Imagen: Antiqva
El 9 de octubre de 1921, mientras contemplaba en los cielos una exhibición de cometas que Carlos y Miguel Manos-Albas habrían de captar en bellas fotografías, el teniente Benicio Robles decidió que tendría que prestar más atención al negocio de cría de pájaros exóticos que había heredado de sus padres. Aquella soleada mañana, abstraído en sus pensamientos, el teniente, que ocupaba un puesto segundón en la sección de Aduanas del cuerpo de Carabineros, ni siquiera se percató de que los hermanos Manos-Albas habían fotografiado su perfil bigotudo, que quedaría para siempre plasmado en una imagen bien contrastada que algunos meses después merecería un galardón de plata en la Bienal de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos.
Después de más de treinta años de servicio, frustrados sus anhelos de ascenso, el teniente concluyó que carecía de sentido proseguir con unos esfuerzos policiales que además de que le estaban granjeando la enemistad de los vecinos nunca habrían de serle reconocidos por el mando. Su futuro militar, pensaba, había quedado estancado hacía demasiados años, de modo que decidió que aflojaría en su dedicación a la tarea de perseguir a los contrabandistas de oro y tabaco y el nuevo tiempo del que habría de disponer lo aplicaría al cuidado del criadero de pájaros, negocio del que esperaba obtener unos satisfactorios resultados financieros y un más que previsible éxito social ya que para las familias acomodadas de aquella ciudad provinciana los animales de compañía bien instruidos eran un producto apetecido. Cuando Benicio Robles tomó esa decisión, Carlos y Miguel Manos-Albas estaban aprovechando los momentos de luz azul de esa soleada mañana disparando de manera incansable esas máquinas de prodigios con las que eran capaces de captar, en opinión de los indios, las ánimas de las gentes.
Desde aquel día, la dedicación al negocio de cría de aves fue ocupando cada vez más tiempo de la vida del militar. Ese fue el motivo de que en la sangre de la mulata Abigail se fuera asentando, primero, un claro sentimiento de frustración y, más adelante, una mezcla en proporciones similares de angustia y desesperanza. Ocurría, según dicen, que la mulata, una mujer broncínea con la que el teniente había venido compartiendo muchas horas de dulces siestas, estaba tomando conciencia de que Benicio Robles, cada vez más absorto en las aves cantarinas, había dejado de atender adecuadamente sus requerimientos amatorios. Algunos decían que el militar, volcado en su nueva actividad, ya no disponía de tiempo para dedicar a su entretenida. Otros, repararon en que Benicio había cumplido los 55 años, edad que, sin duda, pesa en el ánimo de los hombres. Las gentes de la ciudad, en todo caso, se habían dado cuenta de que el soldado, con complacer a su esposa, doña Rosita, parecía estar adecuadamente satisfecho.
Contaban algunos que habría sido en aquellos tiempos cuando la mulata Abigail, abrumada por sus crecientes soledades, tomó la decisión de iniciar estudios de Astronomía. Parece que fue don Pedro de Alvear, el boticario, el que se ocupó de que varios manuales impresos en Barcelona que versaban sobre el movimiento de los astros llegaran a manos de la mujer. Tras muchos años de dedicación, Abigail habría de descubrir que existe una relación estrecha entre los movimientos de los planetas y la floración de las plantas. Llegaría a sostener, incluso, que cuando ciertos planetas en sus recorridos orbitales se alejaban de la tierra, las flores quedaban tan impregnadas de soledad que las mentes sensibles podían ver, incluso, como lloraban en los amaneceres. Parece que la mulata consiguió arribar a una ciencia tan elevada que todavía hoy existe en la ciudad una asociación de amigos de las estrellas que lleva su nombre: Abigail Montesinos.
Solo en tiempos recientes, cuando el doctor Heriberto Reyes publicó su tesis doctoral sobre “Los movimientos del oro y su influencia en las economías meridionales”, se ha sabido que los principales clientes de pájaros del teniente habrían sido los contrabandistas de metales preciosos de la región, interesados en que Benicio, enloquecido con las ganancias que obtenía con la venta de las aves, dejase de acosarlos con la saña con que antes lo hacía. En paralelo con el aumento del comercio de contrabando, exento de tasas y gravámenes, la provinciana ciudad habría de alcanzar en aquellos tiempos un desarrollo económico inusual.
Lo que no fue capaz de intuir el doctor Reyes es la estrella relación que había existido también entre el súbito frenesí de las compras ilegales de metales preciosos y el no menos brusco movimiento de esplendor que registraron en esos tiempos los estudios locales de Astronomía.
Cuanta sensibilidad la la de la mulata Abigail. Una verdadera erudita y una entresijada pero bella historia.
ResponderEliminarUn abrazo
Bonita historia de vidas concatenadas... Te mando un abrazo, compadre.
ResponderEliminarOsea, si me he enterado bien... cambió una bella mujer por dinero, pájaros...
ResponderEliminar¡Estos hombres están locos...!
Un beso, querido amigo.
Natacha
Qué bello relato que en este momento queda emparentado con una novela de Isabel Allende que estoy leyendo y habla de una mulata, esclava que deja contento a su patrón cuando él la demanda.
ResponderEliminarabrazos y besos amigo!!!!
Muy entretenida historia mi querido Antiqva, entre pajaros y estrellas que a la mulata le gustaba estudiar y avidos entremeces, me lleno la lectura de tu encantador cuento amigo....
ResponderEliminarVaya.. qué interesante historia en la que se entrelazan mundos diferentes y hechos, al parecer, sin relación alguna..
ResponderEliminarPero no.. nada hay que no esté concatenado, unidos por invisibles hilos que los 'contadores de historias' pueden desenhebrar ;)
un abrazo inmenso, querido amigo..
Una historia tejida entre los astros, el amor y el vuelo.
ResponderEliminarPesares, aburrimientos,escarceos amorosos y materialismo (el vil metal)que impera de una forma u otra.
Preciosa de verdad,hilvanada con ese gracejo tuyo inimitable.
Otro beso,que vengo tarde,pero cuando vengo...¡soy terrible!