
Habrían de saber pronto los hombres que el peligro que el oráculo de Hathor había vaticinado habría de materializarse en las cercanas aguas del Egeo cuando entró en erupción el volcán Thera, que causó la inmediata destrucción de la cultura cretense. La colosal explosión hizo que un inmenso hongo de cenizas cubriera el cielo. Dejó de ser de día y las tinieblas reinaron en el mundo. Los campos de cultivo, como devastados por una plaga de langosta, se consumieron. Muchas personas, sobre todo niños y ancianos, murieron asfixiados. En Egipto, una lluvia inusual que vomitó un mar de agua y ceniza sobre la Tierra Roja del desierto hizo que el Nilo se convirtiera en un río de sangre. El faraón, atemorizado ante lo que estaba sucediendo, quiso congraciarse con la divinidad y permitió que todos los esclavos fueran liberados. A cambio, ellos deberían dirigir sus plegarias a sus dioses para que el Sol volviera a brillar. Todos debían orar para que las desgracias cesaran.
Mucho tiempo después, los griegos habrían de afirmar que aquella colosal explosión que había destruido los palacios cretenses había sido producida por Vulcano, el dios del fuego, que habría recibido de Zeus la orden de fabricar en su fragua del inframundo los rayos más poderosos que nunca nadie hubiera podido contemplar. El gran dios deseaba poseer esos rayos para atemorizar a los hombres.
Los fortísimos golpes de Vulcano en su fragua habrían terminado ocasionando, según narrarían los poetas helenos, el derrumbe del techo del inframundo, que se habría desplomado siendo sus escombros consumidos por el fuego. La explosión que produjeron las llamas al llegar a la superficie de la tierra habría de sacudir las aguas del Egeo, aniquilando la vida en sus islas y causando un inmenso pavor a las gentes que poblaban sus riberas. Habrían sido, en suma, los terribles golpes de Vulcano, si creemos a los griegos, los que hicieron que el volcán Thera reventara.
Gracias a esa explosión descomunal, cuyas cenizas cubrieron de tinieblas todo el mundo conocido, causando en Egipto la muerte y el dolor, un pueblo de esclavos, los hebreos, acaudillado por Moisés, habría de arribar a la tierra que desde la noche de los tiempos su dios les tenía prometida.
NOTAS
Este cuento es una fabulación en la que hemos mezclado momentos históricos o míticos no coincidentes en el tiempo. Hemos de dejar constancia, no obstante, de que en 1948 el arqueólogo Claude Schaeffer descubrió entre los escombros del palacio real de Ugarit una tablilla de arcilla, que fue catalogada como KTU 1.78. En ella, en signos cuneiformes, alguien había escrito una inscripción en la que se hablaba de cierto suceso astronómico. Decía: “En el sexto segmento del día de la luna nueva del mes iyya, el Sol se escondió. Su portero es Resheph. Se examinaron dos hígados. ¡Peligro!”. En nuestro relato hemos reproducido ese texto, si bien adaptando su contenido al mundo egipcio. Citada tablilla fue fechada en el año 1192 a.C. Eran los tiempos terribles de las invasiones de los Pueblos del Mar. La explosión del volcán Thera (isla de Santorini) habría sucedido en torno al 1600 a.C.
La Profetisa de Hathor, la reverenciada Set-Net-Inheret, Único Ornato Real, fue también un personaje real. Según una estela fechada en el Primer Periodo Intermedio que fue hallada en Naga-Ed-Deir, esta mujer habría sido la esposa de Ibu, que fue un “Noble Hereditario, Príncipe, Canciller del Rey del Bajo Egipto, Compañero Único del Rey del Bajo Egipto, Sacerdote Lector, reverenciado ante el gran dios, Señor del Cielo, que hace lo que su señor desea cada día”. Cuando Ibu murió, Inheret le dedicó esa estela funeraria.
Imagen: Antiqva Photo