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martes, 20 de marzo de 2012
Orisón, Rey de Tartessos
Dejamos atrás Gádir y costeando las tierras del Reino del Ocaso llegamos a la desembocadura del río Tartessos. Allí, aguas arriba, en una isla fortificada entre dos brazos del majestuoso río se alzaba la ciudad desde la que Orison, en un inmenso palacio que sostenían columnas de plata, regía aquel reino en el que ningún hombre de la Tierra Negra había puesto antes sus pies.
Cuando, con el aval de los sufetes gaditanos, fuimos recibidos por el Rey de Tartessos esté, complacido por la estatua de Isis y los demás presentes que Psamético había ordenado que pusiéramos a sus pies, nos dijo que él era hijo de Habis, el héroe que tras haber sido amamantado por una cierva había transmitido a los hombres los conocimientos de la agricultura, y que su abuelo fue Gargoris, que había descubierto el modo en que las gentes pueden obtener provecho de las colmenas.
Todo en su reino, que ocupaba ambas márgenes del río Tartessos hasta alcanzar las fuentes en que este río nace, en las montañas de plata próximas a Castulo, era prolífica riqueza. Nos dijo que era tanta la riqueza de minerales que había en su reino que en cierta ocasión “habiéndose incendiado una vez los bosques, estando la tierra compuesta de plata y oro, subió fundida a la superficie, por lo que todo el monte y colina era como un tesoro acumulado allí por una pródiga fortuna.” Pronto tuvimos ocasión de contemplar que era tanta la riqueza que se acumulaba en los pueblos de Tartessos que sus habitantes se servían de pesebres y de toneles de plata(4).
Sin embargo, a pesar de la colosal riqueza que acumulaba en su reino, Albaal y yo, en el encuentro que tuvimos con Orison, nos dimos cuenta de que el rey estaba entristecido. Pronto, por su propia boca, supimos la causa de ello. Nos dijo que su hijo Norax, un joven dotado de especial ingenio y valentía, había sufrido la descarga de un rayo, lanzado por el Dios de las Tormentas. Todo había sucedido cuando se encontraba cazando en el Cerro del Cobre. A media mañana, el día se había oscurecido y de súbito multitud de rayos habían sacudido los bosques. Uno de ellos había derribado de su montura al príncipe, que desde entonces sufría de dolorosas quemaduras que estaban destrozando su cuerpo y su espíritu.
Entonces, yo, Meriamon, capitán de marinos del Príncipe Psamético, hice saber al Rey de Tartessos que había sido educado en la Casa de la Vida y que conocía el modo en que los dioses hacen que sean curadas las quemaduras que puedan sufrir los hombres. Me dijeron que Norax estaba acostado en su cuarto de modo que pedí permiso para regresar a nuestra nave para recoger un papiro en el que el Profeta de la diosa Sekhmet del templo de Sais había reproducido diversos conjuros mágicos que todo servidor de nuestro Príncipe debía tener en su poder cuando llevaba a cabo alguna expedición que este le hubiera encargado.
Una vez que regresé con el papiro, me llevaron a la habitación del hijo del rey. Ordené que fuera quemado incienso y mientras su humo se elevaba a los cielos hice los ritos propiciatorios y leí las palabras de poder:
-Horus niño estaba en las marismas del Nilo. Fue entonces cuando el calor y la inflamación se abatieron sobre sus miembros. Nadie sabía la causa de este mal. Nadie sabía que era lo que le sucedía al niño. Isis, su madre, no estaba para conjurar el mal. Osiris, su padre, tampoco estaba. Hapy e Imset, que estaban al lado del niño, gritaron: “El hijo divino –dijeron- es todavía un niño de pecho, y el fuego es poderoso. No hay nadie que pueda salvarle de eso”. Entonces fue cuando Isis, su madre, salió del taller de tejido en el que ella había estado desliando tela. Y cuando vio a Horus dijo: “Ven Neftis, hermana mía. Teje tú el hilo de mi vestido y haz que pueda ir a ayudar a mi hijo. Yo sé como hacer que se extinga el fuego de su cuerpo. Con la leche de mis pechos conseguiré que su fuego se extinga. En mis pechos está la leche de curación. Yo, Isis, vierto mi leche sobre tus miembros, hijo mío, y tus heridas sanan. Yo, Isis, hago que el fuego se aleje de ti, a pesar de lo poderoso que era”.
Estas palabras de poder las dije yo, Meriamon, sobre cortezas de acacia, panecillos de cebada, granos uah cocidos, coloquintos cocidos y culantros cocidos. Con todo ello, había hecho antes una masa que había mezclado con leche de una madre que había alumbrado un hijo varón. Lo alisé con una rama de ricino y coloque con sumo cuidado sobre las heridas del príncipe(5).
Después, dejamos que Norax reposara en la noche en el sosiego de su habitación. Todos nos retiramos. A la mañana siguiente, supimos que las heridas habían sanado y que el fuego se había retirado. El poder de Isis, la Gran Maga, había triunfado sobre la fuerza de los rayos del Dios de las Tormentas. Del mismo modo que Isis había sanado a su hijo cuando esté enfermó de fuego en las marismas del Nilo, yo, Meriamon, usando el poder de la diosa, había salvado al hijo del Rey de Tartessos.
NOTAS
4) La frase entrecomillada: “habiéndose incendiado una vez los bosques, estando la tierra compuesta de plata y oro, subió fundida a la superficie, por lo que todo el monte y colina era como un tesoro acumulado allí por una pródiga fortuna.”, procede del geógrafo helenístico Estrabón, así como la noticia de que los antiguos habitantes de Tartessos eran tan ricos que se servían de pesebres y de toneles de plata.
5) La fórmula que Meriamon utiliza para sanar de las quemaduras al hijo del Rey de Tartessos es la receta mágico-médica para sanar a un niño de una quemadura que se nos ha transmitido en el llamado Papiro Médico número 10.059, conservado en el Museo Británico.
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Habrá que tener una copia de ese papiro médico siempre a mano en la cocina, por si alguna quemadura... ;)
ResponderEliminarPreciosa esta historia de salvación médico-mágica. Me ha encantado cómo la has relatado. Cada vez lo haces mejor... Un abrazo muy fuerte.
ResponderEliminarUn hermoso relato Antiqva, Isis la diosa sana a su hijo Horus vertiendo su leche sobre él, eso tiene un tremendo simbolismo, la maternidad es vista como sagrada en muchas creencias, y mas tratandose de Horus que es como el Cristo de Occidente....
ResponderEliminarMeriamon, marinero y mago, aprendió el saber y los conjuros de Isis, protectora también de los nacegantes, en la Casa de la Vida. En Tartessos la muy feliz y rica, sus artes sirven a la vida al salvar la del joven príncipe.
ResponderEliminarMe fascina este viaje desde su comienzo, ahora me encuentro intrigada en la tierra del oro y la miel, esperando acontecimientos de tus prodigiosas letras.
Besito a orillas del fecundo río.
Sangre tartésica corre por mis venas y puedo decir que Argantonio último Rey de los Taressos, fue mi tío.
ResponderEliminarBesos sevillanos
Sin duda el haber sanado al hijo del Rey de Tartessos le va a traer cosas buenas a Meriamon... Me ha quedado una duda.. Entonces esa formula médigo-mágica para curar quemaduras ¿es real?
ResponderEliminarBesitos.
quize decir médico-mágica...error de dedo. :)
ResponderEliminarEfectivamente, amiga Diazul, es un conjuro real que sobre la base de las vírtudes "médicas" de la leche de la madre permitía curar las quemaduras.
ResponderEliminarEn los mitos antiguos, el niño Horus sufrió un fortisimo ataque de fiebre cuando vivía escondido en las marismas del Delta (huyendo de la amenaza de su tio Seth, que habia asesinado a Osiris, padre de Horus). En aquella ocasión, Isis con la leche de sus pechos sanó al niño enfermo.
Los magos egipcios pensaban que del mismo modo en que Isis habia curado al niño Horus, ellos podian aplicar esa formula y sanar a otros niños igualmente enfermes de fiebre o quemaduras.
En suma, es un conjuro real. No es que yo lo haya inventado.
Un abrazo, amiga
Antiqva, es una gozada leerte. Una clase de historia antigua. Me pierde la arqueología!
ResponderEliminarBesos,
Un conjuro real que ha sido magistralmente contado,me ha encantado,como dice Isabel cada vez escribes mejor si eso es posible.
ResponderEliminarBesos.
Impresionante el relato de historia. Ya ves que a veces ni toda la riqueza del reino es suficiente para estar sano. Desde luego Meriamon tiene ganado el afecto eterno del rey de los Tartessos por sanar a su hijo.
ResponderEliminarBesitos.
Chaval ya te sigo y luego me pasearé por tus jardines que son preciosas,
ResponderEliminarGracias y un abrazo.
Ambar
¡Cómo disfruté de este llegada al reino de Tartesos! La lectura, como te han dicho otros cometaristas, es muy placentera.
ResponderEliminarJustamente llego tarde a leerte porque quería disfrutar de este viaje con calma.
Evidentemente los Antiguos Egipcios conocían muy bin los beneficios de la leche materna y en especial del calostro.
Besos, Feliz Primavera y muy buen fin de semana.
Stupende arcate e bella foto! Complimenti, ciao e buon weekend! Cri : )
ResponderEliminarMe encantan esas notas aclaratorias que pones al final, creo que ya te lo he dejado escrito, me ayudan a entender la trama del cuento mucho mejor,
ResponderEliminarun abrazo.
Apabullas con tu sabiduria, amigo Antiqva, parece una clase de historia, pero muy amena, eso sí, y me gustó mucho este nuevo capítulo.
ResponderEliminarTe supongo en el siguiente, no menos hermoso, no menos interesante.
Gracias por estos momentos, siempre un placer venir a disfrutar.
Abrazos para ti
Ío
(en algún momento me recordó el nacimiento de Roma, por aquello de la cierva-loba)
qué belleza de relato! no sé cómo pude (casi) perdérmelo! y voy al siguiente capítulo!
ResponderEliminarVuelvo a releer esta historia más despacio y con atención, realmente tus relatos nos tranportan a ese tiempo, es hermoso concentrarse en ellos cuando se leen.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ambar.