos a las mariposas gigantes del Brasil); y si abre a tiempo la ventana,
también recibirá algunas gaviotas, pero tenga cuidado, pues ellas se comerán
sus peces.
Rafael Pérez Estrada, Alta mar
miércoles, 10 de octubre de 2012
Cuando llega el otoño
Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/400 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 98 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
Cuando
vive la realidad, la señorita C. mantiene una relación que se llama vida. Ante
los ensueños, la relación es de ilusión.
…/…
La señorita C., desde
que era adolescente, lleva un falso diario en el que registra las cosas no como
han sido sino como ella las ha soñado. Cuando el negro Raulito lo supo, ella le
dijo que así ha creado un mundo de fantasía en el que puede volver a vivir sus
propios ensueños. Él nunca ha sido capaz de entenderla.
…/…
He venido a la ciudad para escribir un poema. Anoche supe
que Raulito, ¡quien sabe desde cuando!, ha estado leyendo mi diario. Me dijo que
ha sentido que ya no le amo. No entiende que yo no anoto las cosas como me
suceden sino como las sueño. Cree que los sueños son realidades y que le engaño
con otros hombres. Anoche, cuando me lo dijo, me hizo un número. No me ha
gustado que lea mis sueños y he decidido alejarme de él, venir a la ciudad y
volcarme en escribir algún poema. Y aquí estoy, sentada en la terraza del café
Varadero, frente al puerto y el mar, escuchando como una chica polaca interpreta
“El otoño” de Vivaldi. Tengo ante mi una hoja de papel en blanco, pero siento
que van pasando los minutos y no consigo que el poema acuda a mi mente. Todavía
no he escrito ni una sola estrofa. Maldita sea. En su lugar, de continuo viene a
mi mente la visión de un trapecista que hace su número en el Circo Ruso.
Creía que alejándome de Raulito todo podría volver a ser
como antes. Que podría escribir de nuevo algún poema. Pero algo está pasando que
me lo impide. Percibo con obstinación la imagen de ese vigoroso y desconocido trapecista,
a pesar de que yo lo que quiero es escribir unos versos. Un poema de amor y de esperanza.
Un poema de emociones que hable de mares y de sentimientos. Un poema como aquel
que ahora estoy recordando:
“Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios.”
Pero no consigo escribir nada.
Siento que la hoja de papel que tengo en mis manos está actuando como un espejo
en el que solo se reflejan mis propios temores. Y aquí sigo. Llena de desesperanza.
Han pasado varias horas. He escrito estas palabras pero siento que el poema no viene.
Además, mientras tanto, mi teléfono móvil está sonando de continuo. Supongo que
Raulito, que no sabe de mi huida, está buscándome enloquecido. Alzo mis ojos.
He sentido que la música ya no suena. Miro y veo que la chica polaca ha
guardado su violín y está recogiendo los trastos. Termina de hacerlo y se
aleja.
Ya llevo tres horas en el
Varadero. Creo que esto no tiene ningún sentido. No consigo escribir el poema. Voy
a dejarme de historias. Me olvidaré de él, de los mares y de los amores. En su
lugar volveré a casa, me maquillaré, me vestiré de rojo, me pondré tacones y me
iré al Circo Ruso. Estoy segura de que el trapecista no se me podrá resistir.
Bueno, salvo que Raulito me lo
impida.
NOTAS
El poema del marinero, que cita
la señorita C., es de Antonio Machado.
La imagen de la supuesta “chica
polaca” que interpreta “El otoño” de Vivaldi está tomada en la Puerta del
Puente de la Judería cordobesa. No estoy muy seguro de que la otra chica, la
que está de espaldas, sea la señorita C.
Estrella Altair, una amiga
entrañable, va a publicar este “cuento de la señorita C.” en su blog “La mirada sencilla”. Su intención es ilustrar el texto con alguna imagen que ella estime
adecuada a la idea que tiene acerca de este personaje. Agradezco a Estrella
esta muestra de afecto y os invito a visitar su blog, que tanto en su estética
como en sus contenidos es una verdadera maravilla.
miércoles, 3 de octubre de 2012
El monstruo que hablaba de las plantas
Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -1,70
.
Anne Crowe es una escritura escocesa empeñada en escribir
sobre la belleza del mundo, incluidos todos sus desastres. Sus poemas
representan un canto a la bondad, aún a pesar de las crueldades y atrocidades
que desde siempre acompañan a los hombres. De ella dijo Juan Margarit: “Para
esta poeta el pasado está dentro de las palabras, las palabras son nuestro lazo
con todo aquello que la memoria ha perdido…” Ella, con sus palabras, se empeña
en recuperar una visión, retocada con cierta dosis de dulzura, de esa memoria.
Hace tiempo tuve ocasión de recorrer algunos rincones de
Escocia. Alguien, entonces, me habló de esta mujer. Estas semanas pasadas he
estado leyendo uno de sus libros de poemas. Reproduzco ahora uno de ellos, en
el que Anne nos habla de como con motivo de un viaje en tren, un gigante
espantoso vestido de cuero negro vino a sentarse a su lado. La mujer sintió
miedo. Sintió ese miedo que nos acompaña siempre que estamos ante algo que no
conocemos. Pronto, sin embargo, el miedo quedó atrás cuando el gigante de los
clavos y el pelo cortado a lo mohicano se transformó en un hombre verde que la
hizo viajar al mundo maravilloso de las plantas. A un mundo en el que el
colobo, la catleya, y la manorina campanera se asomaban a hurtadillas desde las
periferias del habla.
“Estaba de pie al final del vagón.
Un gigante espantoso vestido de cuero negro,
con franjas y clavos y el pelo cortado a lo mohicano.
Ha venido a sentarse en el asiento de al lado.
Y de pronto: “Las plantas son extraordinarias, ¿no es
verdad?”
La voz, con un fuerte acento del Ulster. Y levanta la mirada
del libro,
los ojos brillantes bajo la cresta leonada.
-“Si no fuera por las plantas,
si no fuera por los haces vasculares,
nosotros no podríamos mantenernos en pie.”
Habla con un crujir de cuero,
con un sonido como el de las ramas de un pinar
al rozarse entre sí. Y una multitud de clavos,
desde las orejas hasta los desnudos brazos con pulseras,
y sus elocuentes mitones con puños de hierro,
relucen y destellan como la lluvia sobre los cardos.
Es un hombre verde que habla con hojas.
El frondoso follaje llena el vagón
de rumores susurrados: de palabras que componen
una música linneana, dejando espacio
para que el colobo, la catleya, y la manorina campanera
se asomen a hurtadillas desde las periferias del habla.
Durante una hora dominó la conversación con un lenguaje
tan por encima de mí como una secuoya.
Esquivo como el jaguar, y con todo perdido.
Todo menos aquellos hogareños y resonantes
“haces vasculares”. Ah, y el salterio.
Tocaba el salterio en un conjunto de folk-rock,
e iba a tocar a Newcastle, donde bajó del tren.
Pienso en como le había temido,
de cómo tememos lo que no conocemos.
Y cuando escucho por la radio los silbidos
y los tambores de los orangistas que marchan,
intento imaginar la melodía adaptada para salterio,
oyendo las cuerdas mansamente pulsadas,
viendo una figura vestida de negro,
alta como un cedro del Líbano y bailando,
como David con su salterio
ante el Señor.”
Anne Crowe, Punk con salterio
jueves, 27 de septiembre de 2012
En la vieja Castilla
Apertura f/18
Tiempo de exposición 1/100 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 70 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
.
.
Cuando viajo por
Castilla suelo releer los poemas de Antonio Machado, que tanto amó sus campos,
ya que aunque vivo en Andalucía desde hace mucho tiempo y mucho en mi es
andaluz lo cierto es que nunca he dejado de sentirme “castellano” y me encanta
recorrer, una y otra vez, las ciudades, los pueblos y los campos de mi
Castilla, esos mismos espacios que Machado cantó en sus poemas.
Estos días pasados,
con unos amigos de Valladolid, hicimos una excursión por las tierras de la
Ribera del Duero en la que terminamos
arribando entre muchos otros pueblecitos y rincones a Peñafiel, ya casi
en el límite entre Valladolid y Burgos. Hice allí la fotografía que ilustra este
texto, intentando aunar en ella la silueta del impresionante castillo roquero y
la estampa viva de su tradicional caserío. La imagen la hice desde la plaza del
Coso.
En sus “Campos de
Castilla”, Machado incluyó un poema que desde siempre me ha impresionado. Lo
dedicó el poeta al maestro “Azorin”, que por esos tiempos había publicado su
libro “Castilla”.
Es un poema
intenso, que refleja a mi modo de ver mucho del alma de mi vieja Castilla. Todo
sugiere en él que el poeta está recreando una experiencia biográfica, que habría
que incluir posiblemente en la excursión que cuando vivía en Soria realizó a la
Laguna Negra, ya que la venta de Cidones estaba situaba precisamente en el
camino de Soria a Burgos, antes de
llegar a las “tierras de Alvargonzález”, cuyo cuento/leyenda reflejó el autor
en su obra.
“La venta de
Cidones está en la carretera
que va de Soria a
Burgos. Leonarda, la ventera,
que llaman la
Ruipérez, es una viejecita
que aviva el fuego
donde borbolla la marmita.
Ruipérez, el
ventero, un viejo diminuto
-bajo las cejas
grises, dos ojos de hombre astuto-,
contempla
silencioso la lumbre del hogar.
Se oye la marmita
al fuego borbollar.
Sentado ante una
mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando
moja la pluma en el tintero,
dos ojos tristes
lucen en un semblante enjuto.
El caballero es
joven, vestido va de luto.
El viento frío
azota los chopos del camino.
Se ve pasar de
polvo un blanco remolino.
La tarde se va
haciendo sombría. El enlutado,
la mano en la
mejilla, medita ensimismado.
Cuando el correo
llegue, que el caballero aguarda,
la tarde habrá
caído sobre la tierra parda
de Soria. Todavía
los grises serrijones,
con ruina de
encinares y mellas de aluviones,
las lomas azuladas,
las agrias barranqueras,
picotas y colinas,
ribazos y laderas
del páramo sombrío
por donde cruza el Duero,
darán al sol de
ocaso su resplandor de acero.
La venta se oscurece.
El rojo lar humea.
La mecha de un
mohoso candil arde y chispea.
El enlutado tiene
clavados en el fuego
los ojos largo rato;
se los enjuga luego
con un pañuelo
blanco. ¿Por qué le hará llorar
el son de la
marmita, el ascua del hogar?
Cerró la noche.
Lejos se escucha el traqueteo
y el galopar de un
coche que avanza. Es el correo.”
Han pasado muchos
años desde que Machado escribió sus “Campos de Castilla”. Todavía, sin embargo,
uno, cuando los relee, siente que la emoción le llega con la misma fuerza de la
vez primera. Uno quiere ver en ese caballero joven, enlutado, al propio poeta,
que ha perdido en Soria a la jovencísima Leonor. No se si cuando Machado
escribió este poema había ya muerto o no su niña amada. Tampoco es algo que
revista ya alguna importancia, a fin de cuentas nunca sabremos si son mas
importantes las cosas vividas o las solamente soñadas, y para mí, cuando releo
el poema, lo que me llega al corazón es que en estos versos Machado “se estaba
soñando” a si mismo.
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