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martes, 27 de octubre de 2009

FOTOGRAFÍA EN EL ALCÁZAR



Timoteo de las Casas, funcionario de Correos, cuando falleció dejó una herencia tan modesta como su propia vida. Su viuda, doña Paula, tras los funerales, convocó a sus dos hijos en la cocina familiar. Allí, sobre la mesa, había colocado tres cajas de hojalata en cuyo interior se conservaban a salvo de las humedades las pertenencias del difunto.

En la primera de las cajas, envuelto en plástico, estaba guardado un pequeño fajo de billetes. Doña Paula, ante sus hijos, lo contó: “Aquí hay 20.800 pesetas”, concluyó la mujer. “Con este dinero y con la pensión de la Mutualidad podremos irnos defendiendo”, sentenció.

En la segunda de las cajas, envuelta en un trapo anaranjado, había guardado el difunto una máquina fotográfica Leika que en los últimos años le había proporcionado momentos felices. Amante de la fotografía nuestro hombre, privándose de otros caprichos, había adquirido esa máquina con la que en ocasiones especiales retrataba a su familia.

En la tercera caja, finalmente, estaban amontonados varios cientos de imágenes que Timoteo había tomado en esos años de afición. A su lado, envueltas en plástico, estaban también depositadas ocho monedas, algunas de plata y otras de cobre, emitidas en los tiempos en que en España reinaba Alfonso XII. Nadie supo nunca donde guardaba Timoteo los negativos de las fotografías. Jamás aparecieron.

Requeridos por doña Paula para que se repartieran esos “recuerdos” de su padre, Esperanza, la hija, más sentimental, se decidió por la colección de imágenes y por las monedas alfonsinas que, ¿quién sabe porqué?, uno de los abuelos del difunto había decidido hacía muchos años conservar.

Salvador, el hijo, tras escuchar las palabras de su hermana, decidió quedarse la maquina Leika. Aunque no sentía interés alguno por la fotografía se prometió a si mismo que aprendería a usarla, quizás como un acto entrañable de homenaje a su padre.

.../…

Era sábado y aquella tarde Salvador se acercó a los jardines del Alcázar de la ciudad con la idea de tomar algunas fotografías. En su mano, enfundada, portaba la cámara que había heredado de su padre. De manera paulatina, ¿quien sabe como?, se había ido aficionando a su uso, de modo que al fin compartía la pasión que había poseído a don Timoteo durante los últimos años de su vida.

En la escalinata de la torre de los Leones, se topó Salvador con una niña que vestida “de Primera Comunión” jugueteaba con sus primos. “Niños –exclamó- posad un momento y os haré una foto”, pero no tuvo tiempo de hacerlo… En el momento en que los niños, formalitos, posaban, llegó allí un grupo alborotado de jóvenes. Salvador no lo dudó y los invitó a unirse al grupo. Ninguno de ellos conocía a los niños, pero aceptaron entre risas.

Fue entonces, en el instante en que pulsaba en el disparador, cuando el fotógrafo reparó en el modo tan bello en que estaba posando una de las jóvenes, rubia, que parecía mirar al cielo mientras sonreía de una manera angelical… Entonces, al momento, cuando apretó el pulsador, fue cuando sucedió algo insólito…

“Que ocurre –le dijo la muchacha rubia de la sonrisa- que todos se han quedado inmóviles… Nadie se mueve… ¿Qué pasa…?” En los ojos de ella se percibía el modo en que la sorpresa y el miedo, en similares proporciones, se habían mezclado…

“No te preocupes –respondió él- me ha pasado alguna otra vez… Son cosas de la cámara, creo que tiene demasiados años… A veces, cuando tomo imágenes, al pulsar, pasa algo y durante un tiempo el mundo queda en suspenso… Pero no es nada grave… Solamente algunas personas especiales, como es tu caso, escapan de esa influencia. A mi, por lo que ves, tampoco me afecta. No te preocupes, amiga, pronto todo volverá a ser normal…”

“Ven -prosiguió Salvador- vayamos a aquella fuente y bebe un sorbo de agua, te encontrarás mejor… No tengas miedo… Nada va a suceder… Ven… Toma mi mano…”

La muchacha, confusa, como caminando entre las nubes, aceptó la mano de Salvador y los dos se encaminaron al cercano surtidor… No entendía nada de lo que estaba pasando, pero se sentía atraída por aquel joven que no parecía apreciar nada extraño en la tan insólita situación que estaba viviendo.

Para entonces, él solamente pedía al cielo que “aquello” duraba todo el tiempo posible… Aquella joven, tan encantadora, le resultaba bellísima y deseaba tener tiempo para conocerla. Así fue como caminando de la mano, entre las sonrisas de él y el indudable sentimiento de temor de ella, llegaron a la fuente. La joven sentía el frescor del agua en sus labios cuando algo, de súbito, rompió el hechizo. Se escuchó una voz… Alguien gritaba:

“María, por Dios, ven aquí, que todos se han ido –exclamaba un joven delgado cuya silueta, al lado de ella, se recortaba en la fotografía-. “¡Vamos…, que nos quedamos rezagados…!”

¡Adios, adios…! –exclamó la muchacha-, “Me está llamando Antiqva…! ¡Adios, amigo…! Espero que algún día nos des una copia de esa fotografía” –terminó diciendo mientras se alejaba-.

En aquel momento, ella no podía sospechar que muchos años después, cuando contemplaba una colección de fotografías anónimas alojadas en Internet, Antiqva habría de reconocer la imagen.



domingo, 25 de octubre de 2009

COSAS DE LOS MARES

Imagen: Antiqva



La Luz, cuando deseó crear el mar, no era consciente de que ciertos ángeles habrían de quedársele atrapados en las olas.





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miércoles, 21 de octubre de 2009

SE DESPRENDIÓ MI SANGRE...

Imagen: Antiqva



Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.

Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De que color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuna que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.

Concha Méndez Cuesta (Niño y sombras)

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Quizás ninguna mujer ha reflejado como lo hizo Concha Méndez la terrible angustia producida por la pérdida de su primer hijo.



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lunes, 19 de octubre de 2009

LA DAMA DEL LAGO

Imagen: Antiqva


“Mirad, habiendo descendido al estanque que está próximo a estos pastos, vi allí a una mujer; no era de la raza de los hombres. Mis cabellos se erizaron cuando vi su peluca ensortijada, y como era de lisa su piel. Jamás haré yo lo que ella dijo: el temor que ella me ha causado está aún en mi cuerpo…”
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(Así comienza un texto egipcio que se conoce con el nombre de “El pastor que vio a una diosa”. Se trata de un relato fantástico o maravilloso que se ha conservado incompleto y que está fechado en los tiempos del Reino Medio.

Todo sugiere que el pastor se ha topado con una diosa o un espíritu que ha intentado seducirle. Se sabe que las mujeres egipcias, como un reclamo de tipo sexual, gustaban de utilizar pelucas.

La versión íntegra del cuento se puede encontrar en "Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica", de Gustave Lefebvre.)

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viernes, 16 de octubre de 2009

GRAFITOS DE POMPEYA

Pintura en una casa de Pompeya
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Imagen: Antiqva


“Primero con el embrujo de tus ojos me has hecho arder de pasión,
y ahora das rienda suelta a las lágrimas por tus mejillas,
pero las lágrimas no pueden apagar mis llamas:
ellas me queman el rostro y me consume el corazón.

Ésta es una composición poética de Tiburtino.”

(Este poema fue escrito hace dos mil años en una de las paredes de un teatro de Pompeya. Hoy día, como se aprecia en la imagen, los gráfitos son ciertamente deplorables. Los modernos turistas no dudan en garabatear sobre los preciosos frescos romanos...)


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miércoles, 14 de octubre de 2009

lunes, 12 de octubre de 2009

LOS DESENCANTOS

Imagen: Antiqva



“¿Por qué nos diste el don de admirar la belleza
y corazón ardiente para amarla?”

Ricardo Molina (Los desencantos)






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miércoles, 7 de octubre de 2009

CHIFLADURA EN TRES MOMENTOS



Momento primero

Jano, que dormía placidamente en el hueco de una ventana, lanza una mirada un tanto desencajada al tomar conciencia de que ciertos ruidos que alguien esta provocando están haciendo que el “Duende de los Sueños” abandone su cuerpo… “Maldita sea –gruñe el animal- ¿se puede saber que pasa…?”




Momento segundo

Jano observa, en la quietud del desvelo, como el genio huye…




Momento tercero

El mismo Jano, una vez que ha descubierto que es ese extraño “hermano” que tiene, siempre tan torpe, quien está armando el jaleo… “Antiqva, por Dios –le dice-, que no son horas…”
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domingo, 4 de octubre de 2009

EL ESTIGMA DEL DIABLO

“Stigma Diaboli” de una bruja fosilizado en piedra.


Cuando corría el año 1695, Ricardo Monzón, agricultor de Montilla, presentó una denuncia ante el Santo Oficio. Acusaba a su vecina Margarita Cuevas de que esta, con magias de brujería, malograba todos los huevos que ponían sus gallinas. Todos ellos, inexplicablemente, cuando se abrían, estaban impregnados de sal. “Excelencia –había dicho Ricardo Monzón al Inquisidor-, por culpa de los hechizos de esa mujer hay en los huevos más sal que en las propias aguas del mar.” Además, habría argumentado nuestro hombre, Margarita mostraba en su pecho uno de esos estigmas con los que el Maligno marca a sus fieles más distinguidos. En efecto, aclaró Ricardo, su vecina tenía tres pezones en el pecho, en lugar de los dos que resultan habituales en las mujeres.

Se dice que los inquisidores admitieron la denuncia, de modo que pronto dieron comienzo los interrogatorios y las torturas que se prolongaron durante casi dos años. Margarita, al cabo, reconocería que todo aquello de lo que era acusada era cierto. Se declaró culpable, por tanto, de que los huevos de las gallinas de su vecino resultaran insoportablemente salados, así como de tener en su pecho, además de los dos habituales pezones, una tercera “tetilla” con la que, sin duda, la había marcado Satanás en el mismo momento de su nacimiento. En aquellos tiempos, el conocimiento científico estaba algo atrasado de modo que a los inquisidores ni siquiera se les pasó por la mente comprobar si los huevos que ponían las embrujadas gallinas estaban realmente salados o no. La bruja, apaleada, había confesado su crimen y eso les bastaba.

Mucho antes de que se hiciera desfilar a Margarita por las calles de Córdoba, camino de la plaza de la Corredera, en el Auto de Fe que se celebró en esta ciudad el 7 de agosto de 1699, las gentes de Montilla supieron que la misma noche en que Ricardo Monzón interpuso la denuncia, su esposa había abandonado el hogar familiar. Parece que su marido nunca supo aclarar porqué sabía que la vecina tenía tres pezones…



Escena familiar de los felinos en reposo.

Señales malignas
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Pronto, en el pueblo, corrió la voz de que el Inquisidor de Córdoba, don Iñigo de Meléndez, tras la confesión de Margarita Cuevas y el mágico suceso de los huevos embrujados, se había desplazado a Montilla guiado por el ánimo de investigar la posible presencia allí de otras brujas. Las gentes lo habían visto acompañado de cierta muchacha de Écija de la que decían que sabía reconocer en el cuerpo de las hechiceras el “Stigma Diaboli”, esa señal que el demonio marca en las gentes descarriadas cuando sus almas entran a su servicio… Pronto un miedo intenso sacudió a las mujeres montillanas.

Poco después, sin embargo, todas ellas pudieron suspirar con alivio contemplando como con ciertas urgencias los hombres del Santo Oficio regresaban a Córdoba. Parece que la noche de antes de la partida, en ausencia de la Luna, cuatro gatos asilvestrados, tres de ellos blancos y el cuarto negro, habían atacado a la muchacha que don Iñigo de Meléndez había contratado, que mostraba ahora en sus delicados pechos, tras los envites gatunos, las marcas de trece de esos diabólicos estigmas.
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jueves, 1 de octubre de 2009