El Dios Primigenio de los antiguos egipcios tenía como símbolo el sol, el astro que recorre todos los días el cielo brindando luz y energía al mundo, de modo que en el momento del alba sería el dios Khepri; a lo largo de la jornada sería Re, y al atardecer sería Atum, el sol vespertino.
Osiris, la más importante divinidad funeraria egipcia, no sería sino una manifestación de Re, el sol, durante su presencia a lo largo de la noche en el mundo subterráneo del más allá, lo que nos es confirmado por el capítulo 180 del Libro de los Muertos:
“¡Oh Re, que te manifiestas como Osiris a través de las gloriosas apariciones de los bienaventurados y de los dioses del Occidente. Forma única, misterio de la Duat, alma santa que preside el Occidente, Unnefer, que vivirá para siempre!”
En el capítulo 181 de ese mismo libro funerario, el difunto, tras saludar a la divinidad primordial, nos indica claramente como esta se manifiesta simbólicamente como el sol:
“¡Salve, oh tú que presides en el Occidente, Unnefer, Señor del País sagrado! Has aparecido en gloria como Re. En verdad, he venido para contemplarte, para regocijarme al ver tu hermosura, pues el Disco de Re es tu disco solar; sus rayos son tus rayos; sus coronas son tus coronas; su grandeza es tu grandeza; sus apariciones (al alba) son tus apariciones...”
Unos capítulos después, en 102, el difunto rogará al dios solar que le permita incorporarse a su barca (los egipcios pensaban que el sol era un inmenso navío que navegaba por las aguas celestes) a la que se incorporará desde ese mundo subterráneo en el que reina Osiris. Allí, cada noche, los difuntos bendecidos esperan la llegada de Re y su séquito de divinidades que en un viaje que se prolonga durante las doce horas nocturnas atravesarán el Inframundo para aparecer, cada nueva mañana, con el alba, por el horizonte de la tierra:
“¡Oh Grande, (que navegas) en tu barca, llévame a tu barca; he avanzado hasta tus gradas; déjame que dirija tu navegación y que esté con tus compañeros, que son las Estrellas Infatigables!”.
Pensaban los antiguos egipcios que las divinidades, los compañeros de Re, la manifestación solar del Dios Primigenio, se manifestaban como las que denominaban Estrellas Infatigables o Imperecederas, es decir, las Circumpolares, que nunca desaparecen de la vista del hombre y por tanto eran consideradas como manifestaciones eternas de las divinidades.
Ya en el capítulo 133 del Libro de los Muertos el difunto manifestará su ansia de fundirse con el Dios Uno, del que todo procede. Se ha incorporado ya a la comitiva de Re, con el que está ascendiendo a los cielos y espera ahora alcanzar la fusión, una vez convertido en divinidad tras su paso por el reino de ultratumba de Osiris, con el Dios Uno y Único que vemos que va emanando de los textos egipcios:
“Cuando los dioses que habitan el cielo ven al Osiris N. (el difunto ya glorificado y convertido en divinidad) le glorifican los mismo que (a) Re... El Osiris N. es el único Uno, perfecto en esencia en el cuerpo supremo de los que son adelantados de Re.
Ahora, integrado ya en el Dios Uno, el difunto, al fín, comprenderá todo lo que de misterioso encierra la creación:
“¡Que hermoso es ver con los ojos (a Maat, la noción del Orden y el Equilibrio del mundo) y oir con las orejas a Maat... El Osiris N. no dirá lo que ha presenciado; no repetirá lo que ha oído (acerca de las) cosas misteriosas”.
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