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lunes, 2 de noviembre de 2009

ALAMBRADAS

Imagen: Antiqva




La señora R. habría la marcha. Con una linterna alumbraba débilmente el sendero por el que un grupo de amigos caminábamos contemplando las estrellas en una noche de prodigio, sin nubes ni luna. La negrura de la noche, en las alturas de la sierra, lo envolvía todo y arriba, en el cielo, las estrellas se manifestaban con un porte lujurioso.

Admirando la belleza de la Vía Láctea, yo cerraba la marcha. Delante de mi, a tres o cuatro metros, temiendo dar algún traspiés en la oscuridad, caminaban Lucía y el señor H. Charlaban entre ellos amigablemente.

Aquella noche, conscientemente, me iba quedando rezagado. No quería que las conversaciones distrajeran mi atención de lo que consideraba importante: contemplar el cielo. La verdad es que nunca antes había tenido una conciencia tan clara de lo bella que resulta la Vía Láctea cuando se contempla desde una cierta altura, envuelto uno en la oscuridad.

En cierto momento, sin embargo, dejé de contemplar las estrellas. Había reparado en que el señor H. le estaba contando algo a Lucía. Entre los susurros de la noche, había creído escuchar ciertas palabras que remitían a algo que habría sucedido en un campo de concentración en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Pensé que hablaban de algún documental emitido en la televisión.

Algo después, terminado el paseo nocturno, ya en el hotel, me interesé por esa conversación de la que había escuchado palabras inconexas.

-Fíjate –decía Lucía- lo que me ha contado H. es realmente increíble… Tan increíble como terrible o maravilloso. Todo ello se aúna.

Miré interrogante a mi amigo, el señor H., un hombre nacido en Bélgica…

-Hace unos meses –comenzó a hablar él- uno de mis sobrinos, desde Bélgica, se puso en contacto conmigo y me hizo saber que había descubierto que en cierta web alguien había puesto a la venta unos manuscritos de cuentos infantiles que habrían sido escritos por mi padre… Mi sobrino sabía que él había sido escritor y se le había ocurrido escribir su nombre en el buscador de Google intentando acceder a alguna información que pudiera existir en Internet sobre él. Había sido así como había reparado en ese ofrecimiento de venta.

-En 1940 –prosiguió el hombre- mi padre fue deportado por los alemanes, junto con otros belgas, a un campo de trabajo en el que estuvo internado hasta los momentos finales de la guerra. Él no solía hablar de esos años terribles pero cuando alguna vez lo hizo nos dijo que su vida allí había sido relativamente soportable. Trabajaban talando árboles en un bosque cercano al campo y aunque la comida era escasa lo cierto es que allí no morían de hambre. Considerando la barbarie nazi, lo cierto era que en aquel campo, destinado mayoritariamente a franceses y belgas, se podía sobrevivir.

-Sin embargo –decía el señor H.- junto al campo de trabajo de mi padre había otro, en el que las personas retenidas eran mujeres polacas de origen judío a las que los alemanes, simplemente, dejaban morir de hambre. Cada mañana, mi padre, y tantos otros –proseguía nuestro amigo- cuando marchaban al trabajo en el bosque, intentaban llevar algún mendrugo de pan que arrojaban a esas mujeres, por encima de las alambradas, cuando pasaban a su lado. Él nunca pudo olvidar como ellas, esqueléticas y enfermas, se arrastraban por el suelo intentando alcanzar los trozos de pan. Esa fue, sin duda, su peor experiencia en aquellos espantosos años.

Supe así en el transcurso de la conversación, que ahora, pasado tanto tiempo de aquello, alguien había puesto a la venta unos manuscritos, dos sencillos cuadernos, que contenían diversos cuentos que nuestro hombre había escrito en aquellos tiempos. El vendedor, que resultó ser una persona que vivía en Polonia, afirmaba que además de la firma del autor, en la primera página estaba escrito su nombre y una fecha: 1943. El señor H. nos dijo que todo eso encajaba. El sabía que su padre había sido una persona meticulosa y que en sus manuscritos dejaba siempre constancia, además de su propio nombre, del año en que lo había terminado.

Supimos, finalmente, que gracias a la ayuda de una intérprete, el señor H. había podido ponerse en contacto con el vendedor del libro de cuentos, que manifestó que desde siempre había pertenecido a su familia. Al parecer un hombre se lo había regalado a sus abuelos que le habrían proporcionado comida cuando esa persona, en los tiempos finales de la guerra, llegó a su granja. El vendedor había escuchado decir a su madre que en aquellos tiempos eran muchas las personas desplazadas por los vaivenes bélicos y quién dejó los manuscritos en su casa parece que les había dicho que intentaba, simplemente caminando, retornar a su patria.

Así fue como, al fin, por un modesto precio, unos 180 euros, el señor H. pudo conseguir esa obrita de incalculable valor para sus sentimientos. De un modo inesperado había llegado a sus manos un par de cuadernos en los que su padre había escrito diversos cuentos infantiles en unos tiempos terribles. En este punto de la narración, el hombre tenía los ojos enrojecidos. Lucía y yo sentíamos una presión inusual en nuestras gargantas.

Nos dijo, finalmente, nuestro amigo que su padre, en los cuadernos había plasmado once cuentos que destacaban por la ingenuidad que desprendían las historias. Sin duda, habían sido creados para ser leídos a niños. Ninguno de ellos estaba ambientado en algún espacio que pudiera ser reconocible, si bien en uno, el último que escribió, la acción se desarrollaba en un paisaje boscoso en el que, de manera vaporosa, su padre hablaba de cierta alambrada y de cierta persona, quizás un soldado, que la vigilaba. Los niños que protagonizaban ese cuento tenían prohibido acercarse allí.

Pienso que es posible que el padre del señor H., cuando fue internado en el campo, hubiera hecho saber de sus habilidades literarias a sus guardianes, que habrían sido quienes le habrían suministrado aquellos cuadernos con la idea, posiblemente, de que creara cuentos destinados a los hijos de los mandos nazis del campo. Así se podría explicar que a pesar de estar detenido hubiera podido escribir estos sencillos relatos. Nunca lo sabremos. Lo que si nos dijo el señor H. es que su padre, antes de que estallara la guerra, había publicado varios libros de poesía. Sin embargo, cuando la guerra terminó, jamás volvió a escribir un poema. Desde entonces solamente escribió cuentos. Quizás las experiencias vividas con los hombres en aquellos años terribles tuvieran algo que ver con esa decisión que tomó.

En todo caso, el padre de nuestro amigo –según este nos decía-, en las escasas ocasiones en que hablaba de esos tiempos, solía decir que su vida en el campo nazi había sido relativamente soportable. Lo peor habría de ocurrir cuando a punto de terminar la guerra los soviéticos liberaron el campo. Fue entonces cuando los soldados del Este atemorizaron a los detenidos y les robaron todas sus pertenencias, tan escasas como pobres: relojes, medallas, ropa… Igualmente, las mujeres que encontraron fueron violadas. Para entonces la inmensa mayoría de las mujeres polacas internadas en el vecino campo habían fallecido. Todo sugiere que los manuscritos habrían pasado desapercibidos para los saqueadores. Los soldados, sin duda, no prestaron especial interés a esos cuadernos en los que alguien, en una lengua que les sería desconocida, había escrito cosas incomprensibles.

Tras la desbandada nazi, los detenidos de aquel campo de trabajo, violentados y robados por sus liberadores, habrían de ser luego abandonados a su suerte en aquella tierra de nadie situada entre Alemania y Polonia. Comenzaba ahora una penosa odisea para el padre del señor H. en su deseo de lograr volver a casa. El Ejército Rojo no tenía tiempo para ocuparse de ellos. Al modo de un lobo inmenso y hambriento todas las fuerzas soviéticas se dirigían al corazón de Alemania. Tenían prisa por conquistar Berlín.

Habría sido en este contexto cuando nuestro hombre, famélico y desorientado, con el único equipaje de aquellos cuadernos, habría llegado a esa granja en la que sus atemorizados habitantes le dieron algo de comida. El hombre nunca pudo pensar que aquellos manuscritos que les regaló en señal de agradecimiento, habrían de llegar algún día a manos de su propio hijo.


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11 comentarios:

  1. Es una historia real??
    Dios!, qué vueltas tiene a veces la vida!; qué maravilloso encontrar estos cuadernos... como una forma de "reencontrarse" con su padre y su historia.

    un abrazo.

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  2. Si ya se sabe que el mundo es un pañuelo, Antiqva, parece un cuento basado en algo real.
    Un abrazo.

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  3. Es una maravillosa historia Antiqva las cosas de la vida diria alguien, yo pienso que lascosas a veces obedecen a un orden divino, y asi es que el hijo pudo reencontrarse con aquellos manuscritos que de alguna forma eran parte dela memoria de su padre
    Besitos amigo y mucha paz en ti
    De corazon a corazon
    Janeth

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  4. La casualidad ,el azar el destino hay cosas predestinadas de alguna manera,una historia maravillosa,un encuentro emotivo que supera el pasado.

    Excelente texto.

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  5. Creo en estas cosas, en como el destino se escribe para que las no-casualidades se abran paso, porque estoy segura de que si los cuento cayeron en manos del hijo, era por algo...

    Todo está escrito, mi amigo...

    Un abrazo enorme, mientras corto las alambradas.

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  6. hola amigo ,
    Cuanto tiempo!
    no tengo muchas ganas de escribir , no de sentarme delante d e esta ventana , pero de vez en cuando, no me resisto a visitar esas orillas de mis puentes.
    que historia mas increible, es cierta?
    un beso

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  7. Cosas que suceden cuando las leyes de este mundo son superadas por leyes supremas ;)

    Me gustó toda la historia pero todo aquello de que el hombre escribía cuando estaba cautivo, me deja pensando en que no hay cárcel que pueda esclavizar el espíritu. Existe un lugar íntimo donde reside nuestra suprema libertad, aquella inalienable...

    Supongo que de allí nacieron sus palabras y por eso llegaron a su destino final...

    Todo está conectado, creo yo, mi querido amigo...

    Recibe todo mi cariño ;)

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  8. Impresionate historia,Antiqva.
    Esto demuestra,al menos a mi parecer,que el mundo y sus misterios es insondable.
    Siempre habrá algo que nos acerque a la apoplejía.
    Que tras todo esto,anclado en un tiempo y espacios diferentes, en una época sórdida,cruel en extremo y dolorosa sin límites,aquellos cuadernillos llegasen a manos del hijo del protagonista...
    Me parece,como poco,para reflexionar sobre eso que llaman destino...
    Y tantas otras cosas,claro...
    Genial.
    Besos.

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  9. Antiqva, me ha gustado mucho tu relato. Al final te veo publicando tu libro de cuentos. Espero que puedas hacerlo tú y que no se lo encuentren en internet alguno de tus nietos.
    La historia la ambientaste perfectamente y todos sabemos que esto es verdad.
    La foto, preciosa!
    Un abrazo y feliz fin de semana.
    Conchi

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  10. Paso corriendo a dejarte un besito... a ver si mañana te puedo leer...
    Un beso, corazón.
    Natacha.

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  11. Has escuchado sobre la teoría de los 6 grados? Según esto, a través de 6 personas totalmente desconocidas entre sí se puede encontrar la relación de practicamente el mundo entero! ¿será?
    Leyendo tu relato, ficción o realidad, pienso que un día nos daremos cuenta que más alla del internet nuestra amistad esta ligada al destino.

    Otro abrazo querido Amigo!

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Gracias, siempre, por tus palabras...