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domingo, 28 de febrero de 2016

De los conventos





Ni las novicias más montaraces ni las más persuasivas habían logrado que dijera una palabra desde que la llevaron al convento. Una mañana, cuando estaba aguando la cal en el balde, oyó una música de cuerdas que parecía una luz más diáfana en la luz del desierto. Cautivada por el milagro, se asomó a un salón inmenso y vacío de paredes desnudas y ventanas grandes por donde entraba a golpes y se quedaba estancada la claridad deslumbrante de junio, y en el centro del salón vio a una monja bella que no había visto antes, tocando un oratorio de Pascua en el clavicémbalo. Eréndira escuchó la música sin parpadear, con el alma en un hilo, hasta que sonó la campana para comer. Después del almuerzo, mientras blanqueaba la escalera con la brocha de esparto, esperó a que todas las novicias acabaran de subir y bajar, se quedó sola, donde nadie pudiera oírla, y entonces habló por primera vez desde que entró en el convento.

-Soy feliz –dijo.

De modo que a la abuela se le acabaron las esperanzas de que Eréndira escapara para volver con ella…

Gabriel García Márquez – La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada





miércoles, 17 de febrero de 2016

Esa manera de mirar y escuchar





Esa especial sensibilidad para captar las emociones de la gente, esa manera de mirar y escuchar, todo eso la llevó a su profesión: fotógrafa. Mirar la vida a través de una lente la acerca a la realidad, la ve al detalle, pero también la aumenta, la magnifica. En el fondo, es lo que ella hace de manera innata.

Mónica Carrillo – La luz de Candela





miércoles, 10 de febrero de 2016

Anochecer





La luz cede poco a poco… El panorama se oscurece lentamente, como un dibujo sobre el cual se acumulan demasiadas líneas. Una campana deja caer el comienzo de la noche. Asustado, palpo mi cuerpo y echo a correr temeroso de disolverme en el crepúsculo.

Juan José Arreola – Confabulario definitivo





domingo, 7 de febrero de 2016

viernes, 5 de febrero de 2016

A propósito del tiempo





El peso de los años, como una piedra antigua, un día caerá del insondable tiempo hasta tus pies. Siéntate si estás echada; levántate si estás sentada y corre a un arroyo de aguas (si las encuentras) puras y transparentes. Inclínate y bebe en la cuenca de tu mano hasta sentir, irrefrenable, la invertida sed del vómito. No manches el arroyo, enjuágate la cara sin ensuciar su cauce. Regresa a tu casa y ayuna hasta el alba siguiente. Guarda toda la orina de la noche y muy temprano riega, con ella, la mata de albahaca. Sin recobrar la juventud, serás más joven.

Héctor Abad Faciolince – Tratado de culinaria para mujeres tristes