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miércoles, 26 de septiembre de 2007

MIGUEL HERNÁNDEZ, HERIDO POR EL RAYO


El rayo que no cesa nos revela por primera vez la inmensa herida de su interior poblado de inquietudes y presentimientos, encarnada en el fatídico cuchillo amenazante, símbolo preferido de su cosmovisión trágica, que marca en sangre hasta los temas del amor y de la vida...

“Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.”

La angustia y el desasosiego de estos versos iniciales nos recuerdan el momento de grave crisis ideológica y estética en que fueron escritos...

Aquel Miguel Hernández del que decía Neruda:

“Me traías...
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares...”

Pronto se sentirá en Madrid internamente desgarrado entre dos modos muy dispares de ver la realidad y de entender la poesía. El acercamiento a Neruda, Alberti, Aleixandre, provoca hacía fines de 1935 casi la ruptura con Ramón Sijé y todo lo que él significaba: catolicismo, lecturas del Siglo de Oro, gusto clásico, conservadurismo político. Si el 8 de febrero de 1934 en La Verdad de Murcia Miguel alentaba a los campesinos al trabajo y a no dejarse cegar por la “ira envidiosa” en un artículo que casi parece el panfleto de un partido agrario conservador, en el otoño de 1935 comienza a entender “la trágica vida del campesino”, que trabaja diecinueve horas diarias y que cita indignado las palabras de un político que había declarado: “la gente del campo tiene para vivir suficientemente con tres pesetas”. En año y medio ha tenido lugar un vuelco total de sus actitudes...

Juan Cano Ballesta (Miguel Hernández. El hombre y su poesía)

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