Doble representación de la Cúpula Celeste.
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Inundada de lágrimas, consciente de que nunca podría tener hijos, Nut decidió un día hablar de todo ello con el propio Thot, divinidad que simbolizaba la sabiduría y a la que Dios había adjudicado la Luna. No pensaba Nut que Thot pudiera brindarle alguna solución, dada la ira que había manifestado Ra, más bien pretendía encontrar el consuelo que se obtiene en el alma cuando alguien llora en presencia de un amigo. Y Nut, arrepentida de eso que había hecho, que quizás nunca lleguemos a conocer, lloró y lloró de manera desconsolada aquella noche.
Entonces fue cuando Thot, dios de la sabiduría, creador del idioma de los dioses (los jeroglíficos) y al que los griegos habrían de llamar Hermes Trimesgisto (el Tres Veces Grande), tuvo una idea que habría de permitir que la maldición de Ra fuera, de algún modo, eludida.
Thot hizo saber a la Luna que deseaba jugar con ella una partida de dados, y esta –que a fin de cuentas había sido colocada “a las órdenes” de él por Ra- no pudo eludir esa invitación al juego, que se fue desarrollando a lo largo de multitud de sesiones en las que Thot resultó siempre –una y otra vez- vencedor.
Se habían realizado muchas sesiones de juego, todas perdidas por la Luna, cuando esta decidió, abrumada por la derrota, jugarse lo más valioso de si misma: decidió jugarse su propia luz. Y sucedió que nuevamente la Luna perdió esa nueva jugada, y siguió perdiendo las partidas que siguieron. Nunca consiguió vencer a Thot, cuya destreza con los dados habría de resultar, desde entonces, proverbial. Fue así como Thot al cabo de muchas sesiones de juego consiguió ganar a la Luna la luz que el precisaba para llevar a cabo la idea que había surgido en su mente para lograr vencer la maldición que pesaba sobre Nut. Gracias a su habilidad con los dados Thot consiguió la luz necesaria para, gracias a su inmenso poder mágico, iluminar el mundo durante cinco días enteros.
Desde entonces los hombres sabemos que la Luna –gran perdedora del juego- no brilla siempre con la misma fuerza. Sabemos que durante ciertos días va decreciendo y durante otros parece ir recuperando su fuerza. El motivo de esas diferencias de poder es que jugando con Thot habría perdido la luz precisa para iluminar esos cinco días enteros.
Buscando favorecer a la desconsolada Nut, que no entendía que ante su aluvión de lágrimas su amigo se hubiera lanzando a un frenético juego de dados con la Luna, Thot hizo todo lo necesario para que esos cinco días que había arrebatado a su rival fuesen colocados entre el último día de cada año que acaba y el primer día del año que le sigue. Surgieron así cinco días que no pertenecían ni al año viejo ni al año nuevo. Eran cinco días que no eran de ningún año.
Así fue como gracias a la estratagema de Thot habría de tener Nut cinco hijos con su amado Geb (la Tierra): el día primero nació Osiris, que habría de ser el Rey de la Ultratumba; el día segundo llegó a la luz Horus el Viejo, símbolo celeste; el día tercero alumbró a Set, que habría de representar a las fuerzas del caos y de lo estéril; el día cuarto nació Isis, la Grande de Magia, Señora del Trono de Egipto, y el quinto día, finalmente, llegó a la vida Neftis, bello símbolo del amor fraterno.
Ah -diréis-, que listo era Thot. Tuvo la habilidad inmensa de sin quebrantar la maldición de Ra –cosa que no hubiera podido hacer- conseguir que Nut cesara en su desconsuelo y diera a luz cinco hijos a cuya existencia se remontan los primeros momentos de la historia de Egipto.
Y es que todo esto habría sucedido, tal como Thot había tramado, en esos cinco días que no pertenecían a ningún año.
Nota final
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Egipto tuvo, en esencia, una cultura típicamente agraria y desde muy antiguo los hombres fueron conscientes de que las cosechas dependían de la Gran Inundación que cada año producían las aguas del Nilo. Sin la fertilidad producida por la crecida de las aguas la vida no hubiera sido posible en las tierras del valle, al menos entendida de la forma en que los egipcios llegaron a desarrollarla.
También desde tiempos antiguos los sacerdotes egipcios se dieron cuenta de que la crecida de las aguas estaba vinculada con el orto helíaco de la estrella Sirio, también llamada Sotis (astro asimilado a la diosa Isis). Buscando fundamentar un conocimiento que les permitiera saber cuando daría inicio la Gran Inundación del año siguiente los egipcios crearon un calendario de 360 días que dividieron en 36 decanos, cada una de ellos regido por los designios de una determinada estrella.
No hubo de pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los egipcios llegaran a ser conscientes de que un año de 360 días no les iba a permitir anticipar con una mínima exactitud en que momento se iba a producir la próxima inundación anual. De hecho, se dieron cuenta de que cada año se iba produciendo un desfase (acumulativo) de cinco días. Digamos que el primer año la inundación habría llegado con un retraso de cinco días; el segundo, con diez días; el tercero, con quince… Pronto estuvo claro que resultaba imprescindible añadir otros cinco días al año egipcio para que así este coincidiera con el calendario natural.
Fue entonces cuando Thot habría decidido retar a la Luna a una partida de juego de dados que habría de resultar legendaria.
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