En Egipto, en el caso de la medicina, la relación con los poderes mágicos era especialmente apreciable por los hombres. Los egipcios pensaban que cuando una persona enfermaba la causa radicaba en que fuerzas espirituales de tipo negativo estaban influyendo tanto en su cuerpo como en su espíritu. Las influencias demoníacas eran las responsables de las enfermedades y en general de los males de los hombres, de modo que era misión esencial del mago/sanador la de saber identificar con claridad al poder demoníaco que estaba actuando en cada caso concreto, tarea en la que le resultaba necesario contar con la ayuda de alguna divinidad que le pudiera ayudar.
El mago era un visionario que tenía la capacidad de ver en las esferas espirituales. Adecuadamente instruido en la Casa de la Vida era un hombre que conocía los nombres verdaderos de las cosas, es decir los nombres que estaban ocultos a los profanos. Gracia a ese poder mágico de las palabras el mago podía activar los poderes de Heka y enfrentarse a los poderes negativos causantes de las enfermedades. Se pensaba, en suma, que cuando el mago nombraba el nombre oculto de un ser llegaba a alcanzar un inmenso poder sobre él. En cada caso concreto, el mago debía saber lo que tenía que decir y como lo tenía que decir. Sabía como invocar a los poderes ocultos y, revestido de los poderes de Heka, tenía poder sobre ellos. Concebida la enfermedad como la manifestación del poder de un demonio o espíritu hostil que había entrado en una persona el sanador solamente podría tener éxito en su combate con el mal en la medida en que fuese capaz de enfrentarse a los poderes de esos demonios.
En el Museo del Louvre se custodia una estela que fue encontrada cerca del templo de Khonsu, en Karnak, en 1829. Su contenido nos permite profundizar en las creencias que venimos comentando. Se trata de un texto grabado en signos jeroglíficos que nos ofrece una narración de tipo propagandístico que los sacerdotes tebanos elaboraron en alabanza a esta divinidad, a la que se atribuía una capacidad especial para ahuyentar a los espíritus que molestaban a los hombres. En su contenido todo parece indicar que la narración se inspira en una antigua leyenda popular que los sacerdotes querían ahora convertir en documento oficial.
La princesa de Bakhtan es el nombre que los egiptólogos han dado a esta historia, que supuestamente habría sucedido en tiempos de Ramsés II. La inscripción nos dice que el rey habría desposado con una princesa extranjera, de nombre Neferure, que habría nacido en el lejano reino de Bakhtan. La protagonista de la historia es Bentrech, hermana menor de Neferure, de la que se nos dice que está gravemente enferma desconociendo los médicos de su reino el posible modo de curarla.
Ante esa situación el monarca de Bakhtan decide solicitar la ayuda de Ramsés, al que ruega que envíe a un mago egipcio que se ocupe de la salud de la princesa. Por encargo del faraón uno de los mejores sanadores egipcios se traslada al lejano reino y tras examinar a Bentrech toma pronto conciencia de que la princesa está poseída por un espíritu merodeador, de los que traen las enfermedades a los hombres:
“Cuando el sabio llegó a Bakhtan –se indica en el texto, seguimos a Lefebvre-, se encontró a Bentrech en el estado de (alguien) que está poseída por un espíritu; se encontró por otro lado que (se trataba de) un enemigo al que había que combatir...”
Encontrándose el mago con que el espíritu es un ente de grandes poderes informará a Ramsés II que piensa que es necesario que una divinidad egipcia sea trasladada al reino de Bakhtan para conseguir la expulsión del intruso del cuerpo de la princesa.
Se decide, finalmente, que sea Khonsu, en su acepción de “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” quien viaje al país lejano, no sin que antes el propio “Khonsu-el-Grande” le provea adecuadamente con sus fluidos de poder, que le suministrará a través de cuatro “pasadas” mágicas que se citan expresamente en el texto. Es de especial interés este fragmento de la narración en el que se nos informa de uno de los rituales mágicos que practicaban los egipcios: vemos como Khonsu transmite su poder a “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” a través de varias “pasadas” repetidas y que posteriormente esta segunda divinidad hará lo mismo con la princesa posesa:
“Provéelo con tu fluido mágico –le dice el rey a Khonsu-, para que yo haga ir a Su Santidad a Bakhtan para salvar a la hija del príncipe.”
Y más adelante se nos dice que: “Entonces este dios (“Khonsu-que-gobierna-en-Tebas”) se dirigió al lugar en que se encontraba Bentrech. Hizo pasar el fluido mágico a la hija del príncipe: ella se encontró bien de inmediato”.
Finaliza esta curiosa narración propagandística de los poderes mágicos de Khonsu indicando que el espíritu, reconociendo el inmenso poder del dios, se declaró de inmediato su siervo, marchándose luego en paz, con la aquiescencia de Khonsu. Vemos así que esta divinidad tebana es reconocida como poseedora de poderes especiales que permiten poner en fuga a los espíritus que a veces entran en posesión de los cuerpos de los hombres.
El mago era un visionario que tenía la capacidad de ver en las esferas espirituales. Adecuadamente instruido en la Casa de la Vida era un hombre que conocía los nombres verdaderos de las cosas, es decir los nombres que estaban ocultos a los profanos. Gracia a ese poder mágico de las palabras el mago podía activar los poderes de Heka y enfrentarse a los poderes negativos causantes de las enfermedades. Se pensaba, en suma, que cuando el mago nombraba el nombre oculto de un ser llegaba a alcanzar un inmenso poder sobre él. En cada caso concreto, el mago debía saber lo que tenía que decir y como lo tenía que decir. Sabía como invocar a los poderes ocultos y, revestido de los poderes de Heka, tenía poder sobre ellos. Concebida la enfermedad como la manifestación del poder de un demonio o espíritu hostil que había entrado en una persona el sanador solamente podría tener éxito en su combate con el mal en la medida en que fuese capaz de enfrentarse a los poderes de esos demonios.
En el Museo del Louvre se custodia una estela que fue encontrada cerca del templo de Khonsu, en Karnak, en 1829. Su contenido nos permite profundizar en las creencias que venimos comentando. Se trata de un texto grabado en signos jeroglíficos que nos ofrece una narración de tipo propagandístico que los sacerdotes tebanos elaboraron en alabanza a esta divinidad, a la que se atribuía una capacidad especial para ahuyentar a los espíritus que molestaban a los hombres. En su contenido todo parece indicar que la narración se inspira en una antigua leyenda popular que los sacerdotes querían ahora convertir en documento oficial.
La princesa de Bakhtan es el nombre que los egiptólogos han dado a esta historia, que supuestamente habría sucedido en tiempos de Ramsés II. La inscripción nos dice que el rey habría desposado con una princesa extranjera, de nombre Neferure, que habría nacido en el lejano reino de Bakhtan. La protagonista de la historia es Bentrech, hermana menor de Neferure, de la que se nos dice que está gravemente enferma desconociendo los médicos de su reino el posible modo de curarla.
Ante esa situación el monarca de Bakhtan decide solicitar la ayuda de Ramsés, al que ruega que envíe a un mago egipcio que se ocupe de la salud de la princesa. Por encargo del faraón uno de los mejores sanadores egipcios se traslada al lejano reino y tras examinar a Bentrech toma pronto conciencia de que la princesa está poseída por un espíritu merodeador, de los que traen las enfermedades a los hombres:
“Cuando el sabio llegó a Bakhtan –se indica en el texto, seguimos a Lefebvre-, se encontró a Bentrech en el estado de (alguien) que está poseída por un espíritu; se encontró por otro lado que (se trataba de) un enemigo al que había que combatir...”
Encontrándose el mago con que el espíritu es un ente de grandes poderes informará a Ramsés II que piensa que es necesario que una divinidad egipcia sea trasladada al reino de Bakhtan para conseguir la expulsión del intruso del cuerpo de la princesa.
Se decide, finalmente, que sea Khonsu, en su acepción de “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” quien viaje al país lejano, no sin que antes el propio “Khonsu-el-Grande” le provea adecuadamente con sus fluidos de poder, que le suministrará a través de cuatro “pasadas” mágicas que se citan expresamente en el texto. Es de especial interés este fragmento de la narración en el que se nos informa de uno de los rituales mágicos que practicaban los egipcios: vemos como Khonsu transmite su poder a “Khonsu-que-gobierna-en-Tebas” a través de varias “pasadas” repetidas y que posteriormente esta segunda divinidad hará lo mismo con la princesa posesa:
“Provéelo con tu fluido mágico –le dice el rey a Khonsu-, para que yo haga ir a Su Santidad a Bakhtan para salvar a la hija del príncipe.”
Y más adelante se nos dice que: “Entonces este dios (“Khonsu-que-gobierna-en-Tebas”) se dirigió al lugar en que se encontraba Bentrech. Hizo pasar el fluido mágico a la hija del príncipe: ella se encontró bien de inmediato”.
Finaliza esta curiosa narración propagandística de los poderes mágicos de Khonsu indicando que el espíritu, reconociendo el inmenso poder del dios, se declaró de inmediato su siervo, marchándose luego en paz, con la aquiescencia de Khonsu. Vemos así que esta divinidad tebana es reconocida como poseedora de poderes especiales que permiten poner en fuga a los espíritus que a veces entran en posesión de los cuerpos de los hombres.
Una vez más queda demostrado el gran poder que poseen quienes actúan como intermediarios entre el ser humano y los espíritus o las divinidades. Y hay que ver con cuánto celo guardan sus secretos... Un post interesantísimo. Besitos.
ResponderEliminarGracias, Isabel, por tus palabras. Sin duda, tienes razon. Los que saben manejar los secretos y el mundo de "la niebla", con sus supuestos poderes han tenido siempre en sus manos a las gentes sencillas.
ResponderEliminarUn abrazo, amiga
También hay que reconocerles a los egipcios uno de los más antiguos libros de medicina: "El Libro de las Heridas", desenterrado en 1862 por el egiptólogo estadounidense Edwin Smith. Este antiguo manual egipcio, escrito hacia el 1600 aC., describe el tratamiento de las fracturas, dislocaciones, tumores y otras afecciones quirúrgicas. Herodoto, siglo V aC., se maravilló de la gran cantidad de médicos que había en Egipto, así como de su grado de especialización. El respeto hacia la medicina comenzaba en la propia corte. Uno de los personajes más influyentes del reino era el médico superior. Los médicos acudían a unas academias especiales, donde aprendían anatomía y el uso de las hierbas. También aprendieron a leer y escribir, gracias a lo cual redactaron diversos manuales que han llegado hasta nuestros días. El Libro de las Heridas, por ejemplo, enseña a los médicos a aprovechar al máximo el sentido del tacto, a palpar las heridas con las manos y a diagnosticar tumores comparándolos con la textura de la fruta. Los manuales también exponían algunos principios modernos de diagnóstico, contemplando la relación existente entre los estados de ánimo y el bienestar físico. Comparaban el funcionamiento interno del cuerpo con el sistema de canales de riego que sostenía la agricultura. Consideraban que la estructura corporal dependía de un sistema de vasos, o metu, que, partiendo del corazón, distribuían por todo el cuerpo los líquidos necesarios para la buena salud. Del mismo modo que los bloqueos de los canales del riego producía malas cosechas, la obstrucción del metu originaba un deterioro de la salud. Los antiguos egipcios no aprendieron los rudimentos de la anatomía y la fisiología por medio de la disección, que estaba prohibida, sino observando atentamente la extracción de órganos durante el proceso previo al embalsamamiento y la momificación.
ResponderEliminarUn beso
Veo que de siempre han existido "iluminados" capaces de someter a la gente con sus magias y palabrerías. En eso, el mundo no ha cambiado mucho.
ResponderEliminarFeliz Semana Santa
Irene
Gracias, Nieve, por tus palabras, que enriquecen la entrada de manera tremenda.
ResponderEliminarFermina, no cabe duda de que los iluminados, si actuan en su propio provecho, son de temer...
Un abrazo, amigas