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martes, 25 de diciembre de 2012

Andrea y los pescadores

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/200 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR

Andrea contempla las aguas que se ondulan con el viento mientras siente el regusto agridulce que impregna su boca. Después de lo que ha pasado, se siente intranquila. Es consciente de que todo se ha complicado. Ahora, cuando ya es media tarde, el sol desciende sobre el horizonte y está a punto de ser devorado por las suaves barranqueras que llegan hasta las márgenes del lago. Con el reflejo del astro en las aguas se ha creado una imagen que resplandece y en la que tienen también cabida las tenues sombras de los árboles. Los tonos rojizos y verdes, al conjuntarse, brindan una visión de ensueño. Contemplándola, ella siente que su mente se está sosegando.

Unos instantes después de hacerlo, se había dado cuenta, angustiada, de que en medio del lago, en una barca, dos hombres ocupaban las últimas horas de la tarde en pescar con caña. Todo se había desarrollado de un modo imprevisto y tenía miedo de que aquellos pescadores hubieran contemplado lo que había sucedido. Luego, Andrea ha estado sentada en el suelo rocoso más de una hora, intentando captar algún posible gesto de los hombres que le permitiera intuir que saben algo, pero esa señal no se ha producido. Ellos, ocupados en la pesca, no parecen mostrar interés en lo que sucede en las orillas.

Ahora, el sol está a punto de ocultarse y sus últimos rayos de luz, al incidir en las nubes, producen unos tonos saturados de rojo que contribuyen con sus reflejos a brindar una visión espectacular. Antes de irse, ella ha hecho incluso un par de fotografías con su teléfono móvil. Se ha sentido atraída por esas nubes que simulan mantenerse a flote sobre las aguas. La silueta oscura de la barca, a contraluz, con los dos hombres faenando, potencia el dramatismo de la escena.

Tras tomar las fotografías, Andrea fija su mirada por última vez en los pescadores y se dirige luego a su coche, que cuando llegaron habían dejado aparcado en el arranque de la pista forestal que conduce al lago. Sabe que a pesar de todo lo que ha sucedido en los últimos meses, la ausencia de Alessandro le va a resultar insufrible. Tiembla al pensar en que no sabe como se lo va a explicar a los niños.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Cuentos de hadas

Apertura f/10 
Tiempo de exposición 1/40 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 45 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR 


“Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina…”

Joaquín Sabina, Noches de boda 




La señorita C. recordaba que una vez había amado.Con eso le bastaba.


lunes, 10 de diciembre de 2012

Para un anuncio de café...

Apertura f/6,3
Tiempo de exposición 1/640 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
 
Las rosas lloran en silencio mientras él, con las tijeras de podar en la mano, se les acerca canturreando. Se sienten condenadas. En el último momento, sin embargo, algo sucede. Procedente de la ventana de la cocina un embriagador aroma lo ha impregnado todo y las flores, al sentir su fragancia, intuyen esperanzadas que puede producirse el milagro.

Es entonces cuando ella le llama: “El café está listo, cariño…” Y le guiña un ojo, con gesto cómplice, mientras la cafetera, despidiendo amor, humea. Y las rosas, que comprenden que se han salvado, suspiran, y él, sonríe y se dirige al encuentro con su amada. Ella y una taza de café Bahía, preludio del dulce gozo de los sentidos, le esperan.

 
 
 

lunes, 3 de diciembre de 2012

El músico de jazz

Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/60 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 66 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR

"La intención de no naufragar
en el vaso del desayuno, así comienza
otro día
más."

Concha García, Árboles que ya florecerán.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Cuento fantástico

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/500 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR




Ha decidido usted escribir un cuento fantástico. Enhorabuena por su decisión. Le damos la bienvenida al mundo de la creación y confiamos en que estas instrucciones le resulten útiles.

Ante todo, previamente al proceso creador, debe usted dedicar muchas horas a leer y debe hacerlo prestando interés a cada frase, a cada palabra, hasta que encuentre algo que le haga sentir cierta emoción. Debe leer poesía, narrativa, periódicos, folletos publicitarios, todo lo que caiga en su mano. Debe ser consciente, mientras lee, de que la emoción que producen las palabras suele estar escondida. Deberá buscarla.

En algún momento, sentirá que algo le conmueve. Por ejemplo, usted se topa con un poema que dice:

“No fue un sueño,
lo vi:
La nieve ardía.”

Felicidades. Acaba usted de encontrar la materia prima que le va a permitir crear. Ya puede empezar a escribir el cuento. Lo iniciará, tal y como hace Georges Perec, con la frase “Me acuerdo…”, a la que empalmará al arranque de la historia, que copiará de ese poema que le ha conmovido:

“Me acuerdo de que no fue un sueño…”

Ahora, para distanciarse del texto que está usando como inspiración, debe añadir algo novedoso, una frase que ha de abrirle el camino a la culminación del cuento. En este caso, podría ser:

“Lo sentí.”

En este momento su imaginación se ha puesto a trabajar. No la moleste. Deje que haga su trabajo. Es ella la que debe ocuparse de buscar un elemento final que resulte irreal, imposible, maravilloso, fantástico. Da lo mismo que hable de sirenas, minotauros o niños que son atacados por la caballería de los Estados Unidos. Usted debe seleccionar alguna de las alternativas que su mente le brinda. A modo de ejemplo, decide usar a la Diosa del Lago, y escribe lo siguiente:

“La Diosa del Lago llegó en la noche y me amó.”

Magnífico. Nuevamente le felicitamos. El proceso creador se está acercando a su término. Su cuento está a punto de ser alumbrado. Bastará ahora con que una las tres frases que previamente ha construido y el contenido final del relato vendría a ser:

“Me acuerdo de que no fue un sueño. Lo sentí. La Diosa del Lago llegó en la noche y me amó.”

sábado, 17 de noviembre de 2012

Una ciudad y un balcón

Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/30 s
Velocidad ISO – 1.000
Distancia focal 18 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR


  
  No me podrán quitar el dolorido sentir…"

Garcilaso



“En el primer balcón de la izquierda, allá en la casa de piedra que está en la plaza, hay un hombre sentado. Parece abstraído en una profunda meditación. Tiene un fino bigote de puntas levantadas. Está el caballero, sentado, con el codo puesto en uno de los brazos del sillón y la cara apoyada en la mano. Una honda tristeza empaña sus ojos…

¡Eternidad, insondable eternidad del dolor! Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa, siempre habrá un hombre con la cabeza, meditadora y triste, reclinada en la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir.

Azorín, Castilla



- Esta fotografía la hice en una placita de Burgos, cuando ya estaba anocheciendo, hace unos meses con motivo de un viaje por Castilla. No reparé entonces en que en uno de los ventanales estaba una mujer. Si os fijáis, podréis ver que ella está en la casa colorada, en el balcón cubierto de cristalera de la planta de arriba. En ese momento estaba yo distraído con tres cuestiones. De un lado, recordaba una conversación reciente con una amiga de América que me había contado que una de sus bisabuelas había vivido, antes de emigrar, en Burgos. De otro lado, tenía especial interés en captar al grupo que está conversando, iluminado por una farola, en el rincón izquierdo de la imagen. Finalmente, mi mente estaba también evocando el viejo texto de Azorín, que he reproducido más arriba. Recuerdo ahora, cuando escribo estas palabras de presentación de la fotografía, que hace ya mucho tiempo alguien me aconsejó: “Lee a Azorín… No lo dudes, lee a Azorín…”, buen consejo, pienso.

Ha de decir, finalmente, que esta placita burgalesa está situada en uno de los costados de la catedral. De hecho, en la zona de derecha de la imagen, que expresamente no he querido recortar, se puede apreciar como surge el edificio adornado con pináculos de este impresionante templo burgalés. Ese anochecer, por si todo lo dicho fuera poco, el cielo que se alzaba por encima de la placita se mostraba espectacularmente bello. El sol de la noche, al reflejarse en las nubes bajas, las había teñido de unas tonalidades rojizas espectaculares.



sábado, 10 de noviembre de 2012

Tiempo de lluvia y soldados

Apertura f/10
Tiempo de exposición 1/160 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -0,70


  
 

“Las cosas se saben o no; no hay por qué comprenderlas…”

Max Aub


“En el corazón de lo que escribimos siempre quedan encerrados elementos de nuestra biografía…”

Antiqva




Esta mañana me han dicho que posiblemente tenga que matar a un hombre. Hoy está lloviendo y anoche apenas he dormido. He tenido servicio de guardia y eso supone, cuando llega la noche, dos horas de vigilancia en alguna garita, fusil en mano, y cuatro horas de descanso, de las que tenemos que descontar el tiempo de las idas y las venidas a los puestos y el de dar las novedades al oficial, de modo que las cuatro horas se quedan en poco más de tres. Un tiempo insuficiente de descanso para un joven de diecinueve años. Además, tenemos que acostarnos con el uniforme y los correajes y esta noche, con la lluvia, el “tres cuartos” y las botas estaban empapados de agua y barro. La áspera manta con la que nos cubrimos en las horas de descanso es incapaz de sacar de nosotros el frío de estas noches de invierno.

Hoy es 20 de diciembre de 1973. Faltan un par de días para que pueda tomar una semana de permiso y esta mañana, cuando estamos a las puertas de la Navidad, un grupo de terroristas de E.T.A. ha matado al almirante Carrero Blanco, al parecer un personaje importante en el gobierno de Franco. La verdad es que yo nunca he oído su nombre. No tengo ni idea de quien era, pero os puedo asegurar que su muerte ha ocasionado un revuelo en el cuartel. No han pasado un par de horas del atentado cuando el cabo furriel nos ha anunciado que los permisos de Navidad han sido anulados, quedando todos nosotros acuartelados. Las guardias se han doblado y a mi, que había estado de servicio esta noche pasada, me han enlazado una guardia saliente con otra entrante.

Formados en el patio, bajo una lluvia que nos empapa, el capitán a cuyas órdenes está nuestra batería nos está hablando:

-“Soldados, han asesinado al Presidente del Consejo de Ministros, el almirante Luis Carrero Blanco. La Patria exige que estemos alerta en este momento. Además, hace media hora hemos recibido en este acuartelamiento una amenaza de bomba. Al parecer, grupos que operan en la clandestinidad quieren aprovechar estos momentos de confusión para sembrar la inquietud en la ciudad colocando explosivos en diversos lugares estratégicos. Ya se os ha dicho que vamos a redoblar las guardias. Todos los que entréis de servicio tenéis que tener el fusil cargado y quitado el seguro. Ante cualquier duda, tenéis mi orden de disparar a matar. Los acontecimientos no permiten otra cosa. La Patria exige eso. Si alguien se os acerca y no entra en razones ante vuestra orden de que se detenga y alce las manos, disparadle…”

Al poco, algo cabizbajo, acompañado por el cabo de guardia, me estoy dirigiendo a la puerta falsa del cuartel, para hacer el relevo en el puesto. “Verás –estoy pensando mientras camino, fusil al hombro- como algún insensato me monta hoy un lío…”

Y así ha sido. A los pocos minutos de hacer el relevo, mientras soporto la lluvia cayendo sobre mi cuerpo y miro con atención los movimientos en la calle puedo ver como un individuo que arrastra una caja de cierto tamaño se acerca a la tapia del cuartel, deja la caja apoyada en el suelo y protegido por un paraguas se queda allí plantado, como esperando algo.

No lo dudo. Encañono al tipo con el fusil y le exijo a gritos que se aleje de allí, pero no se inmuta. No parece escucharme. Posiblemente piensa que no me dirijo a él. Están siendo unos segundos interminables. Al poco, se ha dado cuenta de que es él el destinatario de mis voces y me grita diciendo que está esperando a alguien, que lo llevara a Puente Osuna, y que se ha colocado allí para protegerse un poco de la lluvia.

Mi mirada y la suya se han cruzado en el instante en que yo he descerrajado el Mauser provocando un ruido seco. La bala se ha introducido en la recámara. Siento que mi cuerpo está temblando.

-Las manos a la cabeza –grito… Las manos a la cabeza… Y haga palmas con las manos… Que yo vea las manos haciendo palmas por encima de su cabeza…

-Estás loco, muchacho –me responde.

Lo tengo encañonado. No lo dudo. Aprieto el gatillo. Suena el trueno del disparo. El tipo se queda inmóvil. Sin duda, no se cree lo que está pasando. Mientras tanto, temo que tenga que disparar una segunda vez, pero no es así. No me ha dado tiempo a introducir una segunda bala en la recámara. Él se ha echado a correr, lanzando improperios. Deja atrás el paquete y el paraguas.

Unos minutos después la Policía Militar ha acordonado la zona y al poco unos artificieros están inspeccionando la caja. Parece que contiene cartones de tabaco, que son requisados y puestos a disposición del oficial que habrá de instruir el incidente. Todo ha sido una falsa alarma, pero yo he actuado tal y como se esperaba que hiciera. Recibo algunas felicitaciones. “Así es como tenéis que actuar.” –me dice el Teniente Coronel en estos primeros momentos que siguen a la confusión del disparo.   

El asunto se complica luego, cuando la Policía Militar se extraña de no encontrar en el pavimento ninguna señal del balazo. “Soldado –me están preguntando-, quieres decirnos exactamente a donde estabas apuntando. No encontramos ninguna señal de que la bala rebotara en el suelo.

-Mi teniente -respondo-, aunque en ese momento tenía claro como debía de actuar no puedo ocultar que me puse algo nervioso. Es posible que en lugar de disparar a las piernas, como era mi intención, la bala se desviara al cielo. No se decirle, mi teniente. Desde luego, disparé. Todos escucharon el ruido del disparo.

He tenido que prestar declaración varias veces y a la postre el asunto ha quedado zanjado. Lo importante, a fin de cuentas, es que he sido un ejemplo de actuación y que además la amenaza de las bombas ha resultado ser una mera fábula. Nos dicen que hoy  no ha pasado nada en la ciudad. Ningún explosivo ha estallado. Cuentan que las gentes están tranquilas. Todos están asustados, pero tranquilos.

No pueden sospechar que uno, en los tiempos en que era un recluta destinado en el  C.I.R. número 7 de Saturio del Duero, cuando hacía los primeros ejercicios de tiro simulado había escondido en mis bolsillos tres balas de fogeo que pensaba conservar como recuerdo de mi tiempo de servicio obligatorio en el ejército. Esta mañana, cuando me han dicho que quizás tendría que matar a un hombre, he decidido utilizarlas.



domingo, 4 de noviembre de 2012

En el silencio dulce de las noches

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/75 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR


  
 
“Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente, desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de las noches.”

Luis Cernuda, Noche de Luna




Una noche de julio de 1984, en sueños, hice el amor con la Dama del Lago. Desde entonces nunca he vuelto a soñar con ella. Fue ayer, cuando esperaba en la estación de autobuses la llegada de unos familiares, cuando la he visto en el vestíbulo del edificio. He dado unos pasos para alcanzarla y hubiera querido saludarla pero ella ni siquiera se ha fijado en mi. Reconozco que me he sentido triste al saber que las damas de los lagos de los sueños también envejecen. Tenía aspecto de estar cansada. Sin embargo, conforme se alejaba, he pensado que las canas le sientan maravillosamente bien.

Ojala pueda volver a soñar con ella…


miércoles, 31 de octubre de 2012

Confidencias

Apertura f/11
Tiempo de exposición 1/20 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 48 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR

  
Anoche la señorita C. me dijo que cuando el amor oculta la realidad, el mundo se hace mas bello.



miércoles, 24 de octubre de 2012

El vaporetto

Apertura f/9
Tiempo de exposición 1/210 s
Velocidad ISO – 400
Distancia focal 6 mm
Compensación de la exposición 0,00
HDR

Sabía que solamente despertando del sueño podría escapar de los golpes de aquel hombre, pero no podía hacerlo. Una y otra vez me decía: “Debes despertar…  Debes despertar…”, pero no conseguía despertarme. Estaba angustiado. Quería salir de la pesadilla y escapar de aquel hombre, pero no sabía cómo.

Todo en el sueño aparecía envuelto en las brumas de un atardecer invernal. Estaba en un vaporetto que surcaba las aguas del Gran Canal de Venecia. No tenía ni idea de cómo había llegado allí. Estaba fumando en la cubierta cuando una mujer, avanzando a grandes pasos, se acercó a mí: “Sálveme…” –me dijo cuando llegó a mi lado. Sin tiempo siquiera para pensar reparé en que unos pasos más allá alguien que empuñaba una navaja se acercaba a nosotros. Inesperadamente, la mujer, que iba vestida solamente con un camisón transparente de seda, me abrazó y me besó.

Estaba desconcertado. “Que imágenes tan extrañas nacen en las pesadillas” –pensé. En el irreal mundo de la noche puede uno enfrentarse a las más insólitas irrealidades. En la noche, en el tiempo de los monstruos, todo es posible.

Para entonces la mujer y yo nos estábamos besando. Ella había cerrado los ojos y apretaba sus pechos contra mi cuerpo. “Oh, un sueño erótico…” –pensé. Pero no lo era. Al momento el tipo llegó y me clavó la navaja en el vientre. Conmocionado supe que debía despertar si no quería perder la vida. Siempre he pensado que es mala cosa verse morir en un sueño y solamente podría eludir a aquel hombre y sus golpes si conseguía arribar al mundo de la vida. Una y otra vez me esforcé por abrir los ojos, mientras él me seguía clavando, también una y otra vez, la navaja. Sentía que mi cuerpo era un manantial de sangre. En algún momento supe que la hoja de acero se había roto al chocar con alguno de mis huesos. Entonces, él, con un gesto de contrariedad, me dio una bofetada que hizo que mi cuerpo rodase por el suelo. Después me envolvió en sus brazos y me arrojó por la borda. “Vamos cariño, volvamos, ya ha pasado todo” -escuché que le decía a la mujer mientras yo me hundía arropado por las aguas del canal.

Para entonces, ya había renunciado a despertar. Todo había terminado. Sentía que ya no me amenazaba ningún peligro. En aquellas aguas sentía que al fin podía descansar. El sueño había terminado. Solo me restaba dormir profundamente, liberado de la pesadilla.

No se cuanto tiempo pasó, pero en algún momento conseguí despertar. Me parecía que seguía soñando. Sentía que mi cuerpo estaba dolorido, magullado por decenas de heridas, y que apenas podía respirar. Estaba en un lugar que no conseguía identificar. Tuvieron que pasar unos minutos para que fuera tomando conciencia. Se trataba de la habitación de un hospital. Un médico le decía a una enfermera que estaba tomando notas que yo había sido apuñalado y que la operación de urgencia había sido satisfactoria, si bien todavía tenía los pulmones encharcados de sangre y de agua. “Tendrá que estar unas semanas inmóvil –habló el hombre-. No deje usted que se levante. Está sondado y lo alimentamos con suero, de modo que no tiene porqué levantarse.”

Así fue como supe, ya despierto, que aquello no había sido un sueño.

Ha sido después, no se cuanto tiempo ha pasado, cuando estoy sintiendo que alguien está abriendo la puerta de la habitación. Es una mujer. Es la mujer que me había besado en el vaporetto. Veo que ahora viste una bata verde de médico. Se está acercando a mi y me susurra algo: "Vida mía, te amo, cuidaré siempre de ti..." Con una mezcla de emoción y temor siento que me está besando. Creo que piensa que estoy dormido, y quizás sea cierto...

miércoles, 17 de octubre de 2012

La aparición de lo azul

Apertura f/7,1
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 500
Distancia focal 40 mm
Compensación de la exposición -0,30
HDR

Ignorante del vértigo, vivía al borde de un acantilado. Cierto día, una pareja de pinzones anidó en su barba, que era como los versos de la “Oda a Walt Whitman”. Fue él quien me explicó como, para hacer un océano, debería llenar un vaso de agua: Cualquier vaso sirve –dijo puntilloso-; más tarde, deposítelo en una habitación solitaria, después ha de esperar la aparición de lo azul. Eso es lo más difícil, más si lo logra (y nada se opone a ello), los peces llegarán de todas partes (incluso voladores, parecidos a las mariposas gigantes del Brasil); y si abre a tiempo la ventana, también recibirá algunas gaviotas, pero tenga cuidado, pues ellas se comerán sus peces.

Rafael Pérez Estrada, Alta mar
 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Cuando llega el otoño

Apertura f/14
Tiempo de exposición 1/400 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 98 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR



Cuando vive la realidad, la señorita C. mantiene una relación que se llama vida. Ante los ensueños, la relación es de ilusión.

…/…

La señorita C., desde que era adolescente, lleva un falso diario en el que registra las cosas no como han sido sino como ella las ha soñado. Cuando el negro Raulito lo supo, ella le dijo que así ha creado un mundo de fantasía en el que puede volver a vivir sus propios ensueños. Él nunca ha sido capaz de entenderla.

…/…




He venido a la ciudad para escribir un poema. Anoche supe que Raulito, ¡quien sabe desde cuando!, ha estado leyendo mi diario. Me dijo que ha sentido que ya no le amo. No entiende que yo no anoto las cosas como me suceden sino como las sueño. Cree que los sueños son realidades y que le engaño con otros hombres. Anoche, cuando me lo dijo, me hizo un número. No me ha gustado que lea mis sueños y he decidido alejarme de él, venir a la ciudad y volcarme en escribir algún poema. Y aquí estoy, sentada en la terraza del café Varadero, frente al puerto y el mar, escuchando como una chica polaca interpreta “El otoño” de Vivaldi. Tengo ante mi una hoja de papel en blanco, pero siento que van pasando los minutos y no consigo que el poema acuda a mi mente. Todavía no he escrito ni una sola estrofa. Maldita sea. En su lugar, de continuo viene a mi mente la visión de un trapecista que hace su número en el Circo Ruso.

Creía que alejándome de Raulito todo podría volver a ser como antes. Que podría escribir de nuevo algún poema. Pero algo está pasando que me lo impide. Percibo con obstinación la imagen de ese vigoroso y desconocido trapecista, a pesar de que yo lo que quiero es escribir unos versos. Un poema de amor y de esperanza. Un poema de emociones que hable de mares y de sentimientos. Un poema como aquel que ahora estoy recordando:

“Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios.”

Pero no consigo escribir nada. Siento que la hoja de papel que tengo en mis manos está actuando como un espejo en el que solo se reflejan mis propios temores. Y aquí sigo. Llena de desesperanza. Han pasado varias horas. He escrito estas palabras pero siento que el poema no viene. Además, mientras tanto, mi teléfono móvil está sonando de continuo. Supongo que Raulito, que no sabe de mi huida, está buscándome enloquecido. Alzo mis ojos. He sentido que la música ya no suena. Miro y veo que la chica polaca ha guardado su violín y está recogiendo los trastos. Termina de hacerlo y se aleja.

Ya llevo tres horas en el Varadero. Creo que esto no tiene ningún sentido. No consigo escribir el poema. Voy a dejarme de historias. Me olvidaré de él, de los mares y de los amores. En su lugar volveré a casa, me maquillaré, me vestiré de rojo, me pondré tacones y me iré al Circo Ruso. Estoy segura de que el trapecista no se me podrá resistir.

Bueno, salvo que Raulito me lo impida.



NOTAS
El poema del marinero, que cita la señorita C., es de Antonio Machado.

La imagen de la supuesta “chica polaca” que interpreta “El otoño” de Vivaldi está tomada en la Puerta del Puente de la Judería cordobesa. No estoy muy seguro de que la otra chica, la que está de espaldas, sea la señorita C.



Estrella Altair, una amiga entrañable, va a publicar este “cuento de la señorita C.” en su blog “La mirada sencilla”. Su intención es ilustrar el texto con alguna imagen que ella estime adecuada a la idea que tiene acerca de este personaje. Agradezco a Estrella esta muestra de afecto y os invito a visitar su blog, que tanto en su estética como en sus contenidos es una verdadera maravilla.


miércoles, 3 de octubre de 2012

El monstruo que hablaba de las plantas

Apertura f/5,6
Tiempo de exposición 1/80 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 105 mm
Compensación de la exposición -1,70
.
 
Anne Crowe es una escritura escocesa empeñada en escribir sobre la belleza del mundo, incluidos todos sus desastres. Sus poemas representan un canto a la bondad, aún a pesar de las crueldades y atrocidades que desde siempre acompañan a los hombres. De ella dijo Juan Margarit: “Para esta poeta el pasado está dentro de las palabras, las palabras son nuestro lazo con todo aquello que la memoria ha perdido…” Ella, con sus palabras, se empeña en recuperar una visión, retocada con cierta dosis de dulzura, de esa memoria.

Hace tiempo tuve ocasión de recorrer algunos rincones de Escocia. Alguien, entonces, me habló de esta mujer. Estas semanas pasadas he estado leyendo uno de sus libros de poemas. Reproduzco ahora uno de ellos, en el que Anne nos habla de como con motivo de un viaje en tren, un gigante espantoso vestido de cuero negro vino a sentarse a su lado. La mujer sintió miedo. Sintió ese miedo que nos acompaña siempre que estamos ante algo que no conocemos. Pronto, sin embargo, el miedo quedó atrás cuando el gigante de los clavos y el pelo cortado a lo mohicano se transformó en un hombre verde que la hizo viajar al mundo maravilloso de las plantas. A un mundo en el que el colobo, la catleya, y la manorina campanera se asomaban a hurtadillas desde las periferias del habla.


“Estaba de pie al final del vagón.
Un gigante espantoso vestido de cuero negro,
con franjas y clavos y el pelo cortado a lo mohicano.
Ha venido a sentarse en el asiento de al lado.

Y de pronto: “Las plantas son extraordinarias, ¿no es verdad?”
La voz, con un fuerte acento del Ulster. Y levanta la mirada del libro,
los ojos brillantes bajo la cresta leonada.
-“Si no fuera por las plantas,
si no fuera por los haces vasculares,
nosotros no podríamos mantenernos en pie.”
Habla con un crujir de cuero,
con un sonido como el de las ramas de un pinar
al rozarse entre sí. Y una multitud de clavos,
desde las orejas hasta los desnudos brazos con pulseras,
y sus elocuentes mitones con puños de hierro,
relucen y destellan como la lluvia sobre los cardos.

Es un hombre verde que habla con hojas.
El frondoso follaje llena el vagón
de rumores susurrados: de palabras que componen
una música linneana, dejando espacio
para que el colobo, la catleya, y la manorina campanera
se asomen a hurtadillas desde las periferias del habla.

Durante una hora dominó la conversación con un lenguaje
tan por encima de mí como una secuoya.
Esquivo como el jaguar, y con todo perdido.
Todo menos aquellos hogareños y resonantes
“haces vasculares”. Ah, y el salterio.
Tocaba el salterio en un conjunto de folk-rock,
e iba a tocar a Newcastle, donde bajó del tren.

Pienso en como le había temido,
de cómo tememos lo que no conocemos.
Y cuando escucho por la radio los silbidos
y los tambores de los orangistas que marchan,
intento imaginar la melodía adaptada para salterio,
oyendo las cuerdas mansamente pulsadas,
viendo una figura vestida de negro,
alta como un cedro del Líbano y bailando,
como David con su salterio
ante el Señor.”

Anne Crowe, Punk con salterio



jueves, 27 de septiembre de 2012

En la vieja Castilla

Apertura f/18
Tiempo de exposición 1/100 s
Velocidad ISO – 200
Distancia focal 70 mm
Compensación de la exposición -0,70
HDR
.
Cuando viajo por Castilla suelo releer los poemas de Antonio Machado, que tanto amó sus campos, ya que aunque vivo en Andalucía desde hace mucho tiempo y mucho en mi es andaluz lo cierto es que nunca he dejado de sentirme “castellano” y me encanta recorrer, una y otra vez, las ciudades, los pueblos y los campos de mi Castilla, esos mismos espacios que Machado cantó en sus poemas.

Estos días pasados, con unos amigos de Valladolid, hicimos una excursión por las tierras de la Ribera del Duero en la que terminamos  arribando entre muchos otros pueblecitos y rincones a Peñafiel, ya casi en el límite entre Valladolid y Burgos. Hice allí la fotografía que ilustra este texto, intentando aunar en ella la silueta del impresionante castillo roquero y la estampa viva de su tradicional caserío. La imagen la hice desde la plaza del Coso.

En sus “Campos de Castilla”, Machado incluyó un poema que desde siempre me ha impresionado. Lo dedicó el poeta al maestro “Azorin”, que por esos tiempos había publicado su libro “Castilla”.

Es un poema intenso, que refleja a mi modo de ver mucho del alma de mi vieja Castilla. Todo sugiere en él que el poeta está recreando una experiencia biográfica, que habría que incluir posiblemente en la excursión que cuando vivía en Soria realizó a la Laguna Negra, ya que la venta de Cidones estaba situaba precisamente en el camino de Soria a Burgos,  antes de llegar a las “tierras de Alvargonzález”, cuyo cuento/leyenda reflejó el autor en su obra.


“La venta de Cidones está en la carretera
que va de Soria a Burgos. Leonarda, la ventera,
que llaman la Ruipérez, es una viejecita
que aviva el fuego donde borbolla la marmita.
Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto
-bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto-,
contempla silencioso la lumbre del hogar.
Se oye la marmita al fuego borbollar.
Sentado ante una mesa de pino, un caballero
escribe. Cuando moja la pluma en el tintero,
dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto.
El caballero es joven, vestido va de luto.
El viento frío azota los chopos del camino.
Se ve pasar de polvo un blanco remolino.
La tarde se va haciendo sombría. El enlutado,
la mano en la mejilla, medita ensimismado.
Cuando el correo llegue, que el caballero aguarda,
la tarde habrá caído sobre la tierra parda
de Soria. Todavía los grises serrijones,
con ruina de encinares y mellas de aluviones,
las lomas azuladas, las agrias barranqueras,
picotas y colinas, ribazos y laderas
del páramo sombrío por donde cruza el Duero,
darán al sol de ocaso su resplandor de acero.
La venta se oscurece. El rojo lar humea.
La mecha de un mohoso candil arde y chispea.
El enlutado tiene clavados en el fuego
los ojos largo rato; se los enjuga luego
con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar
el son de la marmita, el ascua del hogar?
Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo
y el galopar de un coche que avanza. Es el correo.”


Han pasado muchos años desde que Machado escribió sus “Campos de Castilla”. Todavía, sin embargo, uno, cuando los relee, siente que la emoción le llega con la misma fuerza de la vez primera. Uno quiere ver en ese caballero joven, enlutado, al propio poeta, que ha perdido en Soria a la jovencísima Leonor. No se si cuando Machado escribió este poema había ya muerto o no su niña amada. Tampoco es algo que revista ya alguna importancia, a fin de cuentas nunca sabremos si son mas importantes las cosas vividas o las solamente soñadas, y para mí, cuando releo el poema, lo que me llega al corazón es que en estos versos Machado “se estaba soñando” a si mismo.