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viernes, 27 de julio de 2007

ALTAMIRA

Cuón se adelantó con una antorcha que le pasaron y penetró en la oscuridad. Suelas de Viento y Gata lo siguieron. Detrás iban los demás. Enseguida entraron en un anchurón de techo bajo. Suelas de Viento tomó la antorcha de la mano de Cuón y se fue al centro de la sala. Recorrió con la vista las paredes, despacio, y su cara no se inmutó. Todas las miradas se dirigían a él, expectantes, acechando una palabra o por lo menos un gesto de aprobación. Pero Suelas de Viento no tenía nada que decir. Se lo temía. Ya había pasado antes por esa frustrante experiencia. Pero esta vez era peor. ¡Sentía tanto decepcionar a sus amigos! Pero ¡qué podía hacer! ¿Pintar de cualquier manera, sin ton ni son? Inaccesible e indiferente, el mundo de las figuras a las que él invocaba desesperadamente también parecía estar, como el de los sueños, el de los espíritus y el de los muertos, al otro lado de la niebla.

Entonces, mecánicamente, levantó la vista para completar la inspección y marcharse, derrotado como siempre. La antorcha proyectaba luces y sombras en los relieves del techo. De pronto Suelas de Viento se quedó esculpido, con los músculos del cuello en tensión y el semblante mudado: envueltos en gasas de niebla, al galope, poderosos, venían hacia él. Graves ellos, serenas y tiernas ellas.

Todos notaron el cambio y se interrogaron unos a otros con la mirada en la penumbra de la caverna.

Suelas de Viento se paseaba ahora por la sala y exploraba los bultos del techo con la luz de la antorcha. Luego extendió su mano izquierda para acariciarlos. Se cambió la antorcha de mano y dibujó largos trazos imaginarios con la derecha. Había una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... muchas formas en aquel techo.

Se encontraba como fuera de sí, pintando en el aire. De pronto se detuvo y volvió a la realidad, sonriente y en paz. La obra ya estaba terminada en su cabeza. Se giró hacia Gata, que lo miraba con los ojos llenos de lágrimas y de orgullo.

Nadie decía nasa, hasta que Cuón se decidió finalmente a romper el silencio:

-¿Ves algo, Suelas de Viento?

Él asintió sin despegar los labios, moviendo arriba y abajo la cabeza varias veces.

-¿Qué espíritus habitan la cueva, Suelas de Viento?

Con los ojos húmedos y la voz quebrada, Suelas de Viento respondió:

-Veo bisontes.

Juan Luis Arsuaga (Al otro lado de la niebla - Los soñadores)

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