En el otoño de 2006 tuvimos oportunidad de pasar unos días, que habrían de resultar inolvidables, en Roma. Era un viaje por libre, de modo que varios meses antes me había esforzado por reunir documentación que permitiera que nuestra estancia en la Ciudad Eterna nos resultara lo más provechosa posible. Se trataba de tener preparados diversos itinerarios a través de los cuales pretendíamos, de una parte, no perder tiempo en las visitas, teniéndolo todo más o menos previsto, y, de otro, que las jornadas no fuesen agotadoras para nosotros, sino que pudiéramos llevar a cabo con cierta comodidad las “tareas” de cada día.
Íbamos a estar alojados en un hotel muy próximo a la Estación Termini, de modo que pensando utilizar las líneas de metro fui trazando diversos recorridos por Roma, siempre pensando que lo que tuviéramos que andar, entre un monumento o museo y otro, no implicara más de quince minutos de paseo relajado, y que todos los itinerarios, llegada la tarde, terminaran en la boca de una estación de metro.
Tenía diversos libros y folletos de otro viaje que habíamos realizado por Italia hacía unos años, pero para preparar este, que iba a transcurrir exclusivamente por Roma, utilice esencialmente la obra “Arte y Arquitectura – Roma”, de Brigitte Insten-Bohle, editado por Könemann, libro del que no puedo sino indicar que se trata de una guía especializada que recomiendo vivamente, ya que a nosotros nos resultó de extrema utilidad. En absoluto es una guía turística al uso, sino un magnífico libro de Arte y Arquitectura.
Pues bien, en los meses previos al viaje, recopilando información sobre los itinerarios y los monumentos que habríamos de visitar, algo llamó mi atención acerca de una iglesia consagrada a San Clemente, de la que nunca había oído hablar, por cierto. Reparé en ella debido a que al manejar el libro me encontré, de pronto, con una imagen del dios Mitra sacrificando a un toro que me resultó similar a otra que se expone en el Museo Arqueológico de Córdoba. Tuve así conocimiento de que en San Clemente, en tiempos pasados, se había rendido culto a esta divinidad de origen oriental, de modo que atraído desde hace mucho tiempo por los cultos mistéricos que existieron en los tiempos en que el genio de Roma asombraba al mundo decidí que esta iglesia de San Clemente habría de ser uno de los destinos de nuestro viaje por la antigua ciudad imperial.
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Y lo programado se cumplió, de modo que uno de los días salimos temprano de nuestro hotel y nos dirigimos a recorrer los Foros Imperiales y el Coliseo, visita que nos ocupó buena parte de la mañana, para seguidamente tomar la Via di S. Giovanni in Laterano, que arranca en las inmediaciones del Coliseo y se dirige a la imponente basílica de San Juan de Letrán.
A mitad de camino, más o menos, a unos 10 minutos andando desde el Coliseo, en la propia vía citada, habríamos de encontrarnos con la tan deseaba iglesia de San Clemente, tal y como estaba previsto, de modo que ese misma mañana tuvimos oportunidad de visitarla y luego, ya por la tarde, tras haber almorzado en la terraza de una pizzería situada casi enfrente de la iglesia, nos desplazamos hasta San Juan de Letrán, de cuyo baptisterio octogonal tendremos que hablar en alguna otra oportunidad.
Pues bien, superando nuestras previsiones, San Clemente resultó ser uno de los platos más fuertes de la jornada. En nada defraudó las expectativas que nos habíamos ido forjando. Antes ya comenté que jamás había oído hablar de este templo, a pesar de lo cual tengo que reconocer que para nosotros alcanzó una dimensión especial ya que constituye un ejemplo único de eso que podríamos llamar “Arqueología Viva”, en el sentido de que en aquel lugar el visitante tiene acceso a tres espacios históricos sucesivos, cada uno de los cuales tiene especial interés.
El templo actual (iglesia superior) fue levantado en los tiempos de la Alta Edad Media. Se trata de una basílica bellísima de tres naves, como tantas otras en Roma, ante la cual se encuentra un antepatio con una fuente, rodeado en tres de sus cuatro caras por un pórtico con antiguas columnas jónicas. En el templo sobresalen los bellos mosaicos y las hermosas taraceas de mármol de las solerías, así como los añadidos barrocos que se aprecian en los techos. Nos llamó la atención la tribuna del coro y la capilla del cardenal Castiglione, con frescos de Panicale y de Masaccio que están considerados como de los más sobresalientes del Renacimiento temprano.
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Tras obtener los correspondientes billetes de entrada, ya que se trata de un yacimiento arqueológico “de pago”, pudimos reparar en unas escaleras que se sumergían en la profundidad y que conducían a la denominada “iglesia inferior”, que se conserva integra y que corresponde a una basílica paleocristiana dotada de columnata y dividida en tres naves en honor a San Clemente, el tercer obispo de Roma después de San Pedro. Desde esta “iglesia inferior” otra escalera, situada en su nave lateral izquierda, conduce hasta lo que fue una residencia romana, que es la parte más antigua del conjunto, en la que a finales del siglo II o principios del III se construyó ese santuario que hemos anticipado, consagrado al dios Mitra.
Es decir, en San Clemente se conservan, en estratos sucesivos, una mansión romana, un espacio de culto mitraico, una basílica paleocristiana y un templo medieval. El viajero, a través de esa red de escaleras que se internan en las honduras, puede realizar un viaje alucinante por el pasado. A mi me llamó especialmente la atención el santuario mitraico, que insisto, se conserva integro, así como el hecho de que los cristianos, sobre ese espacio pagano, hubieran decidido alzar una basílica para sus propios cultos (clarísimo ejemplo de cristianización de un espacio pagano).
Tras obtener los correspondientes billetes de entrada, ya que se trata de un yacimiento arqueológico “de pago”, pudimos reparar en unas escaleras que se sumergían en la profundidad y que conducían a la denominada “iglesia inferior”, que se conserva integra y que corresponde a una basílica paleocristiana dotada de columnata y dividida en tres naves en honor a San Clemente, el tercer obispo de Roma después de San Pedro. Desde esta “iglesia inferior” otra escalera, situada en su nave lateral izquierda, conduce hasta lo que fue una residencia romana, que es la parte más antigua del conjunto, en la que a finales del siglo II o principios del III se construyó ese santuario que hemos anticipado, consagrado al dios Mitra.
Es decir, en San Clemente se conservan, en estratos sucesivos, una mansión romana, un espacio de culto mitraico, una basílica paleocristiana y un templo medieval. El viajero, a través de esa red de escaleras que se internan en las honduras, puede realizar un viaje alucinante por el pasado. A mi me llamó especialmente la atención el santuario mitraico, que insisto, se conserva integro, así como el hecho de que los cristianos, sobre ese espacio pagano, hubieran decidido alzar una basílica para sus propios cultos (clarísimo ejemplo de cristianización de un espacio pagano).
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Veamos que nos dice el libro que antes hemos citado acerca de Mitra y del Mitreo de San Clemente:
“El culto a Mitra procedía originariamente del Asia Central y durante el siglo III era ya uno de los cultos que gozaba de más importancia en Roma. Situado en el centro de un espacio alargado y abovedado con bancos en los laterales se encuentra un altar cuyo relieve muestra al dios Sol matando al toro, una ofrenda que solía ser muy común en los rituales de esta deidad. Mitra clava la daga al animal, bajo el cual se encuentran un perro y una serpiente que lamen la sangre que de él emana. Un escorpión muerde los genitales del toro. El dios Mitra vuelve la cabeza hacia el cuervo que le ha ordenado sacrificar un toro en nombre del dios Helios, la personificación del Sol, cuya cabeza aparece representada en el rincón superior izquierdo. A la derecha se distingue a la diose de la Luna, Selene. En los laterales figuran sus dos divinidades protectoras, Cautos y Cautópatas, con una antorcha levantada y otra bajada respectivamente, para personificar al Sol naciente y al Sol poniente.”
El hecho de haber podido contemplar un triclinio mitraico que se conserva íntegro, fue sin duda una de las experiencias más impactantes de este reciente viaje a Roma que estamos evocando. En aquellos momentos no podía sino recordar el magnífico grupo escultórico que con esa misma representación del dios sacrificando al toro, con su añadido simbólico comentado, se encontró al excavar una villa romana en el término de Cabra (Córdoba), en lo que se conoce como Fuente de las Piedras, grupo que hoy se expone en el Museo Arqueológico cordobés. No podía sospechar entonces que unos meses después mi amigo Luis Alberto López Palomo habría de anunciar que en las excavaciones de otra villa romana, en este caso la de Fuente Álamo, en Puente Genil, todo hacía sospechar que había podido identificar lo que pudo haber sido también un Mitreo, asunto del que ya he hablado en otro momento en este mismo espacio.
Buen paseo me has dado de nuevo, me gustan tus viajes.
ResponderEliminarOjalá algún día tenga la oportunidad de conocer Roma o cualquier lugar fuera de mi tierra.
Saludos.
¡Viajar, viajar, viajar...!
ResponderEliminarQue hermoso poder hacerlo al menos de vez en cuando.
Tampoco hace falta desplazarse mucho para viajar. A veces surge un viaje bellisimo a la calle de al lado...
Ojala, desde luego, puedas cumplir ese deseo que expresas.
Un abrazo