Plaza de España, Madrid - Imagen: Antiqva
“La gran calle de Alcalá
cómo reluce
cuando suben y bajan
los andaluces…”
Caracoles flamencos
El 1 de mayo de 1965 los ochenta y dos habitantes de Navas del Guadalquivir, un poblado de colonización levantado por el régimen de Franco para alojar a algunas de las familias que habían resultado damnificadas por la construcción del embalse del Tranco, estaban alborotados. Aurora, la hija de Donato y Feliciana, se casaba.
Esa misma tarde, los novios subieron al ferrobús que unía las ciudades de Sevilla y Córdoba y viajaron a la ciudad de los califas. La noche de bodas la pasaron en el hostal Mezquita, situado frente al edificio de la estación de ferrocarril, y a la mañana siguiente el expreso de Andalucía los llevó a Madrid, en donde tenían previsto disfrutar de los cuatro días de su luna de miel, alojados ahora en un hotelito de la calle de Alcalá.
Aurora, con diecisiete años, no conocía mucho mundo. Hasta ese momento su existencia había transcurrido entre la aldea que las aguas del embalse habían dejado sumergida y Navas del Guadalquivir, donde aparte de la iglesia y veintiocho humildes casitas sólo había un comercio de ultramarinos en el que doña Matilda, además, servía vino y cerveza a los hombres y también vendía ropa y zapatos a las mujeres.
La niña, sin embargo, había tenido suerte. Todos decían que se había casado con un hombre bien situado. El novio, Miguelito Expósito, era el funcionario de correos que cada semana se acercaba al poblado con su motocicleta para llevar la correspondencia. El joven tenía un sueldo fijo. Eso había permitido que viajaran a Madrid, algo que en aquellos tiempos era un lujo.
Cuando regresaron de la capital, las gentes del poblado, excitadas por la curiosidad, les preguntaban… Aurora hablaba poco, pero Miguel se mostraba entusiasmado…
-Madrid es única –afirmó ante el corrillo de curiosos mientras saboreaba con delectación el humo de un Celtas emboquillado-. Ni siquiera podéis imaginárosla… Allí hemos estado divinamente. Por la mañana, paseábamos, y por la tarde, sacábamos entrada en alguno de los cines de la Gran Vía… Allí, las películas, las ponen en color…
-Una tarde –murmuró Aurora- fuimos al teatro…
-Ah, sí –confirmó el novio-. Fuimos al Gran Teatro… Aquello resultó magnífico… Verdaderamente maravilloso… Además, en esos sitios, la gente es muy educada… Nos llamó muchísimo la atención lo educada que es la gente allí…
Con los ojos abiertos como platos, todos escuchaban las explicaciones del cartero…
-Fijaros –prosiguió- que la tarde que fuimos al teatro, Aurora, al poco de comenzar la función, se quedó dormida en el asiento… ¡Ay, la niña roncaba dulcemente, como un ángel…!
Y sucedió entonces –siguió hablando Miguelito- que fueron tan amables los bailarines que para no despertarla durante casi dos horas estuvieron bailando de puntillitas…
“La gran calle de Alcalá
cómo reluce
cuando suben y bajan
los andaluces…”
Caracoles flamencos
El 1 de mayo de 1965 los ochenta y dos habitantes de Navas del Guadalquivir, un poblado de colonización levantado por el régimen de Franco para alojar a algunas de las familias que habían resultado damnificadas por la construcción del embalse del Tranco, estaban alborotados. Aurora, la hija de Donato y Feliciana, se casaba.
Esa misma tarde, los novios subieron al ferrobús que unía las ciudades de Sevilla y Córdoba y viajaron a la ciudad de los califas. La noche de bodas la pasaron en el hostal Mezquita, situado frente al edificio de la estación de ferrocarril, y a la mañana siguiente el expreso de Andalucía los llevó a Madrid, en donde tenían previsto disfrutar de los cuatro días de su luna de miel, alojados ahora en un hotelito de la calle de Alcalá.
Aurora, con diecisiete años, no conocía mucho mundo. Hasta ese momento su existencia había transcurrido entre la aldea que las aguas del embalse habían dejado sumergida y Navas del Guadalquivir, donde aparte de la iglesia y veintiocho humildes casitas sólo había un comercio de ultramarinos en el que doña Matilda, además, servía vino y cerveza a los hombres y también vendía ropa y zapatos a las mujeres.
La niña, sin embargo, había tenido suerte. Todos decían que se había casado con un hombre bien situado. El novio, Miguelito Expósito, era el funcionario de correos que cada semana se acercaba al poblado con su motocicleta para llevar la correspondencia. El joven tenía un sueldo fijo. Eso había permitido que viajaran a Madrid, algo que en aquellos tiempos era un lujo.
Cuando regresaron de la capital, las gentes del poblado, excitadas por la curiosidad, les preguntaban… Aurora hablaba poco, pero Miguel se mostraba entusiasmado…
-Madrid es única –afirmó ante el corrillo de curiosos mientras saboreaba con delectación el humo de un Celtas emboquillado-. Ni siquiera podéis imaginárosla… Allí hemos estado divinamente. Por la mañana, paseábamos, y por la tarde, sacábamos entrada en alguno de los cines de la Gran Vía… Allí, las películas, las ponen en color…
-Una tarde –murmuró Aurora- fuimos al teatro…
-Ah, sí –confirmó el novio-. Fuimos al Gran Teatro… Aquello resultó magnífico… Verdaderamente maravilloso… Además, en esos sitios, la gente es muy educada… Nos llamó muchísimo la atención lo educada que es la gente allí…
Con los ojos abiertos como platos, todos escuchaban las explicaciones del cartero…
-Fijaros –prosiguió- que la tarde que fuimos al teatro, Aurora, al poco de comenzar la función, se quedó dormida en el asiento… ¡Ay, la niña roncaba dulcemente, como un ángel…!
Y sucedió entonces –siguió hablando Miguelito- que fueron tan amables los bailarines que para no despertarla durante casi dos horas estuvieron bailando de puntillitas…
Menos mal que todavía existen Auroras y Miguelitos.
ResponderEliminarEres una narrador excelente, no me he despegado de las letras.
Besos Antiqva.
Es gentil, tu escrito, suave y delicado..,y me he reido al final.. pero lo he seguido como si fuera ese libro que recuerdo ahora...de los gozos y las sombras...
ResponderEliminartienes un estilo, sobrio, directo y que no cansa.
Me ha gustado..
Un abrazo..
Oh que detalle lo de bailar de puntillas, pero que bonito que él le resta importancia a que Aurora se durmiera. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarBesos Antiqva.
Me ha encantado el relato. Yo tambien he bailado de puntillitas.
ResponderEliminarBesos
jajajajaja qué arte!!
ResponderEliminarLa fotografía es magnídica y enmarcada con las ramas le da una profundidad extraordinaria :)
abrazo
Un relato muy dulce, muy bien escrito.
ResponderEliminarQué amable fue Miguelito con Aurora!
Me dejó pensando en cuánto ha cambiado el mundo...
Un beso
He venido de manera oficial
ResponderEliminara decirle:
Que va Usted a ser sobornado hoy dia de gracia 8 de Enero del año 2011,
se le pretende comprar su "alma de fotógrafo-poeta.."
ponga usted el precio.....
atentamente la casta política de este pais, que ya sabrá Usted que NUNCA tiene ni nombres ni apellidos en cuanto a responsabilidadades.... de ningún tipo.
He pasado ha gastarte esta pequeña bromita, del comentario anterior, que como puedes suponer es mio..
ResponderEliminarellos venden su alma política y al hacerlo mueren..
deseo que no lo tengamos ni tu ni yo que hacer nunca..
Un beso y espero que mi broma no te disguste...
Disfruto mucho de tus historias.
ResponderEliminarAlgún día tendré que ir por esos caminos.
Pd. Efectivamente existe una ciudad que se llama Córdoba y está ubicada en el estado de Veracruz. Queda a tres horas de mi ciudad. Es muy linda.
El mexicano que ayudó a los exiliados fue Lázaro Cárdenas.
pero qué ternura!
ResponderEliminarque sutileza,tu texto!
y leyendo los comentarios, es cierto lo que dice Estrella! recuerda "los gozos y las sombras2!
mil besos*
perdón:los gozos y las sombras 2,no, que este no tiene segunda parte.
ResponderEliminardebe leerse:"los gozos y las sombras"(comillas)
besos*
Hermoso y tierno relato, Antiqva, es una historia muy dulce, me ha gustado mucho¡¡
ResponderEliminarConfieso que esta no es la primera vez que visito tu blog; fue cuando te vi en las petiteses de Angeles, me llamó la atención tu pseudónimo, así que le seguí y encontré tus fotografías, magníficas¡¡¡
Gracias por tus palabras en mi blog, fue una alegría verte en él.
Amigo, un abrazo para ti también
Ío
Me encanto!!!
ResponderEliminarMe gusto mucho Antiqva y que delicados bailar de puntillas para no despertar el sueño de la niña, creo que la inocencia de las gentes de los pueblos son similares en todo lado, a comparacion de los que vivimos en ciudades grandes, mas tu mi amigo lo narraste tan bonito, que solo me queda dejarte mi mas ferviente felicitacion....
che cada vez q entro a tu blog me quedo envelezada viendo el logo así con el agua el paisaje..wow de verdad no me perdería una vista asi....
ResponderEliminarQué educados los bailarines!
ResponderEliminarMis papis también fueron a Madrid y jamás volvieron... porque no se les presentó la ocasión, supongo.
Un abrazo, buen humor para hoy! Genial!
UUuuuuuu, menuda palabrota me ha salido en la verificación de la palabra!!!!!
Cuando he leído La calle de Alcalá, me acabas de recordar atrás, cuando una vez en Madrid me anduve toda la calle jajajaja si es que no veía final.
ResponderEliminarLa foto bellísima.
Feliz domingo amigo.
Un beso.
Qué texto tan maravilloso y mágico... me encantó.
ResponderEliminarUn abrazo y mis deseos porque este nuevo año sea de bendiciones para ti y bueno que sigas escribiendo así.
ja ja excelente! Me gusta la candidez. Es tan difícil encontrarla hoy en día.
ResponderEliminarPor cierto muy buena foto
Un abrazo
Tienes que decirme de que parte de Castilla, yo soy bola....ja,ja, ja..
ResponderEliminarpero ojo serrana.... de sierra.. no de llanura..
ya me cuentas.
Un beso
jajaja, Antiqvua ¿es cosa tuya? Me enternece la parejita en los madriles capitolinos de aquellos añejos tiempos. Nada sabían del teatro en escenario, sabían de otro teatro campestre y duro donde el pantano engullía pueblos.
ResponderEliminarComo siempre, una gozada leerte, amigo, van dos besitos con chotís en Lavapiés.
Valladolid, de lágrimas sois valle,
ResponderEliminary no quiero deciros quién las llora.
Valle de Josafat, sin que en vos ahora,cuanto mas es día menos juicio halle.
Pisado he vuestros muros, calle a calle, donde el engaño con la corte mora, y cortesano y sucio os hallo ahora,siendo villano un tiempo de buen talle.
Todos sois Condes, no sin nuestro daño; dígalo el andaluz, que en un infierno debajo de una tabla escrita posa.
No encuentra al de Buendía en todo el año; al de Chinchón sí ahora, y en el invierno al de Niebla, al de Nieva y al de Lodosa.
Viejo poema...
¿Sois vos de Valladolid...????
Un beso
Hay que reconocer que Madrid tiene su encanto, aunque a veces he renegado mucho de mi ciudad.
ResponderEliminarUn detalle el de los bailarines, jajaja, me ha divertido el relato, muy bonito y muy tierno.
Un beso, Antiqva.
Los años de la inocencia, donde creer y casi todo... aún era posible... me gusta el estilo con el que nos los traes.
ResponderEliminarTe sigo, Antiqva.
Antiqva, al ver la foto, que por cierto me recordó a mi último viaje a la capital, el del sábado pasado pues pasé por ahí, pensé que nos ibas a contar algo de tu luna de miel. Te he leído atentamente y creo que no, que tu chica no se llamaba así, ni tú tenías este empleo, jeje.
ResponderEliminarEs un relato muy tierno el que escribiste, amigo, y el final buenísimo!
Ay, qué vida!!! Y todo eso que contaste es cierto, además...
Un abrazo
Conchi
Mis padres fueron de luna de miel a Madrid, cuatro días...jajaja...y como la cosa no daba para más, se alojaron en casa de una hermana de mi madre que vive allí, (Me lo imagino y buffff....).
ResponderEliminarFueron al cine, al teatro, al retiro, donde con una cámara prestada para la ocasión fotografiaron su viaje de novios. En este caso, mi madre era la mundana, salió a los 15 años de su pueblo en Valladolid para “servir”, primero en la capital Vallisoletana, luego en Madrid, después en Londres y para terminar en Valencia, donde conoció a mi padre que nunca, nunca había salido de la orilla del mar, (Ni siquiera sabía hablar castellano).
Me encanto el cuento, inocente, limpio y tierno.
Un beso Sr. cuentista
jaja...
ResponderEliminarEncantadora escena ;)}
besos!!!