
Aquella noche, la señorita C., estaba soñando que soñaba y en el sueño una fuerza inexplicable la obligaba a romper el espejo veneciano que tenía en su dormitorio. Al momento, del interior de su quebrado armazón brotaron dos pájaros. Ella nunca había sospechado que en el interior de los espejos pudieran anidar los pájaros. Cuando se alejaron revoloteando, la señorita C. miró más allá del cristal roto, temiendo que en su interior hubiera quedado olvidado algún polluelo. Fue entonces cuando vio que desde la obscuridad unos ojos la miraban. Se dio cuenta de que eran sus propios ojos. Eran sus propios ojos de antes, los ojos en los que ella había vivido hasta aquel día en que el negro Raulito la había abandonado buscando encontrar refugio en el cuerpo y en el alma de la niña Chole.
La señorita C., en el sueño, no lo dudó, saltó dentro del espejo y se integró con ella misma. Decidió que nunca saldría de allí. Esos serían siempre sus ojos.
Cuando despertó del sueño, la señorita C. lo había olvidado. Al poco, sin embargo, inexplicablemente, sintió que una fuerza desconocida la obligaba a romper el espejo veneciano que tenía en su dormitorio…