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martes, 13 de marzo de 2012

El viaje al Reino del Ocaso

Imagen de Internet


Psamético, mi Señor, seguió hablando:

-Una nave de Hissan, el mercader más rico de Biblos, llegará al Delta del Nilo próximamente. Es mi deseo que te unas a esa nave que ha de llegar y que viajes en ella al Reino del Ocaso. Cuando tus pies pisen esas tierras debes conseguir de que con los más depurados minerales se fabrique un casco tan excelente que incluso los dioses lo codicien. Ese casco de bronce debe ser digno de ser portado por un dios o por un rey. Ese casco, Meriamon, será para mí. Solo yo, tu Señor, seré digno de portarlo en mi cabeza. Esto es lo que deseo que hagas.

Habían pasado cuarenta días cuando arribó al puerto el navío que Hissan de Biblos había brindado al Príncipe para esta expedición. Albaal, el capitán, me recibió en su camarote. Estaba sentado en su silla de mando, con la espalda vuelta hacia una ventana por la que se veía el mar. Mientras hablábamos de los peligros que nos acecharían en el viaje yo podía contemplar como las olas del poderoso mar parecían empapar su cuello con su espuma.

Abandonamos la Tierra Negra(1) el día tercero del segundo mes de Shemu(2). Llevábamos una estatua de la divina Isis que mi Señor deseaba regalar al Rey de Tartessos. No sabía entonces que la nave transportaba también una imagen de Astarté que los marinos fenicios habrían de entregar como tributo, durante el viaje, al Dios del Mar.

Albaal, el capitán de la nave, me dijo que el viaje al Reino del Ocaso habría de durar veintidós días con sus noches y que habríamos de hacerlo costeando las tierras de Libia siguiendo una ruta que solo conocían los marinos fenicios. Habría luego de saber que iríamos recalando en los puertos de varias ciudades aliadas de Biblos: Cirene, Leptis, Cartago y Tingis. También me dijeron que Cartago, emplazada en un promontorio frente a la isla de Sicilia, estaba situada a la misma distancia de Biblos que de Tartessos y que desde que las ciudades fenicias habían caído bajo el yugo de los asirios, Cartago era la gran metrópoli de este pueblo de mercaderes. Cuando, al fin, arribamos a Tingis me dijo Albaal que en las tierras que se veían al otro lado del mar se alzaban las Columnas de Atlante, que unían la tierra con el propio cielo.

Dos jornadas antes, buscando que el Dios del Mar nos concediera su auxilio para navegar por las aguas del Océano, Albaal había ordenado que se hicieran ofrendas de muchas cosas buenas a esta divinidad, de modo que una vasija de barro que contenía oro, plata, lapislázuli y turquesas fue arrojada a las aguas. También se ofrendó al dios una estatua de bronce de Astarté, la hija de Ptah, diosa irascible y violenta que habría de encargarse de entregar todos esos presentes al Dios del Mar. Todo ello complació a la divinidad y el propio Señor de los Dioses, Amón, a la mañana siguiente, nos confirmó que nuestra petición sería atendida brindándonos un majestuoso amanecer en el que las aguas del mar se manifestaron en una calma especial.

Traspasadas las Columnas de Atlante llegamos al mar Océano, a las aguas del Fin del Mundo. Era el Océano un mar que tenía otras olas y otros vientos muy distintos a los de los mares que conocían los hombres de la Tierra Negra. Albaal me dijo que nunca antes ningún egipcio había arribado a estos confines del mundo. Me dijo también que más allá de Tartessos, en la Tierra de las Nieblas, donde habitaban los cimmerios, estaba situada la entrada del Inframundo, enfrente justo de un santuario que esas gentes impías habían consagrado a la Dea Inferna.

Fue así navegando por unas aguas que solo los marinos fenicios conocían como arribamos al fin a Gádir, la ciudad del mar en la que sobre las islas Erytheia, Antipolis y Kotinousa estos hombres habían establecido su emporio comercial en las tierras del Fin del Mundo, en las inmediaciones del mítico Reino de Tartessos. Fue en estos apartados rincones donde Hércules había vencido al gigante Gerión, de tres cabezas. Albaal, el capitán de nuestra nave, me dijo que la isla principal se llamaba Erytheia debido a que los fenicios que la fundaron en los tiempos que siguieron a la guerra de Troya procedían de Tiro, en las inmediaciones del mar Eriteu(3). También me hizo saber que en circunstancias normales allí hubiera terminado nuestro viaje, ya que los comerciantes gaditanos eran quienes se ocupaban de negociar con los tartesios el intercambio de productos. En este ocasión, no obstante, Albaal, tras entregar a los sufetes que regían la ciudad los ricos presentes que Psamético, nuestro Señor, Príncipe de Sais, les concedía les hizo saber que debíamos proseguir nuestro viaje hasta arribar al palacio de Orison, el Rey de Tartessos, por ser ese el deseo de nuestro Señor. Complacidos con los abundantes presentes que Psamético les había otorgado, los magistrados de Gádir no se pusieron a nuestra petición...


NOTAS

1) Para los egipcios su país era la Tierra Negra, la tierra que ha sido fertilizada por las aguas del Nilo, por oposición a la estéril Tierra Roja del desierto.

2) La expedición en la que Meriamon alcanzó el Reino de Tartessos partió de Egipto el día tercero del segundo mes de Shemu (la estación de la Recolección), equivalente a nuestro 28 de mayo. El verano era la época más propicia para llevar a cabo los viajes marítimos en los tiempos antiguos.

3) El mar Eriteu, en cuyas inmediaciones se alzaba Tiro, la ciudad de donde provenían los fundadores de Gádir, es nuestro Mar Rojo.

16 comentarios:

  1. Desde la Tierra Negra cruzando las columnas de Hércules, me tienes preparada para llegar a la mítica Tartessos, oh escriba iluminado por Ra con el don de las palabras, no demores tu viaje que mi espiritu se impacienta.

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  2. Genial, Antiqva; además de bello y emocionante, tu relato es una clase de historia, y me refiero a clase impartida, no a otra clase de clase :)
    Sigamos, sin demora...

    Abrazos

    Ío

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  3. navegante soy, entre la historia


    besos, amigo*

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  4. A qué mundos nos llevas, me pierdo mucho con los personajes, mi incultura sobre la antigüedad es supina. pero me gusta leerlo.
    Un abrazo.

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  5. Esplendido relato amigo, los tributos de los hombres que cruzaban mares tan turbulentos tenian que ser acorde a los dioses, sino la furia de estos era inimaginable,...

    Llegaran a Tartessos estos heroes... espero que si, me uno a la aventura y a las mitica historia que nos tienes preparada

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  6. Siento como si estuviera en ese navío, experimentando ese viaje aventurero y emocionante.

    Un abrazo

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  7. Sin duda llegaran sin contratiempos, porque no escatiman en gastos y los presentes que entregan a Dioses y humanos no son de cuatro monedas precisamente, que impuestos hay que pagar en todas la épocas.
    Un bonito viaje que seguiré con devoción, aunque confieso que me pierdo con tantos datos, pero aprenderé.

    Besitos.

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  8. Estupendo el texto que nos has dejado. Un placer volver por tu casa.

    Saludos y un abrazo.

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  9. La aventura del saber...
    Eso me llevo yo de estas historias tan bien contadas.
    Un placer leerte!!

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  10. El afán de aventura unido a la búsqueda de materias primas fue el que abrió las puertas al progreso y al descubrimiento de nuevos mundos.

    Magnífico relato, Antiqva.

    Un abrazo.

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  11. Estos navegantes tenían más mérito que los astronautas.

    Un beso,

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  12. Ando media perdida entre el Delta del Nilo y la Tierra Negra... pero te sigo los pasos... ;)

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  13. woww...le fué muy bien al Dios del Mar, con tremenda vasija de barro llenita de oro y piedras preciosas..Pues sí que es una clase de Historia en la que por momentos me pierdo, pero bueno lo cierto es que ese viaje debió ser de lo mas emocionante para todos sus tripulantes.

    Besitos.

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  14. Hola mi buen amigo.
    Muy bello lo que nos regalas, muy interesante y digno de leerse despacito y saborear estos trocitos de historia. Gracias.
    Un abrazo.
    Ambar.

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  15. Me siento como si fuera un polizonte, viviendo en primera persona esas ofrendas -y envidiándolas un poco también.

    dos abrazos

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Gracias, siempre, por tus palabras...

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