San Juan de la Cruz decidirá recurrir a las imágenes del amor carnal, del encuentro entre la esposa y el esposo, porque no existen palabras adecuadas para poder comunicar la experiencia de la unión mística entre el alma y la divinidad. No es posible expresar en palabras todo lo que el acercamiento místico a la Luz supone. Cuando la madre Ana de Jesús y doña Ana de Peñalosa pidieron a Juan que les comentara el Cántico espiritual y la Llama de amor viva, “en lo uno y en lo otro se procuró excusar, diciendo que estas canciones se avían hecho estando el espíritu levantado sobre si mismo, en participación de aquello que en ellas significaba, y, que aunque después de vuelto de aquella contemplación sublime le quedaba una como memoria confusa de lo que allí le avían comunicado, no era con tanta distinción como avía menester para escribirlo hasta que el Señor le volviera a dar las mismas elevaciones de espíritu”.
A través de la elevación mística, Juan llegó a acceder a un conocimiento que trasciende a todo aquello a lo que el hombre puede llegar con sus sentidos. El místico, en el éxtasis, siente unas vivencias que no es capaz de expresar en palabras. Esa Luz inmensa, que es inmenso Amor, superaría la capacidad de entendimiento del hombre. Solamente gracias a la clemencia de la divinidad el místico alcanza ese conocimiento de la Realidad última que luego ni siquiera será capaz de recordar en plenitud y mucho menos de expresar en palabras.
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