Como ya las visitas a sus hermanas en el convento le aburrían, otro día, por distraerse, Jonás le pasó a la hermana tornera la Segunda Antolojía de Juan Ramón, libro que tanto leía por entonces, como ya se ha dicho, a modo de obsequio para su hermana Paquita. Y la tornera, hojeando el tomo, dio con aquello de:
“La primavera, niña errática y desnuda…”
Arrojó el libro como alacrán malva, la hermana tornera, y Jonás se lo metió en el bolso, sonriendo, y ya ni siquiera pasó al letárgico refectorio. Volvía por el largo paseo con sol tibio, leyendo al poeta:
“De un incoloro casi verde,
vehemente e inmenso cual mi alma…"
Francisco Umbral – El fulgor de África