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domingo, 23 de diciembre de 2007

PASEANDO POR ROMA

Plaza del Panteón
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Aquella mañana, tras visitar los Museos Capitolinos, de los que otro día tendremos que hablar, nos dirigimos a la cercana Plaza de Venecia, donde Mussolini, en otros tiempos, lanzó aquellas proclamas incendiarias que tanto horror causaban en las mentes sensibles. Desde allí, en un gratísimo paseo, nos fuimos acercando a la Plaza de Minerva, donde se alza ese curioso obelisco cuya base es, ni más ni menos, que un elefante.
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Inmediaciones del Capitolio
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A la hora del almuerzo estábamos situados en la Plaza del Panteón, de modo que como todavía era temprano tuvimos la posibilidad de sentarnos en la terraza de uno de los restaurantes que la circundan. Allí, cómodamente instalados, podíamos disfrutar de una bellísima perspectiva tanto de la propia plaza como del colosal edificio con el que Roma quiso rendir culto a todos los dioses reconocidos en su imperio.

Recuerdo nítidamente que en ese momento, mientras nos tomábamos unas ensaladas y unas pizzas, éramos los dos plenamente conscientes del inmenso privilegio que suponía poder estar en ese momento en aquel tan atractivo lugar, en un día “primaveral” de finales de septiembre, disfrutando con la contemplación de los viajeros, buena parte de ellos jóvenes, que continuamente entraban y salían del Panteón y que luego, muchos de ellos, se tomaban cervezas y bocadillos sentados en el centro de la plaza. El ambiente era gratísimo.

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Panteón


Tan consciente era del carácter único de ese momento que no dude en interrumpir un momento el almuerzo para, desde el asiento, sin ni siquiera levantarme, disparar algunas fotografías. Sabía, entonces, que algún día las evocaría con nostalgia.

Tras los cafés, también nosotros entramos en el templo de la cúpula inmensa. Habíamos estado allí hacía ya varios años y entonces la afluencia de público era mucho menor. Ahora, desde que el Panteón era uno de los edificios en los que transcurría parte de la acción de “Ángeles y Demonios”, la afluencia de público se había incrementado de manera exponencial y lo cierto es que el bullicio de los viajeros en el interior de lo que en otros tiempos había sido un espacio sagrado producía un estruendo continuo. La verdad es que dentro del Panteón, a las cuatro de la tarde, con tanta gente, nos sentíamos agobiados.

Sin duda, lo especialmente grato para nosotros había sido el poder almorzar al aire libre disfrutando con la contemplación tanto de la fachada del viejo templo como del ambiente de la plaza. Una vez dentro, es preciso reconocer que el bullicio de las personas restaba encanto al lugar.
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Plaza Navona
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Tras visitar el Panteón, nos dirigimos a través de sucesivas callejas en las que el Pasado parecía seguir viviendo, a la cercana Plaza Navona, en la que pronto apreciamos que se respiraba también un ambiente gratísimo, toda ella repleta de tenderetes en los que los artesanos vendían todo tipo de recuerdos. Allí, hace años, habíamos comprado, una noche de verano, unas acuarelas del Coliseo que un tipo de aspecto bohemio nos había ofrecido. Sin duda, no eran originales –por lo poco que nos costaron- sino reproducciones, en todo caso bellamente conseguidas.

Mientras María se afanaba en recorrer los puestecillos, yo aproveché el momento para seguir disparando fotografías de la plaza y de la gente. Pronto reparé en una monja que corría de un lado para otro, aparentemente buscando algo, y a la que inmortalicé en alguna de esas instantáneas.
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Fontana di Trevi


Al cabo de un rato, nos pusimos nuevamente en marcha, ahora en dirección a la Fontana de Trevi. Cuando llegamos, la pequeña placita en donde se alza estaba literalmente invadida por los turistas y curiosos. No había forma de poner un pie cerca del agua. La fuente, sin duda bellísima, obliga al viajero a depositar alguna moneda en sus aguas, ya que dice la tradición que quien lo hace regresará alguna otra vez a Roma, algo que sin duda cualquier persona anhela. En nuestro caso, ese deseo lo habíamos ya manifestado hacía más de quince años, y ahora se había materializado.



Vaso griego de figuras negras sobre fondo rojo





Copa griega de figuras negras sobre fondo rojo


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En el trayecto entre la Plaza Navona y la Fontana de Trevi, en una de esas típicas callejas italianas por la que se movía una pequeña riada de turistas, nos topamos con una tienda, creo que se llamaba “Marco Polo” que habría de darme una gran satisfacción aquel día. Desde hace muchos años siento una especial afición por coleccionar “réplicas” de cerámicas antiguas y pronto reparé en que aquella pequeña tienda era realmente un museo de “réplicas” de arqueología como nunca he visto otro en tantos otros lugares que he visitado. En sus vitrinas, acristaladas, se exponían bellísimas reproducciones de bronces etruscos y romanos, así como cerámicas griegas y helenísticas que me dejaron perplejo.




Lucerna romana de bronce



María, consciente de mi pasión, no dejó de animarme y finalmente compramos tres piezas, con cuya reproducción fotográfica terminaré estas palabras. Se trataba de una lucerna romana realizada en bronce y de dos cerámicas griegas. Desde entonces, en multitud de ocasiones, he disfrutado con su contemplación.



Lucerna del Museo de Córdoba (cerámica "terra sigillata")

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Curiosamente, no puedo terminar estas palabras sin recordar que varios meses después del viaje a Roma, una mañana en la que estaba visitando el Museo Arqueológico de Córdoba me di cuenta de que la decoración del disco de esa lucerna de bronce que había comprado en las cercanías del Panteón era muy similar, casi idéntica, a la de otra lucerna, en este caso de “terra sigillata”, que se exponía en una de las salas de arqueología romana del museo cordobés.
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