Dedicado a mi hermana, lectora desde la sombra
Hubo un tiempo en que en los hogares modestos no había televisores. Los niños, entonces, sin nada que los atara a las casas, pasaban la tarde jugando en la calle.
En aquellos tiempos, cuando llegaba la época de la recolección, la chiquillería del barrio solía sentarse, acechante, en las cunetas del Paseo de Farnesio. Si tenían suerte, era posible que algún camión cargado de remolacha pasara ante ellos encaminándose a la cercana fábrica azucarera de la Farola. Antes, los niños habían colocado piedras en la carretera, confiando en que alguno de los camiones, al topar sus ruedas con ellas, se desnivelase lo suficiente para permitir que alguna remolacha cayera al suelo.
Cuando eso sucedía, una vez que el camión se alejaba, los niños, envueltos en el jolgorio, recogían el botín y se dirigían al cercano manantial de Labradores, donde lo lavaban. Después, con golpes de piedras afiladas, partían trozos que chupaban con deleite, extrayendo su delicioso sabor azucarado. Dicen que una remolacha cruda es pesada de digerir y parece que una sola pieza bastaba para satisfacer el ansía de dulzor, y de juego, de una legión de chiquillos.
De algún modo, en aquella vieja Castilla del trigo y la remolacha, los penosos traqueteos de los solitarios camiones que atravesaban el barrio permitían que los niños de las Delicias vivieran cada tarde una comunión de dulcísimo sabor. Las niñas, mientras tanto, jugaban a la raya o se pasaban las horas saltando a la cuerda. Acostumbradas al jolgorio remolachero no manifestaban extrañeza cuando escuchaban el ruido que se producía cuando los camiones embestían las piedras. Solo alguna de ellas se acercaba a los niños y pedía un trocito de remolacha para chupar.
Eran unos tiempos en que los niños, para desesperación de don Manuel, el director del colegio, solían fumar alguna que otra vez cigarrillos de anís. Fue también en aquellos años cuando más de uno se enamoró de Lucía, una niña rubia a la que nunca pudieron acercarse ya que sus padres no la dejaban salir a la calle. Sólo la veían de lejos, cuando ella jugaba con alguna amiga en el patio de su casa y los niños las espiaban desde el portalón. El Barbas, un perro de probada fiereza, estaba bien instruido por don Marciano, el padre de Lucía, para que ningún extraño se acercara a la niña, de modo que las carreras de los más atrevidos, perseguidos por el perro, eran frecuentes en las tardes de verano.
Por aquel entonces, la vida sentimental de Lolita, que años antes había decidido hacerse artista, era la principal materia de conversación de las madres y abuelas en aquel barrio en el que todos se conocían. Hablar de cómo le iban las cosas a Lolita y comentar los sucesos de El Caso eran las cuestiones prioritarias a las que las mujeres de las Delicias, en aquellos tiempos, dedicaban sus ratos libres.
Cierto día, para sorpresa de las gentes, el dueño de El Portillano compró un televisor y lo hizo instalar en el bar. A los pocos días, las tardes de los domingos, mientras los hombres jugaban al dominó, tomando café y fumando, una multitud enloquecida de niños y niñas, sentados en el suelo del local, habría de comenzar a seguir las aventuras de Rin-tin-tin. Fue entonces cuando el interés por el tránsito de los camiones de remolacha comenzó a perder intensidad.
Un nuevo modo de vida estaba llegando al barrio.
En aquellos tiempos, cuando llegaba la época de la recolección, la chiquillería del barrio solía sentarse, acechante, en las cunetas del Paseo de Farnesio. Si tenían suerte, era posible que algún camión cargado de remolacha pasara ante ellos encaminándose a la cercana fábrica azucarera de la Farola. Antes, los niños habían colocado piedras en la carretera, confiando en que alguno de los camiones, al topar sus ruedas con ellas, se desnivelase lo suficiente para permitir que alguna remolacha cayera al suelo.
Cuando eso sucedía, una vez que el camión se alejaba, los niños, envueltos en el jolgorio, recogían el botín y se dirigían al cercano manantial de Labradores, donde lo lavaban. Después, con golpes de piedras afiladas, partían trozos que chupaban con deleite, extrayendo su delicioso sabor azucarado. Dicen que una remolacha cruda es pesada de digerir y parece que una sola pieza bastaba para satisfacer el ansía de dulzor, y de juego, de una legión de chiquillos.
De algún modo, en aquella vieja Castilla del trigo y la remolacha, los penosos traqueteos de los solitarios camiones que atravesaban el barrio permitían que los niños de las Delicias vivieran cada tarde una comunión de dulcísimo sabor. Las niñas, mientras tanto, jugaban a la raya o se pasaban las horas saltando a la cuerda. Acostumbradas al jolgorio remolachero no manifestaban extrañeza cuando escuchaban el ruido que se producía cuando los camiones embestían las piedras. Solo alguna de ellas se acercaba a los niños y pedía un trocito de remolacha para chupar.
Eran unos tiempos en que los niños, para desesperación de don Manuel, el director del colegio, solían fumar alguna que otra vez cigarrillos de anís. Fue también en aquellos años cuando más de uno se enamoró de Lucía, una niña rubia a la que nunca pudieron acercarse ya que sus padres no la dejaban salir a la calle. Sólo la veían de lejos, cuando ella jugaba con alguna amiga en el patio de su casa y los niños las espiaban desde el portalón. El Barbas, un perro de probada fiereza, estaba bien instruido por don Marciano, el padre de Lucía, para que ningún extraño se acercara a la niña, de modo que las carreras de los más atrevidos, perseguidos por el perro, eran frecuentes en las tardes de verano.
Por aquel entonces, la vida sentimental de Lolita, que años antes había decidido hacerse artista, era la principal materia de conversación de las madres y abuelas en aquel barrio en el que todos se conocían. Hablar de cómo le iban las cosas a Lolita y comentar los sucesos de El Caso eran las cuestiones prioritarias a las que las mujeres de las Delicias, en aquellos tiempos, dedicaban sus ratos libres.
Cierto día, para sorpresa de las gentes, el dueño de El Portillano compró un televisor y lo hizo instalar en el bar. A los pocos días, las tardes de los domingos, mientras los hombres jugaban al dominó, tomando café y fumando, una multitud enloquecida de niños y niñas, sentados en el suelo del local, habría de comenzar a seguir las aventuras de Rin-tin-tin. Fue entonces cuando el interés por el tránsito de los camiones de remolacha comenzó a perder intensidad.
Un nuevo modo de vida estaba llegando al barrio.
ACLARACIÓN
La familia de Lolita (Lola Herrera) seguía viviendo en el barrio de las Delicias en aquellos tiempos en que el perro Barbas, endemoniado, corría ladrando detrás de los chiquillos.
La familia de Lolita (Lola Herrera) seguía viviendo en el barrio de las Delicias en aquellos tiempos en que el perro Barbas, endemoniado, corría ladrando detrás de los chiquillos.
qué tiempos... bonita historia nos has contado, amigo.
ResponderEliminarLola Herrera es mi actriz favorita :)
abrazos
a menudo muchos leemos desde la sombra...
ResponderEliminaraprovecho a agradecer tus siempre gratas palabras hacia mi y la compañia que ellas me otorgan.
caballero, sois un angel!
petons
Un angel no Sargantana, es un super angel, un angelote maravilloso.
ResponderEliminarBeso Sr. Antiqva
(Huelga decir, que el cuento me ha encantado)
Una auténtica delicia leerte hoy.
ResponderEliminarPrecisa historia y ...tan real.
Lola Herrera es una magnífica actriz.
Besos.
Que bonito Antiqva, que tiempos aquellos. El sábado pasado almorzando con una pareja amiga, comentábamos esto mismo. Yo no cambio mi época de infancia y juventud, me gusta el momento histórico en que me tocó vivir.
ResponderEliminarGracias.
No conozco a la actriz en cuestion, pero algo te conozco a vos y me ha encantando tu historia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué hermoso homenaje a la infancia, al pueblo, a las cosas de antes.
ResponderEliminarla historia que nos contás es muy parecida a la mía! en los alrededores de Monte Grande, ciudad a 30 km de Buenos Aires, donde yo vivía, había muchas quintas (huertas)cuyos propietarios eran japoneses.dos veces a la semana, los japoneses pasaban en camión por la calle de mi casa, en esa época de tierra, llevando sus verduras a la feria.y mis amigos hacían lo mismo! piedras en la calle! y nos llenábamos las manos de zapallitos y tomates!
ResponderEliminarLolita se llamaba mi amiga (aunque no se hizo artista)
y también llegó el televisor...
entrañable relato, amigo.
un abrazo*
Bueno.. como no tienes para enlazar, publicas y no me entero..
ResponderEliminarque bonita la historia..
y que pasa con Lucia y ese maldito perro que no deja que se acerquen sus amigos...?
seguro que a ella no le gustaba nada lo que su papa hacia.
y que diver lo de Tin tin... me resulta curiso como lo has relacionado con remolacha.
Y lo de Lola Herrera... bueno siempre me ha parecido una señora.. con buen pelo como dicen en mi pueblo... me gusta. su clase..
Un beso querido amigo...de madera de pirata...
Lola Herrera la actriz famosa, buena actriz la Lola.
ResponderEliminarY hermosos recuerdos en aquella Castilla donde ladraba el "barbas" más que rin-tin-tin. ¿Qué me dices de Bonanza?
Tierra de remolacha y trigo, los niños siempre encuentran motivos de juego y de curiosidad, una delicia de relato.
Que bonita forma de recordar la infáncia, precioso.
ResponderEliminarUn abrazo Antiqva.
Qué linda historia! La infancia tiene esas cosas tan bonitas, que uno atesora en sus recuerdos...
ResponderEliminarUn beso
Hola amigo pirata..
ResponderEliminarpues no..no me he dado cuenta, ya sabes que la lista es ella y que yo soy algo mas cortita..
no sé a que te refieres..
dame alguna pista mas..
no me lo digas...
solo la pista, ja, ja,
Besos
Me ha parecido asistir al paisaje de los barrios de mi infancia, pero sin camiones de remolacha.
ResponderEliminarMaravilloso y bucólico mundo perdido...lejos de las pantallas de todo tipo que pueblan nuestro mundo actual.
Un abrazo, Antiqva.
Precioso. Escrito con el corazón y con los recuerdos de otro tiempo (que a nuestros ojos siempre fue mejor),a flor de piel.
ResponderEliminarQue fácil es viajar a dimensiones pasadas cogida de tu mano.
Un abrazo
Jo, que recuerdos tan bonitos y que bien contados.
ResponderEliminarBesos.
Querido amigo,
ResponderEliminarG R A C I A S
por contarnos algo de tu ñiñez, la verdad es que pensaba que era otro relato de los tuyos..
..pero este tiene un especial regusto.
y dime quien te ilusionaba el corazón como niño en aquellos momentos..
o esa es otra historia????
anda cuéntanosla como sólo tu sabes hacerlo..
lo espero..
si tu quieres..
un Besazo muy fuerte
Amigo querido...
ResponderEliminarYo nunca me hubiese imaginado que se puede chupar una remolacha... por acá siempre la comemos en ensaladas con sal, limón o mayonesa..
:)
haré la prueba un día de estos, porque me encantan...
Así como me encantan las 'fotografías' de tiempos pasados, plasmadas con el lente de la memoria, en palabras...
besos miles !!! (y azucarados ;)
Un relato enternecedor. Nos transmite la placidez de ese mundo simple y generoso, lleno de juegos y risas y una vida que tenía (al menos en el recuerdo) el gusto dulce de la remolacha caída.
ResponderEliminarAlcancé a disfrutar algo de este paisaje en mi pueblo natal y es absolutamente inolvidable.
Tu Entrada es bellísima Querido Amigo, Muchas Gracias por despertar también los recuerdos propios de mi Córdoba natal! Un abrazo!
Que bonito relato, los juegos de los niños de antes tenian tanto ruido y ejercicio, ahora estan tan sosegados frente a un monitor con un control en las manos,.... amigo si que los tiempos han cambiado...
ResponderEliminarQuerido Sr. Antiqva.
ResponderEliminarvengo a hablar con su amigo el pirata, me han dicho que nació en Valladolid... y que si hizo a la mar por Lisboa, en el año de gracias 1621..
Se que es espadachin y que trabaja a sueldo para los maquiavélicos mandatarios del gobierno Español y cuando no del gobierno Frances.. en su lucha por hacerse con el máximo de poder.... y riquezas
dígale, que quiero trabajar codo a codo con él soy buena con el arco y la flecha y huyo de mi pueblo diezmado por los altos impuestos y tributos que pagamos.
harte de esa situación tambien me echo a la mar, para sacar le mejor tajada.
Mi experiencia la avala robin de los bosques que fue el que me enseño con la flecha y el arco.
aprendo rápido soy lista...
Un saludo y entreguelé usted esta carta sellado para que me responda..
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ja, ja, ja...lo que el pirata no sabe, es que soy una espia de la Contrareforma..
y de seguro volvere al pirata por el buen camino cueste lo que cueste...
de esfuerzo moral y ético no de dinero..... pero esto ultimo es en secreto..
Una estrella anónima
Pues vaya disgusto que me has dado.
ResponderEliminarja, ja, ja.
besos
Una estrella indomable
Un relato muy divertido, me hace recordar tiempos pasados, me ha gustado lo del camión de remolacha, eso no lo había oído nunca, tal vez por el pueblo de mi madre, al que solía ir, no pasaban esos camiones.
ResponderEliminarMagnífica Lola Herrera, la vi en "Cinco horas con Mario" y me impresionó.
Besos.
Que hermoso relato...!!! me encanta como lo contás...!! imaginos a esos niños observando a Lucía como algo inalcanzable...
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