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lunes, 2 de julio de 2007

EL NEOLÍTICO

Molino de mano.
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Uno de los aspectos más interesantes del proceso de transición de una economía depredadora a una productora es intentar averiguar porqué se realizó dicho cambio. Tras años de investigación, hoy día sabemos que la vida de los pueblos cazadores y recolectores del Paleolítico no fue tan penosa como popularmente se concebía, antes por el contrario, aquellos grupos llegaron a establecer un buen equilibrio con el medio, que les proporcionaba un nivel de vida aceptable hasta el punto de que algunos autores, como Shalins, han llegado a hablar de sociedades “opulentas”.

Los estudios sobre sociedades cazadoras contemporáneas han demostrado que con pocas horas de trabajo al día pueden conseguirse los alimentos necesarios para mantener una dieta rica en proteinas y ello contrasta con las numerosas horas que debe emplear en las tareas del campo un agricultor o un ganadero. La conclusión parece ser que la agricultura no se adoptó porque proporcionase una mejor y más cómoda alimentación, sino porque permite alimentar a mayor número de personas en la misma unidad de espacio.

Buscar explicaciones al porqué del cambio operado en un periodo de tiempo relativamente breve por la mayoría de los grupos humanos ha sido objeto de numerosas investigaciones y han sido muchas las hipótesis que se han formulado al respecto. Resumiremos ahora las más significativas, pensando que indudablemente se trató de un proceso con causas múltiples.

Una de las interpretaciones más aceptadas durante décadas ha sido la denominada “teoría del oasis”, mantenida y popularizada por Gordon Childe, quién defendió las causas ambientales como las impulsoras del cambio. La supuesta desecación progresiva que sufrieron algunas zonas del planeta tras la retirada de los últimos hielos obligó a hombres, animales y plantas a agruparse en torno a los puntos de agua, donde la estrecha confluencia permitiría a los grupos humanos tener un profundo conocimiento de las posibilidades alimenticias que éstos le brindaban.

Esta teoría fue desmentida por los posteriores estudios paleoclimáticos realizados en los yacimientos del Próximo Oriente, que no demostraban que la mencionada desecación se hubiera producido en los momentos que Childe apuntaba.

Fue el profesor Braidwood quien en los años cincuenta del siglo pasado aportó nuevas evidencias al problema tras la gran expedición organizada a la zona de los montes Zagros, al norte de Iraq; pudo demostrar que los primeros asentamientos neolíticos no se encontraban junto a los puntos de agua sino, precisamente, en laderas de mediana altura, en lugares favorecidos naturalmente, a los que denominó “zonas nucleares”, donde crecían en estado silvestre numerosas especies vegetales que poco a poco fueron siendo objeto de una recogida intensiva.

Otros autores como Binford, Flannery o Cohen consideraron insuficientes las propuestas de Braidwoord e intentaron explicar de forma más satisfactoria porqué se abandonó el viejo sistema, precisamente en las zonas más favorecidas donde presumiblemente no faltarían los alimentos, aunque parece claro que el perfecto equilibrio que mantenían los grupos cazadores-recolectores con su medio se rompió y fue necesario buscar medidas alternativas.

Estos autores creen que la causa de la ruptura fue la presión demográfica, es decir, el crecimiento progresivo e imparable de la población que obligó a modificar sus costumbres para aumentar los recursos per capita mediante la producción controlada de determinadas plantas y especies animales. Constatamos que muchas comunidades mesolíticas del Viejo Mundo comenzaron a hacerse sedentarias, lo que favoreció que la población empezase a crecer, dado que en un asentamiento permanente o casi permanente no existen las mismas limitaciones poblacionales que entre los grupos nómadas que deben velar permanentemente para que su población no crezca.

María Luisa Cendeño (El Neolítico: las primeras sociedades agrarias)

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