Imagen: Antiqva
El cronista Ben Said recoge una sabrosa noticia que nos habla del floreciente mercado de libros que existía en la Córdoba andalusí, en el que se subastaban las obras más raras o lujosas que imaginarse pueda con destino a las bibliotecas de sabios y magnates, que bien por interés erudito o simplemente por seguir una moda que emanaba del califa, rivalizaban en lograr su adquisición.
El bibliófilo al-Hadrami, en cierta ocasión visitó la ciudad de Córdoba y se desplazó al mercado de libros interesado en conseguir un manuscrito determinado, por el que sentía especial predilección e interés. Uno de los libreros le ofreció citado libro, en un ejemplar de letra hermosa y elegante encuadernación, iniciándose pronto la subasta del mismo, llegando nuestro hombre a ofrecer una suma muy elevada, muy por encima del propio valor del libro, pero siendo sin embargo siempre superado por otra persona que bien vestida y de aspecto principal logró, finalmente, quedarse con la obra.
Apesadumbrado, narra Ben Said: “acerquéme a él y le dije: “Dios guarde a su merced. Si el doctor tiene decidido empeño en llevarse el libro, no porfiaré más; hemos ido ya pujando y subiendo demasiado”. A lo cual me contestó: “Usted dispense, no soy doctor. Para que usted vea, ni siquiera me he enterado de qué trata el libro. Pero como uno tiene que acomodarse a las exigencias de la buena sociedad de Córdoba, se ve precisado a formar biblioteca. En los estantes de mi librería tengo un hueco que pide exactamente el tamaño de este libro, y como he visto que tiene bonita letra y bonita encuadernación, me ha placido. Por lo demás, ni siquiera me he fijado en el precio. Gracias a Dios me sobre dinero para estas cosas”.
Inmensa fue la decepción de nuestro hombre ante la argumentación de su rival. Al escuchar esa contestación sintió una indignación imparable y no pudo sino reprochar al otro amargamente: “Sí, ya, personas como usted son las que tienen dinero. Bien es verdad lo que dice el proverbio: Da Dios nueces a quien no tiene dientes. Yo que sé el contenido del libro y deseo aprovecharme de él, por mi pobreza no puedo utilizarlo”.
El cronista Ben Said recoge una sabrosa noticia que nos habla del floreciente mercado de libros que existía en la Córdoba andalusí, en el que se subastaban las obras más raras o lujosas que imaginarse pueda con destino a las bibliotecas de sabios y magnates, que bien por interés erudito o simplemente por seguir una moda que emanaba del califa, rivalizaban en lograr su adquisición.
El bibliófilo al-Hadrami, en cierta ocasión visitó la ciudad de Córdoba y se desplazó al mercado de libros interesado en conseguir un manuscrito determinado, por el que sentía especial predilección e interés. Uno de los libreros le ofreció citado libro, en un ejemplar de letra hermosa y elegante encuadernación, iniciándose pronto la subasta del mismo, llegando nuestro hombre a ofrecer una suma muy elevada, muy por encima del propio valor del libro, pero siendo sin embargo siempre superado por otra persona que bien vestida y de aspecto principal logró, finalmente, quedarse con la obra.
Apesadumbrado, narra Ben Said: “acerquéme a él y le dije: “Dios guarde a su merced. Si el doctor tiene decidido empeño en llevarse el libro, no porfiaré más; hemos ido ya pujando y subiendo demasiado”. A lo cual me contestó: “Usted dispense, no soy doctor. Para que usted vea, ni siquiera me he enterado de qué trata el libro. Pero como uno tiene que acomodarse a las exigencias de la buena sociedad de Córdoba, se ve precisado a formar biblioteca. En los estantes de mi librería tengo un hueco que pide exactamente el tamaño de este libro, y como he visto que tiene bonita letra y bonita encuadernación, me ha placido. Por lo demás, ni siquiera me he fijado en el precio. Gracias a Dios me sobre dinero para estas cosas”.
Inmensa fue la decepción de nuestro hombre ante la argumentación de su rival. Al escuchar esa contestación sintió una indignación imparable y no pudo sino reprochar al otro amargamente: “Sí, ya, personas como usted son las que tienen dinero. Bien es verdad lo que dice el proverbio: Da Dios nueces a quien no tiene dientes. Yo que sé el contenido del libro y deseo aprovecharme de él, por mi pobreza no puedo utilizarlo”.
Podéis ver dos opciones de esta imagen en "ANTIQVA
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Me imagino esa Córdoba, una ciudad en plena ebullición llena de cultura hasta las trancas, hermosísima la ciudad de las tres culturas.
ResponderEliminarHay hombres que siempre serán pobres, han nacido así y morirán así por mucha riqueza que tengan por fuera.
Excelente entrada.
Besos y feliz fin de semana.
Estoy con ojos negros, hay pobres que siempre serán pobres y nadarán en su pobreza.
ResponderEliminarPreciosa la foto.
Un abrazo.
Prefiguración del sistema educativo actual jaja...
ResponderEliminar(al menos en mi país)
besos amigo..
HERMOSA IMAGEN!!!!
ResponderEliminarotro mundo... en este mundo..
Estoy con Ojosnegros y mária... de la foto ya te dije en el otro ¿verdad?
ResponderEliminarabrazos de sábado
Conocí a alguien que hizo construir en su casa una hermosa biblioteca, con el mejor carpintero del pueblo. Después fue a la librería y pidió libros con tapas bordó.
ResponderEliminarCuando el librero preguntó por los títulos, dijo que no importaba. Solo eran parte de la decoración.
Es una historia tristemente real.
La tristeza del bibliófilo al-Hadrami es muy comprensible, todo aquel que ame los libros se hubiera sentido igual en la misma situación.
ResponderEliminar(Pensaba también mientras te leía, en internet, ese fenómeno que nos permite hoy, aquello que fue de unos pocos ayer: la Cultura. Libros, Museos, la misma Wikipedia con sus aciertos y errores, Música, Pinturas, Fotografía...)
Y si de fotografía se trata, la que acompaña este precioso relato, es muy bella!
Muchas Gracias Amigo! Un abrazo de lo más fuerte para Vos!
Los ricos de dinero suelen ser los más pobres de humanidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antiqva, agudísimo relato, en él apreciamos, o mejor lloramos, aquello de que no está hecha la miel para la boca del asno y sin embargo, ese rumiante lleva alforjas cargadas que suplantan su atrevida ignorancia. Queda el verdadero amante desprovisto de lo amado sinceramente, y el comerciante, tan ancho, a pujar que esto es mercado.
ResponderEliminarBaudelaire, algo picajoso, criticada a la burguesía "nuevos ricos" los reales beneficiantes de la cacareada revolución francesa, los llamaba ineptos ante la belleza, analfabetos, pero ansiosos coleccionistas de todo aquello llamado o titulado o proclamado como arte, para, así sus saloncitos, se rellenaran huecos con dorados objetos señalados como culturales y estéticos.
Ese cuento o relato no caduca.
Besitooos dolietes.
Como la vida misma.
ResponderEliminarPor mi tierra se dice" Dios da pañuelo al que no tiene narices", pero lo cierto, amigo Antiqva, es que el dinero todo lo puede y en su nombre comete toda clase de abusos.
Un abrazo
pobre hombre rico!
ResponderEliminarun abrazo*
Es una imagen hermosa, la arquitectura de esos edificios impresionante,...la verdad es que el dinero no hace la cultura de la gente, ni tampoco la felicidad como bien decia alguien,...
ResponderEliminarAntiqva, me gustó esta entrada y cuánta razón tenía el pobre hombre. No voy a añadir nada más pues ya está todo dicho, sólo que me hubiera gustado conocer la Córdoba de entonces...
ResponderEliminarLa foto, una maravilla. ¿Es actual? Ese cielo es impresionante sobre la Mezquita.
Un abrazo
Conchi
Me parece un relatoi muy triste, pero así es la vida, a veces, de injusta.
ResponderEliminarPasaré a ver las dos opciones de esa bonita foto.
Un abrazo, Antiqva.