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miércoles, 5 de septiembre de 2007

LA LUZ DE DIOS


Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte;
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero porque no muero.


La experiencia mística supone una vivencia íntima del hombre que pretende acceder al conocimiento de la Realidad última. San Juan de la Cruz, a través del éxtasis místico, tomaba contacto con lo que él denominaba “subido sentir de la divinal Esencia”, es decir, con la Luz de Dios, con la “oscuridad superluminosa” de que nos hablaba el Pseudo-Dionisio.

Siglos antes Hildegard von Bingen, la mística alemana, ya nos había transmitido noticias de esa Luz divina (Vita Sanctae Hildegardis), que milenios antes también habían buscado los iniciados en los misterios egipcios:

Sin embargo, siempre he percibido esta visión
en mi alma, desde la niñez,
cuando aún no se habían fortalecido
mis huesos y nervios, hasta el momento presente,
cuando tengo más de setenta años...

Desde el tercer año de vida,
he visto una Luz tan intensa
que me causa temblor en el alma.


San Juan de la Cruz, en ese proceso místico de elevación a la Luz divina, llegó a tomar conciencia de que lo religioso no deja de ser sino una construcción humana y que es necesario despojarse de ella para gracias solamente a la fe desnuda alcanzar la fusión mística con Dios.

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