
AQUEL CALOR TENUE
Historia y fantasía en la Córdoba
musteriense
Las terrazas cuaternarias que envuelven al Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla fueron pobladas en los tiempos del Paleolítico Medio por los hombres de Neandertal, que allí encontraban los recursos líticos que necesitaban para confeccionar las herramientas de piedra que utilizaban para cazar (puntas), despiezar las carnes (cuchillos y hachas) y trabajar las pieles (raederas y perforadores). Gracias a los arrastres del Guadalquivir, en estas terrazas abundan las piedras, sobre todo las cuarcitas y el sílex, que aquellos hombres utilizaban como materia prima.
Durante decenas de miles de años los grupos de Neandertales recorrieron incansables estos espacios elevados sobre el río. Allí vivieron y allí murieron a lo largo de muchas generaciones. Los Neandertales, que alcanzaron un modo de vida que se conoce como “Cultura Musteriense” vendrían a ser unos primos lejanos nuestros. Se extinguieron, todavía no sabemos como, coincidiendo con el momento en que los hombres modernos aparecimos en la Historia.
Pies Ligeros
En uno de los cerros próximos al Guadalquivir un grupo de Neandertales aguarda la llegada de la noche. Se trata del clan de los Hombres Rojos. Lo integran cinco varones, siete hembras y varios niños.
Si nos fijamos en una de las mujeres podemos apreciar que tiene aspecto de anciana. Debe tener unos 35 años. Su dentadura está muy deteriorada, ya que siempre usó sus dientes para tensar con ellos las pieles. En estos momentos, ha terminado de aserrar una rama que va a utilizar como astil al que está insertando una punta de sílex. Se la entrega luego a uno de los cazadores del clan, que la utilizará como venablo cuando con el nuevo amanecer el sol abandone las tinieblas y los animales acudan al río a beber. Nuestra mujer, también, está usando el pico perforador de una piedra para taladrar con agujeros una amplia piel, ya curtida, que quiere utilizar a modo de “chaquetón”. Pretende insertar algunas tiras de cuero en los agujeros que ha taladrado y luego colocándose la piel y ajustándola con las tiras logrará que se adapte cómodamente a su cuerpo… No cabe duda de que no es lo mismo cubrirse con una simple piel de animal, que continuamente resbalaría por su espalda, que hacerlo con una piel que se adapta a su robusto cuerpo gracias a los agujeros que ha hecho con el perforador y a las tiras de piel que utiliza para ajustarla a su gusto.
Al lado de la anciana, Pies Ligeros, una niña de ocho años, se esfuerza por llevar a cabo la tarea que tiene encomendada. Con sus dientes, está sujetando fuertemente uno de los extremos de una piel, en tanto que con su mano izquierda mantiene firme el otro extremo y con la derecha restriega, una y otra vez, tenaz a pesar de su corta edad, una herramienta de sílex con la que está limpiando la cara interna de aquel pellejo, liberándolo de pelos y grasa. La herramienta de sílex es lo que hoy los arqueólogos llaman “raedera”. La anciana, a su lado, vigila con atención la forma en que la jovencita lleva a cabo su trabajo.
Ha pasado un buen rato y el sol está a punto de ser devorado por el horizonte. Es ahora cuando la niña, cansada por el esfuerzo, ha relajado su atención unos momentos al escuchar el griterío que se ha formado en el grupo cuando los dos últimos cazadores han regresado del Gran Río. Al volver la cabeza para mirar a los que llegan, los dientes de la niña han soltado el extremo de la piel y en un movimiento ajeno a su voluntad su mano derecha ha soltado también la “raedera”, que se ha estrellado contra su boca.
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Con un gesto claro de dolor y contrariedad, Pies Ligeros, gritando, se ha levantado enfurecida y, sin pensarlo, ha lanzado la piedra tan lejos como le ha sido posible. La anciana, indignada, se ha puesto de pie… Está emitiendo feroces gruñidos con los que deja patente su repulsa por la actuación de la niña.
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A pesar de que de inmediato las dos han buscado el trozo de sílex no han tenido éxito. Está oscureciendo y, además, los cazadores han retornado hambrientos. No hay tiempo para entretenerse en la búsqueda.
En ese momento, Pies Ligeros no puede sospechar que cuarenta mil años después, un hombre, paseando por la terraza cuaternaria próxima al Guadalquivir, habrá de encontrar fortuitamente esa lasca de sílex que ella, gruñendo, ha arrojado tan lejos como su furia le ha permitido. Entonces, sorprendido por el hallazgo, el hombre habrá de sentir, dominado por la emoción, el tenue calor que la mano de aquella niña neandertal había dejado impregnado en la piedra.
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