Este domingo pasado el Lobo me invitó a visitar la casa palaciega en la que vive la abuela de Caperucita (eso de que malvive, abandonada por todos, en una casita en medio del bosque es un puro cuento). Después del almuerzo la abuelita y él decidieron echarse a dormir la siesta. A fin de cuentas ya tienen cierta edad y se les veía cansados después de haberme enseñado las cincuenta y tres habitaciones del palacio y los catorce cuartos de baño. Fue entonces, cuando yo, para distraerme, hacía fotos en el salón del baile, cuando llegó Caperucita, cogida del brazo de un guapísimo cazador. Menuda se lió cuando ella escuchó los aullidos del Lobo y los gemidos de su abuelita.