Las cosas se complicaron cierta noche de invierno en que la blanca Luna estaba en cuarto menguante. Simón de Torrehumos, párroco de la iglesia de San Cipriano, llevaba meses cavilando acerca de la conveniencia de alcanzar cierto reprobable acuerdo con Satanás. Esa noche, al fin, bajo los efectos de una Luna temerosa, el clérigo había terminado accediendo a las diabólicas pretensiones.
Simón, en el acuerdo, se comprometía a facilitar el trabajo del diablo para que este pudiera hacerse con el alma de las beatas de su parroquia, en tanto que el Maligno, gracias a un virulento conjuro maléfico, permitiría que el sacerdote se hiciera con la potencia viril de todos los hombres de Sanfelices del Valle. En el pacto con Satanás, el cura no le entregaba su alma sino que se comprometía solamente a facilitar que aquel se pudiera hacer con las almas de las beatas del pueblo.
En aquellos tiempos el clérigo rondaba los cincuenta años de edad y venía sintiendo que su potencia sexual menguaba, de modo que ya no era capaz de atender adecuadamente las pretensiones eróticas de las mujeres que acudían al secreto de la confesión en busca de sosiego para sus almas y sus cuerpos. Simón había llegado a la conclusión de que solamente robando la fuerza viril de los hombres podría satisfacer los deseos amatorios de las beatas. No reparó sin embargo en ese momento, enfebrecido como estaba, en que la colaboración que habría de prestar al diablo para que este se llevara las almas de tantas viudas y solteronas, amén de otras mujeres diversas casadas malamente, habría de impedirle también a él, cuando muriera, acceder al Reino Celeste.
Desde mucho tiempo atrás se rumoreaba en Sanfelices que el párroco de San Cipriano no se distinguía por una vida de buen cristiano. Todos sabían del delirio que sentía por los buenos vinos que se criaban en la comarca y era también conocido el modo ardiente con que “despachaba” a las devotas locales. Muchos sostenían, incluso, que en el secreto de la casa en que habitaba había sido sorprendido alguna vez inhalando los humos que se desprendían de esos inquietantes cigarros de indios que en ciertas ocasiones algún buhonero sin escrúpulos hacía llegar a Sanfelices, a pesar de que la Santa Inquisición lo tenía prohibido, para su entrega a hurtadillas a esos hombres perversos que gustan del disfrute de los placeres prohibidos.
Las sospechas acerca de las ansias amatorias de Simón, que tan mal se ajustaban a la vida de virtud propia de un hombre de Dios, explotaron de súbito en uno de los primeros sermones que nuestro hombre, recién tomada posesión de la parroquia, había dirigido a las gentes. En aquel momento, las beatas, asustadas, habían podido escuchar de labios del cura unas insólitas palabras que habían hecho que las ansias sexuales de sus entrañas se inflamaran de manera sorpresiva:
-Lo dejó escrito Aristóteles –había vociferado el clérigo en un impreciso momento del sermón dominical-, y también lo decía Platón: el hombre por dos cosas labora. La una por haber mantenencia; la otra por haber juntamiento con fembra placentera…
Al escuchar lo de “haber juntamiento con fembra placentera” todos los hombres presentes en la misa abrieron desmesuradamente sus ojos, de modo que estos llegaron a alcanzar el tamaño de platos medianos, en tanto que las mujeres, asustadas, temiendo que aquella noche la Luna, compinchada con algún íncubo, les robara el blanco de los ojos, los dirigieron al suelo con gesto de piedad. Ninguna se atrevió a levantar su mirada hasta que tuvieron constancia de que la misa había terminado. Se cuanta todavía, incluso, que algunas mujeres sufrieron tales sofocos, ante lo insólito de la afirmación clerical, que varias de ellas llegaron a tener miedo de haberse quedado preñadas. Es sabido, a fin de cuentas, que en los pueblos existen curiosas creencias, que nadie se atreve a poner en duda, acerca de la fuerza mágica de las palabras, sobre todo cuando al propio diablo o a algún avispado brujo les da por rondar a las mujeres.
Así fue como Simón de Torrehumos, gracias a ese pacto con el Maligno, alcanzó una potencia sexual desmesurada con la que complacía las eróticas peticiones de las mujeres de Sanfelices. Todas ellas, pecadoras del sexo, habrían de convertirse en carne de los infiernos y a ese lugar se dirigían sus almas, sin miramiento alguno, cuando les alcanzaba la muerte. Al principio, fueron las viudas y las solteronas las que sucumbieron ante los atributos sexuales del clérigo, después las malamente casadas y finalmente todas las mujeres de Sanfelices, una vez que se confirmó que los hombres del pueblo, embrujados, habían perdido su “hombría” y que solamente al cura parecían sobrarle las fuerzas amatorias.
Llegó un momento, sin embargo, cuando habían pasado los años y Simón de Torrehumos se sentía envejecer, en que nuestro clérigo, que a fin de cuentas era un buen cristiano, comenzó a meditar acerca de las consecuencias que sus actos en la tierra habrían de tener en la cada vez más cercana y amenazante vida del más allá. Fue entonces, cuando los miedos se habían apoderado de su alma, cuando Simón decidió establecer en su testamento ciertos juros perpetuos que habrían de rentar el capital necesario para facilitar que a base de misas, responsos y otros actos piadosos que se aplicarían a casar o a meter a monjas a las doncellas pobres, el alma pecadora del clérigo pudiera arribar al fin al tan anhelado Cielo.
En la inscripción funeraria que se conserva en su tumba en la iglesia de San Cipriano de Sanfelices del Valle se puede todavía leer:
AQVI REPOSA EL CVERPO DE SIMON DE TORREHUMOS, HOMBRE DE NVESTRO SEÑOR, EL QVAL MANDO DEZIR EN ESTE ALTAR TRES MISAS REZADAS CON SVS RESPONSOS CADA DIA PERPETVAMENTE. LA UNA A TIEMPO DE PRIMA Y LA OTRA EN ACABANDOSE LA PRIMERA Y LA OTRA A LAS DIEZ HORAS EN BERANO Y EN YNBIERNO A LAS HONZE. DOTOLAS DE TREYNTA CINCO MIL MARAVEDIES DE IURO PERPETVO.
Y DIERONSE A LA FABRICA POR RAZON DESTE ALTAR QVE ES SV SEPVLTURA MIL MARAVEDIES DE IVRO PERPETUOS. DEXO PLATA Y HORNAMENTOS CON QVE SE DIGAN LAS MISAS E CIEN MIL MARAVEDIES PARA COMPRAR RENTA CON QVE SE SOSTENGAN LOS HORNAMENTOS.
DEXO MAS PARA COMPRAR CC Y LXVIII MIL MARAVEDIES DE RENTA PERPETVA PARA AYUDA DE CASAR O METER MONJAS DONZELLAS POBRES.
Y POR PATRÓN DE TODO A LOS VARONES DE SANFELICES LLAMADOS EN SV TESTAMENTO QUE OTORGO ANTE GREGORIO DE MENA, ESCRIBANO PVBLICO.
FALLECIO A TREINTA DE MAYO AÑO DE MIL E QVINIENTOS E QVARENTA E TRES AÑOS. REQVIESCAT IN PACE.
Nunca llegaremos a saber si Simón de Torrehumos consiguió arribar a los cielos. Si sabemos, no obstante, que las misas y los responsos a perpetuidad habrían de caer en el olvido. En nuestros tiempos nadie sabe donde se encuentran los maravedíes que habrían de permitir a las mujeres pobres hacerse con una dote que facilite su casamiento o su entrada en la clausura de un convento. Se dice que los hombres de Sanfelices, a los que el clérigo, atemorizado ante su cercana muerte, había nombrado herederos de su fortuna en desagravio por el robo de su virilidad, no llegaron a prestar ninguna atención a esas disposiciones testamentarias, y es que a la muerte del cura los vecinos sintieron que el ardor sexual retornaba a sus vidas y todos ahora recuperaban lo que antes habían añorado tanto, de modo que todos ellos, de manera frenética, conocedores de la manera en que las mujeres habían holgado con el cura, no dudaron en desplazarse a las ciudades cercanas dispuestos a gastarse los maravedíes de la herencia que portaban en sus faltriqueras.
Todavía hoy se recuerda en la vieja Castilla que las “lupas” y las demás mujeres de vida complaciente que tenían reconocido su oficio en las casas de mancebía de esas poblaciones habrían de sentirse durante varios años desbordadas y alborotadas por los ímpetus amatorios de tantos varones descarriados que desde Sanfelices, alocados, acudían a ellas en busca de consuelo para sus cuerpos.
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