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lunes, 27 de diciembre de 2010

LA MAGIA DE MINERVA

Torrente impetuoso - Imagen: Antiqva





-Buenos días, señor, ¿qué le trae a usted aquí? –le preguntó la señorita Minerva.

Sentado frente a la sabia, el negro Raúl se sentía incapaz de articular palabra alguna. La belleza de la bruja le había impresionado. Era una mujer de mediana edad, de piel morena y cabello rubio, ensortijado, que se le desparramaba por la espalda dando brincos al modo de un torrente impetuoso. Sus facciones eran bellísimas. Irradiaba de ella un poderoso atractivo que hizo que el negro quedara mudo. Si Raulito hubiera conocido el significado de la palabra fascinación hubiera podido decir que había quedado fascinado.

Tuvieron que pasar unos segundos para que el negro recordara el motivo de su visita a la mujer sabia.

Ella, tan pronto como escuchó los antecedentes del asunto, no tuvo dudas acerca de la manera en que se debía buscar su solución.

-Debe, señor, seguir atentamente mis indicaciones. Si lo hace todo con rigor ya mismo habrá usted olvidado a la niña Chole. Su embrujo de amor habrá caído en el olvido…

A esas alturas de la conversación, el negro –fascinado- ni siquiera recordaba para que podría él precisar de un conjuro que lo liberase de Cholita. La niña había pasado a ser un recuerdo tan leve como confuso en su mente. Sentía que no tenía ningún interés por ella. Era ahora la señorita Minerva, con su atávica belleza, la que le hacía sentir que su cuerpo vibraba.

La sabia prosiguió:

-En este caso, señor, vamos a aplicar un conjuro que nació en el Egipto de los faraones. Se trata de una fórmula que alguien dejó escrita en un papiro que luego depositaron en una tumba de Tebas. El documento se conserva en el Museo de Turín y su poder mágico está asegurado para cuestiones de tipo amoroso.

Minerva buscó la fórmula del viejo conjuro, que tenía archivada con tantos otros textos similares en la memoria de su ordenador, la visualizó en la pantalla, la imprimió en un folio y se la entregó al negro…

domingo, 19 de diciembre de 2010

EL HECHIZO DE LA NIÑA

Tela de araña - Imagen: Antiqva





Los amigos estaban preocupados. Habían pasado tres meses desde que Chole se había esfumado y el negro Raúl la seguía sollozando en la noche en los bares del barrio. Fue Miravalle, acodado con el negro en la barra de “La fontana del malecón”, quién le aconsejó:

-Mira, negro, Cholita, sin duda, cuando la conociste, para ganar tu corazón, te embrujó con algún hechizo. Tú no lo sabías pero ella te tuvo atado con ritos de brujas. Lo malo es que luego, cuando se hartó de ti, ni siquiera se ocupó de deshacer el hechizo. Ese es el motivo de que no te la puedes quitar de la mente…

El negro, perplejo, no decía nada.

-Debes, negro, buscar una sabia que sea capaz de romper el embrujo. Solamente con la ayuda de una encantadora conseguirás salir del hechizo que te tiene unido a Cholita. Sin la ayuda de una sabia nunca conseguirás olvidar a la niña. Ella supo tejer alrededor tuyo una tela de araña que te tiene atrapado hasta en los sueños.

Pasaron unos días antes de que Raulito se hiciera con las señas de la señorita Minerva, que en los pasquines callejeros afirmaba ser licenciada en psicología y doctorada en milagros. En esos papeles, la mujer también decía que tenía conocimientos en el manejo de los antiguos rituales que permitían unir o separar personas que ansiaran vivir amores o desamores.

A la mañana siguiente, el negro se vistió de limpio y fue a visitar a la señorita Minerva…






miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA NIÑA CHOLE Y EL AMOR

Icono florentino - Imagen: Antiqva


Al escuchar las palabras del negro Raúl, la niña Chole había sentido que una sensación inmensa de vergüenza dejaba helado su corazón.

En aquel local, avanzada la noche, en medio de una reunión de amigos, el negro, su pareja desde hacía siete meses, concentrando en su sangre una acumulación de ron superior a la permitida por las buenas costumbres, había vociferado:

-Si, amigos, las mujeres, cuando no se dejan amar, pierden mucho de su encanto…

Cholita no lo dudó. A la mañana siguiente el negro, cuando tras penosos esfuerzos pudo al fin alzar su cuerpo de la cama, encontró encima de la mesita un papel en el que ella había sentenciado:

-Adiós negro… Me voy… Me quedo con el icono florentino de la Virgen que tu hermana nos trajo de Antioquia…

Tras leer las palabras de la niña, el negro se sintió desfallecer. Los que lo vieron vagabundear en la noche, durante meses, por los bares de la ciudad, dicen que nunca llegó a entender los motivos por los que su amante le había abandonado…




sábado, 11 de diciembre de 2010

TORRENTE DE PASIÓN

Imagen: Antiqva



Era consciente de que Lucia le engañaba. La delataban las frecuentes reuniones de trabajo, que duraban hasta avanzada la noche, y el olor persistente a Aqva Forte que inundaba todo cuando llegaba. El hombre, de algún modo, había asumido que el cuerpo de Lucia albergada un torrente de deseo que a él ya no le era posible saciar.

Aquella noche, cuando el reloj marcaba las 5:10 horas, Carlos se giró en la cama y comprobó que todavía no había llegado. Pensó, entristecido, que nunca se había retrasado tanto. Fue a los pocos minutos cuando escuchó el estrépito del timbre del teléfono.

-Carlos, Carlos –gritó ella- ¿has pagado el rescate…?

-¿Qué…? –balbuceó él perplejo-

-No lo pagues Carlos, no pagues el rescate… He podido escaparme…

El hombre colgó el teléfono sin decir nada… No pudo evitar que una mueca de sonrisa, enmarcada de tristeza, emergiera de lo más profundo de su alma…

lunes, 6 de diciembre de 2010

EXCURSIÓN AL REINO DE LOS COLORES

Imagen: Antiqva




Los colores de esta imagen, aunque lo pueda parecer, no están trucados… El farallón rojizo del fondo, aparentemente un acantilado natural, es realmente un producto de la mano del hombre; se trata del frente de una antigua mina de hierro “a cielo abierto” que habría sido explotada por una compañía minera inglesa a finales del siglo XIX y principios del XX. El tono verde pálido de la vegetación, por otro lado, tampoco es irreal. Obedece simplemente a que esa mañana hacía frío y las plantas estaban impregnadas de una capa de rocío.

La fotografía está tomada en el Cerro del Hierro, paraje que se enclava en la Sierra Norte de Sevilla, en las estribaciones de Sierra Morena, entre las poblaciones de Constantina y San Nicolás del Puerto. Es un lugar por el que nos encanta caminar, sobre todo cuando llega el mes de mayo, momento en el que las jaras eclosionan como poseídas por una extraña locura que hace que se reproduzcan por miles hasta el infinito llenando el paisaje de bellísimas flores blancas. Esta imagen la tomé la primera vez que visitamos ese lugar, hace algunos años. María, como tantas otras veces, caminaba delante y uno, más lento, iba tomando fotografías de los espacios que íbamos atravesando. Esa mañana estábamos intentando, provistos de un plano que alguien nos había proporcionado, llegar a lo que se conoce como Cueva del Ocre.

Fue de repente, al dejar atrás un desnivel del terreno, cuando nos topamos con la imagen impactante del antiguo frente de la mina, impregnado todo él de los tonos rojizos propios de los óxidos de hierro. María, impresionada, se paró y durante unos segundos contempló la mole rocosa, momento que uno aprovechó para alcanzarla y disparar la imagen, de modo que ella ni siquiera se dio cuenta. Caminábamos lentamente ya que el suelo, impregnado por el rocío, resultaba resbaladizo. Era la primera hora de la mañana y el lugar estaba solitario, de hecho no nos habíamos cruzado con nadie. En aquellos apartados parajes reinaba una soledad absoluta.

Si os fijáis, podréis reparar que en la parte derecha de la imagen se aprecia la entrada de una cueva. Es la Cueva del Ocre, en cuyas paredes aflora este mineral de hierro que en otros tiempos las mujeres adineradas usaron como “colorete” para dar animación a sus rostros. Os puedo asegurar que cuando se toca el ocre, nuestros dedos quedan impregnados de un color amarillento/rojizo que resulta muy difícil quitarse.

Dentro de la cueva, en la obscuridad plena y en la soledad de la mañana, con las gotas de agua escurriendo desde lo alto y sintiendo que nuestros pies pisaban los charcos de barro de ocre, percibíamos que aquello estaba impregnado de una energía especial. Alguien podría decir que allí las vibraciones de la tierra se sentían con especial intensidad.

A veces, en los enterramientos del Paleolítico se han encontrado fragmentos de ocre mezclados con los restos de los hombres. Esta presencia de ocre en las tumbas a partir de los neandertales nos estaría hablando de que estos hombres primitivos tenían ciertas creencias sobre la vida en el más allá… Gracias al ocre con el que los chamanes pintaban los cuerpos se conseguía disimular la palidez de los fallecidos… Gracias al ocre, de algún modo, parecería que la vida retornaba a los cadáveres… El ocre sería así el color de la vida, en este caso de la vida en el mundo de la ultratumba.

Algunas horas después, cuando abandonamos el Cerro del Hierro, nos tomamos un par de cervezas en la modestísima cantina, realmente un chamizo, de lo que había sido el antiguo poblado minero. El hombre que atendía el mostrador solamente nos pudo ofrecer, a modo de aperitivo, una ensalada de tomate. No tenía nada más, salvo esos tomates que cada mañana recoge de su propio huerto. No haría falta decir que estaban riquísimos… Desde entonces, siempre que hemos vuelto se los hemos pedido. Lógicamente, algunas veces los tiene, otras no… En aquella cantina, los descendientes de los mineros, que siguen ocupando las antiguas casas del poblado, se dan cita, sencillamente, para beber vino o cerveza, o para saborear una taza de café o alguno de esos licores que se elaboran en la cercana Cazalla de la Sierra…

miércoles, 1 de diciembre de 2010

DE LOS MARES

Imagen: Antiqva



Anoche alguien me contó que había visto a una sirena que estaba saboreando un helado de turrón.

En otros tiempos –pensé-, las sirenas se comían a los hombres.

El mundo, sin duda, ha perdido algo de magia.

jueves, 25 de noviembre de 2010

AUTO DE FE




Mientras los inquisidores retorcían sus brazos, la mujer también confesó que en tiempos pasados un amigo suyo clérigo le había enseñado las palabras secretas de la consagración:

“Equis o cos,
corpus christi sangre consagrada
de mi Señor Jesucristo.”

Desde que supo esas palabras, “la Camacha” no habría dudado en pronunciarlas para conseguir atraer, gracias a su inmenso poder, a alguna persona que ella deseara dejar atada a su voluntad. No pronunciaba las santas palabras para invocar a Jesucristo sino para a través de ellas apresar las mentes de las gentes. Estas palabras, pronunciadas adecuadamente, también permitían que la hechicera yaciera con todos aquellos hombres a los que deseara.

Dijo también a los verdugos que a media noche, con otras hechiceras, solían ir a tres iglesias donde hubiese sacramento, y llegadas al altar proclamaban:

“Lucifer y Satanás,
Belcebú y Satanás
y Gaiferos,
aposentador mayor de los infiernos.”

Dichas esas palabras, el diablo convocado no tardaba en acudir y atender las peticiones de las mujeres. Solo una condición ponía y era que jamás habrían de confesar a nadie la existencia de estos pactos. Parece que este conjuro se lo habrían enseñado ciertas hechiceras que en sus dedos del corazón de ambas manos tenían uñas de águila en vez de dedos, signo claro de diabólica posesión.



La sentencia

Tras las confesiones de la hechicera, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición habría de establecer: “Que salga al Auto de Fe en forma de penitente, con coroza en la cabeza con insignias de hechicera, y abjure de levi, y le den cien azotes en Córdoba y ciento en Montilla, de donde sea desterrada por diez años en cinco leguas a la redonda y que sirva los dos primeros años de esos diez en un hospital de Córdoba, que se le señalare, y que pague ciento cincuenta ducados…”

Fue así como el día 8 de diciembre de 1572, festividad de la Inmaculada Concepción, “la Camacha” desfiló en el Auto de Fe que se celebró en Córdoba. Al día siguiente, cabalgando sobre un asno por las calles de la ciudad, habría de recibir los cien azotes. Otros tantos le darían más adelante en Montilla.

Dicen que Leonor Rodríguez falleció en 1585. Causa cierta extrañeza que los inquisidores, probados sus pactos diabólicos, no la llevaran a la hoguera. Algunos habrían de decir que la mujer tenía tanto poder que habría embrujado a sus propios verdugos, que en lugar de quemarla se conformaron con doscientos azotes. No nos sorprende que la gente llegara a pensar eso ya que algún tiempo antes “la Camacha” había dicho: “Mirad si tengo aparejo; si pensáis que me han de llevar a la Inquisición, también me libraré de ella como libré a mi hijo hace unos años de la cárcel de Granada…”

Todo sugiere que si esta mujer era capaz de salir de esos círculos en los que atrapaba a una legión de diablos, habría también sabido eludir la temible muerte en la hoguera, tan frecuente en los procesos inquisitoriales.

domingo, 21 de noviembre de 2010

LAS DECLARACIONES DE UNA BRUJA

Imagen: Antiqva




El 8 de diciembre de 1572 quedó registrada en los anales inquisitoriales la declaración que prestó Leonor Rodriguez, cristiana vieja, de cuarenta años, acerca de sus artes de brujería. Antes, el cuerpo de la mujer había sido torturado: “Diósele tormento –dice el acta- en que, puestos los brazos atrás, atados los pulgares con once vueltas de cordel y asidos de la maroma, aparecieron vueltos adelante; y dijo el médico que no tenía lesión alguna…” Veintidos vecinos de Montilla habrían de ratificar los crímenes de “la Camacha”. Insistieron en que la mujer, cuando alguien demandaba sus servicios de hechicera, solía decir que ella sabía poco de esas cosas, pero a cambio de algunos dineros pronto accedía a buscar algún conjuro apropiado o decía que pediría la ayuda de otra bruja que tuviera más conocimiento que ella, con lo que los honorarios se duplicaban. Dijeron también los testigos que en 1567 la mujer había estado ausente del pueblo durante cuatro meses. Muchos argumentaron que durante ese tiempo habría estado en Granada, en casa de un moro “sin confesar” que a cambio de fornicar con ella le habría enseñado sus diabólicos conocimientos.

Atormentada por las torturas de los siervos del Altísimo, Leonor Rodríguez terminaría confesando, entre otras lindezas, que era conocedora del modo en que se debe hacer un círculo en la santa tierra con un cuchillo de cachas prietas para tras las invocaciones pertinentes conseguir que una legión de demonios acudiese al dicho círculo. Cuando eso sucedía, la mujer sabía que tendría que ofrecer un miembro de su cuerpo a los diablos para que estos le concedieran todo aquello que ella les demandare. A veces, ella les habría pedido que le trajesen a algún hombre que deseaba, guiada por el ánimo de copular con él. Con esa intención, también confesó, habría dado de comer a los dichos hombres tortas de trigo que ella, antes, había restregado contra sus propias vergüenzas. Atraídos al círculo y alimentados con ese pan, los hombres nunca ponían reparos a yacer con ella.

Reconoció también que había enseñado a otras hechiceras a hacer esos círculos infernales, ya que pensaba que toda bruja buena debería enseñar a sus amigas, tal y como a ella le habían enseñado diversas moras y cristianas de Granada. Dijo, al fin, que conocía las señales que esas mujeres tenían marcadas en sus cuerpos como símbolo de haber entregado alguna vez uno de sus miembros al demonio...

martes, 16 de noviembre de 2010

"LA CAMACHA" Y EL ARTE DE LA BRUJERÍA

Imagen: Antiqva





En 1570 los Padres Jesuitas pusieron en conocimiento de la Santa Inquisición que según ciertos informes cincuenta mujeres de Montilla tenían conocimientos mágicos y los ejercían como hechiceras y embaucadoras de almas. Los inquisidores actuaron rápidamente pero quedaron decepcionados al comprobar que la información de los Jesuitas era desproporcionada. Solo se pudieron llevar presas a Córdoba a seis mujeres. El revuelo que se había formado en el pueblo había sido exagerado. Una de las mujeres encarceladas fue Leonor Rodríguez “la Camacha”. Con ella se llevaron a Isabel Hernández “la Lozana”, Catalina Rodríguez, Mayor Díaz, Isabel Martín y Mari Sánchez “la Coja”.

En aquellos tiempos todos sabían en Montilla que “la Camacha” era una mujer de armas tomar. Tenía un patrimonio saneado ya que había heredado de su madre dos tiendas y un mesón y además obtenía unos pingues beneficios ejerciendo como auxiliadora de incautos. Se cuchicheaba que la mujer, que había nacido en 1532, había causado la locura y la pronta muerte de su propio esposo, un labrador llamado Antón Gómez de Bonilla, al no compartir este su interés por las artes del diablo. Se decía también que había tornado igualmente demente a uno de sus hijos cuando supo que este se había apropiado de cien ducados del patrimonio familiar.

“La Camacha”, además de hábil hechicera que conocía los ritos para convocar a los demonios, era una mujer que manejaba con soltura los dineros que percibía por sus servicios, de modo que con esos beneficios venía mostrando gran destreza en el arte de la compra y venta de fincas. Muchos sospechaban que en los tratos que hacía con las gentes, la bruja contaba con el auxilio del demonio, de modo que todos la temían y no pudieron sino suspirar con alivio cuando los inquisidores se la llevaron presa...

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA MALMONJADA

Imagen: Antiqva



Leía un libro de poesía lírica medieval cuando me topé con un poema que me llamó la atención:

“No me las enseñes más,
que me matarás.

Estávase la monja
en el monesterio,
sus teticas blancas
de so el velo negro.

Más,
que me matarás.”

El poema es una composición anónima que pertenece a lo que se ha dado en llamar “ciclo de la malmonjada”, que nos hablaría de los devaneos amorosos de ciertas muchachas que en los tiempos del Medievo, presionadas por sus familias, habrían tomado los hábitos religiosos sin demasiado convencimiento.

En esos amores “ilegítimos” de las siervas del Altísimo encontraría su justificación un “dicho” de la Vieja Castilla que uno, cuando era niño, escuchó decir alguna vez a un invitado que estaba comiendo un plato de cocido que mi madre había cocinado. El hombre, feliz mientras saboreaba los garbanzos, ante la sorpresa de todos, habría de decir: “Uhm…, esto está riquísimo, es teta de novicia…”

Estas reflexiones me hicieron recordar "Libros de amor", poemario de Juan Ramón Jiménez que se publicó hace unos años y en el que llama la atención la sexualidad explícita del poeta. Parte de los poemas nos remiten al periodo comprendido entre 1901 y 1903, cuando Juan Ramón, enfermo, estuvo ingresado en el sanatorio madrileño del Rosario. En esos años, de los más felices de su vida, habría de decir el poeta, tuvo relaciones sentimentales con tres jóvenes religiosas: con la hermana Amalia Murillo, que fue trasladada de inmediato a Barcelona; con la hermana Filomena, y, sobre todo, con Pilar Ruberte.

Veamos algunos de los poemas que consagró a esta última novicia:

“¡Hermana!
Deshojábamos nuestros cuerpos ardientes
en una profusión sin fin y sin sentido...
era otoño y el sol -¿te acuerdas?-
endulzaba tristemente la estancia
de un fulgor blanquecino...”

...

“Cuando huía, en un vuelo de tocas trastornadas
de la impetuosa voluntad de mi deseo
se refugiaba en un rincón, como una gata...
Pero sus uñas eran más dulces que mis besos...
y en la proximidad ardiente del placer de su carne
me incendiaba el olor de todos sus secretos...”

Todo parece sugerir que los modos de ser de los hombres y las mujeres no han cambiado mucho desde los tiempos medievales…

lunes, 8 de noviembre de 2010

MORIR EN EGIPTO





“Las aventuras de Sinuhé” es una de las obras maestras de la literatura del antiguo Egipto. Su protagonista es un hombre que atemorizado por los acontecimientos que envolvieron la muerte de Amenemhat I decidió huir de Egipto e inició una nueva vida en las tierras de Asia.

Llegado a la vejez, Sinuhé recibió noticias del faraón Sesostris que le pedía que retornase a Egipto. En el cuento el rey convencerá a su súbdito cuando le hable de la necesidad de todo egipcio de morir y ser enterrado en Egipto. Vamos a reproducir las palabras de Sesostris, siguiendo la versión del viejo cuento en la traducción de Jesús López:

“Vuelve a Egipto –dice el rey a Sinuhé- y verás la Residencia (real) en la que has crecido, olerás la tierra ante la gran Doble Puerta y te reunirás con los amigos. Hoy, ciertamente, has empezado a envejecer y has perdido la potencia sexual. Piensa en el día del entierro, en el partir hacia el estado de bienaventurado. Se te asignará una noche con ungüentos y bandas (de momia) (que provienen) de las manos de Tait. Se te hará un cortejo fúnebre el día del entierro: el sarcófago interior de oro, la cabeza (máscara) de lapislázuli; el cielo sobre ti, tu colocado en el ataúd; los bueyes te arrastrarán y los cantantes avanzarán delante de ti. Se ejecutará la danza de los muu, se leerá en voz alta (la lista) de las ofrendas (funerarias) y se matarán (animales) en la entrada de tu capilla. Tus pilares (de la tumba) construidos con piedra blanca, (estarán) en medio de (las tumbas) de los príncipes. No morirás en tierra extranjera… Durante mucho tiempo has recorrido la tierra, piensa en la enfermedad y vuelve (a Egipto).”

El cuento de Sinuhé finaliza, una vez que el protagonista ha regresado a Egipto, enumerando las previsiones funerarias que se han establecido para cuando llegue el momento de su muerte:

“Una tumba de piedra fue construida para mí –dice Sinuhé- en medio de las otras tumbas. El director del equipo de canteros de la tumba se encargó de su suelo, el jefe de los dibujantes dibujó, el jefe de los escultores grabó y los directores de trabajos que estaban a cargo de la necrópolis se ocuparon de ella (la tumba). Todo el mobiliario que se coloca (habitualmente) en la cámara funeraria se cuidó que (fuera colocado) allí.

Me fueron asignados servidores del Ka y me fue constituido un dominio funerario. Había en él tierras cultivadas con un huerto junto al lugar (funerario), como se hace para un Amigo de rango superior. Mi estatua estaba recubierta de oro, su falda de electro. Fue su Majestad quien ordenó que ello fuera hecho. No hubo (otro) hombre humilde por quien se hiciera lo mismo. Y yo gocé del favor del rey hasta que llegó el día de echar amarras.”


viernes, 5 de noviembre de 2010

PUENTE VIEJO DE FLORENCIA

Imagen: Antiqva



… al principio éramos jóvenes pero no lo sabíamos
cuando nos dimos cuenta ya no éramos jóvenes…

Mario Benedetti (Bodas de perlas)

miércoles, 3 de noviembre de 2010

DE LAS GENTES Y SUS CANTARES

Imagen: Antiqva




Leyendo coplas antiguas uno, a veces, encuentra textos que son una pura delicia.

Veamos un ejemplo:


“Tiene mi prima un gallo
muy delicado
que sólo come trigo,
si está tostado,
y sentao en la silla
sólo se bebe el vino,
si es de Montilla.”



La lectura de otra copla, dedicada también a una prima, hizo que se nos escapara una sonrisa. Dice el texto, un tanto pícaro:


“Esta era mi primita,
la que lavaba,
bebía vino
y se emborrachaba.
Como era tuerta,
con el culo empujaba la puerta.



Dejando a un lado el aspecto jocoso de la letra, lo cierto es que no llego a captar los motivos por los que una mujer a la que le falte un ojo tenga que verse obligada a cerrar las puertas empujando con sus “cuartos traseros”…

Otras coplillas, finalmente, resultan tan bellas como ingenuas:


“Fui al campo a preguntarle
a la violeta
si para el mal de amores
había receta;
me ha respondido
que para el mal de amores
nunca la ha habido.”

lunes, 1 de noviembre de 2010

ANTIQVA Y "MI PLUMA DE CRISTAL"





Amig@s, me dice Antiqva que su amiga María, autora de “Mi pluma de cristal”, ha publicado en su blog una entrevista que le hizo estos días pasados…

Si sentís curiosidad, podéis leer esa entrevista en:

Si os animáis a hacerlo, ya me contaréis…

jueves, 28 de octubre de 2010

CRISTALINA Y LA HUERTA DE LAS TINAJAS

Imagen: Antiqva





A medida que “volaba” por el pasillo, alejándose de las mujeres, la señora C. se dio cuenta de que la irrealidad más absoluta lo estaba envolviendo todo. Sintió, de súbito, que se sucedían rapidísimos anocheces y amaneceres y fue entonces cuando tomó conciencia de que su mente ya no estaba en su cuerpo sino que se había alojado en el de otra persona desconocida.



Cristalina y la huerta de las Tinajas

Supo así la señora C. que estaba ahora frente a la puerta de una casucha, en medio de una huerta, en algún lugar desconocido. Por la ropa que vestía parecía que el tiempo había retrocedido unos cientos de años. Su cuerpo, mientras tanto, había quedado olvidado, sin alma, en la camilla de aquella máquina infernal.

-Cristalina –le decía alguien-, escóndete entre los árboles que ya se acercan… Vienen a apresarte…

-Ay, Cristalina –gritaba el hombre- ya te decíamos que no debías dejarte ver… Que no debías salir de la casa… Ahora vienen a por ti…

-Es que sabía que más allá de los cristales había otros mundos, con arroyos y árboles, y quería conocerlos –respondió la señora C., en su nuevo cuerpo-.

Quien le alertaba de la presencia de los alguaciles era Simón Alonso, hortelano, uno de los arrendatarios de la huerta de las Tinajas. El hombre, buen vecino, le había hecho saber que don Pablo Ponce, Alcalde Mayor de Córdoba, había ordenado a sus agentes que volvieran a la huerta, entraran en la casucha de Domingo el esquilmero y se trajeran todos los bienes que encontraran en su interior. Debían prestar especial atención a las monedas que pudiera haber en el interior de cierta arca. Debían también apresar a Cristalina.

Unas horas antes ya habían estado allí. Varios asustados hortelanos, entre ellos Simón Alonso, habían visto llegar antes de que amaneciera a Juan Rodríguez, alguacil, que venía acompañado de otro hombre, alto y moreno, y de un escribano de número que dicen que tiene su oficio viniendo por la calle de la Feria, antes de llegar a las Casas del Cabildo.

Los hombres de la ley se habían llevado a Domingo, el esquilmero. Lo habían conducido, atadas sus manos, ante el alcalde, don Pablo Ponce. Se le acusaba de vivir amancebado con la criolla Cristalina Expósito, la mujer que con él vivía en la casucha de la huerta de las Tinajas. Le habían hecho saber que si quería evitar la cárcel tendría que pagar una multa desmesurada.

Domingo, una y otra vez, había insistido en que eso no era cierto. Se había negado a pagar la multa, alegando que era un hombre pobre. Había reconocido, eso si, que había tratado carnalmente con la mujer, durante un año y medio, cuando hace mucho tiempo ella, moza, llegó de las Indias, pero ahora ya no vivían amancebados. Sencillamente, ella le lavaba la ropa a cambio de que él la alimentara.

-Señor alcalde –había gritado Domingo- ¡como vamos a vivir amancebados si Cristalina ya ha cumplido los sesenta años…!

-¡Ya, ya –le respondió don Pablo-, si yo sabía que había algo…!

Viendo como los alguaciles se acercaban por el polvoriento camino y alertada por el vecino, la señora C. emprendió una huida alocada por la huerta… Al poco, sintió el ladrido de varios perros… Los alguaciles seguían sus pasos… Notó que el miedo se apoderaba de su alma… Se sentía tan confusa como atemorizada…

-¿Pero que está sucediendo? –pensó la señora C.- ¿Qué hago yo protagonizando este lío?

Fue entonces, mientras ella corría, cuando una luz bellísima lo iluminó todo. Siguió a la luz un ruido estremecedor. Cristalina dejó de correr. No se escuchaba ladrar a los perros. Tampoco se oían las pisadas de los alguaciles. La mujer, inmóvil, pudo contemplar como un magnífico y vibrante “hibiscus” crecía ante su atónita mirada justo unos pasos delante de ella. Nunca habría de saber la mujer que la causa del prodigio había sido que cierta estrella de cinco puntas de la constelación de Diabelus, algo cansada de prestar sus celestes servicios, a su juicio nunca suficientemente recompensados, había decidido huir del Reino del Más Allá y se había materializado en la tierra en la forma de esa flor prodigiosa.

La señora C., ahora, podía ver como los agentes del alcalde corrían despavoridos, incapaces de comprender lo que había pasado… Ella fue consciente de que debía aprovechar ese momento de confusión y huir… Debía alejarse de la huerta antes de que los alguaciles volvieran.

Sin embargo, volvió a suceder algo prodigioso. Un extrañísimo ruido intermitente que era incapaz de reconocer pero que, sin embargo, le resultaba familiar hizo que la señora C. abandonara su alocada huida e intentara reflexionar. Sentía también en su mente palabras lejanas, presentía que alguien intentaba hablar con ella… Estaba presa en un círculo de confusión… En este momento ya ni siquiera podía pensar… Sintió que su alma le abandonaba…

Perdidas sus fuerzas, exhausta, notó que los brazos de dos mujeres estaban zarandeando su cuerpo con violencia… Las mujeres, con sus manos, movían su hombro y sus caderas… Sentía que el dolor de los bruscos movimientos penetraba en su carne adormecida…

-¡No, no, no me llevéis presa… Ya no estamos amancebados! –chilló la señora C.-

-¿Llevarte presa? –gritó una de las enfermeras-. ¡Eso tendríamos que hacer, señora, eso tendríamos que hacer! ¡Como se le ha ocurrido guardar el teléfono móvil en el bolsillo de su pantalón, y encima conectado! ¡Por culpa de esta llamada, que ha interferido en los soportes magnéticos de la exploración, tendremos que repetir nuevamente la prueba…! ¡Con lo bien que estaba saliendo todo…!

Diversas personas fueron testigos, pocos segundos después, de cómo la señora C., corría por los pasillos. Alguien diría que algún fantasma le perseguía. Su esposo y su hija, que aguardaban en la sala de espera a que terminara la exploración, la vieron pasar y corrieron tras ella pero no fueron capaces de alcanzarla…

-Jamás me llevaréis presa, malditos… Si es preciso, usaré mis poderes de brujería… Nunca permitiré que me llevéis… -parece que dijo momentos antes de que su cuerpo, extraviada su alma entre tantas emociones, cayera derrumbado en el suelo-.

sábado, 23 de octubre de 2010

CRISTALINA Y LOS MAGNETISMOS

Imagen: Antiqva





La doctora Desiré y las propiedades del “hibiscus”


Para que la señora C. pudiera sentir que su alma se había integrado en el cuerpo de la mulata Cristalina Expósito, la manceba de la huerta de las Tinajas, y pudiera luego salir de él, había tenido que producirse una insólita conjunción de dos sucesos sorprendentes. De un lado, dicen que cierta estrella de cinco puntas, harta de sufrir las bondades celestes, habría decidido materializarse adoptando la forma de un bello “hibiscus”, esa flor que muchos, erróneamente, confunden con la amapola y que hoy sabemos que es uno de los ingredientes principales de los licores de hierbas que se elaboran en ciertos países de América; de otro lado, la doctora Desiré Quinn, experta en el estudio cerebral de las gentes, había llegado a la conclusión, unos días antes, de que la señora C. tendría que ser sometida a un estudio de Resonancia Magnética Nuclear –RMN- que permitiría aclarar el origen de los mareos que la mujer venía padeciendo en los últimos meses. No sabía la doctora Quinn que la señora C. sufría ataques de pánico ante los espacios cerrados, de modo que envuelta en la angustia la mujer, despavorida, no dudaba en subir andando las escaleras de un edificio de ocho plantas antes que permitir que su cuerpo penetrara en el siniestro espacio de un sencillo ascensor. La señora C., que odiaba los trenes, los autobuses e incluso los agobiantes cuartos de baño de los restaurantes, no tenía entonces la más mínima idea de lo que pudiera ser esa “experiencia médica” a la que la doctora se había referido aplicando la denominación de “prueba RMN”.

-¿Es doloroso…? –había preguntado la señora C.

-No, no, en absoluto –había respondido la doctora-, no debe preocuparse de nada… Es una prueba indolora…



Asclepíades y las pompas de jabón


La señora C. había sido forzada por su familia a acudir a la consulta de la doctora Quinn. La mujer, de edad mediana y bella mirada, venía sufriendo en los últimos meses molestas sensaciones de mareo. Desde siempre había padecido de migrañas pero últimamente los dolores eran cada vez más frecuentes y además se mareaba. A veces, cuando su mente se perdía en las nubes, la señora C. se sentía confusa y balbuceaba palabras inconexas. Desiré Quinn, doctora en Ciencias Neurológicas, le hizo saber que tendría que someterse a un estudio de Resonancia Magnética Nuclear que permitiera aclarar el estado de su cerebro. La mujer, que no sabía en que consistía la prueba, sólo sintió, mientras la doctora hablaba, algunos temblores leves pero su esposo, que era consciente de que ella sufría ataques de pánico cuando se veía en un espacio cerrado, se sintió preocupado.

El día de la prueba, cuando la mujer se tumbó en la camilla, sintió que extraños escalofríos recorrían sus venas. Se mordió los labios y estremecida de miedo cerró los ojos. A los pocos minutos, la máquina que habría de explorar su cerebro se había puesto en marcha. Su cabeza estaba ahora inmersa en las profundidades de un extraño artilugio que, siniestramente, le recordaba la cuba de una lavadora doméstica.

-¡No quiero pensar –se dijo la mujer, aterrorizada-, no quiero pensar!

La voz de la enfermera hizo que la sensación de pánico que se estaba apoderando de su mente se multiplicara por mil…

-Señora, ya sabe usted, debe estar totalmente inmóvil durante los veinte minutos que tardaremos en realizar la prueba… Cuando yo le diga debe incluso dejar de respirar… Por favor, no se mueva… Si lo hace, tendríamos que repetirlo todo…

La señora C., arropada en fríos sudores, sintió que su mente se desvanecía. Cuando la lucidez retornó a su cuerpo, la mujer, de súbito, tomó conciencia de que estaba flotando a la altura del techo de la sala. Su cuerpo, sobre la camilla, seguía siendo explorado por la máquina, pero ella ya no estaba allí. Sintió que el pánico agarrotaba sus miembros y quiso chillar pero no pudo. Le resultaba imposible. Su cuerpo no tenía voz.

Fue entonces cuando, en un rápido movimiento inconsciente, la mujer sintió que abandonaba la sala y flotando como una pompa de jabón recorría los pasillos de la clínica. Paulatinamente, a medida que se alejaba de la sala de la prueba, podía comprobar que se sentía más relajada, más feliz, incluso no pudo evitar sonreír cuando reparó en que tres enfermeras, en el pasillo, estaban hablando de los efectos que según antiquísimos estudios tendría la ingesta de vino en la salud de las personas.

-Pues si –decía una de las enfermeras- según recogió Apuleyo en su “Flórida”, Asclepíades fue el primero que descubrió que el vino constituye un eficaz remedio para sanar a los enfermos, si bien, desde luego, se debe administrar con la necesaria prudencia y en el momento oportuno…

-¡Qué cosas –pensó la señora C.-, unas enfermeras que debaten cuestiones de filosofía…

A medida que “volaba” por el pasillo, alejándose de las mujeres, la señora C. se dio cuenta de que la irrealidad más absoluta lo estaba envolviendo todo. Sintió, de súbito, que se sucedían rapidísimos anocheces y amaneceres y fue entonces cuando tomó conciencia de que su mente ya no estaba en su cuerpo sino que se había alojado en el de otra persona desconocida...

miércoles, 20 de octubre de 2010

MALOS TIEMPOS

Imagen: Antiqva



Cada vez que un niño afirma que ya no cree en las hadas, un delfín se deja morir embarrancando en alguna playa olvidada.

Las gentes sensibles están preocupadas.

viernes, 15 de octubre de 2010

DE LOS MISTERIOS DE LOS CORAZONES

Imagen: Antiqva


En los tiempos de nuestros antepasados las gentes olvidaron la castidad. Cuando se dieron cuenta, acudieron a los oráculos y dicen que fue entonces cuando las sibilas, para apaciguar los corazones de las vírgenes, ordenaron que se alzaran estatuas a Venus Verticordia en los foros de las ciudades.

lunes, 11 de octubre de 2010

DE LAS FÓRMULAS MAGISTRALES

Imagen: Antiqva



En los últimos tiempos hemos intentado una y otra vez poner en marcha un blog de fotografías. Nuestra intención era crear un complemento de “Imágenes y palabras” en el que se mostraran solamente fotografías y ensoñaciones fotográficas a un tamaño superior al usual. Todos los intentos fracasaron. Las imágenes, que antes de poner en el blog tenía que “alojar” en extraños lugares transitorios en los que nadie hablaba español, dejaban de verse a los pocos días. Quizás porque las gentes las robaban…

Tras esos intentos fracasados, hace unos días –gracias a la ayuda de Irene (autora de “Zarandajas”)- pude al fin encontrar la fórmula magistral que permite, utilizando diversos procesos alquímicos de cierta complejidad, aumentar la visión de las fotografías que se muestran en un blog, de modo que pude crear esto que he llamado:


Os invito, amig@s, a visitar este nuevo “invento” de Antiqva y quedo a vuestra disposición por si alguien desea que le indique esa fórmula magistral a la que antes me refería… Pensad que si uno ha sido capaz de conseguirlo no debe ser demasiado complejo…

Por cierto, seguro que habéis notado el tamaño tan grande que he dado a la imagen del truco de magia luminosa... Es para que veáis lo complejo que resulta aumentar la visión de las fotos. En este caso, incluso, supera las dimensiones de la plantilla del blog y la "cosa" se sale de su sitio... Recibid un fuerte abrazo… Una taza de café os espera en este nuevo rincón fotográfico…

viernes, 8 de octubre de 2010

VIDAS CRUZADAS


Imagen de Antiqva"



Caminos opuestos,
vidas de distinto perfil.
Manos que se enlazan,
cuerpos que se cruzan.
Rostros inocentes,
siguiendo un camino.
Ojos cansados,
de vidas vividas.
Sonrisas apagadas,
sin luz y de agonía,
Sollozos y gritos
miseria humana.
Miradas angustiadas,
en busca de un destino.
Convivencias humanas
en laberintos perdidos.





(Esta entrada es fruto de una colaboración con la autora de "ALGO MAS QUE PALABRAS" con motivo de la jornada de reflexión acerca de LA CONVIVENCIA que hoy se celebra en la blogosfera. Antiqva aportó la imagen y María el poema)

lunes, 4 de octubre de 2010

DE LOS SUEÑOS Y DE LA VIDA

La Oreja de la Mula se perfila en la lejanía...



Recinto fortificado ibérico




Soñó en la noche
y sintió que vivía
un dulce sueño.




Estos días pasados, guiados por un viejo amigo, hemos recorrido nuevamente las sierras subbéticas en el entorno de Doña Mencía.

Estos campos mencianos, cargados de Historia, son los que cantó el poeta y arqueólogo Juan Bernier. Allí, recorriéndolos, le vienen a la mente a uno aquellas palabras del poeta en las que evocaba a los viejos dioses paganos, a los dioses amables de la luz y la alegría:





¡Oh siglos, volved!
¡Volved, pues os esperan los dioses,
los dioses del amor y la alegría
del sol, la luz, las fuentes y los prados,
los dioses vivos de la carne y los deseos!




En las imágenes, tomadas donde la tierra y el cielo se unen, mostramos algunas perspectivas de lo que fue un antiguo recinto fortificado ibérico que tiene más de dos mil años de antigüedad. Sus olvidados muros siguen vigilando todavía desde lo más alto del pico de “La Oreja de la Mula” los viejos caminos de la sierra…

domingo, 3 de octubre de 2010

HAIKU DE ANTIQVA

Ensoñación fotográfica: Antiqva




No sabe la flor
que su presencia dulce
cura mi alma.




María, autora de “Mi pluma de cristal” y “Algo mas que palabras”, publicó hace unos días en el segundo de esos blogs un bello poema y en un comentario posterior preguntó a sus lectores acerca de qué cosa era un “haiku”… Fue así como supimos que un “haiku” es un poema breve japonés, de tres versos, el primero de los cuales tiene cinco sílabas, el segundo siete y el tercero nuevamente cinco…

Tras esta consulta de María, quedé un poco inquieto de modo que, al fin, me animé a escribir uno de esos “haikus”. Es el que he publicado más arriba. Luego, tuve que tomar alguna fotografía que sirviera para acompañar ese sencillo poema.

La conjunción de la imagen y de las palabras, finalmente, resultó tal y como podéis ver en esta entrada. Espero que seáis benevolentes en vuestras críticas; a fin de cuentas no deja de ser una osadía que uno, a estas alturas, pretenda iniciarse en esta “cosa” de los “haikus”…

Con respecto a la imagen, tratada al modo de una “ensoñación”, quise reflejar en ella a una florecilla silvestre que había crecido sobre una costra de musgo en el tejado de una nave agrícola. Con las lluvias, el conjunto se había desprendido y arrastrado por el agua había caído al suelo. Se me ocurrió colocarlo dentro de una espuerta de plástico negro, de esas que se usan en las labores del campo… En la imagen, la florecilla está enmarcada por un halo circular… No es un efecto de retoque fotográfico… Ese halo de tinte mistérico es, simplemente, el reflejo producido por la base de la espuerta…

miércoles, 29 de septiembre de 2010

HUELGA GENERAL EN ESPAÑA

Imagen: Antiqva



A veces, todo conduce a la soledad, los silencios y la obscuridad… Es entonces cuando los hombres, esperanzados, ansían tener alguna esperanza…

lunes, 27 de septiembre de 2010

LIGEREZAS


Ensoñaciones fotográficas: Antiqva



Atravesando los senderos de la sierra, derrotado el calor intenso del verano, la mujer sentía –mientras contemplaba las nubes- las suaves caricias de un viento que le resultaba tan ligero como las alas de sus propios sueños.

viernes, 24 de septiembre de 2010

LA NOVICIA Y LOS DEMONIOS

Ensoñación fotográfica: Antiqva




En la madrugada del 5 de junio de 1809, cuando habían pasado siete meses y veinte días desde que los ejércitos napoleónicos dieran inicio al saqueo de la ciudad, nadie se extrañó de que Consolación del Santo Nombre del Espíritu Santo, novicia del convento de Santa Martina, alumbrase a un niño que pesó al nacer algo menos de dos kilos. Todos sabían que la hermana Consolación, durante los tres días que duró el saqueo de la ciudad, había sido violada una y otra vez, sin descanso, por los ciento cuarenta y tres coraceros del Escuadrón de Húsares de Montpellier que se habían acuartelado en el convento. La canalla francesa, tirada en el claustro, enfebrecida de odio y de alcohol, aguardó turno durante largas horas para cometer el crimen.

Cuando el niño tenía ocho meses, las monjas descubrieron que no tenía sombra. Algo después, entra lágrimas, repararon en que tampoco tenía alma. La Santa Inquisición, alertada, se vio obligada a intervenir. Dicen que dos Familiares del Santo Oficio, en la madrugada, se lo llevaron.

Tiempo después, cuando los vecinos del barrio iniciaron los trámites para que la monja fuera beatificada, el obispo de la ciudad habría de pontificar que ello no era posible ya que la novicia, aun a su pesar, había tenido trato carnal, sin duda, con el propio diablo. Nunca habría de saberse que el padre del niño había sido don Leopoldo de Montealto, párroco de la cercana iglesia de San Mateo, del que se rumoreaba en las tabernas que vestido con un disfraz de mameluco había sido obligado por la soldadesca, entre risotadas y amenazas de bayoneta, a unirse también a la violación. Parece que a la postre habrían luego de castrarlo. El habría sido el único de todos aquellos hombres que en el transcurso del crimen había, al menos, brindado en su mente todo su amor de hombre a aquella pobre mujer. Dicen que mientras la violaba estaba llorando.

Fue en aquellos días, cuando los inquisidores se llevaron a su niño, cuando la hermana Consolación, que hasta entonces había venido demostrando una gran entereza, enloqueció de dolor… Dicen que murió a las pocas semanas. La habían ingresado en un asilo cuyo nombre ya nadie recuerda.

Desde entonces, cada aniversario del 5 de junio, don Leopoldo de Montealto, el cura castrado, nunca dejó de llevar flores a su tumba.


ALGUNAS NOTAS


“La novicia y los demonios” es un cuento. Los nombres y los detalles son inventados. No obstante, todo pudo haber sucedido ya que a modo de ejemplo podemos decir que en aquellos tiempos, tras la batalla del puente de Alcolea, la ciudad de Córdoba fue objeto de un saqueo por parte de las tropas napoleónicas que duró tres días y sembró el pánico en la población. La excusa para tal acción, fue un disparo fallido que un tal Pedro Moreno realizó contra la comitiva invasora. Corría el día 13 de junio de 1808. Con ese pretexto, los franceses iniciaron el asalto de iglesias, conventos y casas, robando todo tipo de bienes.

El ejército francés se ensañó especialmente con los conventos femeninos, como los del Carmen o San Juan de Dios, donde se produjeron numerosas violaciones de monjas y robo de imágenes.

Presionados por la formación del ejército de Andalucía, al mando del general Castaños, los franceses abandonaron la ciudad el día 16 de junio. Siete días después las tropas españolas recuperaron el control de Córdoba. Al poco, los franceses habrían de ser derrotados, cuando intentaban atravesar Sierra Morena, en la famosa batalla de Bailén.

lunes, 20 de septiembre de 2010

DE LA VIDA Y DE LA MUERTE




Una vez que Senptah se ocupó de que la Sala Santa de Imhotep fuese adecuadamente embellecida, tal y como el dios le había pedido, su esposa quedó de nuevo encinta. El hijo varón nació el día en que se celebraba la festividad de este dios venerable y sus padres le pusieron el nombre de Pedibast. Se habían materializado, al fin, los deseos de Senptah y este Sumo Sacerdote y su bella esposa se sintieron felices. Taimhotep tenía entonces 26 años.

Quisieron los dioses, sin embargo, que esa felicidad fuese efímera. Sólo duró cuatro años, ya que la esposa del Sumo Sacerdote, cuando contaba solamente 30 años, habría de fallecer. Pedibast tenía sólo cuatro años cuando el cuerpo momificado de su madre fue enterrado en las arenas del estéril desierto rojo, en la necrópolis de Menfis. Para entonces, su espíritu había volado a los cielos.

Fue entonces cuando Senptah, iniciado en los Misterios de la Vida y la Muerte, tomó conciencia de que en su vida se había cumplido algo terrible de lo que Atum, el Dios Primigenio que lo había creado todo, ya había hablado en la noche de los tiempos. Senptah, arrodillado, orando entre lágrimas ante el cuerpo momificado de su amada Taimhotep, escuchó en su mente las palabras de Atum:

-A los dioses los creé de mi sudor, pero los hombres provienen de las lágrimas de mi ojo…”

Supo así Senptah que alguna ley eterna había establecido que el nacimiento de su hijo Pedibast, que tanto había deseado, tuviera que ser pagado con las lágrimas de sus ojos por la muerte de su amada esposa Taimhotep.

Los hombres que estudian los textos funerarios del antiguo Egipto saben que Taimhotep, en su inscripción funeraria, hizo saber a su esposo que a pesar de que ella había muerto él debía vivir y ser feliz. Le pedía que no dudara en alimentarse y cuidarse. Senptah debía vivir para si y para el hijo que tanto había deseado. Eso era lo que Taimhotep, desde el Reino Celeste, deseaba.

El Sumo Sacerdote, sin embargo, no hizo lo que Taimhotep le había pedido. Sólo un año después su cuerpo habría también de abandonar la vida. Las plegarías de los hombres de Menfis hicieron que su dolorido espíritu ascendiera al Reino Celeste y se integrara en el Disco Solar con Aquel que lo había creado.


Algunas notas

Aneck-Taui, donde estaba situada la Sala Santa en la que reposaba el cuerpo de Imhotep, era un barrio de Menfis.

La inscripción que hemos mencionado sobre la memoria de Imhotep en los libros se conserva en el Museo Británico.

Para la elaboración de este cuento hemos utilizado la información procedente de algunos documentos egipcios antiguos:

De un lado, la Estela de Taimhotep, de tiempos ptolemaicos, que también se conserva en el Museo Británico. Está mujer habría nacido en el año 73 a.C., en el año noveno del reinado de Ptolomeo XII (Neos Dionisios), en tanto que el hijo tan deseado habría nacido en el año 46 a.C., en el año sexto del reinado de Cleopatra VII.

Taimhotep habría fallecido en el año 42 a.C. Su esposo falleció un año después.

Hemos manejado también el texto de la denominada Estela del Sueño. Se trata de una estela de granito que tiene un peso de 15 toneladas. Fue erigida por Tutmosis IV en el año primero de su reinado (hacia 1400 a.C.). La estela se conserva entre las patas delanteras de la Esfinge de Giza.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

IMHOTEP, EL HOMBRE QUE FUE DIOS




Todo había comenzado algunos años antes. Senptah, Sumo Sacerdote de Ptah en Menfis, se sentía un hombre desgraciado. A pesar de que tenía 43 concubinas y a todas las había conocido del modo en que un hombre debe conocer a una mujer a la que ama, nunca había tenido un hijo varón.

Cierto día, Senptah vio a una mujer especialmente bella. Se llamaba Taimhotep y tenía 14 años. Senptah, cuando contempló su rostro, se sintió atraído por ella y pronto contrajeron matrimonio. Algunos años después, Taimhotep, en su estela funeraria, habría de dejar escrito:

-Este Sumo Sacerdote de Ptah me deseaba mucho, de modo que me quedé encinta de él varias veces, pero nunca alumbré a un hijo varón. Nacieron tres hijas. Recé junto con el Sumo Sacerdote a la Majestad de Imhotep, hijo de Ptah, dios venerable, grande en milagros, benévolo en sus acciones, que da un hijo a quien no lo tiene… El dios oyó nuestras plegarias, escuchó nuestras solicitudes. Y fue así como la Majestad de este dios vino donde este Sumo Sacerdote y le habló en un sueño revelador…

Senptah y Taimhotep sabían que Imhotep, cuando vivió en la Tierra Negra, había sido un hombre sabio que había alcanzado los más altos cargos del reino: Portasellos del Rey del Bajo Egipto, Uno Que Está Cerca de la Cabeza del Rey (Visir), Jefe de la Gran Mansión, Representante Real, Sumo Sacerdote del templo de Ra en Heliópolis y el Carpintero y el Escultor del Rey. Alcanzó una tan elevada sabiduría en su vida terrena que los hombres, cuando murió, no dudaron en proclamar que había sido un dios, hijo del divino Ptah. Pronto todos conocieron que Imhotep era un dios benevolente al que los hombres y las mujeres dirigían sus ruegos cuando deseaban tener un hijo. Todos los hombres de Egipto supieron así de las virtudes médicas de Imhotep y de su poder de fecundación.

Desde muy antiguo, esa sabiduría inmensa de Imhotep había llamado la atención de las gentes del valle del Nilo. Él había sido el arquitecto que construyó la Casa de la Eternidad del rey Dyoser, en Saqqara, una inmensa pirámide escalonada en diferentes alturas que había sido el primer edificio de tamaño colosal construido enteramente con sillares de piedra. Nunca antes se había hecho nada igual en Egipto. La pirámide construida por Imhotep, la primera que se alzó a los cielos en la Tierra Negra, era una escalinata inmensa que debía facilitar que el espíritu de Dyoser, cuando el rey muriera, ascendiera al Reino Celeste de Ra. Mucho tiempo después, los antiguos griegos habrían de reconocer que Imhotep no era sino la encarnación egipcia de Asclepios, el dios heleno de la Medicina.

Pasados los siglos, los hombres sabios de Egipto, al recordar la sabiduría inmensa que había envuelto la vida de Imhotep cuando había vivido como hombre en la tierra, habrían de dejar escrito:

-Un libro tiene más valor que una casa o una tumba en el desierto occidental. ¿Hay alguien como Imhotep? Hombres como él pudieron irse y sus nombres desvanecerse de la memoria, pero por sus escritos serán siempre recordados…

viernes, 10 de septiembre de 2010

EL SUEÑO DE SENPTAH




Habló entonces Atum: “A los dioses los creé de mi sudor,
pero los hombres provienen de las lágrimas de mi ojo…”

Libro egipcio de los Dos Caminos al mas allá
Textos de los Sarcófagos



Uno de aquellos días sucedió que Senptah llegó a Menfis a la hora del mediodía. Estaba cansado tras haber realizado un viaje y se acostó en el jardín buscando la dulce sombra de un sicomoro.

Fue entonces, en el momento en que el sol alcanzaba su cenit, cuando su mente vagaba por el mundo de los sueños, cuando sintió que Imhotep, el gran dios, hijo de Ptah, tomaba posesión de su cuerpo. Pudo así Senptah escuchar como la Majestad de este noble dios, de mismo modo en que un padre se dirige a su hijo, le hablaba a través de su propia boca. Le dijo:

-Mírame, obsérvame, Senptah, amado por Ptah, mi padre… Quiero que me escuches, hijo mío, soy Imhotep, tu padre. Me has pedido un hijo varón y yo he accedido a concederte eso que tu corazón desea. Yo te daré un hijo varón y toda la tierra que ilumina el Ojo de Ra se sentirá feliz. Tu mandíbula reirá plena de gozo. La mandíbula de Taimhotep, tu esposa, te acompañará en la risa. Debes saber que mi rostro lleva fijándose en ti desde hace muchos años. Mi corazón te pertenece y tú me perteneces a mí.

-Antes -prosiguió el dios-, debes escucharme. Quiero pedirte algo. Es mi deseo que te ocupes de que se haga un gran trabajo de embellecimiento en mi Sala Santa de Aneck-Taui, en el lugar de Menfis en el que reposa mi cuerpo momificado de hombre. Si cumples mi deseo, yo te recompensaré con un hijo varón.

-Quiero que tú hagas todo lo que está en mi corazón, pues sé que tú eres mi hijo y mi protector. Acércate, Senptah, siento que yo estoy contigo. Yo soy tu padre. Yo soy tu guía. Te pido que hagas que mi Sala Santa retorne a su esplendor de otros tiempos pasados. Es mi deseo que sea embellecida. Ocúpate de que todo vuelva a brillar del mismo modo en que reluce en el cielo la luz de Amón-Ra.

Cuando Imhotep hubo hablado, Senptah se despertó. Abrió los ojos y se postró de rodillas para adorar a este dios venerable. Esa misma tarde informó de la visión que había tenido a los Profetas del templo de Ptah, a los Jefes de los Secretos, a los Libadores Divinos y a los artesanos de la Casa del Oro. A estos, les ordenó que hicieran un trabajo excelente en la Sala Santa. Todo lo que Senptah ordenó fue realizado. Todo se hizo del modo en que Imhotep había deseado.

Ordenó luego Senptah que se realizara una ceremonia funeraria de Apertura de la Boca para Imhotep y se ocupó de que se llevara a cabo una gran ofrenda de todas las cosas buenas para este dios venerable. Después, alegró los corazones de todos los artesanos que habían trabajado otorgándoles cosas gratas a sus necesidades y sus sentidos. Feliz por todo ello Imhotep concedió que Taimhotep quedase encinta de un hijo varón...

lunes, 6 de septiembre de 2010

DEL JAPÓN Y DE LOS MARES

Imagen: Antiqva



Hace unas semanas, leyendo una entrada en el blog de Susana, entrañable amiga, supe que en el siglo XI había vivido en Japón una mujer llamada Murasaki Shikibu que habría escrito una novela titulada “Historia de Genji”. Uno nunca había escuchado nada acerca de esa mujer pero la defensa que Susana hacía de su obra hizo que me sintiera atraído por ella, de modo que hace unos días me desplacé a la Biblioteca Provincial y consulté si disponían en sus archivos de esa novela.

Resultó que en la base de datos aparecían dos ejemplares de la “Historia de Genji”, pero para mi decepción los dos estaban prestados en ese momento. Hice otra consulta y finalmente me facilitaron una obra titulada “Libro de Amor de Murasaki - Poesía de la historia de Genji”, libro editado por Alberto Silva que según pude comprobar brindaba una colección de poemas que estarían engarzados en la novela de Murasaki Shikibu.

Varios de esos poemas me atrajeron especialmente. Veamos algunos:

“tú que compartes
los mismos sentimientos
podrás entender, mejor que nadie,
cuánto me arrastra
el viento de la tarde de otoño”

“si el barco no amarra
ni hay cita en el muelle,
entonces, mañana,
el hombre que espero
llegará de vuelta”

He de reconocer que la lectura de este libro de poemas, comentados con rigor por Alberto Silva, que va explicando en cada caso el ambiente de la novela en el que cada poema se integra, me ha brindados bellos momentos de disfrute y reflexión. Aquel mismo día, en mi visita a la biblioteca, me hice también con un ejemplar de “Océano mar”, de Alessandro Baricco. Se trata de una novela que en una primera ojeada me pareció compleja por ir desarrollando tramas diversas que se insertan todas ellas en ambientes marinos. Pensé que esta obra me podría resultar idónea para leerla en las orillas del Mediterráneo, donde íbamos a pasar unos días de vacaciones.

Como uno, a veces, actúa movido por desconocidos impulsos, “Océano mar” se quedó finalmente en lo alto de la mesita del dormitorio, aguardando turno para su lectura. Había decidido, al fin, llevar a la playa, “Tartessos”, una novela del historiador Jesús Maeso que evoca las andanzas de las gentes de aquel mítico Reino del Fin del Mundo, en los tiempos en que reinaba Argantonio. La novela describe con interesantes detalles históricos los viajes de los tartesios (los antiguos andaluces) a las islas Casitérides (Gran Bretaña) en busca del estaño que necesitaban para fabricar los productos de bronce, atravesando las aguas tenebrosas del Océano. También se ocupa de los ambientes de las costas del Mediterráneo Oriental (Grecia y Fenicia) en donde se desarrolla una buena parte de la acción. Compré “Tartessos” hace varios años y siempre había encontrado excusas para demorar su lectura. Posiblemente porque tiene casi 500 páginas y a uno, a estas alturas, los libros de dimensión desmesurada le producen ciertos sudores. La novela, aunque muestra una trama un tanto repetitiva (marinos antiguos que van recalando por diversos lugares de las costas atlánticas y mediterráneas) me está resultando interesante, sobre todo, porque por su carácter de novela añade algo de vida a lo que sería pura historia. A veces, a la historia le falta la vida y una buena novela histórica puede aportarla. No puedo sino evocar ahora aquel magnífico estudio sobre “Tartessos” publicado en 1922 por Adolf Schulten, el arqueólogo alemán que abrió la visión de nuestra historia acerca de los orígenes de Andalucía. Conservo, como “oro en paño”, una edición publicada hace demasiado tiempo en la prestigiosa Colección Austral.

Cuando regresamos en estos días pasados de las costas de Málaga, bien aprovisionadas las mochilas digitales con multitud de fotografías de mares e hibiscos, decidí que podría dedicar algo de tiempo a “fabricar” uno de esos cuadernos de fotografías que de vez en cuando hago llegar a las personas que habitualmente dejáis vuestros comentarios en el blog, personas a las que considero amigas. En esta oportunidad, las palabras serían algunos de esos poemas japoneses del libro que venimos comentando.

Por cierto, la imagen que ilustra esta entrada corresponde a la decoración de una vieja caja japonesa de madera que ha estado desde siempre en la casa familiar de María. Nadie recuerda hoy las circunstancias en que esa bella caja llegó a la casa… Siempre la han visto en ella…




jueves, 2 de septiembre de 2010

lunes, 23 de agosto de 2010

LATIDOS DE SOLEDAD

Ensoñación fotográfica: Antiqva



Era un hombre solitario. Los vecinos nunca escucharon que alguien le visitara en su casa. Hubiera pasado desapercibido, ya que nunca causó ninguna molestia a nadie, de no ser por esa inquietante soledad que siempre le acompañaba. Todos sabían, sin embargo, que los domingos, desde siempre, salía temprano de su domicilio y no retornaba hasta avanzada la noche. Nunca supo nadie que es lo que el hombre hacía durante ese intervalo de tiempo. Quienes se cruzaban con él en la escalera afirmaban que era un hombre cortés en el saludo, pero nadie recordaba haber mantenido una conversación sencilla con él.

Muchos años después, hablando con uno de los enfermeros del asilo donde fue acogido cuando su edad fue avanzando, nuestro hombre le confesó que durante más de cuarenta años, todos los domingos había estado realizando viajes en tren desde su ciudad a Madrid. En efecto, cada domingo salía de su casa antes de que amaneciera y tomaba un expreso que en un viaje de más de seis horas habría de llevarle a la capital. Una vez en Madrid, ciudad a la que llegaba a media mañana, de manera reiterativa, el hombre se dirigía al Museo Arqueológico Nacional para contemplar, en la Sala de Arqueología Ibérica, durante un par de horas, la bellísima representación escultórica de la Dama de Elche, pieza que para quien pudiera contemplar la escena parecía que atraía su atención de manera especial. Todos los vigilantes del museo le conocían, pero en honor a la verdad nunca habían conversado –salvo los cruces de saludos que exigían las normas de urbanidad- con él.

Llegado el mediodía, el hombre abandonaba el museo y se dirigía de nuevo a la estación. Almorzaba en alguno de sus restaurantes y esperaba un tiempo antes de tomar el expreso que habría de llevarle de nuevo a su ciudad.

-¿Pero, porqué ha venido realizando ese mismo viaje y esa visita a la Dama de Elche todos y cada uno de los domingos de su vida? –le preguntó el empleado del asilo, cuando el hombre le contó su historia. ¿Tanto le apasiona esa imagen?

-Verá –le respondió-, nunca he sentido ningún interés por esa escultura. Mis viajes han obedecido a otra motivación. Hace ya muchos años –continuó-, allá por 1955, tuve que realizar un viaje a Madrid y utilicé el mismo expreso que habría luego de tomar tantas veces. Salía de mi ciudad a las 6:10 de la mañana. Durante ese viaje conocí a una mujer, que se sentó en un asiento junto al mío. Con ella, durante el largo trayecto, mantuve una conversación gratísima, como jamás he mantenido con nadie.

-Cuando llegamos a Madrid –continuó-, la mujer, tras despedirnos cordialmente, se alejó. Desde entonces –reconoció nuestro hombre- he añorado de tal modo esa conversación que una y otra vez he vuelto a subir a ese tren, siempre a la misma hora, pensando que quizás alguna vez tuviera la fortuna de volver a coincidir con ella.

-¿Pero y tantas horas de contemplar la Dama de Elche? –preguntó el enfermero.

-Es que la mujer me dijo que había nacido en esa ciudad, de modo que ya que tenía que esperar en Madrid a que llegara la hora de retorno del expreso, pensé dedicar ese tiempo a estar cerca de esa imagen. Confiaba que era posible que algún domingo ella acudiera a visitarla.

-¡Santo Dios! –exclamó el enfermero-, toda una vida dedicada a esa vana esperanza.

-Vana esperanza, no, amigo –le respondió el hombre-. Hace unos meses, al fin, pude reconocerla cuando, en compañía de una anciana y de unos niños acudió, como yo esperaba, a contemplar la imagen de esa dama ibérica que encontraron hace ya tanto tiempo en la ciudad donde había nacido.

-¿Y pudo reconocerla?

-Por supuesto. Seguía igual que cuando la conocí. Desgraciadamente ella no sólo no me reconoció, sino que no manifestó el menor interés por mí. Tan pronto como pudo, se alejó de la sala apremiando a la anciana y a los niños. Aquel día, angustiado por lo que me había sucedido, en el viaje de regreso decidí que dada mi edad y perdidas mis ilusiones, debía gestionar que se me admitiera en este asilo. Mi vida había perdido su sentido –finalizó, ante la mirada perpleja de su interlocutor-.

Nunca supo nuestro hombre que la anciana que acompañaba a la mujer y a los niños en aquella última visita a la Dama de Elche, al escuchar la breve conversación que había tenido con su hija, si que le había reconocido.

lunes, 16 de agosto de 2010

VIEJAS FAZAÑAS DE CASTILLA LA VIEJA

Ensoñación fotográfica: Antiqva




En aquellos tiempos, allá por el siglo XIII, vivía en un lugar llamado Ciudad Rodrigo un caballero de nombre Álvaro de Sanfelices, que tenía sobrada fama de ser tan feroz guerrero como valiente cazador, de modo que era temido al igual por los lobos de los montes de la Culebra y por los andalusíes de la frontera. Dada la fortaleza de su carácter, todos le llamaban “Micer Mataosos”.

Cierto día, cuando “Micer Mataosos” regresaba de una jornada de montería, enfebrecido su ánimo por el deseo de revolcarse en la siesta con doña Petronila de Ávila, su dulce esposa, se topó con que la mujer estaba holgando en el lecho matrimonial con alguien cuyo nombre eludiremos pronunciar.

En el “Libro de los Fueros de Castilla”, recopilación legal de “fazañas” realizadas en aquellos tiempos lejanos por diversos caballeros, hemos podido encontrar algunas noticias que nos hablan de lo que entonces sucedió:

“Esta es fazaña de un cavallero de Ciubdad Rodrigo que falló yasiendo a otro cavallero con su muger et prisol este cavallero e castró de pixa et de coiones…”

Cuando descubrimos casualmente los papeles de este juicio por “fazaña” envuelto en diversos legajos antiguos no pudimos sino sonreír al vislumbrar como los hombres de Castilla de aquellos tiempos no tenían miramientos a la hora de cortar “la pixa y los coiones” de todos aquellos que aprovechando algún momento de descuido se entregaban a la dulce tarea de folgar con la esposa del prójimo.

Ante tamaña atrocidad cometida por “Micer Mataosos”, los parientes del caballero al que habían sido extirpadas sus partes pudendas elevaron sus protestas al rey. En el “Libro de los Fueros” habría de quedar escrito lo siguiente:

“Et sus parientes querellaron al rey don Fernando, e el rey enbió por el cavallero que castró a otro cavallero et demandol por qué lo fisiera…”

“Micer Mataosos” no tuvo reparos a la hora de responder: “Habíalo fallado yasiendo con la sua muger…”

Fue entonces cuando la Justicia real actuó de acuerdo a las rancias costumbres del derecho consuetudinario de Castilla:

“Et jusgáronle en la corte que devía ser enforcado, pues a la muger non le fiso nada; et enforcáronle…”

La “fazaña” de don Álvaro de Sanfelices terminó así con un caballero castrado y con “Micer Mataosos” colgado en la horca por los hombres del rey. Todo sugiere que en aquellos tiempos no se entendía que el esposo cornudo no hubiera degollado de inmediato a la bella Petronila, la infiel esposa. En la actuación judicial de la “fazaña” quedó escrito que:

“Mas quando atal cosa abiniere que fallar a otro yasiendo con su muger quel ponga cuernos, sil quiere matar deve matar a su muger. Et si la matar, non será enemigo ni pechara omesidio. Et si matare aquel que pone los cuernos, et non matare a ella, debe pechar omesidio et seer enemigo. Et deve el rey justiciar el cuerpo por este fecho…”

En fin, el texto de la “fazaña” nos dice que “Micer Mataosos” habría sido ahorcado por la Justicia no por el crimen de haber cortado “la pixa y los coiones” del caballero adúltero, sino por no haber matado a su amada Petronila. Así eran entonces los hombres adustos de la Castilla guerrera. Lo mismo cazaban osos que degollaban infieles y no tenían miramientos a la hora de dejar “sin pixa” a los amantes ocasionales de sus dulces esposas. Hombres, en suma, bravos y audaces pero escasamente reflexivos a la hora de encauzar sus acciones. ¡Cómo sospechar siquiera que un caballero de tanta valía habría de ser colgado en la horca por no haber pasado a cuchillo a su infiel esposa…!

Nada sabemos, por cierto, de lo que sucedió luego en la vida de doña Petronila. Sostienen algunos que en cierta ocasión alguien, en las honduras umbrosas de una taberna, ahogado en los vahos que desprendía una barrica de vino clarete de Cigales, cuchicheó que la dama podría haber ingresado –alocada por un súbito arrebato de piedad y arrepentida de su crimen- en el Beaterio de Mujeres Arrecogías de Santa María de la Mota, en la cercana Medina del Campo. En todo caso, lo indudable es que la huella de su presencia, una vez que “Micer Mataosos” fue ahorcado, se fue diluyendo en el tiempo en aquella lejana Castilla, tan mística y tan guerrera.