
Todos los integrantes del clan, enardecidos por los cánticos y chillidos, contemplaban al brujo con los ojos enrojecidos.
-Los vivos –siguió gritando el lisiado- cuando llega el amanecer despertamos del sueño de la noche. Los que han muerto, cuando nace el Sol, también despiertan del sueño de la muerte y arriban al reino de los espíritus… ¡Oh, Luna, yo te invoco…! Te ordenó que esta noche permitas que Lobo Negro atraviese tu reino de oscuridad. Te exijo que no impidas que Lobo Negro pueda renacer en el nuevo amanecer. Si no haces lo que te ordeno, yo, El Hombre del Brazo Muerto, revestido de la fuerza del Sol, atravesaré tu cuerpo con esta jabalina con la que te amenazo.
-Debes saber –prosiguió dirigiéndose a la Luna- que tengo en mis palabras el poder mágico del Sol. No soy yo quien te habla sino el propio Gran Padre, el propio Sol. Y debes obedecer lo que en esas palabras se te exige. Si no lo haces, clavaré mi jabalina en tu corazón y tu cuerpo, al caer sobre la tierra, será devorado por los chacales.
Mientras los Hombres Rojos, en silencio, le contemplaban, el brujo siguió hablando:
-Tú, Luna, sabes que los hombres de otros clanes, nuestros enemigos, cuando mueren, no deben despertar en el mundo de más allá de la niebla. Por eso nosotros, cuando los matamos, nunca enterramos sus cuerpos sino que los tiramos con los huesos de otros animales y los pisamos sin temor. Lobo Negro, sin embargo, es un Hombre Rojo y ahora está esperando que recibas su espíritu. Lobo Negro era un hombre que tenía conocimiento y por eso ahora estamos realizando estos rituales para su espíritu. Debes permitir, señora de la noche, que él atraviese tu reino y renazca mañana con el nuevo amanecer. Eso es lo que te exijo en nombre del Sol. Eso es lo que te ordeno.
Cuando terminó sus palabras, el lisiado caminó hacia las profundidades de la cueva y se situó sobre la zanja donde los hombres habían depositado el cuerpo de Lobo Negro. De una bolsa de cuero fue sacando puñados de polvo ocre que fue espolvoreando sobre el cadáver. El intenso color rojo del mineral habría de permitir que el aliento de la vida retornara al difunto. El brujo –sin duda- intuía que algún extraño poder permitía que gracias al ocre los cadáveres se pudieran preservar durante un tiempo de la descomposición. En nuestros días sabemos que es un óxido de hierro y que tiene la propiedad de conservar el colágeno.
Entonces, cuando el cuerpo quedó totalmente impregnado de ocre, el chaman hizo una señal y Pies Ligeros, la compañera de Lobo Negro, se acercó a la fosa y arrojó en ella un puñado de flores. Después, acompañados por los chillidos de la mujer, los Hombres Rojos cubrieron la fosa con tierra y los rituales terminaron. Todos eran conscientes de que en el nuevo amanecer, Lobo Negro, convertido en un ancestro, volvería a la vida en los campos de caza de más allá de la niebla, allí donde habitan los espíritus que se esconden en el fuego, el viento, las nubes y los relámpagos.
Algunas noches después, Pies Ligeros soñó que Lobo Negro la estaba amando. Le sentía feliz e intuyó que a partir de ahora, desde el más allá, él iba a seguir cuidando de ella. Estaba amaneciendo y al poco, unos momentos después, la mujer sintió que esa intuición de amor se confirmaba en la certeza. Pies Ligeros se había levantado y contemplaba el horizonte desde la entrada de la cueva. Distraída en la contemplación de las nubes, la mujer notó que el dulce aliento de la vida llegaba a su boca con todo su frescor. Supo entonces que Lobo Negro, desde el reino del Sol, la estaba contemplando.
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