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martes, 30 de diciembre de 2014

Tiempo de cambios





Y aquel árbol soñado por Chesterton, que devoró los pájaros que habían anidado en sus ramas y que, en la primavera, dio plumas en lugar de hojas.

Jorge Luis Borges – El libro de los Seres Imaginarios





viernes, 26 de diciembre de 2014

Ámbitos






Aquel día, Zarza se despertó antes de que sonara la alarma del reloj y enseguida advirtió que se sentía angustiada. Era un malestar que conocía bien, que padecía a menudo, sobre todo por las mañanas, en la duermevela, al salir del nimbo de los sueños. Porque se necesita cierto grado de confianza en el mundo y en uno mismo para suponer que la realidad cotidiana sigue ahí, al otro lado de tus párpados apretados, esperando con mansedumbre a que te despabiles. Aquel día, Zarza no se fiaba especialmente de la existencia, y permaneció con los ojos cerrados, temerosa de mirar y de ver…


Rosa Montero – El corazón del tártaro





domingo, 21 de diciembre de 2014

De los colores





Primero los colores. Luego los humanos. Así es como acostumbro a ver las cosas. O, al menos, así intento verlas…

Marcus Zusak – La ladrona de libros





jueves, 18 de diciembre de 2014

Atardecer





Esta panorámica la hice fusionando tres fotografías verticales que posteriormente traté como HDR.

Se trata de la cordobesa plaza de Capuchinos, más conocida como "del Cristo de los Faroles".




lunes, 15 de diciembre de 2014

Cuentos de los bosques





En medio de un claro, el caballero ve el cuerpo de la muchacha, que duerme sobre una litera hecha con ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores. Desmonta rápidamente y se arrodilla a su lado. Le coge una mano. Está fría. Tiene el rostro blanco como el de una muerta. Y los labios finos y amoratados. Consciente de su papel en la historia, el caballero la besa con dulzura. De inmediato la muchacha abre los ojos, unos ojos grandes, almendrados y oscuros, y lo mira: con una mirada de sorpresa que enseguida (una vez ha meditado quién es y dónde está y por qué está allí y quién será ese hombre que tiene al lado y que, supone, acaba de besarla) se tiñe de ternura. Los labios van perdiendo el tono morado y, una vez recobrado el rojo de la vida, se abren en una sonrisa. Tiene unos dientes bellísimos. El caballero no lamenta nada tener que casarse con ella, como estipula la tradición. Es más: ya se ve casado, siempre junto a ella, compartiéndolo todo, teniendo un primer hijo, luego una nena y por fin otro niño. Vivirán una vida feliz y envejecerán juntos. Las mejillas de la muchacha han perdido la blancura de la muerte y ya son rosadas, sensuales, para morderlas. Él se incorpora y le alarga las manos, las dos, para que se coja a ellas y pueda levantarse. Y entonces, mientras (sin dejar de mirarlo a los ojos, enamorada) la muchacha (débil por todo el tiempo que ha pasado acostada) se incorpora gracias a la fuerza de los brazos masculinos, el caballero se da cuenta de que (unos veinte o treinta metros más allá, antes de que el claro dé paso al bosque) hay otra muchacha dormida, tan bella como la que acaba de despertar, igualmente acostada en una litera de ramas de roble y rodeada de flores de todos los colores.

Quim Monzo – El porqué de las cosas





lunes, 8 de diciembre de 2014

Uno sale a la calle...





Uno sale a la calle
y besa a una muchacha o compra un libro,
se pasea, feliz. Y le fulminan:
Pero cómo se atreve?

Jaime Gil de Biedma – El arquitrabe





miércoles, 3 de diciembre de 2014

Atardecer en el mar





Muchas veces, cuando yo volvía a casa –una hora, media hora después de haber cenado todos-, se me amonestaba porque volvía tarde. Yo creo haber dicho en otra parte que en los pueblos sobran las horas, que hay en ellos ratos interminables en que no se sabe qué hacer, y que, sin embargo, siempre es tarde. ¿Por qué es tarde? ¿Para qué es tarde? ¿Qué empresa vamos a realizar que exige de nosotros esta rigurosa contabilidad de los minutos? ¿Qué destino secreto pesa sobre nosotros que nos hace desgranar uno a uno los instantes en estos pueblos estáticos y grises? Yo no lo sé; pero yo os digo que esta idea de que siempre es tarde es la idea fundamental de mi vida; no sonriáis…

Azorín – Las confesiones de un pequeño filósofo